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Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (28 page)

BOOK: Los mundos perdidos
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En años posteriores, con el progreso de las exploraciones, más de uno de los derrelictos tempranos ha sido descubierto, siguiendo una órbita solitaria; y los restos de otros han sido encontrados sobre costas extraplanetarias. Ocasionalmente, no a menudo, ha sido posible reconstruir los detalles del desastre remoto y solitario. A veces, en medio de un casco fundido y retorcido, un diario de a bordo se ha conservado intacto. Entre otros, está el caso del Selenita, el primer cohete en aventurarse en la zona de los asteroides.

En el momento de su desaparición, hace cincuenta años, en 1.980, se habían efectuado una docena de viajes a Marte, se había establecido una base de cohetes en Syrtis Major, con una pequeña colonia permanente de terrícolas, todos los cuales eran científicos por su formación además de hombres de una resistencia física y un vigor fuera de lo común.

Los efectos del clima marciano y la completa alienación de las circunstancias familiares, como podría haberse esperado, fueron extremadamente agotadores y hasta desastrosos. Había una lucha continua contra bacterias pestíferas o mortíferas nuevas para la ciencia, un perpetuo asalto por parte de radiaciones peligrosas procedentes del suelo, el aire y el sol. La gravedad menor también desempeñó su papel, contribuyendo a alteraciones curiosas y profundas del metabolismo. Los peores efectos eran en los nervios y en la mente. Extrañas animosidades irracionales, manías o locuras nunca clasificadas por los especialistas, empezaron a desarrollarse entre el personal de la base de cohetes.

Hubo violentas peleas entre hombres que normalmente se mostraban controlados y cordiales. El grupo, compuesto por quince en total, pronto se dividió en varias camarillas, una contra las otras; y este antagonismo mórbido condujo en ocasiones a auténticas peleas y hasta al derramamiento de sangre.

Una de las camarillas estaba compuesta por tres hombres: Roger Colt, Phil Gershom y Edmond Beverly. Estos tres hombres, aunque unidos de una manera curiosa, se volvieron intolerablemente antisociales hacia el resto. Parecía como si se encontrasen cerca del límite de la locura, y estaban sujetos a auténticas alucinaciones. En cualquier caso, concibieron la idea de que Marte, con sus quince habitantes de la Tierra, estaba por completo superpoblado. Expresando esta idea, de la manera más ofensiva y beligerante, también empezaron a dejar caer pistas sobre su intención de adentrarse aún más en el espacio.

Las pistas no fueron tomadas en serio por el resto, dado que una tripulación de tres no era suficiente como para tripular ni siquiera el más ligero de los cohetes que eran utilizados en aquel momento. Colt, Gershom y Beverly no tuvieron dificultades al robar el Selenita, el más pequeño de las dos naves que repostaban en Syrtis Major. Sus compañeros de colonia fueron despertados un día por el rugido como de cañón de los tubos de ignición, y salieron de sus chozas de hojas de hierro a tiempo de ver partir la nave dejando una estela ardiente en dirección a Júpiter.

No se hizo ningún intento de seguirla; pero el incidente ayudó a calmar a los doce restantes y tranquilizar sus animosidades antinaturales. Se creyó, debido a ciertos comentarios que habían hecho los descontentos, que su destino era Ganímedes o Europa, ambos se creía que poseían una atmósfera capaz de sustentar la vida y la respiración humanas. Parecía dudoso, sin embargo, que pudiesen atravesar el peligroso cinturón de asteroides. Aparte de orientar su curso por entre esos cuerpos innumerablemente desperdigados, el Selenita no tenía ni combustible ni provisiones para un viaje de esta distancia.

Gershom, Colt y Beverly, en su loca prisa para abandonar la compañía de los demás, se habían olvidado de calcular las necesidades reales del viaje que se proponían, y habían pasado por alto por completo sus peligros.

Después de la llamarada de despedida sobre los cielos marcianos, el Selenita no volvió a ser visto; y su destino representó un misterio durante treinta años. Entonces, en la diminuta y remota Phocea, se encontraron sus restos por la expedición Holdane a los asteroides.

Phocea, en el momento de la visita de la expedición, se encontraba en su afelio. Como otros planetoides, se descubrió que poseía una rara atmósfera, demasiado tenue como para ser respirada por los seres humanos. Ambos hemisferios estaban cubiertos con una delgada capa de nieve; y, descansando entre esta nieve, el Selenita fue visto por los exploradores mientras circunvalaban este pequeño mundo.

Se despertó un gran interés, porque la forma del montículo que había quedado parcialmente al descubierto era claramente reconocible y no podía confundirse con las rocas que le rodeaban. Holdane ordenó un aterrizaje, y varios hombres con trajes espaciales procedieron a examinar el pecio. Enseguida lo identificaron como el largo tiempo desaparecido Selenita.

Mirando por una de sus ventanas, de ancho e irrompible neocristal, se encontraron bajo la mirada sin vista de un esqueleto humano, que se había desplomado hacia adelante contra la pared inclinada sobre él. Parecía sonreír con una sardónica bienvenida. El casco de la nave estaba parcialmente enterrado en el suelo pedregoso, y arrugado y hasta un poco derretido, aunque no roto, a causa de su aterrizaje. La escotilla estaba tan completamente atascada y fundida, que resultaba imposible entrar sin hacer uso de un soplete.

Enormes y marchitas plantas criptógamas, con aspecto de parras, que se deshacían al tocarlas, estaban pegadas al casco y a las rocas adyacentes. En la nieve ligera, debajo del ojo de buey vigilado por el esqueleto, descansaban cierto número de cuerpos con caparazón que resultaron ser los de altas formas de insectos, como gigantescos phasmidae. Por la postura y colocación de sus alargados miembros tubulares, más largos que los de un hombre, parecía que habían caminado erectos. Resultaban inimaginablemente grotescos, y su composición, a causa de la gravedad prácticamente inexistente, era fantásticamente porosa e insustancial. Muchos otros cuerpos, de un tipo similar, fueron después encontrados en otras zonas del planetoide, pero no fue descubierto ningún ser vivo. Todas las formas de vida, estaba claro, habían perecido, en el invierno transártico del afelio de Phocea.

Cuando se hubo entrado en el Selenita, el grupo descubrió, gracias a una especie de cuaderno o diario encontrado en el suelo, que el esqueleto era todo lo que quedaba de Edmond Beverly. No había rastro de sus dos compañeros; pero el diario, al examinarlo, demostró contener un registro de su destino además de las aventuras subsiguientes de Beverly, llegando casi hasta el momento de su muerte de una causa sospechosa e inexplicada.

La narración era extraña y trágica. Beverly, según las apariencias, la había ido escribiendo día a día, tras su partida de Syrtis Major, en un esfuerzo para conservar un resto de moral y de coherencia mental entre la negra alienación y la desorientación del infinito. Lo transcribo a continuación, omitiendo tan sólo los pasajes iniciales, que estaban llenos de detalles sin importancia y de animadversiones personales. Las primeras entradas tenían todas fecha, y Beverly había hecho un esfuerzo heroico para medir y llevar la cuenta del tiempo en la noche inmutable del vacío en términos de tiempo terrícola. Pero, después de su aterrizaje desastroso en Phocea, había abandonado esto; y la verdadera extensión temporal medida por sus entradas tan sólo puede ser objeto de conjeturas.

El diario

10 de septiembre. Marte es tan sólo una estrella roja pálida en las ventanas traseras; y, de acuerdo con mis cálculos, pronto nos acercaremos a la órbita del asteroide más próximo. Júpiter y su sistema de lunas se encuentran, aparentemente, tan lejanos como siempre, como boyas en la inalcanzable costa de la eternidad. Incluso más que al principio, siento esa terrible y sofocante ilusión, que acompaña el viaje por el éter, de permanecer completamente estacionario en un vacío estático. Gershom, sin embargo, se queja de alteraciones del equilibrio, con mucho vértigo y una frecuente sensación de caída, como si la nave estuviese cayéndose debajo de él, a través del abismo sin fondo, a una velocidad precipitada. La causa de semejantes síntomas es bastante oscura, dado que los generadores de gravedad artificial están en buen estado de funcionamiento. Ni Colt ni yo hemos sufrido desórdenes semejantes. A mí me parece que una sensación de caída sería casi un alivio de esta sensación de inmovilidad de pesadilla; pero Gershom parece estar gravemente enfermo a causa de ello, y dice que sus alucinaciones se están volviendo cada vez más fuertes, con intervalos cada vez más breves de normalidad; tiene miedo de que se convierta en algo continuo.

11 de septiembre. Colt ha hecho una estimación de nuestras provisiones y de nuestro combustible, y piensa que, con una cuidadosa administración, seremos capaces de alcanzar Europa. He estado revisando sus cálculos, y he encontrado que se muestra excesivamente optimista. De acuerdo con mi estimación, el combustible se acabará cuando nos encontremos a medio camino en el cinturón de asteroides; aunque la comida, el agua y el aire comprimido posiblemente nos durarían la mayor parte de la ruta hasta Europa. Debo ocultar este descubrimiento a los otros. Es demasiado tarde como para dar la vuelta. Me pregunto si todos estuvimos locos, para partir en este viaje errante por la inmensidad estelar sin verdadera preparación ni consideración de las consecuencias. Colt, por lo que parece, ha perdido por completo la capacidad de hacer cálculos matemáticos: sus figuras están llenas de los errores más evidentes.

Gershom es incapaz de dormir, y no es apto ni siquiera para hacer su turno de guardia. La alucinación de caída le obsesiona perpetuamente, y grita de terror, pensando que la nave está a punto de chocar en algún oscuro planeta desconocido al cual estamos siendo atraídos por una fuerza de gravedad irresistible. Comer, beber y moverse le resulta todo muy difícil, y se queja de que ni siquiera puede tomar el aire por completo al inhalar..., que el aire le es arrancado por la caída vertiginosa. Su situación es, sin duda, dolorosa y patética.

12 de septiembre. Gershom está peor..., el bromuro de potasio, e incluso una fuerte dosis de morfina del botiquín del Selenita, no le han aliviado ni le han permitido dormir. Tiene el aspecto de un hombre que se ahoga hasta el punto de la estrangulación. Le cuesta trabajo hablar.

Colt se ha vuelto muy callado y malhumorado, y me gruñe cada vez que me dirijo a él. Creo que el problema de Gershom le ha afectado seriamente los nervios..., como a mí. Pero mi carga es más pesada que la de Colt, porque soy consciente del inevitable fracaso de nuestra alocada y desafortunada exploración. A veces, me gustaría que todo hubiese terminado... Los Infiernos de la mente humana son más extensos que el espacio y más oscuros que la noche entre los mundos..., y cada uno de nosotros tres ha pasado varias eternidades en el Infierno. Nuestro intento de escapar nos ha arrojado a un limbo negro y sin orillas, por el cual estamos condenados a acarrear aún con nuestra propia perdición privada.

Como Gershom, me siento incapaz de dormir. Pero, a diferencia de él, soy atormentado por ilusiones de inmovilidad perpetua. A pesar de mis cálculos diarios, que me confirman nuestro progreso por el espacio, no consigo convencerme de que nos hayamos movido en absoluto. Me parece que estamos suspendidos como el ataúd de Mahoma, alejados de la Tierra e igualmente alejados de las estrellas, en una extensión inconmensurable sin límites ni direcciones. No puedo describir lo terrible del sentimiento.

13 de septiembre. Durante mi guardia, Colt abrió el armario de las medicinas y consiguió inyectarse morfina. Cuando llegó su turno, se encontraba en un estado de estupor y no pude hacer nada para despertarle. Gershom había seguido empeorando de una manera continua y parecía estar soportando un millar de muertes..., así que no había nada que yo pudiese hacer, excepto continuar montando la guardia durante tanto tiempo como fuese capaz. Aseguré los controles, de todos modos, para que la nave continuase en su curso sin guía humana en caso de que yo me quedase dormido.

No sé cuánto tiempo me mantuve despierto..., ni cuánto tiempo dormí. Fui despertado por un extraño silbido, cuya naturaleza y causas fui incapaz de identificar en un primer momento. Miré a mi alrededor y vi que Colt seguía en su hamaca, durmiendo todavía a causa del sopor inducido por las drogas. Entonces me di cuenta de que Gershom había desaparecido, y de que el silbido procedía de la escotilla del aire. La puerta exterior de la escotilla estaba sólidamente cerrada..., pero, evidentemente, alguien había abierto la escotilla exterior, y el sonido estaba siendo producido por el aire que se escapaba. Se volvió más débil y se detuvo, mientras yo escuchaba.

Supe qué era lo que había sucedido... Gershom, incapaz de soportar por más tiempo su extraña alucinación, ¡se había arrojado al espacio desde el Selenita! Dirigiéndome a las ventanas de atrás, vi su cuerpo, con la cara pálida ligeramente hinchada, y ojos abiertos y saltones. Nos estaba siguiendo como un satélite, manteniendo una distancia estable de unos diez o doce pies desde el extremo del casco de la nave. Podría haber salido en un traje espacial para recuperar el cuerpo; pero estaba seguro de que Gershom ya estaba muerto, y el esfuerzo me parecía más que inútil. Dado que no había fugas del aire desde el exterior, ni siquiera intenté cerrar la escotilla.

Espero y rezo por que Gershom se encuentre en paz. Flotará para siempre en el espacio cósmico... y en aquel vacío posterior en el cual no puedes seguir el tormento de la consciencia humana.

15 de septiembre. De alguna manera, nos hemos mantenido dentro de nuestro rumbo, aunque Colt está demasiado desmoralizado y drogado como para ser de mucha ayuda. Le tendré pena cuando nuestra limitada provisión de morfina se acabe.

El cuerpo de Gershom aún nos sigue, sujeto por la débil fuerza del poder gravitacional de la nave. Parece aterrorizar a Colt en sus momentos más lúcidos; y se queja de que nos persigue el fantasma del muerto. Además, también es bastante duro para mí, y me pregunto cuánto será lo que aguanten mis nervios y mi mente. A veces creo que estoy empezando a desarrollar la alucinación que torturaba a Gershom y que le condujo a su muerte. Un terrible mareo me asalta, y temo que empezaré a caerme. Pero, de alguna manera, recupero el equilibrio.

16 de septiembre. Colt ha gastado toda la morfina, y empieza a dar muestras de una intensa depresión y de nerviosismo incontrolable. Su miedo del cadáver que es satélite nuestro parece crecer sobre él como si fuese una obsesión; y no puedo hacer nada para tranquilizarle. Su terror está profundizado por una extraña creencia supersticiosa.

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