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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

Los guardianes del tiempo (54 page)

BOOK: Los guardianes del tiempo
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En una amplia sala junto al puente, su padre había reunido en sesión conjunta al Comité de los Doce y a los demás comités principales de la Sociedad. También había convocado a su mujer, la reina honoraria, la descendiente directa de los Fundadores por línea femenina. Diana estaba apoyada en la barandilla de proa, contemplando las luces de Ceuta y de Gibraltar. Por una vez, su inseparable gabardina resultaba muy apropiada, ya que estaba lloviznando con una intensidad cada vez mayor. Aunque la hubieran invitado a participar en la reunión no habría entendido nada, ya que apenas había tenido tiempo de comenzar a estudiar la lengua de Aahtl desde su regreso de Bucarest.

Pensó en Silvia y se le saltaron las lágrimas. Después recordó la última conversación que había mantenido con Cristian, poco antes de salir de casa.

—¿Os marcháis de nuevo? —le había preguntado al observar con tristeza que ella y sus padres se preparaban para salir.

—Volveremos seguramente muy tarde, ya de madrugada.

—No importa, Diana, tú despiértame, ¿vale? Tu madre me ha hospedado en la habitación del fondo, la de los
posters

—Claro, ya lo sé. Es mi habitación de toda la vida. Ellos ya saben que estamos juntos. Ya veré si te despierto, llegaré muy cansada. Pero mañana tenemos que hablar mucho. Tengo que contarte muchísimas cosas y empezaremos mañana mismo.

—Mejor, porque yo no sé lo que voy a hacer con el resto de mi vida. Ya no tengo a mi hermana, se puede decir que no tengo a mi país… Lo importante es que te tengo a ti. Bueno, eso espero.

—Ya sabes que sí. Pero también tienes algo más, Cristi.

—¿Qué?

—Veinte millones de dólares, ¿recuerdas? Suficiente para dedicarte toda tu vida a la arqueología, si eso es lo que quieres.

—No sé si debo aceptarlos.

—¡Debes! —le respondió Diana tajantemente, haciendo que Cristian riera por primera vez en muchos días.

—Pues vaya regalo de cumpleaños…

—¿Hoy es tu cumpleaños? No lo sabía, Cris… ¡Ah, por eso te llamaron Cristian! Claro, el 25 de diciembre…

—Bueno, mi padre no era creyente y mi madre tampoco lo es, pero supongo que no se les ocurrió nada mejor. En fin, ¿dónde vais?

—Pues… a Madrid, a una reunión sobre la energía Gravier en la sede del CESID —Diana estaba harta de tener que inventarse historias. "Desde mañana, no más cuentos", se dijo.

El ruido de un helicóptero distrajo a Diana de sus pensamientos. La última comunicación recibida por Mónica desde el islote Perejil le había confirmado la extracción del arcón. Ragnar Sigbjörnsson y el general Zaldívar estaban supervisando el traslado de la Herencia a la bodega de un gran helicóptero de carga, el mismo que ahora se aproximaba ya al
Kogan
. Cuando aterrizó, los Sabios interrumpieron su reunión y salieron a cubierta. Los legionarios al mando del general español transportaron cuidadosamente el arca hasta una gran sala. En el centro de la estancia se colocó el legado de Zalm de Aahtl. El general recordó severamente a los soldados la extrema confidencialidad de la misión que acababan de ejecutar, y el helicóptero despegó con ellos a bordo. En el barco ya sólo quedaban miembros de la Sociedad, incluida la única que aún no había sido iniciada formalmente. El capitán del
Kogan
ordenó poner rumbo al Atlántico, a toda máquina.

Al entrar, Diana comprendió que todas aquellas personas, incluidos sus padres, estaban viviendo el momento más intenso de sus vidas. Habían formado dos círculos concéntricos en torno a la Herencia. El primero lo formaba el Comité de los Doce, y Carlos Román estaba frente al centro del arcón, en cuya cara superior aún se veía el símbolo de Aahtl. El segundo círculo lo formaban los restantes Sabios convocados para la ocasión: los miembros de los comités y la reducida tripulación del
Kogan
. En el centro, junto al arcón, estaba la reina. A Leonor Muñoz le temblaba la mano con la que sujetaba la llave. Diana atravesó los dos círculos y se acercó hasta ella. Algunos de los Sabios presentes cruzaron las manos sobre el pecho e inclinaron la cabeza ante ellas. Tras entregarle la llave a su hija, Leonor se sentó en una silla junto al arca, sin atreverse siquiera a tocarla, y alguien le entregó el viejo libro de actas en el que se recogía únicamente los hitos más importantes en la historia de la Sociedad. Leonor, con los ojos húmedos, escribió unas frases y rubricó el documento.

A un gesto de Carlos Román, los Sabios se cogieron de las manos. La reina se situó entre él y su amiga Margarida, incorporándose al primer círculo. El presidente comenzó a hablar en lengua de Aahtl.

—A bordo del
Kogan
; a treinta y seis grados, un minuto y treinta y ocho segundos de latitud Norte y cinco grados, doce minutos y cincuenta y cinco segundos de longitud Oeste; en el vigésimo quinto día del décimo segundo mes del año tres mil trescientos treinta desde la fundación de la Sociedad de los Guardianes del Tiempo, a las diecinueve horas y veinte minutos G.M.T., se procede bajo mi presidencia a la apertura del arcón de la Herencia de Aahtl. Que sólo la razón nos guíe.

Diana miraba a su padre a la espera de una indicación. Cuando terminó de hablar, el presidente inclinó levemente la cabeza y su hija introdujo la extraña llave en el orificio, a rosca. No sucedió nada. Los corazones de los Sabios latían a toda velocidad. Treinta y tres siglos eran mucho tiempo. Podía haberse desencadenado por error el sistema de autodestrucción de los contenidos. O podía haberse estropeado solamente el mecanismo de apertura, y forzarlo podía ser fatal si se provocaba la autodestrucción. Diana sacó la llave y la introdujo de nuevo, sin resultado. La extrajo y cruzó una mirada de preocupación con su padre. Entonces se le cayó la llave al suelo. Cuando la recogió se dio cuenta de que se había doblado un poco la empuñadura. Observó más detenidamente la llave y comprendió que en realidad una parte de la espiral quedaba dentro de la empuñadura, y que ésta era corrediza aunque estaba muy fija por la corrosión sufrida durante milenios. Con todas sus fuerzas giró la empuñadura hasta dejar descubierta la totalidad de la espiral, y la introdujo en el orificio hasta el final. Nada. Repitió la operación apretando con todas sus fuerzas y mantuvo en aquella posición la llave, sin atreverse a mirar a los Sabios.

Entonces se rompió el segundo círculo. Martin Wallace se acercó hasta Diana y cruzó unas palabras con Carlos en lengua de Aahtl. Después salió corriendo y regresó enseguida con un objeto en la mano. Era el collar del que siempre había colgado la llave. Martin lo había dejado junto a la tablilla, sin darlo importancia. Diana le entregó la llave y Wallace la colocó nuevamente en el collar de extrañas piedras azules. Fuera por el efecto de éstas o porque el mecanismo por fin reaccionó, esta vez Diana sintió un leve chasquido. Acercó el oído al orificio sin soltar la llave, y tocó aquella increíble superficie metálica de color azul oscuro, que en nueve milenios no había sufrido ni un solo rasguño, ni una leve abolladura. Notó un ligero calor al tacto, y después una vibración muy tenue. El mecanismo estaba funcionando.

Los Sabios seguían cogidos de las manos sin decir una palabra. Los minutos pasaban y Diana no se atrevía a soltar la llave, temiendo que el más pequeño movimiento detuviera el proceso. Fueron los minutos más largos para todos, pero finalmente se produjo el milagro. Ante los ojos de los presentes, en la superficie aparentemente lisa del metal se practicó una levísima ranura, casi inapreciable. Un último chasquido puso fin al proceso. Diana tiró de la tapa recién "creada" y ésta se levantó. Todos se acercaron al arcón con preocupación. Lo primero que vieron fue un viejo pergamino con caracteres de la lengua de Aahtl, pero escrito varios miles de años después de que desapareciera aquella civilización. Era la carta que Zalmoxis y Nefertiti dirigían a sus sucesores, a aquellos Sabios "llamados a recuperar la Herencia y salvar a la humanidad".

La reina fue la primera en tomar uno de los libros de Aahtl. Era un simple libro de texto, un tratado de biología. Su estado de conservación era casi idéntico al que había tenido en tiempos de Zalmoxis. La inagotable energía Gravier había mantenido operativo el mecanismo de protección de los contenidos. Allí estaba toda la Herencia. Ragnar Sigbjórnsson cogió una de las extrañas cajas de metal. Igual que la propia Ana cuando estaba cerrada con llave, no presentaba en apariencia ninguna ranura por donde abrirla. Dentro había objetos sueltos que sonaban al moverse. "Seguro que en los libros y documentos de Zalm está la manera de abrir esto", se dijo el islandés. Todos estaban seguros de que en las cajas habría algún dispositivo de almacenamiento informático capaz de contener miles o millones de páginas de información. Sólo esperaban que el meticuloso Zalm hubiera dejado instrucciones precisas para recuperar esos datos.

Margarida estaba repasando los títulos de los libros y de pronto dio con uno especialmente importante:
La Amenaza. Cálculos definitivos de ciclo y trayectoria
. Era un informe oficial emitido apenas unos días antes de desencadenarse la epidemia. Los tres astrónomos presentes enseguida se concentraron ávidamente en torno al hallazgo, pero el presidente tomó la palabra para poner orden. Todos los contenidos debían guardarse nuevamente en el arca, y ésta debía cerrarse de nuevo. Una vez alcanzadas las coordenadas definitivas, el
Kogan
permanecería inmóvil y darían comienzo las tareas de todo tipo: encontrar las instrucciones para abrir las cajas y otros objetos, estudiar todos los libros y cotejar la información astronómica de Aahtl para confirmar la vigencia de la Amenaza. Era fundamental determinar si el planetoide realmente continuaba en una órbita de colisión con la Tierra, aunque las probabilidades de que hubiera alterado su rumbo por el camino o se hubiera estrellado contra otro astro eran muy escasas. Y por supuesto había que prepararse para hacerle frente.

Carlos Román era el primer interesado en consultar los libros de física de Aahtl. El científico asturiano llevaba más de dos décadas trabajando en el medio de producir de forma estable antimateria, y la energía Gravier descubierta en Aahtl era un paso de gigante. Siempre había apostado por esa línea de investigación por creer que el dominio de esa técnica representaba la única arma capaz de eliminar el planetoide mucho antes de que colisionara con la Tierra. Por eso la Sociedad, con su habitual discreción, había impulsado financieramente el CERN de Ginebra y su acelerador de partículas, así como otros proyectos similares en el resto del mundo.

Pero Carlos también tenía otros planes para la Sociedad. La evolución de la especie había desencadenado nuevas amenazas tan temibles como aquel gigantesco cuerpo celeste. La bomba demográfica podía terminar con la especie humana mucho antes de 2109. La carrera armamentística era otra amenaza implacable, y la inminente descomposición del bloque comunista podía dejar armas nucleares y bacteriológicas en manos de cualquier desaprensivo. La destrucción acelerada del medio ambiente amenazaba con diezmar a la población y provocar guerras por los recursos más elementales. La pobreza extrema de amplias zonas del planeta, desatada por regímenes sin escrúpulos que habían falseado el capitalismo sustituyéndolo por un feroz mercantilismo, amenazaba con generar tarde o temprano una involución ideológica que volviera a proponer sistemas colectivistas de planificación centralizada, ya fueran de izquierdas, de derechas o de tipo religioso. De poco valía que en ese final de 1989 se estuviera hundiendo el imperio soviético: la capacidad humana para diseñar sistemas "perfectos" sacrificando la libertad bahía sido probada con trágica reiteración, recordó el presidente. Como hiciera Zalmoxis más de tres mil años atrás, Carlos Román comprendió que había llegado el momento de refundar la Sociedad. Margarida tenía razón. En las próximas décadas los Guardianes del Tiempo tendrían que ser mucho más activos en sus dos causas indisociables: la supervivencia humana y la libertad individual.

Por seguridad, la Herencia no se iba a llevar a Londres, ante el descubrimiento de la sede por parte de la Orden del Orden. El
Kogan
se mantendría en aguas internacionales cercanas a la costa británica, y un equipo de expertos de la Sociedad se instalaría a bordo. Los demás Sabios irían visitando por turnos el barco para consultar de forma directa los documentos relacionados con sus respectivas áreas de trabajo. El Comité de los Doce convocó con carácter extraordinario y urgente una sesión plenaria de la Sociedad para el jueves 8 de febrero de 1990, en Sydney. A Margarida se le encargó preparar el anteproyecto de un largo y complejo plan de acción que llevaría a la Sociedad a salir a la luz paulatinamente, dosificando la publicación de la Herencia y de su propio patrimonio histórico. En particular, se iba a mantener ocultos durante cincuenta años todos los documentos relacionados con las religiones. El plan incluiría también la comunicación discreta de la Amenaza a algunos gobiernos y a otros interlocutores seleccionados, una vez que los astrónomos de la Sociedad hubieran confirmado los cálculos realizados en Aahtl.

Una hora después, varios helicópteros transportaron a los Sabios, excepto a Carlos, Ragnar y Martin, que se quedaron a bordo junto a la tripulación y un equipo de seguridad. Carlos quería pasar esa noche a bordo. Desembarcaría al día siguiente en Lisboa. El barco llegaría unos días después a la posición asignada, cerca de Cornualles. Diana y su madre, junto a Mónica, fueron en helicóptero hasta el aeropuerto de Tánger, donde les esperaba el Cessna de la Sociedad. A bordo estaba Miguel.

—Buenas noches, princesa —le dijo a Diana, cruzando ceremoniosamente las manos sobre el pecho e inclinando la cabeza ante ella. A continuación le dirigió unas palabras a Mónica y Leonor en lengua de Aahtl.

Diana no daba crédito, pero enseguida ató cabos. En el accidente de Mónica habían muerto su marido, el tío Nicolás, y la prima de Diana, Laura. Pero Diana recordaba vagamente que Mónica también había tenido un hijo. Los tres la miraban con una expresión muy divertida. Miguel se dirigió a ella en español:

—¿No creerías que lo de "princesa" era para ligar contigo, verdad, prima? Perdón, quiero decir "Alteza".

—¿Otra vez? Pero, ¿no habíamos quedado en que ya no habría más secretos? —preguntó Diana mirando a su madre y a su tía Mónica.

—¡Y qué sería de nosotros sin secretos! —dijo la responsable del CESID, sonriendo a su sobrina—. Los secretos son la base de nuestra profesión, Diana.

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