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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (31 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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No había tiempo de solicitar evacuación, aunque hubiera una aeroambulancia disponible, lo cual era difícil. Pero había otra forma de salvarlo.

Con la Fuerza.

Sin pararse a reflexionar en lo irónico de la situación, Barriss se arrodilló junto a Ji. Le sacó el dardo, le dio la vuelta y le puso las manos en el pecho. Se le pasó por la cabeza dejar que la parálisis de su sistema nervioso central hiciera el trabajo que ella misma pretendía realizar minutos antes, pero esa tentación pasó. Era una curanderaJedi. Y ante ella había una vida que necesitaba curar.

No había necesidad de más complicaciones.

Barriss Offee cerró los ojos y abrió corazón y mente al poder de la Fuerza.

~

El androide se acercó a Den Dhur cuando este último se dirigía hacia su dormitorio. Era una unidad cosechadora estándar, pequeña y carcomida por el clima, pero todavía se movía.

—¿Es usted Den Dhur, señor? —dijo el androide.

—¿Quién quiere saberlo?

Si era posible que un androide pareciera confuso, éste era un ejemplo de ello.

— Traigo un envío para usted, señor.

—¿De parte de quién?

—Del teniente Phow Ji.

Oh, oh. Den contempló el paquete y luego al androide.

—No va a explotar, ¿verdad?

—Es poco probable, señor. El objeto en cuestión es una grabación de holoproyector. No contiene explosivos.

Den asintió.

—Vale —el androide sacó un cajón de su pecho y cogió el dispositivo que, para alivio de Den, era un cubo holocrón estándar y no una bomba.

Al cogerlo, Den dijo:

—¿Ji te dio esto?

—No, señor, no me lo dio; pero me pidió que fuera testigo de sus actividades y que las grabara. Éste es el resultado, que tengo que entregarle.

Den seguía intentando asimilar el concepto de un regalo procedente de PhowJi.

—¿Dijo mi nombre específicamente?

—No dijo su nombre, señor. Sus palabras exactas fueron: "Dale esto a la rata ésa de ojos saltones que se cree el enviado galáctico de los medios de comunicación" —el androide añadió—: Requirió cierta extrapolación por mi parte.

—Ahora sí te creo. Vale. Dale las gracias de mi parte.

—Me temo que eso va a ser imposible, señor. Phow Ji ya no se encuentra entre los vivos.

Ni una manada de morrosables podría haber impedido que Den acudiera a toda prisa a su cubículo para visualizar la grabación. Oscureció la sala, insertó el cubo y activó la unidad de proyección. La imagen tridimensional flotó frente a él.

La escena representaba un pequeño claro en la jungla. Ante los ojos de Den, un androide de combate separatista entraba en el claro, realizaba un escáner de 360 grados y reanudaba la marcha.

Phow Ji entró en el plano al fondo, de espaldas a la cámara. Llevaba un par de láseres enfundados en unas pistoleras bajas. El androide no pareció verlo ni oírlo, pero eso cambió cuando Ji gritó:

—¡Oye, tú, mecánico! ¡Por aquí!

Cuando el androide se giró hacia él.ji desenfundó tan rápido que la imagen no pudo plasmar más que un borrón, y disparó. Los rayos paralelos dieron en el dispositivo sensor visual del androide, cegándolo de inmediato.

Ji corrió hacia la derecha, dando cinco o seis pasos, y se tiró al suelo. El androide disparó con sus cañones láser al punto donde Ji había estado momentos antes.

Ji se puso de rodillas y volvió a disparar al androide, y los rayos, al menos debían de ser seis o siete proyectiles, fueron a parar al resquicio que tenía justo debajo del cuadro de mandos. Den sabía que ése era el punto débil del blindado, pero era una zona tan pequeña que no solía plantear problemas en combate.

Pero aquella vez sí. El androide empezó a echar un humo azul, a escorarse, deteniéndose, gravemente dañado.

Ji saltó y corrió, de nuevo hacia la derecha.

Un trío de mercenarios salissianos salió de entre los árboles llevando rifles láser. El aire se llenó de llamaradas de plasma incandescente.

Ji esquivó, izquierda, derecha y hacia abajo, mientras los rayos enemigos le pasaban rozando. También disparó al correr, una vez, dos, tres, y los tres mercenarios recibieron disparos críticos. Cayeron.

Un súper androide de batalla armado apareció entre los árboles, seguido de dos mercenarios más, pero Ji estuvo encima de ellos antes de que pudieran darse cuenta. Se abalanzó sobre uno de los mercenarios, disparó al otro y disparó tres veces más al androide, que explotó entre fuego y humo, tal y como había hecho antes el otro. Den contempló boquiabierto la escena. Aquello sí que era disparar, una precisión extrema para un arma de mano, sobre todo viniendo de un hombre que corría sobre un terreno irregular y utilizando ambas manos.

Ji enfundó los láseres y se montó sobre el mercenario que quedaba, que seguía vivo e intentando levantarse. Agarró la cabeza del hombre desde atrás y tiró con fuerza hacia un lado. Den pudo oír claramente el crujido del cuello.

Creía que su capacidad de sorpresa había llegado ya al límite, pero entonces se quedó de piedra al ver que dos mercenarios más salían de la jungla, y que Ji sacaba ambos láseres para desarmarlos a base de disparos.

Den jamás había visto algo así, ni siquiera en los holodramas de entretenimiento.

La pequeña imagen en 3D de Ji enfundó las armas de nuevo y corrió para enfrentarse a los sorprendidos salissianos en un combate cuerpo a cuerpo. El primer hombre cayó por un puñetazo en la sien. El segundo se llevó un codazo en la garganta. Entonces, Ji volvió a sacar sus armas, tan rápido que era como si le aparecieran mágicamente en las manos, y disparó hacia la selva, a objetivos que no aparecían en pantalla. Vació el cargador, disparando de un lado a otro a medida que iban apareciendo nuevos enemigos. Cuando no tuvo más munición tiró las inútiles armas al suelo y desapareció en la selva.

Pasó un momento. Entonces, un mercenario entró volando al claro y se precipitó contra una roca de cabeza. De nuevo pudo escucharse el chasquido de las vértebras.

Otro mercenario entró en el plano tambaleándose y cayó al suelo, agarrándose una herida negra y humeante en el pecho.

Ji regresó al claro de espaldas, con un rifle láser en las manos. Disparaba con el automático, regando a sus enemigos ocultos.

Del bosque emergieron más salissianos, disparando rifles y láseres de todo tipo. Un proyectil de lanzacartuchos acertó a Ii en la parte superior de la pierna derecha, abriéndole la ropa y las carnes. La sangre empezó a manar, empapando sus pantalones. Se giró hacia el hombre que le había disparado y le acertó en plena cara.

Otra descarga fue a parar al costado derecho de Ji, vaporizándole la ropa y provocándole espasmos por todo el cuerpo. No fue crítico porque el intenso calor del rayo cauterizó la herida al instante, pero era bastante grave. Ji se giró tranquilo y disparó a su atacante en el pecho.

Entonces, las cosas sí que se pusieron interesantes.

Una gran sombra eclipsó la imagen. Ji alzó la vista y el ángulo de la cámara también se inclinó, para encuadrar una gran nave flotando a unos cincuenta metros de altura. Una docena de soldados separatistas, utilizando retromochilas, aterrizaron en el claro, disparando al mismo tiempo.

Ji disparó a ocho de ellos, saltando, esquivando y rodando mientras los disparos de plasma caían por todas partes a su alrededor. Fue una demostración acrobática al más puro estilo Jedi, pero finalmente los separatistas dieron en el blanco. Phow Ji cayó en una nube de chispeantes proyectiles de láser.

Quedó tumbado en el suelo, herido de muerte. Los soldados que quedaban se acercaron a él cautelosamente.

Al acercarse al moribundo, él sacó una granada térmica del bolsillo y la alzó. Sonrió al soltar la anilla.

Ellos intentaron correr, pero no había escapatoria. La granada hizo arder el claro en una nube de llamaradas y luz que, incluso con los inhibidores automáticos de la cámara, cegó las imágenes 3D. Cuando el resplandor pasó, lo único que quedaba de Phow Ji y sus enemigos era un cráter humeante en el húmedo suelo.

Den se dio cuenta de que estaba sudando; incluso en el ambiente relativamente fresco de su cubículo. Con mano temblorosa, apagó la unidad.

Entonces se dio cuenta de que no estaba solo.

Se dio la vuelta, sobresaltado, y se tranquilizó al ver la figura encapuchada a sus espaldas.

—¿Lo ... lo has visto todo? —preguntó.

—Sí —respondió la padawan—. Phow Ji se aseguró de que yo también recibiera una copia de la grabación.

—¿Qué ... ? ¿Por qué ... ? —Den no pudo terminar la pregunta. Había estado en muchos planetas y había visto mucha violencia, pero jamás había visto nada así.

Barriss Offee guardó silencio tanto rato que Den pensó que no le había oído. Entonces la jedi suspiró.

—Yo le salvé la vida. Esta mañana temprano. Le habían clavado un dardo venenoso, y yo lo curé con el poder de la Fuerza.

Den asintió lentamente.

—Supongo que no te dio las gracias.

—Estaba furioso. Pensé que iba a atacarme ahí mismo. No sé por qué no lo hizo. En lugar de eso se dio la vuelta y se marchó. Yo regresé a la base para hacer lo que estuviera en mi mano por los heridos. Cuando conseguimos estabilizar al último paciente, un androide me dio una copia de esta grabación.

Den sacó el cubo de la ranura y lo miró. Valdría una pequeña fortuna, dada la reputación de héroe que Ji había adquirido recientemente. ¿Era ésa la intención del bunduki? ¿Había querido que Den se beneficiara de aquello, teniendo en cuenta que había sido el periodista quien le había proporcionado aquella reputación, aunque hubiera sido involuntariamente? ¿Quería Phow Ji agradecérselo a su retorcida manera?

—Eso tampoco explica por qué lo hizo. ¿Un hombre que inicia un tiroteo a propósito con un batallón entero? Es de locos. —Era m'nuush —dijo ella.

—¿Disculpa?

—Así lo llaman los wookiees de Kashyyyk. Para los trandoshanos es davjaan inyameet: "la sangre que hierve". Los humanos lo llaman "entrar en barrena". Es un estado de furia suicida, un punto en el que tu vida ya no te importa, y la única cuestión relevante es: "¿A cuántos me puedo llevar por delante?".

—He oído hablar de ello. Entonces, ¿crees que Ji cometió una especie de suicidio ritual?

—Supongo que es una forma de verlo. Con una considerable dosis de genocidio implícita.

Den suspiró. Puso el holocrón en su funda y lo archivó en una estantería de la pared.

—¿Qué vas a hacer con ello? —preguntó Barriss.

—No estoy seguro. Podría sacarle un buen montón de créditos, de eso no hay duda, pero también ayudaría a convertir a Ji en un héroe de guerra. —Ya ti no te gustan los héroes.

—Nunca he dicho eso —respondió Den—. Si se les adoctrina adecuadamente, son geniales para desviar el fuego de aquellos que somos lo suficientemente listos como para saber que somos unos cobardes y unos cínicos.

Barriss sonrió mientras se dirigía hacia la puerta.

—No te preocupes, no compartiré esta información con nadie, Den, pero para tu información te diré que no tienes aura de cínico, ni de cobarde. De hecho, tienes un claro resplandor de héroe.

y diciendo aquello, salió de la pequeña habitación. Den la vio marcharse. —No, por favor —murmuró él—. Todo menos eso.

37

L
a SO estaba especialmente ruidosa incluso prescindiendo de las casi diarias tormentas eléctricas y las explosiones de mortero que parecían ligeramente más cercanas de lo normal. Jos estaba metido en una desagradable disección de entrañas. El soldado de la mesa parecía haber comido en exceso pocas horas antes de ser alcanzado en el estómago por un proyectil que le había perforado el intestino delgado. En ese momento se oyó en el sistema de megafonía una voz nerviosa que hablaba demasiado deprisa:

—Atención, a todo el personal. La Unidad Siete de Cirugía Médica de la República será reubicada a partir de las dieciocho horas. ¡Esto no es un simulacro, repito, no es un simulacro!

—Pon un torniquete ahí, por favor —dijo Jos.

Tolk se apresuró a unir la escisión, tan rápido que estuvo a punto de dejar caer el parche.

—Cálmate, Tolk. ¿Llegas tarde a una cita?

—¿No has oído el anuncio?

—Sí. ¿Y?

—Mira el crono. Son las diecisiete cuarenta y cinco. En quince minutos te quedarás solo en mitad de un pantano vacío bajo la lluvia, con un montón de máquinas de guerra apuntando a tu distraído culo si no coses a este hombre. —¿Tú crees?

Antes de que pudiera responder se escuchó una explosión que estremeció la so. La mesa de operaciones vibró con tal fuerza que el paciente se deslizó hacia un lado.

—¿Pero qué ha sido eso —dijo Jos. Vaetes se asomó por la puerta y dijo:

—Nuestro escudo acaba de recibir el impacto directo de un arma de partículas. El generador principal no funciona. Estamos funcionando con las reservas. No sabemos de dónde han salido, pero tenemos a diez mil metros a todo un batallón de más de ochocientos androides de combate, acercándose por el Desfiladero de Jackhack a buen paso. El suelo está demasiado mojado para que los soldados establezcan una línea de defensa. Eso también servirá para retrasar a los androides, pero es mejor que vayamos cerrando a todos los pacientes y levantemos el campamento, gente. Esta unidad móvil va a hacer honor a su calificativo.

Otra explosión estremeció el edificio como si quisiera puntuar sus palabras, causando un temblor tan fuerte que los orinales se cayeron de las estanterías, provocando un ensordecedor estruendo metálico.

—¿No se supone que deberían estar en la cámara frigorífica? —preguntó Jos—. Parece que nos esforzamos por hacer que nuestros pacientes se sientan incómodos.

A su espalda, Jos oyó a Zan maldiciendo algo en pugali en voz tan baja que no pudo distinguirlo, pero que sonaba realmente cruel.

—Si mi quetarra sufre algún daño, iré personalmente a por Dooku, le quitaré los órganos reproductores y se los daré de comer a los caracoles del pantano.

—Pega a éste y abre un paquete estabilizador —dijo Jos a Tolk—. En cuanto termines coge tus cosas. ¿Dónde está nuestra plataforma?

—En el cuadrante sudeste, junto al generador del escudo de emergencia.

—Vale —alzó la voz—. Bueno, gente, ya habéis oído al coronel. Es hora de cerrar el chiringuito y largarnos de aquí.

Jos salió del campo esterilizador, se quitó los guantes y fue a ver a su personal y a sus pacientes. Existía un procedimiento para mover la unidad, ya que en el ejército había un procedimiento para todo, pero llevaban allí una eternidad, y Jos se había acostumbrado tanto al lugar que casi había olvidado lo que había que hacer.

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