Read Gusanos de arena de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (57 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
7.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Detrás de él, todos aquellos Danzarines Rostro idénticos miraban con expresión neutra. El rostro sin facciones de Khrone había sido duplicado infinidad de veces.

—Un plan interesante e insidioso —dijo Erasmo—. En otras circunstancias quizá te habría aplaudido por tu ingenuidad y tu carácter traicionero.

—Incluso si pudieras reunir a tus robots para matar a los Danzarines Rostro que estamos en Sincronía, no serviría de nada. Me he replicado por todas partes. —El Danzarín Rostro hizo un gesto burlón—. Omnius pensaba que estaba plantando semillas para su conquista del universo, pero las verdaderas semillas de su caída estuvieron desde el principio delante de sus narices.

Erasmo se echó a reír. Empezó como una risa que solía imitar de varias muestras de la antigüedad que tenía, y añadió componentes tomados de otras grabaciones. Para él el sonido resultante era placentero, y estaba seguro de que los demás lo encontrarían convincente.

A lo largo de su larga, larguísima vida, el robot independiente había puesto mucho esfuerzo en estudiar a los humanos y sus emociones. La risa le intrigaba especialmente. El paso anterior, que le había llevado siglos de profunda meditación, había sido comprender el concepto de humor, aprender qué circunstancias podían suscitar esta respuesta extraña y escandalosa en un humano. Y en el proceso, había recopilado una biblioteca entera con sus muestras favoritas de risa. Un repertorio muy placentero.

En aquellos momentos, las utilizó todas a través de los simuladores de su boca, para desazón del Danzarín Rostro Khrone. Pero Erasmo se dio cuenta de que ni siquiera sus chasquidos y muecas eran adecuados para expresar la hilaridad que sentía.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Khrone con tono exigente—. ¿Por qué ríes?

—Me río porque ni siquiera tú te das cuenta de hasta qué punto has sido engañado. —Erasmo volvió a chasquear la lengua y esta vez creó un sonido único que contenía sabores y detalles de sus mejores grabaciones. Aquello era realmente su sentido del humor particular, algo genuino, auténtico. Después de un estudio tan extenso y dificultoso, Erasmo se sentía satisfecho por aquella nueva comprensión de la materia. ¡Sin duda aquello bien valía todas las tribulaciones del Kralizec!

El robot independiente se volvió hacia Duncan Idaho quien, después de escuchar las traiciones de unos y otros, tenía el aire distante de quien intenta encajar las piezas de un rompecabezas. Erasmo sabía que Duncan no tenía ni idea de cómo alcanzar su pleno potencial. ¡Como tantos y tantos humanos! Tendría que guiarle en el proceso.

Sin hacer caso de Khrone, le habló a Duncan.

—Me río porque las diferencias inherentes entre humanos y Danzarines Rostro son dolorosamente hilarantes. Tengo un gran aprecio por tu especie… sois más que especímenes, más que mascotas. Nunca habéis dejado de asombrarme. Desafiando mis más cuidadosas predicciones, siempre os las arregláis para hacer lo inesperado. Incluso si vuestros actos van en detrimento de las máquinas pensantes, los aprecio por su carácter único.

Khrone y su contingente de Danzarines Rostro se acercaron como si esperaran eliminar a aquellos pocos robots y humanos sin dificultades.

—Tus palabras y tu risa no significan nada.

Jessica sujetaba a Paul, que aún estaba débil, y mientras, Chani recogió la daga ensangrentada que Paolo y el doctor Yueh habían utilizado. Ahora que había recuperado sus recuerdos, sujetó la daga a la manera de una auténtica fremen, dispuesta a defender a su hombre.

Erasmo sonrió para sus adentros. Su confrontación con Duncan solo había dejado vislumbrar la punta del iceberg de los poderes del kwisatz haderach. Por unos momentos, le había resultado tremendamente emocionante estar al borde de la muerte, o al menos el equivalente para una máquina.

Los Danzarines Rostro se iban a llevar una buena sorpresa si pensaban que podían conquistar tan fácilmente a Duncan Idaho y los otros humanos. Pero él tenía una sorpresa todavía mayor.

—Lo que quiero decir, mi querido Khrone, es que mientras que los humanos siempre se las arreglan para sorprenderme, los Danzarines Rostro sois lastimosamente predecibles. Es una pena. Esperaba algo más original de ti.

Khrone frunció el ceño y todos los Danzarines Rostro de la sala imitaron el gesto, como reflejos en un salón de espejos.

—Hemos ganado, Erasmo. Los Danzarines Rostro controlamos cada enclave, no podrás esconderte de nosotros. Nos elevaremos con la victoria en cada planeta humano y cada planeta de las máquinas. Volveremos la vista atrás sobre el rastro de destrucción y solo nosotros permaneceremos.

—No si yo decido impedirlo. —El rostro de metal líquido de Erasmo pasó de una expresión plácida a una decepcionada—. Quizá Omnius creía que erais nuestras marionetas, pero yo nunca lo pensé. ¿Quién puede confiar en un Danzarín Rostro? Entre los humanos, esto se ha convertido en un dicho. Tú y los tuyos habéis hecho exactamente lo que yo imaginaba que haríais. ¿Cómo podía ser de otro modo? Sois lo que sois. Prácticamente lo lleváis programado. —El robot sacudió la cabeza con pesar.

—Mientras los Danzarines Rostro estabais con vuestras maquinaciones y enviabais exploradores, y os infiltrabais, yo me limité a observar con paciencia. Aunque pensabais que Omnius no os veía, no fuisteis lo bastante listos. Yo sí veía cuanto hacíais y permití que sucediera porque vuestros juegos insignificantes de poder me divertían.

Khrone adoptó una posición de combate, como si pensara atacar al robot con sus manos desnudas.

—¡No sabes nada de nuestras actividades!

—¿Y ahora quién está sacando conclusiones a partir de datos incompletos? Desde el fin de la Yihad Butleriana, cuando Omnius y yo fuimos expulsados en nuestro largo exilio y tuvimos que iniciar de nuevo el imperio mecánico, soy yo quien ha tenido el control. Permití que Omnius creyera que él seguía dominándolo todo y tomando decisiones, pero incluso en su primera encarnación siempre fue un incordio, un megalómano confiado e insoportablemente obstinado. ¡Más incluso que la mayoría de los humanos! —El robot hizo ondear su lujosa túnica—. La supermente nunca aprendió a adaptarse, nunca se molestó en afrontar sus errores, por eso no permití que volviera a arruinar nuestras posibilidades. Así pues, yo tomé las riendas del programa de los Danzarines Rostro desde el momento en que el primero de vosotros llegó a nuestros planetas fronterizos.

Khrone conservaba su expresión desafiante, aunque su voz delataba una cierta vacilación.

—Sí, tú nos fabricaste… y nos hiciste más fuertes.

—Os fabriqué, y sabiamente instalé un mecanismo de seguridad en cada uno de vosotros. Sois máquinas biológicas, y durante miles de años habéis evolucionado y habéis sido manipuladas según mis especificaciones exactas. —Erasmo se acercó—. Una herramienta jamás debe confundirse a sí misma con la mano que la utiliza.

La reunión de Danzarines Rostro parecía tener el control y Khrone no se echó atrás. Sus facciones se convirtieron en una máscara monstruosa y demoníaca de ira.

—Tus mentiras ya no pueden controlarnos. No hay ningún mecanismo de seguridad.

Erasmo profirió un suspiro hiriente.

—Te vuelves a equivocar. Esta es la prueba. —Y, con un gesto preciso de su cabeza pulimentada, activó el virus de desconexión que había implantado genéticamente en cada uno de sus Danzarines Rostro «mejorados».

Como un muñeco desechado por un niño petulante, el Danzarín Rostro que estaba junto a Khrone se desplomó, con los brazos y las piernas extendidos y una expresión momentánea de sorpresa que enseguida volvió a su estado neutro natural.

Khrone se quedó mirando, sin acabar de comprender.

—¿Qué es…?

—Y esta. —Erasmo volvió a asentir. Con un suspiro, la multitud de Danzarines Rostro de la sala cayó, como un ejército de cadáveres abatidos por el fuego enemigo. Solo Khrone seguía en pie para reconocer aquella derrota completa.

Y entonces, después de prolongar aquel momento, el robot independiente dijo:

—Y esta. Ya no necesitaré de tus servicios.

Con el rostro crispado por la ira y la desesperación, Khrone saltó sobre Erasmo… pero cayó al suelo, tan muerto como el resto de sus hermanos.

Erasmo se volvió hacia Duncan Idaho.

—Bueno, kwisatz haderach… como ves, controlo partes fundamentales de nuestro intrigante juego. No deseo insinuar que mis poderes puedan compararse con los tuyos, pero en este caso en particular, han sido muy útiles.

Duncan no dio ninguna muestra de respeto.

—¿Hasta dónde se extiende tu virus de desconexión?

—Hasta donde yo quiera. Aunque el Oráculo del Tiempo ha sacado a Omnius de la red de taquiones, las hebras de esa vasta malla interconectada siguen estando en el tejido del universo. —Erasmo volvió a mover la cabeza y envió una señal—. Ya está, acabo de enviar el desencadenante a todos los Danzarines Rostro modificados en toda la civilización humana. Ahora todos han muerto. Todos. Se contaban por decenas de millones.

—¡Tantos! —exclamó Jessica.

Paul lanzó un silbido.

—Como una yihad silenciosa.

—Jamás habrías podido identificar a la mayoría. Con la imprimación de los recuerdos, muchos hasta han llegado a creer que eran humanos. Por los reductos de vuestro anterior imperio, mucha gente se habrá llevado una buena sorpresa cuando ha visto caer muerto a esposos, compañeros, líderes, y transformarse en Danzarines Rostro. —Erasmo volvió a reír—. Con un solo pensamiento he eliminado a nuestros enemigos. Nuestro enemigo común. Como ves, Duncan Idaho, no tenemos por qué estar enfrentados.

Duncan meneó la cabeza, sintiéndose extrañamente asqueado.

—Una vez más, las máquinas pensantes ven el genocidio masivo como una solución.

Erasmo estaba sorprendido.

—No subestimes a los Danzarines Rostro. Eran… perversos. Sí, esa es la palabra. Y dado que cada uno de ellos formaba parte de una misma mente colectiva, todos eran perversos. Os habrían destruido a vosotros y nos habrían destruido a nosotros.

—Hemos oído ese tipo de propaganda otras veces —dijo Jessica—. De hecho, la he oído citar como la principal razón por la que hay que destruir a las máquinas.

Duncan miró a los Danzarines Rostro muertos en el suelo, y se dio cuenta del daño que los cambiadores de forma habían hecho durante siglos, tanto si era bajo la dirección de la supermente o si seguían sus propias maquinaciones. Los Danzarines Rostro habían matado a Garimi, habían saboteado la no-nave, habían provocado la muerte de Miles Teg…

Duncan miró al robot entrecerrando los ojos.

—No puedo decir que lo sienta, pero no hay honor en lo que tú o los Danzarines Rostro habéis hecho aquí. No puedo estar de acuerdo. No pienses que estamos en deuda contigo.

—Al contrario, soy yo quien está en deuda contigo. —Erasmo apenas podía contener la alegría—. Has reaccionado exactamente como yo esperaba. Después de miles de años de estudio, creo que finalmente he entendido el honor y la lealtad… sobre todo en ti, Duncan Idaho, que eres la encarnación de esos conceptos. Incluso después de un acto que beneficia visiblemente a tu especie, sigues sin aceptar mis tácticas por motivos morales. Oh, qué maravilloso.

Miró a los Danzarines Rostro, la expresión confusa y perpleja de Khrone.

—Estas criaturas son justo lo contrario. Y mis compañeras máquinas no son mucho más leales ni honorables. Se limitan a seguir instrucciones porque están programadas para hacerlo. Tú me has enseñado lo que necesitaba saber, kwisatz haderach. Tengo una gran deuda contigo.

Duncan se acercó, buscando la forma de acceder a las nuevas capacidades que sabía que estaban latentes en su interior. Porque saber que él era el esperado kwisatz haderach no era suficiente.

—Bien. Porque ahora yo quiero algo de ti.

84

Una sola decisión, un solo momento, puede marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.

B
ASHAR
M
ILES
T
EG
,
Memorias de un viejo Comandante

Es una trampa, tiene que serlo. —Murbella observaba la inmensa e inmóvil flota enemiga, que seguía superando a las naves humanas en una proporción de mil a uno. Y sin embargo las máquinas pensantes no hicieron ningún movimiento. La madre comandante se quedó muy quieta, conteniendo la respiración. Esperando que los aniquilaran.

Pero el Enemigo no hizo nada.

—Esto es profundamente desquiciante —murmuró.

—Todos los sistemas de soporte listos, tal como habéis ordenado, madre comandante —anunció una hermana joven y pálida—. Esta podría ser nuestra única oportunidad de causarles algún daño.

—¡Tendríamos que abrir fuego! —exclamó el administrador Gorus—. Destruirles cuando están indefensos.

—No —dijo otra hermana—. Las máquinas están tratando de engatusarnos para que abandonemos nuestra posición. Es una trampa.

En el puente de navegación todos observaban a aquel enemigo oscuro y quieto, sin atreverse siquiera a respirar. Las naves robóticas se limitaban a flotar en el vacío.

—No tienen necesidad de engatusarnos ni de ponernos ninguna trampa —dijo Murbella por fin—. ¡Miradlos! Podrían destruirnos en cualquier momento. Y ha sido la absurda impulsividad de las Honoradas Matres la que ha desencadenado este conflicto. —La madre comandante entrecerró los ojos, mientras estudiaba la apabullante fuerza de naves enemigas. Nada, una quietud total—. Necesito saber qué está pasando antes de disparar.

Los ojos de Murbella ardían, su mente trataba de comprender. Y se acordó de cuando sus ojos eran de un verde hipnótico… un rasgo seductor que le había ayudado a atrapar a Duncan. Es curioso los pensamientos que te persiguen cuando la muerte acecha…

Cuando Duncan huyó de Casa Capitular nadie conocía la identidad del Enemigo exterior. En cambio, el Oráculo había dicho que Duncan estaba en Sincronía, en el corazón del imperio de las máquinas pensantes. ¿Había conseguido salvarse? Si Duncan seguía vivo, Murbella se lo perdonaría todo. ¡Cuánto ansiaba volver a verle, abrazarle!

Aquel doloroso silencio se prolongaba. Un mortificador minuto, seguido de otro y otro. Murbella había visto a las máquinas pensantes avanzar de planeta en planeta, y había visto los resultados de sus ataques. Había visto las epidemias que habían diseminado y habían enterrado a su propia hija, Gianne, en una tumba sin nombre en el desierto de Casa Capitular, junto con tantas otras.

BOOK: Gusanos de arena de Dune
7.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Search by Geoff Dyer
Dream Paris by Tony Ballantyne
Free Fall by Carolyn Jewel
Acadian Star by Helene Boudreau
Blood of Eagles by William W. Johnstone
Wartime Princess by Valerie Wilding
Falling Star by Philip Chen