Misterio de los anónimos (6 page)

BOOK: Misterio de los anónimos
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—¡Eres muy inteligente! —dijo Fatty—. ¡Estás adelantando mucho, Bets! Tal vez sea mejor que tú te encargues de esto, en lugar de Pip.

—Yo también tengo una idea —dijo Pip bastante molesto.

—¿Qué es? —le preguntó Bets.

—Pues... si pongo un pedazo de papel dentro de un sobre y lo envío a nombre de Gladys a nuestra dirección y lo echo al correo, mamá rectificará las señas para remitírselo y yo puedo leerlas cuando deje la carta en el mueble del recibidor para que la echen al correo —explicó Pip.

—Sí, esa es también una idea muy buena —dijo Fatty—. Ni a mí se me hubiera ocurrido otra mejor. Te has ganado el primer puesto de la clase, Pip.

Pip sonrió.

—Bueno... Bets y yo pondremos en práctica nuestras ideas —dijo— y seguro que uno de los dos consigue la dirección de Gladys.

—Aquí tienes un pedazo de papel y un sobre —dijo Fatty—. Pero disfraza tu letra, Pip.

—¿Por qué? —preguntó Pip, sorprendido.

—Pues, dado que tu madre recibe cartas tuyas todas las semanas mientras estás en el internado, es probable que reconociera tu letra y se preguntase por qué diantre escribías a Gladys cuando ya se había ido —dijo Fatty en tono paciente, pero con voz cansada.

—¡Fatty piensa en todo! —exclamó Daisy con admiración.

Pip comprendió en seguida la idea, pero dudaba de saber disimular su caligrafía lo suficiente.

—Trae... déjame a mí. Yo lo haré —se ofreció Fatty, quien al parecer era capaz de disfrazar su letra con la misma facilidad que su persona, o su voz. Cogió el sobre y ante la gran admiración de los niños, escribió el nombre de Gladys y la dirección de Pip con una letra menuda, muy de persona mayor, completamente distinta a la suya.

—Ahí tienes —dijo—. ¡Elemental, mi querido Pip!

—¡Maravilloso, señor Sherlock Holmes! —replicó Pip—. Sinceramente, Fatty, eres una maravilla. ¿Cuántas letras diferentes sabes hacer?

—Todas las que quieras —replicó Fatty—. ¿Quieres ver letra de una pobre asistenta? ¡Aquí la tienes!

Y escribió unas palabras con letra fea y desigual.

—¡Oh, es la misma letra de la señora Cockles! —exclamó Bets entusiasmada—. Algunas veces deja una nota para el lechero... «dos litros», o algo por el estilo... y tiene una letra igual que ésa.

—Ahora escribe como el viejo Ahuyentador —propuso Larry—. ¡Adelante! ¿Cómo escribe «él»?

—Bueno, he visto su letra, así que sé cómo es —dijo Fatty—, pero si no la hubiera visto la sabría igual... deberían encarcelarle por escribir así...

Y escribió una o dos frases con letras grandes y complicadas, todas las letras terminadas en floreos... una escritura descuidada que quería impresionar... sí, muy propia del señor Goon.

—Fatty, siempre estás haciendo algo sorprendente —le dijo Bets con un suspiro—. No hay nada que tú no puedas hacer. Ojalá fuese como tú.

—Sigue siendo como eres. No podrías ser mejor —dijo Fatty dando unas palmaditas en el hombro de la niña, que se alegró mucho. Sentía una gran admiración por Fatty.

—¿No sabéis? Durante el curso pasado, un día quise ensayar una letra nueva con mi profesor de clase —explicó Fatty—. De manera que hice una escritura muy pequeña y cuidada, picuda y algo inclinada hacia atrás... y el viejo Tubbs no quiso creerlo... dijo que alguien me había hecho el ejercicio, y me obligó a hacerlo de nuevo.

—Pobre Fatty —dijo Bets.

—Bien, la siguiente vez que le entregué mi composición estaba escrita con la propia letra del viejo Tubbs —dijo Fatty con una sonrisa—. ¡Caramba, vaya sorpresa que se llevó el buen maestro al ver un ejercicio escrito con su propia letra!

—¿Y qué dijo? —quiso saber Pip.

—Me dijo: «¿Quién te ha hecho el ejercicio esta vez, Trotteville?» Y yo le contesté: «¡Cielo santo, yo diría que «usted»!» —explicó Fatty. Los otros se echaron a reír. Las historias del colegio que contaba Fatty podrían ser o no ser ciertas, pero siempre eran divertidas.

Pip introdujo el pedazo de papel en el sobre escrito por Fatty y lo cerró. Luego puso en él el sello de franqueo que le entregó Fatty.

—¡Ya está! —dijo—. Esta noche, camino de casa, lo echaré al buzón. Alcanzará la recogida de las seis y media y estará en casa mañana por la mañana. Y si entonces no consigo ver la nueva dirección escrita en este sobre es que no me llamo Pip.

—Si tú no te llamas Pip —dijo Bets—, sino Philip.

—¡Muy gracioso! —dijo Pip—. ¡No se me había ocurrido!

—Ahora no os peleéis vosotros —dijo Fatty—. Bueno, de momento hemos hecho todo lo que se podía hacer. Vamos a jugar. Yo os enseñaré un juego nuevo.

Y les enseñó un juego que les hizo gritar y revolcarse de tal manera que la señora Trotteville tuvo que abrir para decirles que si alguno de ellos se había hecho daño que bajara a decírselo, pero que si sólo estaban jugando que hicieran el favor de salir al jardín y colocarse lo más lejos posible.

—Ooooh. Yo no sabía que tu mamá había vuelto —dijo Pip, quien en realidad se había extralimitado—. Qué juego tan terribles es éste, Fatty.

—¡Vaya... si son casi las seis y media! —exclamó Larry—. Si has de ir a echar esa carta, será mejor que te vayas ya, joven Pip. Y cepíllate, por amor de Dios, estás hecho una lástima.

—¡Bah! —replicó Pip recordando la última exclamación del señor Goon. Se cepilló volviéndose a colocar en su sitio el nudo de la corbata—. Vamos, Bets —dijo—. Bueno, hasta la vista... mañana os daremos la dirección de Gladys y entonces podremos ir a verla y examinar nuestra primera pista... ¡la carta «nómina»!

Y echó a correr por la avenida con Bets. Fatty se asomó por la ventana de su habitación y les gritó:

—¡Eh! ¡Eres un detective estupendo! ¡Te olvidas de la carta!

—¡Es verdad! —exclamó Pip volviendo corriendo a buscarla. Fatty se la arrojó por la ventana. Después de cogerla Pip echó a correr de nuevo, y acompañado de Bets llegó al buzón de la esquina a tiempo de alcanzar al cartero que estaba vaciando las cartas de dentro.

—¡Una más! —le gritó Pip—. ¡Gracias, cartero! Vamos, Bets. En cuando lleguemos a casa pondremos en práctica tu idea del libro.

CAPÍTULO VII
PIP Y BETS SUFREN UNA DESILUSIÓN

Tan pronto llegó a casa, Bets corrió a buscar el libro que Gladys le había prestado y en seguida lo encontró. Era un libro antiguo —premio de un colegio—, se titulaba «La Santita». A Bets le había aburrido bastante, pues «La Santita» había sido una niña demasiado buena para ser real. A Bets le gustaba más leer cosas de niños traviesos y llenos de vitalidad.

Envolvió el libro cuidadosamente y luego fue a dar las buenas noches a su madre, que estaba leyendo en el salón.

—¿Vienes a darme las buenas noches, Bets? —le dijo mirando el reloj—. ¿Lo habéis pasado bien en casa de Fatty?

—¡Sí! Hemos jugado a un juego nuevo que él nos ha enseñado —dijo Bets—. Fue muy divertido.

—Supongo que siendo cosa de Federico sería ruidoso y absurdo —replicó su madre—. ¿Qué es eso que llevas ahí, Bets?

—Oh, es un libro que me prestó Gladys, mamá —dijo Bets—. Iba a ir a preguntarle a la señora Luna su dirección para poder enviárselo. ¿Puedes darme un sello, mamá?

—No necesitas pedírselo a la señora Luna —fue la respuesta de su madre—. Yo cuidaré de que llegue a manos de Gladys.

—Oh —exclamó Bets—. Bueno... yo escribiré la dirección, puesto que ya puse el nombre. ¿Qué dirección es, mamá?

—Yo la escribiré —replicó la señora Hilton—. Y ahora no te entretengas más, Bets, que se hace tarde. Sube a acostarte y deja aquí el paquete.

—Oh, déjame que escriba la dirección —dijo la pobre Bets viendo que su maravillosa idea se iba al agua, y no era justo—. Tengo ganas de escribir, mamá.

—¡Entonces será la primera vez en tu vida! —dijo la señora Hilton—. Siempre has dicho que no te gustaba escribir. Vete a la cama ya, Bets.

Y Bets tuvo que marcharse. Dejó el libro encima de la mesa con gran dolor de su corazón, pero tal vez Pip pudiera ver la dirección más tarde si su madre la escribía en el papel.

Pip dijo que estaría al tanto. De todas formas no tenía mayor importancia. Su propia carta llegaría por la mañana y pronto descubrirían la nueva dirección.

Cuando bajó de cenar pulcro y aseado, vio el libro encima de la mesa; leyó el nombre de Gladys... pero allí no estaba todavía la dirección.

—¿Quieres que te escriba la dirección a Gladys, mamá? —le preguntó amablemente—. Es para ahorrarte tiempo.

—¡No comprendo por qué esta noche Bets y tú tenéis tantas ganas de escribir! —dijo la señora Hilton levantando los ojos del libro—. No, Pip. Ahora no quiero molestarme en buscar la dirección y no la sé de memoria. Déjalo.

De manera que tuvo que dejarlo. Pip se animó pensando que su carta llegaría por la mañana. ¡Estaba seguro de que su idea era mejor que la de Bets!

A la mañana siguiente Pip bajó muy temprano para esperar al cartero. Cogió todas las cartas que llegaron y las puso junto al plato de su madre. Entre ellas estaba la suya escrita con la letra de Fatty, disfrazada.

—Hay una carta para Gladys, mamá —dijo Pip a la hora del desayuno—. Tendrás que remitírsela a su casa.

—¡Querido Pip, no es necesario que me lo digas! —exclamó la señora Hilton.

—¿Pusiste la dirección en el paquete? —preguntó Bets, atacando los huevos pasados por agua con gran apetito.

—No. Anoche no la recordaba —dijo la señora Hilton leyendo sus cartas.

—¿Quieres que Pip y yo te llevemos el paquete y las cartas al correo? —preguntó Bets considerándolo una buena idea.

—Si queréis... —respondió la señora Hilton, y Bets le guiñó un ojo a Pip. ¡Ahora la cosa iba a ser muy sencilla! Los dos podrían con toda facilidad ver la dirección deseada.

Después del desayuno llamaron por teléfono a la señora Hilton mientras los niños deambulaban por allí en espera de llevar las cartas. La señora Luna fue quien atendió al teléfono y fue a avisar a la señora Hilton.

—La llaman por teléfono, señora —le dijo.

—¿Quién es? —quiso saber la señora Hilton, y Pip y Bets quedaron muy extrañados al ver que la señora Luna hacía una seña misteriosa a su madre, pero sin decir ningún nombre. No obstante, la señora Hilton pareció comprender perfectamente, pues se puso en pie y fue al teléfono cerrando la puerta tras ella para que los niños no pudieran seguirla sin ser vistos.

—Vaya..., ¿quién estará al teléfono que mamá no quiere que lo sepamos? —dijo Pip, contrariado—. ¿Has visto lo misteriosa que estaba la señora Luna, Bets?

—Sí —respondió Bets—. ¿No podríamos abrir un poco la puerta y escuchar, Pip?

—No —dijo Pip—. No podemos hacerlo, puesto que mamá no quiere que la oigamos.

Su madre regresó al cabo de unos minutos. No dijo quién la había llamado y los niños no se atrevieron a preguntárselo.

—¿Quieres que vayamos ahora a correos? —le dijo al fin Pip—. Estamos dispuestos.

—Sí. Ahí están las cartas —dijo la señora Hilton.

—¿Y mi paquete para Gladys? —preguntó Bets.

—Oh, no hay necesidad de enviarlo ahora... ni su carta tampoco —dijo la señora Hilton—. Alguien va a ir a verla hoy y él se la llevará. Eso nos ahorrará el franqueo del paquete.

—¿Quién va a ir a ver a Gladys? —preguntó Pip—. ¿Podemos ir nosotros también? Me gustaría volver a verla.

—Pues no podéis ir —replicó la señora Hilton—. Y por favor, no empecéis a querer descubrir cosas, Pip, porque, como ya os dije, esto nada tiene que ver con vosotros. Podéis llevar las otras cartas al correo. Si vais ahora alcanzaréis la recogida de las diez.

Pip y Bets se fueron muy contrariados. Bets estaba a punto de llorar.

—Qué mala suerte, Pip —le dijo cuando estuvieron en la calle—, teníamos tan buenas ideas... ¡y no nos han servido de nada!

—Echaremos las cartas y luego iremos a ver a Fatty —dijo Pip, abatido—. Supongo que él pensará que debíamos haberlo hecho mejor. Él siempre cree que hace las cosas a las mil maravillas.

—Bueno, y es verdad —respondió Bets con lealtad—. Deja que «yo» eche las cartas, Pip. Aquí está el buzón.

—Tómalas. ¡Qué niña eres, aún te gusta echar las cartas al buzón! —le dijo Pip. Bets las introdujo en el buzón y luego emprendieron el camino de la casa de Fatty. Le encontraron en casa leyendo una novela policíaca.

—Nuestras ideas no han servido de nada —le anunció Pip, y acto seguido le contó a Fatty lo ocurrido, pero éste se mostró inusitadamente comprensivo.

—Qué mala suerte —les dijo—. Los dos tuvisteis muy buenas ideas, y sólo la mala suerte ha impedido que tuvieran su recompensa. Vaya... ¿Quién irá a ver a Gladys?

—Mamá dijo «él» —prosiguió Pip—. Nos dijo: «Alguien va a ir a verla hoy, y él se lo llevará.»

—Entonces está bien claro —replicó Fatty rápidamente—. ¡«Él» únicamente puede significar una sola persona... y ésa es el viejo Ahuyentador! Bueno, ahora ya sabemos lo que hemos de hacer.

—«Yo» no lo sé —dijo Pip todavía apesadumbrado—. Tú siempre lo sabes todo, Fatty.

—¡Inteligencia, mi querido amigo, inteligencia! —respondió Fatty—. Bueno, escuchad... si es Goon quien va a ir a ver a Gladys sólo tenemos que esperar y seguirle, ¿no es cierto? Supongo que irá en su bicicleta... ¡bien, nosotros podemos ir en las nuestras! ¡Bien sencillo!

Pip y Bets se animaron. La idea de seguir al viejo Ahuyentador les atraía. Tendrían esa diversión y además averiguarían dónde vivía Gladys. Sí, el día les pareció ahora mucho más atrayente.

—Id a decírselo a Larry y a Daisy —les dijo Fatty—. Tendremos que montar guardia para vigilar la casa del viejo Ahuyentador para que sepamos cuándo sale. Voto porque pidamos otra vez a nuestras madres que nos preparen la comida y así tendremos todo el tiempo que queramos y volveremos cuando nos convenga.

—Voy a comprarle unos bombones a Gladys —les dijo Bets—. Me es muy simpática.

—Sería muy buena idea que todos le lleváramos algún regalito —dijo Fatty, pensativo—. Para demostrarle que lo sentimos y que estamos de su parte, así estará muy dispuesta a hablar.

—Bueno, iré a decir a Larry y a Daisy que saquen sus bicicletas y se traigan la comida —dijo Pip—. Será mejor que me dé prisa por si acaso el viejo Ahuyentador piensa ir esta mañana. Bets, será mejor que vuelvas a casa conmigo y cojas tu bicicleta porque los dos la necesitaremos. Luego iremos a casa de Larry y compraremos algunas cosillas para Gladys.

—Yo vigilaré la casa de Goon por si saliera antes de que regresarais —dijo Fatty—. Primero iré a buscar unos bocadillos. ¡Nos veremos en la esquina de la casa de Goon!

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