Read Las Brigadas Fantasma Online

Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (2 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
9.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Muy bien —dijo Cainen. Le hizo un gesto a Sharan para que lo acompañara.

—Ella no —dijo Aten Randt—. Sólo usted.

Cainen se detuvo.

—Es mi ayudante. La necesito.

La base se estremeció con otro bombardeo. Cainen notó cómo chocaba contra una pared y se desplomó en el suelo. Al caer, advirtió que ni Aten Randt ni el otro soldado eneshano se habían movido ni un centímetro de su posición.

—Este no es el momento adecuado para debatir el tema, administrador —dijo Aten Randt. El plano efecto del aparato traductor dio al comentario un deje sardónico no pretendido.

Cainen empezó a protestar de nuevo, pero Sharan le agarró suavemente por el brazo.

—Cainen. Tiene razón —dijo ella—. Tienes que salir de aquí. Ya es bastante malo que cualquiera de nosotros esté aquí. Pero si te encontraran a ti sería malísimo.

—No te dejaré aquí.

—Cainen —dijo Sharan, y señaló a Aten Randt, que estaba allí de pie, impasible—. Es uno de los oficiales de más alto rango que hay. Nos atacan. No van a enviar a alguien como él a una misión trivial. Y de todas formas, éste no es momento para discutir. Así que ve. Encontraré el camino de vuelta a los barracones. Llevamos aquí bastante tiempo, ¿sabes? Me acordaré del camino.

Cainen contempló a Sharan durante un minuto y entonces señaló, más allá de Aten Randt, al otro soldado eneshano.

—Tú —dijo—. Escóltala de vuelta a sus barracones.

—Lo necesito a mí lado, administrador —dijo Aten Randt.

—Puede encargarse de mí usted solo —dijo Cainen—. Y si él no la escolta, la escoltaré yo.

Aten Randt cubrió su aparato traductor e hizo un gesto al soldado para que se acercase. Se inclinaron y cloquearon entre sí en voz baja…, cosa que no importaba demasiado, puesto que Cainen no entendía el idioma eneshano. Los dos se separaron y el soldado se situó junto a Sharan.

—La llevará a los barracones —dijo Aten Randt—. Pero no habrá más discusiones por su parte. Ya hemos desperdiciado demasiado tiempo. Ahora venga conmigo, administrador.

Agarró a Cainen por el brazo y tiró de él hacia la puerta que daba a las escaleras. Cainen miró hacia atrás para ver a Sharan contemplando temerosa al inmenso soldado eneshano. Esta última imagen de su ayudante y amante desapareció cuando Aten Randt lo empujó por la puerta.

—Eso ha dolido —dijo Cainen.

—Silencio —ordenó Aten Randt, y empujó a Cainen hacia las escaleras.

Empezaron a subir. Los apéndices inferiores del eneshano, sorprendentemente cortos y delicados, marcaban el propio ritmo de Cainen escaleras arriba.

—Hemos tardado demasiado en localizarlo y demasiado en ponernos en marcha. ¿Por qué no estaba en sus barracones?

—Estábamos terminando un trabajo —respondió Cainen—. No es que tengamos muchas más cosas que hacer por aquí. ¿Adónde vamos ahora?

—Arriba —dijo Aten Randt—. Tenemos que llegar a un servicio de monorrail subterráneo.

Cainen se detuvo un instante y miró a Aten Randt, quien a pesar de estar varios escalones por debajo de él tenía casi la misma altura.

—Esto conduce a los cultivos hidropónicos —dijo Cainen. Sharan, Cainen y otros miembros de su personal visitaban de vez en cuando la inmensa cala hidropónica de la base para dirigirse a los huertos; la superficie del planeta no era exactamente acogedora, a menos que la hipotermia fuera algo que te gustase. La cala hidropónica era el lugar más parecido al exterior en el que podían estar.

—Los cultivos hidropónicos se encuentran en una cueva natural —dijo Aten Randt, empujando a Cainen para que volviera a ponerse en movimiento—. Un río subterráneo corre por debajo, en una zona sellada. Desemboca en un lago subterráneo. Allí hay un pequeño módulo de supervivencia oculto que podrá albergarlo.

—Nunca me lo habían dicho antes —se quejó Cainen.

—No esperábamos que fuera necesario decírselo —contestó Aten Randt.

—¿Voy a nadar hasta allí? —preguntó Cainen.

—Hay un pequeño sumergible. Será estrecho, incluso para usted. Pero ya ha sido programado con el emplazamiento del módulo.

—¿Y cuánto tiempo voy a quedarme allí?

—Esperemos que muy poco —dijo Aten Randt—. Porque la alternativa sería muchísimo. Dos tramos más, administrador.

Los dos se detuvieron ante la puerta dos pisos más arriba, mientras Cainen trataba de recuperar el aliento y Aten Randt hacía chasquear las piezas de su boca por el comunicador. El ruido de la batalla varias plantas por encima se filtraba a través de la piedra del suelo y el hormigón de las paredes.

—Han llegado a la base pero ahora los estamos conteniendo en la superficie —le dijo Aten Randt a Cainen, bajando su comunicador—. No han alcanzado este nivel. Tal vez consigamos ponerlo a salvo. Sígame de cerca, administrador. No se quede atrás. ¿Me comprende?

—Le comprendo.

—Entonces en marcha —dijo Aten Randt. Enfundó su impresionante arma, abrió la puerta y entró en el pasillo. Cuando Aten Randt empezaba a moverse, Cainen vio que los apéndices inferiores del eneshano se extendían y una articulación adicional emergía del interior de su caparazón. Era un mecanismo de aceleración que daba a los eneshanos una velocidad y una agilidad terribles en situaciones de combate, y que a Cainen le recordaba a los bichos de su infancia. Reprimió un escalofrío de aprensión y corrió para alcanzarlo, tropezando más de una vez en el pasillo cubierto de residuos, mientras se dirigía demasiado lentamente a la pequeña estación de monorraíl al otro lado del nivel.

Cainen llegó jadeando mientras Aten Randt examinaba los controles del pequeño aparato, cuyo compartimento de pasajeros quedaba al aire. Ya había desconectado el motor de los vagones posteriores.

—Le dije que no se quedara atrás —dijo Aten Randt.

—Algunos de nosotros somos viejos, y no podemos doblar la longitud de nuestras piernas —respondió Cainen, y señaló la máquina—. ¿Me subo?

—Deberíamos caminar —dijo Aten Randt, y las piernas de Cainen empezaron a sentir calambres anticipadamente—. Pero no creo que pueda usted mantener el ritmo todo el trayecto, y se nos acaba el tiempo. Tendremos que arriesgarnos a usar esto. Suba.

Agradecido, Cainen subió al compartimento de pasajeros, que era espacioso, construido para dos eneshanos. Aten Randt puso la máquina a toda velocidad (unas dos veces el ritmo de carrera de un eneshano, cosa que parecía incómodamente rápida en un túnel tan estrecho) y luego se dio la vuelta y alzó de nuevo su arma, escrutando el túnel tras ellos en busca de objetivos.

—¿Qué me pasará si la base cae? —preguntó Cainen.

—Estará a salvo en el módulo de supervivencia.

—Sí, pero si la base cae, ¿quién vendrá a por mí? —preguntó Cainen—. No puedo quedarme en el módulo eternamente, y no sabré cómo regresar. No importa lo bien preparado que esté ese módulo suyo, tarde o temprano se quedará sin suministros. Por no mencionar el aire.

—El módulo tiene capacidad para extraer oxígeno disuelto del agua —dijo Aten Randt—. No se asfixiará.

—Maravilloso. Pero sigue quedando el problema del hambre —dijo Cainen.

—El lago tiene una salida… —empezó a decir Aten Randt, y hasta ahí llegó antes de que la máquina descarrilara con una súbita sacudida. El rugido del túnel al desplomarse ahogó todos los demás sonidos; Cainen y Aten Randt se encontraron brevemente en el aire al ser expulsados súbitamente del compartimento de pasajeros del monorraíl hacia la polvorienta oscuridad.

Tras un lapso de tiempo indeterminado, Cainen fue despertado por Aten Randt.

—Despierte, administrador.

—No puedo ver nada —dijo Cainen.

Aten Randt respondió encendiendo la linterna adjunta a su arma.

—Gracias.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Aten Randt.

—Estoy bien —dijo Cainen—. Si es posible, me gustaría pasar el resto del día sin volver a chocar contra el suelo.

Aten Randt asintió y apartó la luz, para contemplar las rocas caídas que les habían cerrado el paso. Cainen empezó a levantarse, y resbaló un poco entre los escombros.

Aten Randt volvió el rayo de luz hacia Cainen.

—Quédese aquí, administrador —dijo—. Estará más seguro.

Dirigió la luz hacia los raíles.

—Puede que todavía tengan corriente.

Desvió otra vez el rayo de luz hacia las paredes derruidas de su nuevo habitáculo. Por accidente o por designio, el bombardeo que había alcanzado las vías había encerrado a Cainen y Aten Randt; no había ninguna abertura en la pared de escombros. Cainen advirtió que la asfixia se convertía de nuevo en un problema real. Aten Randt continuó examinando su nuevo perímetro y de vez en cuando probaba con su comunicador, que parecía no funcionar. Cainen se sentó y trató de no respirar demasiado profundamente.

Poco después, Aten Randt, que había renunciado a su exploración y los había vuelto a sumir en la oscuridad mientras descansaban, volvió a encender su linterna y la dirigió hacia la pared de escombros más cercana.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cainen.

—Cállese —dijo Aten Randt, y se acercó a la pared, como intentando escuchar algo. Unos momentos más tarde, Cainen lo oyó también: un ruido que podrían haber sido voces, pero no de alguien de allí, ni tampoco de alguien amistoso. Poco después llegaron las explosiones. Quienquiera que estuviese al otro lado de la pared de escombros había decidido entrar.

Aten Randt se apartó de la pared velozmente y corrió hacia Cainen, el arma alzada, cegándolo con la luz.

—Lo siento, administrador —dijo Aten Randt.

Fue entonces cuando Cainen comprendió que las órdenes que Aten Randt tenía para ponerlo a salvo probablemente llegaban hasta allí. Por instinto más que por reflexión Cainen se apartó de la luz; la bala dirigida al centro de su cuerpo le alcanzó el brazo, haciéndolo girar y derribándolo. Cainen se puso de rodillas y vio su sombra extendida ante él mientras el rayo de luz de Aten Randt caía sobre su espalda.

—Espere —dijo Cainen a su sombra—. Por la espalda no. Sé lo que tiene usted que hacer. Pero por la espalda no. Por favor.

Se produjo una pausa, recalcada por los sonidos de los escombros al ser volados.

—Dése la vuelta, administrador —dijo Aten Randt.

Cainen se giró, despacio, rozándose las rodillas con el suelo, las manos metidas en los bolsillos de su bata, como si fueran esposas. Aten Randt se tomó la molestia de elegir bien el blanco mientras apuntaba con su arma al cerebro de Cainen.

—¿Está preparado, administrador? —dijo Aten Randt.

—Lo estoy —contestó Cainen, y le disparó con el arma que llevaba en el bolsillo de la bata, tras apuntar al rayo de luz.

El disparo de Cainen coincidió con un estallido al otro lado de la pared de escombros. Aten Randt no pareció darse cuenta de que le habían alcanzado hasta que la sangre empezó a manar por la herida de su caparazón; a través de la luz, la herida apenas era visible para Cainen, que vio cómo Aten Randt se la buscaba, la observaba durante un momento, y luego volvía a mirar a Cainen, confuso. A esas alturas, Cainen ya había sacado la pistola del bolsillo. Le disparó a Aten Randt tres veces más, vaciando su cargador en el eneshano. Aten Randt saltó levemente hacia delante, impulsándose con sus patas delanteras, y luego cayó hacia atrás; la masa de su corpachón se desplomó en el suelo mientras cada una de sus patas se extendía en diversos ángulos.

—Lo siento —le dijo Cainen al nuevo cadáver.

El espacio se llenó de polvo y luego de luz cuando la pared de escombros se abrió, y unas criaturas que portaban luces en sus armas irrumpieron a través de ella. Una localizó a Cainen y ladró; de repente varios rayos de luz lo apuntaron. Cainen bajó su arma, alzó su brazo bueno en gesto de rendición y se apartó del cuerpo de Aten Randt. Haber matado a Aten Randt para conservar la vida no le serviría de mucho si estos invasores decidían llenarlo de agujeros. A través de los rayos de luz uno de los invasores avanzó, chisporroteó algo en su idioma, y Cainen finalmente logró ver con qué especie estaba tratando.

Su formación como xenobiólogo acudió en su ayuda mientras advertía los detalles del fenotipo de la especie: bilateralmente simétricos y bípedos y, como consecuencia, con miembros diferenciados para los brazos y las piernas; sus rodillas se doblaban al revés. Más o menos del mismo tamaño y constitución, cosa que no era sorprendente ya que gran número de las llamadas especies inteligentes eran bípedas, bilateralmente simétricas y de tamaño más o menos similar en masa y volumen. Era una de las cosas que hacía que las relaciones entre especies en esa parte del universo fueran tan difíciles. Demasiadas especies inteligentes similares y muy poco espacio utilizable para cubrir todas sus necesidades.

«Pero ahora las diferencias emergen», pensó Cainen, mientras la criatura volvía a ladrar: un torso y abdomen más ancho, y una estructura esquelética y una musculatura generalmente más torpe. Pies como muñones, manos como bastones. Diferencias sexuales externas obvias (la criatura que tenía delante era hembra, si recordaba correctamente). Capacidad sensorial limitada, debido a los dos pequeños receptores ópticos y los dos sensores aurales que tenían en vez de las bandas ópticas y aurales que envolvían completamente la cabeza de Cainen. Finas fibras queratinosas en la cabeza en vez de pliegues de piel radiadores de calor. No fue la primera vez que Cainen pensó que la evolución no había sido especialmente generosa con esa especie, físicamente hablando.

Sólo los había hecho agresivos, peligrosos y enormemente difíciles de eliminar de la superficie de un planeta. Un problema, eso.

La criatura que Cainen tenía delante le farfulló algo de nuevo y sacó un objeto corto y de aspecto desagradable. Cainen miró directamente a los sensores ópticos de la criatura.

—Malditos humanos —dijo.

La criatura lo golpeó con el objeto. Cainen sintió una descarga, vio una danza multicolor de luces y cayó al suelo por última vez ese día.

* * *

—¿Recuerda quién soy? —dijo la humana ante la mesa, mientras conducían a Cainen a la habitación. Sus captores le habían proporcionado un taburete que se acomodaba a sus rodillas que se volvían hacia lo que para ellos era atrás. Cuando la humana habló la traducción salió por un altavoz que había en la mesa. El otro único objeto que había en la mesa era una jeringuilla, llena de un fluido claro.

—Es usted la soldado que me dejó inconsciente —dijo Cainen. El altavoz no proporcionó una traducción a sus palabras, sugiriendo que la soldado tenía algún otro aparato traductor en alguna parte.

BOOK: Las Brigadas Fantasma
9.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Little Book of Fantasies by Miranda Heart
The Devil's Advocate by Andrew Neiderman
Wish You Were Here by Nick Webb
Los egipcios by Isaac Asimov