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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

Mentirosa (28 page)

BOOK: Mentirosa
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ANTES

¿La última vez que vi a Zach? Como ya he dicho, no fue en lo alto del ciprés.

Fue el martes anterior al día en que le mataron. Estuve furiosa todo el día. Con él, con mis padres, con la escuela, con el mundo.

Resulta que ese es otro de los síntomas. Uno que los Mayores olvidaron mencionar: la sensación de que todos los nervios de tu cuerpo chirrían al rozar entre sí, la sensación de que todo parece estar del revés y que nunca volverá a funcionar bien. Me pasé todo el día con unas ganas terribles de gritar. Definitivamente, un síntoma de que la transformación estaba próxima, pero al sentirme de aquel modo casi todos los días de mi vida, me pasó por alto.

—¿Quieres que nos veamos el sábado por la noche a última hora? —me preguntó Zach.

Aunque tenía ganas de gritarle de mala gana, le dije:

—No sé.

Y empezó a darme los detalles, el lugar, la hora. Empecé a sentirme aún más furiosa, llena de bilis y veneno por dentro.
No me está escuchando. Le he dicho
«
No sé
»,
no
«
si
»
. Cree que soy tan fácil que estaré dispuesta a hacer todo lo que él quiera
. Antes de poder abrir la boca para decírselo, ya se había ido. No quería que nadie nos viera juntos.

Esa fue la última vez que vi a Zach.

No es muy romántico, ¿verdad? No me quedé para mirarle una última vez, ni le lancé ningún beso.

Corrí hasta la biblioteca, pues era mi hora de estudio. Abrí el libro de texto de biología por la página donde aparecía la foto de un lobo y volví a cerrarlo de golpe.

—¡Micah! —me reprendió Jennifer, la bibliotecaria.

—Lo siento —susurré. Volví a guardar el libro en la mochila y me largué de allí. De la escuela. No podía soportarlo ni un segundo más. Sentía la piel tirante. Me dolía el corazón. Los ojos. Todo el mundo me estaba volviendo loca.

Mientras corría hacia Central Park, la columna vertebral empezó a alargarse. Tropecé, me doblé sobre mí misma, vi mis peludas muñecas asomando por debajo de las mangas de la camiseta y comprendí que había olvidado tomar la píldora. Me encontraba al norte del parque, prácticamente en Harlem. Seguí corriendo en dirección norte con todas mis fuerzas, hacia Inwood. Cuando me adentré en el parque, corría a cuatro patas y tenía cola.

Joder.

Cuando volví a recuperar mi forma humana —desnuda y ensangrentada—, no tenía la menor idea de dónde estaba mi mochila. Me lavé lo mejor que pude en el río y fui en busca de algo de ropa. Tuve suerte de que fuera primera hora de la mañana y de que las calles estuvieran desiertas. También tuve suerte de estar en Inwood, una de las pocas zonas de la ciudad donde aún hay casas con jardín donde la gente tiende la ropa.

Robé unas cuantas prendas, me vestí y después me dirigí al apartamento de Zach. Subí por la escalera de incendios, me colé por la ventana de la cocina —abierta especialmente para mí— y entré en su cuarto.

Pero Zach no estaba.

Me tumbé en la cama para esperarlo. Me quedé dormida. Desperté a las tres de la madrugada y Zach aún no había vuelto. Volví a quedarme dormida.

Cuatro de la madrugada. Mierda. ¿No llegaban sus padres por la mañana? Le llamé al móvil desde su teléfono fijo. No lo cogió. Pensé en dejarle un mensaje, pero me acordé de Sarah y no lo hice.

Volvía a estar en la calle. Corrí descalza por la ciudad hasta llegar a Central Park.

Sí, cuando estaba cerrado. Lo había hecho antes. De la una a las seis de la madrugada. Las mejores horas para correr. Lo había hecho incluso con Zach. Tienes que moverte por los senderos menos transitados, lejos de las patrullas nocturnas. Pensé que Zach podría estar corriendo, y aunque no estuviera allí, necesitaba estirar las piernas, quemar toda la energía contenida. Además, no estaba preparada aún para volver a casa y enfrentarme a mis padres. Nunca había desaparecido antes, y ellos sabrían cuál era el motivo. Estarían… bueno, no quería pensar en cómo estarían.

Y entonces lo encontré. El bulto.

Ahora sé que era él, pero en aquel momento no lo sabía. Ni siquiera imaginé que era un cuerpo. Al menos, no uno humano.

Y mucho menos el cuerpo de Zach.

Primero lo olí. La sangre tiene un olor salado, empalagoso, metálico. Pero no solo olí la sangre; era como si hubiera explotado un retrete. Un hedor penetrante, sofocante, que me revolvió el estómago.

Reduje el ritmo, resbalé —no caí al suelo, solo di un pequeño traspiés —y me detuve.

Había muchísima sangre. Aunque estaba oscuro, había luz suficiente para reconocer la sangre y los fragmentos despedazados de… ¿carne? Nada reconociblemente humano. Nada reconocible. No tenía cara. ¿Cómo puedes reconocer a alguien que no tiene cara?

Sentí unas ganas incontenibles de vomitar. Volví a resbalar cuando me di la vuelta y salí corriendo. Tenía los pies llenos de sangre. Me los limpié en la hierba mientras corría.

Quieres saber por qué no se lo dije a nadie, ¿verdad?

¿Qué podría haber dicho? No sabía si era una persona. No sabía qué era. ¿Restos de comida de un restaurante? No, la sangre era fresca. ¿Los restos de un extraño sacrificio en el que habían matado a un cerdo o una cabra?

Alguien más lo encontraría e informaría durante las horas en las que el parque estaba abierto.

Eso es lo que me dije a mí misma. Además, soy una mentirosa, ¿recuerdas?

Suelo meterme en problemas. Casi siempre por cosas que no he hecho.

No puedo esperar que la gente me crea. Soy la chica que grita: ¡El lobo!

Mis padres no me hubieran creído. O hubieran pensado que fui yo.

La poli sí me hubiera creído.

Habrían querido saber qué hacía allí. Encontré el cuerpo sobre las cuatro y media de la madrugada. La sangre olía a fresca. Me preguntarían sobre eso. Significaba que no hacía mucho tiempo que había muerto. Podría haber ayudado en la investigación.

Querrían saber qué hacía en el parque a aquellas horas. Cómo había encontrado el cuerpo. Yo, que conocía a la víctima. Su novia secreta. ¡Menuda coincidencia! Sospecharían de mí.

Nada de lo que dijera les convencería de lo contrario.

Pero tú te refieres a
después
, ¿verdad? ¿Por qué no informé cuando me enteré de que Zach había muerto y comprendí qué había visto en el parque?

Pero no lo comprendí. No supe que era él hasta que Tayshawn me habló de los perros. Cuando ya era demasiado tarde. Cuando la policía ya tenía el informe de la autopsia.

Nunca se me pasó por la cabeza que aquel fardo ensangrentado pudiera ser una persona.

Que pudiera ser Zach

HISTORIA PERSONAL

¿Te estás preguntando por qué no reconocí su olor? ¿Por qué no supe que era Zach? Te he dicho que olí la sangre y que me di cuenta de que era muy fresca. Entonces, ¿por qué no supe que era el cuerpo de Zach?

Tienes razón. Soy un lobo. Mi sentido del olfato es excelente. Incluso cuando soy humana.

Pero no cuando acabo de transformarme. Las conexiones aún no se han asentado. Están descolocadas. A veces oigo con los dedos. Huelo con las orejas. Y otras cosas aún más extrañas. Tardo horas, a veces un día entero, en recuperar la normalidad.

Aquel día acababa de transformarme. Tenía lo básico: sangre, entrañas. Pero poco más.

Y el recuerdo del olor no quedó grabado en mi cerebro. (Gracias a Dios).

Por eso no lo reconocí.

DESPUÉS

—¿Que te hice algo? ¿Qué quieres decir? —le grito al chico blanco al aproximarnos a la falda de la colina. Seguimos corriendo. No sé por qué no me enfrento a él, por qué no le inmovilizo en el suelo, lo arrastro hasta mi apartamento.
¿Veis
?
Él es el asesino, no yo.

—Eres como yo —dice el chico. Tiene un acento extraño. No de Nueva York. O tal vez es un defecto del habla. Sea lo que sea, no habla bien—. Somos iguales.

Siento el impulso de decirle: no, yo no apesto. Pero tiene razón. Los dos somos lobos. No respira pesadamente, como Zach estaría haciendo ahora mismo. Aunque su zancada es algo corta y mueve demasiado los brazos, mantiene el ritmo sin dificultad.

—Me pasó después de verte. Cuando corrías como yo. Me hiciste algo mágico. Me convertiste en un animal.

¿No sabe lo que es?

—Me dolió. Tu magia es muy dolorosa. ¿Por qué lo hiciste? Podrías haberme avisado.

¿Qué puedo decirle? Me concentro en el movimiento de mis brazos, en mantener los hombros bajos y las rodillas altas.

Me duele la cabeza. ¿Y su familia? ¿Por qué no le han dicho lo que es?

—¿Por qué lo hiciste? —pregunta.

—No fui yo —digo—. El lobo ya estaba dentro de ti. Tus padres tendrían que habértelo dicho.

—No tengo padres —dice—. ¿Lobo? ¿Me convertiste en un lobo con tu magia? Vaya, pensaba que era un oso.

—Yo no te lo hice. Y la magia no tiene nada que ver en esto. —¿No tiene padres? ¿Cómo es posible que no tenga padres?—. ¿Y el resto de tu familia? —le pregunto—. ¿Hermanos? ¿Hermanas? ¿Abuelos? ¿Tíos?

—No tengo familia. ¿Me convertiste en un lobo? Me gustan los lovos.

—Lobos —le corrijo.

Veo un coche patrulla a lo lejos. Salto la verja y me adentro en la zona del parque de donde no pueden llegar los vehículos, disfrutando de la sensación de la hierba bajo las suelas de mis deportivas. Es esponjosa, opone más resistencia. El chico me sigue sin aparente dificultad. Suda tan poco como yo. Mejor. No puedo ni imaginar el hedor que desprendería de no ser así.

—Yo no te convertí en nada —repito, aunque sé que no es totalmente cierto—. Naciste así. Es algo que viene con la familia. La mía proviene de una larga estirpe de lobos. Por eso yo también lo soy.

—¿Significa eso que somos de la misma familia?

—Tal vez —digo, aunque espero que no.

—Tú eres negra. No podemos ser de la misma familia.

Suelto un gruñido. Empiezo a pensar que es un poco corto. ¿Cómo puedo explicárselo para que lo entienda?

—¿Cuántos años tienes?

—No lo sé. ¿Trece? Puede que catorce.

—¿Cómo puede ser que no sepas tu edad? —Esto es imposible—. Cuando te transformaste en lobo, mataste a una persona. ¿Lo sabías?

El chico gruñe. No estoy segura de si es un sí o un no.

—Mataste a alguien.

—Sí. A tu chico.

Giro la cabeza para mirarle. Su aspecto es tan asqueroso como su olor. No está simplemente sucio. Su piel es irregular, está llena de manchas, pústulas, salpicada de granos y puntos negros, poros muy profundos. Tiene cicatrices en la frente y debajo del ojo derecho. Tal vez también debajo del izquierdo, pero solo puedo verlo de perfil. Tiene tantos dientes, y están tan torcidos, que amenazan con apoderarse de toda su boca. Son de color verde.

—Me dolía el estómago —continúa—. Estaba enfadado y hambriento. Primero le olí. Le conocía porque siempre estaba contigo. Te he estado siguiendo. Me lo comí —dice. Le gotea mucosidad del orificio izquierdo de la nariz—. No sabía que podía hacerlo hasta que lo hice.

Me detengo en seco y doy un bandazo. Le golpeo en la cara con el puño cerrado, con todas mis fuerzas.

—Auu, joder.

El chico se desploma sobre la hierba. Le pateo con fuerza las costillas, una y otra y otra más. No emite sonido alguno. Como si le hubieran golpeado antes y supiera cómo contener los gritos. Dejo de pegarle.

—Joder.

Me mira con expresión dolida pero no parece sorprendido. Su ojo izquierdo empieza a amoratarse. No tardará mucho en ponerse negro. No sé qué esperaba de mí pero, evidentemente, esto no. Me paseo delante de él con los puños apretados.

—Mataste a mi novio. ¿Qué pensabas que haría? ¿Darte un beso?

El chico no responde. Se encoje un poco más, preparándose para recibir más golpes. Me estremezco.

—Vives en la calle, ¿verdad?

Es un vagabundo. Un chico de la calle. Es pobre. Más pobre que pobre. No tiene nada. Más pobre que yo, más de lo que soy yo respecto a Sarah. No tiene familia. No creo que haya ido nunca a la escuela. O si ha ido, de eso hace muchísimo tiempo. No sabía que era un lobo hasta que olvidé tomarme la píldora.

Es culpa mía.

—Te odio —le digo—. Mataste a Zach y jamás te lo perdonaré. ¿Por qué no comiste una puta ardilla? ¿O un gato o un perro? Por Dios, incluso un turista habría sido mejor. ¿Por qué tuviste que matar a Zach?

—Olía muy bien.

No más violencia, me digo a mi misma. Los Mayores se ocuparán de él. Solo tengo que llevarlo hasta la granja. Pero el chico blanco no lo sabía. No sabía nada. Aún no sabe nada. ¿Cómo puedo llevarlo a que lo sacrifiquen?

Joder.

Mató a Zach. Sabía que Zach era humano y le mató. Este chico no tiene moral. Volverá a matar. En la granja podrá recibir una muerte digna.

¿Qué valor tiene ahora su vida? Sin casa, sin familia, sin amigos, sin nada.

—No quería hacerlo —dice el chico—. Si hubiese sabido que te pondrías así, no lo habría hecho.

Creo que voy a gritar. Camino más deprisa.

—¿Puedes volver a transformarme? —pregunta—. Me gustaría ser otra vez un lobo.

Aprieto el puño con más fuerza. No volveré a pegarle.

—¿Qué te gustó más? —No puedo evitar preguntárselo—. ¿Matar a mi novio o comértelo?

Agacha la cabeza. No responde.

Si le llevo a casa, mis padres sabrán qué hacer. Verán que yo no maté a Zach. Me permitirán quedarme aquí. Dejarán de mirarme como si fuera más bestia que humana.

El chico blanco está tan abatido, tan desesperado que hará lo que le diga.

—Voy a llevarte a un sitio —le digo.

—No —dice con firmeza—. Estás cabreada conmigo.

—Es un lugar seguro —le digo.

—¿Dónde? —Me mira con recelo.

—Al norte del estado. Allí podrás ser un lobo una vez al mes.

—¿Me lo prometes?

Asiento.

—Allí viven otros lobos. Mis parientes. Te gustará. —¿Te gustan los lobos? —pregunta. —Sí.

—Bien —dice, y se pone de pie—. Me gusta ser un lobo. Es mejor.

La muerte es mejor que lo que tiene ahora.

DESPUÉS

Cuando empujo al chico blanco al interior del apartamento y cierro la puerta a mi espalda, está amaneciendo. Le obligo a avanzar más allá de los zapatos y abrigos, hasta la cocina. Sin fuerzas, se desploma en el suelo y me mira fijamente.

—Esto no es… —empieza a decir.

—¿Micah? —grita papá desde el dormitorio, antes de unirse a nosotros en la cocina. Mamá viene detrás de él—. ¿Dónde has estado? ¿Quién es este?

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