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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

La fortaleza (32 page)

BOOK: La fortaleza
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¡Alto!

Un grito mental detuvo sus aterrados pensamientos. Estaba pensando como una derrotista. Este no era su estilo. ¡
Podía
hacer algo por papá! No sabía exactamente qué, pero al menos estaría a su lado para darle apoyo moral. Seguiría adelante.

Su idea original fue cerrar tras ella la losa engoznada. Pero no pudo forzarse a hacerlo. Tendría una especie de tranquilidad, una escasa tranquilidad, sabiendo que su ruta de escape permanecía abierta tras ella.

Sintió que ahora ya era seguro usar la linterna, así que la encendió. El haz de luz luchó contra la oscuridad revelando el extremo inferior del largo pasadizo de piedra que abría un camino en espiral hasta la superficie interior de la base de la torre. Levantó el haz, pero la luz fue tragada completamente por la oscuridad de arriba.

No tenía más alternativa que subir.

Después de su agitado descenso y de su viaje a través de la cañada cubierta por la niebla, las escaleras, aun las más escarpadas, eran un lujo. Movió la linterna de adelante hacia atrás ante ella mientras se movía asegurándose de que cada escalón estuviera intacto antes de confiarle su peso. Todo estaba en silencio en el enorme y oscuro cilindro de piedra, excepto por el eco de sus pisadas, y permaneció así hasta que completó dos de los tres circuitos que formaban el cubo de la escalera.

Entonces sintió una corriente de aire que provenía de su derecha. Y escuchó un ruido extraño.

Se detuvo, inmóvil, congelada en la corriente de aire frío, escuchando un lejano y suave raspar. Era irregular en tono y en ritmo, pero persistente. Rápidamente dirigió la linterna a su derecha y descubrió una angosta abertura en la piedra a una altura de casi dos metros. La había visto allí durante sus exploraciones previas, pero nunca le prestó atención. Nunca hubo una corriente de aire fluyendo a través de ella. Ni escuchó ningún sonido del interior.

Miró hacia la oscuridad apuntando el haz a través del agujero, esperando y al mismo tiempo deseando no encontrar la fuente del ruido.

Mientras no sean ratas… Por favor, Dios, que no haya ratas ahí.

Adentro no vio más que una extensión vacía de suelo sucio. El raspar parecía venir de lo más profundo de la cavidad. A lo lejos, del lado derecho, tal vez a unos quince metros, notó un tenue resplandor. Apagó la linterna y lo confirmó: había una lánguida luz allí, que venía de arriba. Forzó la vista en la oscuridad y percibió difusamente el contorno de la escalera.

Súbitamente se dio cuenta de dónde se encontraba. Estaba mirando al subsótano desde el este. Lo que significaba que la luz que veía a su derecha se filtraba a través del averiado suelo del sótano. Sólo hacía dos noches que había estado al pie de esos escalones mientras papá examinaba los…

…cadáveres. Si los escalones estaban a su derecha, entonces a su izquierda yacían los ocho soldados alemanes muertos. Y, sin embargo, el ruido continuaba, flotando hacia ella desde el extremo final del subsótano, si es que tenía un final.

Reprimiendo un estremecimiento encendió la linterna otra vez y continuó subiendo. Le faltaba sólo una vuelta más. Dirigió el haz hacia donde los escalones desaparecían en un nicho oscuro en la orilla del techo. La vista de éste la empujó hacia adelante, pues sabía que el techo afianzado del cubo de la escalera era el suelo del primer nivel de la torre. Del nivel de papá. Y el nicho estaba dentro de la pared que dividía sus habitaciones.

Magda completó rápidamente la subida y se introdujo en el espacio. Presionó la oreja contra la gran piedra de la derecha, engoznada en forma similar a la entrada de piedra veinte metros más abajo. No escuchó ningún sonido. De todos modos esperó, forzándose a escuchar durante más tiempo. No se oían pisadas ni voces. Papá estaba solo.

Empujó la piedra esperando moverla fácilmente. No cedió. Se apoyó contra ella con todo su peso y su fuerza. Ningún movimiento. Encogida, sintiéndose encerrada en una pequeña caverna, su mente recorrió las posibilidades. Algo había sucedido. Cinco años antes movió la piedra con un esfuerzo mínimo. ¿Se habría asentado la fortaleza en los años intermedios, alterando el delicado equilibrio de los goznes?

Estuvo tentada a golpear la piedra con el mango de la linterna. Por lo menos eso alertaría a papá de su presencia. Pero entonces, ¿qué? Ciertamente él no podría ayudarla a mover la piedra. ¿Y qué tal si el sonido llegaba a otro de los pisos y alertaba a un centinela o a uno de los oficiales? No… no podía golpear nada.

¡Pero tenía que entrar a esa habitación! Empujó una vez más, ahora doblando la espalda contra la piedra y apoyando los pies en la pared opuesta, forzando todos sus músculos hasta el límite. Todavía no se produjo ningún movimiento.

Mientras estaba encogida allí, enojada y amargamente frustrada, se le ocurrió una idea. Quizá hubiese otro camino por la vía del subsótano. Si no había guardias allí, tal vez podría llegar al patio, y si las brillantes luces del patio estaban apagadas todavía, quizá pudiese cruzar sigilosamente la corta distancia hasta la torre y el cuarto de papá. Muchos «si»… pero si en cualquier momento encontraba bloqueado el paso, siempre podría regresar, ¿no es cierto?

Descendió rápidamente hacia la abertura en la pared. La corriente fría todavía estaba allí igual que los lejanos sonidos raspantes. Atravesó y empezó a caminar hacia las escaleras que la llevarían al sótano, dirigiéndose a la luz que se filtraba desde arriba. Movió el haz de la linterna hacia arriba y al frente, cuidando de que no se fugara hacia la izquierda donde sabía que yacían los cadáveres.

Mientras se internaba más en el subsótano, descubrió que era cada vez más difícil el paso. Su mente, su sentido del deber y amor a su padre, todo el estrato más elevado de su conciencia, la empujaban hacia adelante. Pero algo más la arrastraba, frenándola. Una parte primitiva de su cerebro estaba rebelándose, tratando de hacer que se volviera.

Continuó, desoyendo todas las advertencias. No podían detenerla ahora… aunque la forma en que las sombras parecían moverse, retorcerse y cambiar a su alrededor, era fantasmal y perturbador. Es un truco de la luz, se dijo. Si seguía moviéndose, estaría bien.

Casi había llegado a las escaleras cuando vio que algo se movía dentro de la sombra del escalón inferior. Estuvo a punto de gritar cuando saltó a la luz.

¡Una rata!

Estaba sentada, encorvada en el escalón, con su gordo cuerpo parcialmente rodeado por una cola que se retorcía mientras se lamía las garras. La repugnancia la invadió. Quería vomitar. Sabía que no podría dar otro paso al frente con esa cosa ahí. La rata levantó los ojos, la miró y luego se escurrió, alejándose hacia las sombras. Magda no quiso esperar a que cambiara de idea y regresara. Se apresuró a recorrer media escalera y después se detuvo y escuchó, esperando que su estómago se calmara.

Todo se hallaba en silencio arriba: ni una palabra, ni una tos, ni una pisada. El único sonido era el raspar, persistente y más fuerte ahora que ella estaba en el subsótano, pero todavía lejos en los nichos de la caverna. Trató de bloquearlo. No podía imaginar lo que era y no quería intentarlo.

Movió la linterna a su alrededor para asegurarse de que no hubiera más ratas por allí. Entonces subió las escaleras lenta, cuidadosa y silenciosamente. Cerca del final, miró con cautela sobre la orilla del agujero en el piso. A través de la rota pared a su derecha estaba el corredor central del sótano. Iluminado por una hilera de bombillas incandescentes y aparentemente desierto. Tres escalones más la llevaron al nivel del piso y otros tres a la pared destrozada. De nuevo esperó oír el sonido de los guardias. Al no escuchar nada, echó una ojeada al corredor: desierto.

Ahora venía la parte verdaderamente riesgosa. Tendría que atravesar la extensión del corredor hasta los escalones que llevaban al patio. Y luego, subir esos dos cortos pisos. Y después de eso…

Una cosa a la vez, se dijo. Primero el corredor. Conquista eso antes de preocuparte por las escaleras.

Esperó, temerosa de salir a la luz. Hasta ahora se había movido en la oscuridad y la reclusión. Exponerse bajo esas bombillas sería como posar desnuda en el centro de Bucarest al mediodía. Pero su otra alternativa era rendirse y regresar.

Se adelantó hacia la luz y se movió rápida y silenciosamente por el corredor. Casi estaba al pie de la escalera cuando oyó un sonido que provenía de arriba. Alguien bajaba. Ella estaba lista para correr a uno de los cuartos laterales a la primera señal de que alguien se acercara, y ahora hizo ese movimiento.

Se congeló dentro del umbral. No vio ni escuchó ni tocó a nadie, pero supo que no estaba sola. ¡Tenía que salir! Eso la expondría a cualquiera que se acercara por los escalones. Súbitamente hubo un movimiento en la oscuridad tras ella y un brazo rodeó su garganta.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó una voz en alemán. ¡Había un centinela en el cuarto! La arrastró de regreso al corredor—. ¡Bien, bien! ¡Veamos cómo eres a la luz!

El corazón de Magda latió con terror mientras esperaba ver el color del uniforme de su captor. Si era gris, tendría una oportunidad, pequeña, pero al menos una oportunidad. Si era negro…

Era negro. Y otro einsatzkommando se acercó corriendo.

—¡Es la muchacha judía! —exclamó el primero. No llevaba el casco y sus ojos estaban lagañosos. Debió estar dormitando en el cuarto cuando ella penetró en él.

—¿Cómo entró? —preguntó el segundo, al acercarse.

Magda trató de encogerse en sus ropas cuando la miraron.

—No lo sé —repuso el primero, soltándola y empujándola hacia las escaleras del patio—. Pero creo que será mejor que la llevemos con el mayor.

Se inclinó en el cuarto para recuperar el casco que se había quitado para la siesta. Mientras lo hacía, el segundo SS se le acercó. Magda actuó sin pensar. Empujó al primero dentro del cuarto y retrocedió corriendo hacia la abertura en la pared. No quería enfrentarse al mayor. Si podía llegar abajo tenía una oportunidad de ponerse a salvo, pues sólo ella conocía el camino.

La parte posterior de su cuero cabelludo se convirtió de pronto en fuego y sus pies casi abandonan la tierra cuando el segundo soldado tiró fuertemente de su cabello y de la pañoleta que había agarrado cuando ella saltó junto a él. Pero el SS no se satisfizo con eso. Mientras lágrimas de dolor escapaban de los ojos de Magda, la atrajo jalando de su cabello y colocó una mano entre sus senos, estrellándola contra la pared.

Magda perdió el aliento y sintió que también perdía la, conciencia cuando sus hombros y su nuca golpearon la piedra con fuerza aturdidora. Los siguientes momentos fueron una composición de borrones y voces sin cuerpo:

—No la mataste, ¿o sí?

—Estará bien.

—Ésa no sabe cuál es su tugar.

—Quizá nunca nadie se ha tomado la molestia de enseñárselo adecuadamente.

Hubo una breve pausa.

—Allí.

Todavía en la niebla, con el cuerpo adormecido y la visión borrosa, Magda sintió que la arrastraban por los hombros a lo largo del corredor de piedra fría, dando vuelta a una esquina y saliendo de la luz directa. Se dio cuenta de que estaba en uno de los cuartos. Pero ¿por qué? Cuando soltaron sus brazos y oyó que la puerta se cerraba, vio que el cuarto se oscurecía y los sintió sobre ella, estorbándose uno al otro en su urgencia, uno tratando de bajarle la falda mientras el otro se esforzaba en levantársela hasta la cintura para llegar a ella bajo sus ropas.

Hubiera gritado, pero no tenía voz; hubiera peleado, pero sus brazos y piernas parecían de plomo y estaban inservibles; hubiera estado completamente aterrorizada si todo pareciera menos lejano y nebuloso. Por encima de los hombros encorvados de ellos, podía ver el contorno iluminado de la puerta que daba al corredor. Quería estar allí.

Entonces, el perfil de la puerta cambió, como si una sombra la hubiera atravesado. Percibió una presencia fuera de la puerta. Súbitamente se produjo un golpe atronador. La puerta se partió por la mitad y se abrió, bañándolos de astillas y pedazos de madera más grandes. Una forma, enorme y masculina, llenó la entrada, oscureciendo la mayor parte de la luz.

¡Glenn!
, pensó al principio. Pero esa esperanza se ahogó instantáneamente en la ola de frío y malevolencia que fluía de la entrada.

Los asombrados alemanes gritaron con terror mientras rodaban alejándose de ella. La forma parecía crecer al avanzar hacia adelante. Magda se sintió pateada y empujada cuando los dos soldados se lanzaron por las armas que habían dejado a un lado. Pero no fueron lo suficientemente rápidos. El recién llegado estuvo sobre ellos con rapidez cegadora, agachándose y aferrando a cada soldado por la garganta y luego enderezándose de nuevo hasta alcanzar su estatura completa.

La cabeza de Magda comenzó a aclararse cuando el horror de lo que estaba viendo la invadió. Era Molasar quien estaba delante de ella, una enorme y negra figura recortada en la luz del corredor, dos puntos rojos donde debían estar los ojos, y en cada mano sostenía, a un brazo de distancia a cada lado, a un eisatzkommando que luchaba, pateaba, se ahogaba y arqueaba. Los sostuvo hasta que sus movimientos se hicieron más lentos y sus sonidos agonizantes se apagaron y ambos colgaron fláccidos de sus manos. Entonces los sacudió tan violentamente que Magda pudo oír los huesos y cartílagos de sus cuellos tronar, romperse, crujir y astillarse. En ese momento los arrojó a un rincón oscuro y de inmediato desapareció tras ellos.

Luchando contra el dolor y la debilidad, Magda rodó y luchó hasta colocarse sobre las manos y las rodillas. Todavía no era capaz de ponerse en pie. Le tomaría unos cuantos minutos más antes de que las piernas la sostuvieran.

Entonces llegó un sonido, un ruido ambicioso de absorbencia sibilante que la hizo desear vomitar. La puso en pie y después de apoyarse contra la pared durante un instante, la impulsó fuera, hacia la luz del corredor.

¡Tenía que salir! Su padre fue olvidado en la estela de indescriptible horror que estaba teniendo lugar en el cuarto a sus espaldas. El corredor osciló mientras ella se tambaleaba hacia la pared destrozada, pero se aferró a su conciencia con determinación. Llegó a la abertura sin caer y, mientras la atravesaba, captó un movimiento con el rabillo del ojo.

Molasar avanzaba con su largo y decidido paso, llevándolo rápida y graciosamente más cerca de ella, con la capa flotando tras él, los ojos brillantes y los labios y mentón manchados de sangre.

BOOK: La fortaleza
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