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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (10 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Con la máxima lentitud que le fue posible para que las teclas no dieran a Shelby otro motivo para odiarla, Luce escribió:

Queridos mamá y papá:

Os echo mucho de menos. Solo os quería escribir unas líneas. La vida en Espada & Cruz va bien.

Se le encogió el corazón mientras se esforzaba por contener los dedos y no escribir: «Por lo que sé, esta semana no ha muerto nadie». En cambio, se obligó a escribir:

Las clases me siguen yendo bien. Puede que me presente para entrar en el equipo de natación.

Luce miró por la ventana y contempló el cielo despejado y estrellado. Tenía que despedirse rápido. De lo contrario, perdería el hilo.

Me pregunto cuándo va a parar de llover… Aunque, bien mirado, es noviembre y esto es Georgia.

Besos,

Luce

Copió el texto para escribir un mensaje a Callie, cambió unas cuantas palabras, desplazó el ratón encima del botón de enviar, cerró los ojos, hizo doble clic y dejó caer la cabeza, abatida. Se sentía muy mal: era una hija falsa y una amiga mentirosa. ¿En qué estaría pensando? Eran los e-mails más insulsos y alarmantes que había escrito nunca. Lo único que lograrían sería preocupar a todo el mundo.

Entonces le rugió el estómago. Y lo volvió a hacer, esta vez con más fuerza. Shelby carraspeó.

Luce se giró en la silla para mirar a la chica, que estaba en la postura del perro cara abajo. Luce notó que las lágrimas le anegaban los ojos.

—Tengo hambre, ¿vale? ¿Por qué no rellenas de una maldita vez el formulario de reclamaciones y haces que me trasladen a otra habitación?

Shelby se levantó tranquilamente de su esterilla de yoga, bajó los brazos en posición de plegaria y dijo:

—Iba a decirte que tengo en mi cajón una caja de macarrones orgánicos con queso. ¡Por el amor de Dios, no hacía falta que te pusieras como una magdalena!

Once minutos más tarde, Luce estaba sentada en la cama abrigada con una manta y con un cuenco humeante de pasta con queso en la mano, los ojos secos y una compañera de habitación que de repente había dejado de odiarla.

—No lloraba porque tuviera hambre.

Luce quería explicarse, pero los macarrones con queso estaban tan deliciosos y el ofrecimiento de Shelby había sido tan inesperado que casi le entraron ganas de llorar otra vez. Sentía una imperiosa necesidad de desahogarse y Shelby era la única que estaba allí. Aunque en realidad no se había vuelto más cordial, era evidente que compartir la comida que tenía escondida había sido un gran avance en alguien que hasta entonces apenas le había dirigido la palabra.

—El caso es que tengo… bueno, tengo ciertos problemas familiares. Es duro estar tan lejos.

—¡Oh, bua, qué pena! —dijo Shelby mientras masticaba los macarrones de su cuenco—. A ver si lo adivino… tus padres siguen felizmente casados.

—Eso no es justo —replicó Luce incorporándose—. No te imaginas por lo que he pasado.

—¿Acaso tienes idea de lo que he pasado yo? —Shelby miró a Luce con actitud desafiante—. No, estoy segura de que no. Aquí me tienes: una hija única criada por una madre soltera. ¿Problemas con papá? Podría ser. ¿Que convivir conmigo es algo terrible porque no soporto compartir? Casi seguro. Pero lo que no puedo soportar es que una niñita mona y consentida con una familia feliz y un novio de fábula acuda a mí para lamentarse sobre su desdichada historia de amor a distancia.

Luce se quedó sin aliento.

—No se trata de eso para nada.

—Ah, ¿no? Pues, venga, cuenta.

—Soy una falsa —dijo Luce—. Miento… miento a la gente a la que quiero.

—¿Mientes a tu novio de fábula?

Shelby frunció el ceño de un modo que hizo pensar a Luce que eso podría interesar a su compañera.

—No —musitó Luce—. Si ni siquiera hablo con él…

Shelby se tumbó en la cama de Luce y levantó los pies hasta posarlos en la parte baja de su litera.

—¿Y por qué no?

—Es una historia larga y complicada.

—Bueno, cualquier chica con un poco de cabeza sabe que lo único que se puede hacer cuando se rompe con un hombre es…

—No. No hemos roto —interrumpió Luce al mismo tiempo que Shelby decía:

—… cambiar de peinado.

—¿Cambiar de peinado?

—Empezar de nuevo —dijo Shelby—. Yo me lo corté y teñí de naranja… ¡Qué diablos! Una vez incluso llegué a afeitarme la cabeza después de que un capullo me rompiera el corazón en mil pedazos.

Al otro lado de la habitación había un tocador con un pequeño espejo oval en un marco de madera. Desde donde estaba, Luce contempló su reflejo, dejó a un lado el cuenco con la pasta, se levantó y se acercó.

Se había cortado el pelo después de lo de Trevor, pero a fin de cuentas lo había hecho porque gran parte lo tenía chamuscado. Al llegar a Espada & Cruz, fue ella la que cortó el pelo a Arriane. Con todo, a Luce le pareció entender lo que Shelby quería decir con «empezar de nuevo». Podía ser otra persona, fingir no ser la que había pasado por todo aquello. Incluso cuando, gracias a Dios, Luce no tenía que lamentar el final definitivo de su relación con Daniel, pero sí, en cambio, otro tipo de pérdidas: Penn, su familia, la vida que llevaba antes de que las cosas se complicaran tanto.

—Estás considerando la posibilidad, ¿verdad? Vamos, ahora me obligarás a sacar el tinte de debajo del lavamanos.

Luce se pasó los dedos por el corto pelo negro. ¿Qué pensaría Daniel? De todas formas, si él quería que fuera feliz allí hasta que estuvieran juntos de nuevo, era preciso que ella dejara atrás la chica que había sido en Espada & Cruz.

Se volvió hacia Shelby y dijo:

—Tráeme el tinte.

4

Quince días

E
lla no era tan rubia.

Luce se mojó las manos en el lavamanos y se las pasó por los rizos recién teñidos. Acababa de poner punto final a toda una larga jornada de clases, entre ellas una espinosa charla de dos horas sobre seguridad de Francesca destinada a subrayar el motivo por el que las Anunciadoras no se podían desafiar sin más (de hecho, parecía dirigirse directamente a Luce); dos controles consecutivos en clase de biología «normal»; y de matemáticas en el edificio principal y también lo que le habían parecido ocho horas seguidas de miradas horrorizadas de sus compañeros de clase, tanto nefilim como no nefilim.

Aunque en la intimidad de su habitación la noche anterior Shelby había reaccionado con amabilidad ante su nueva imagen, no era una persona efusiva en sus halagos como Arriane, ni su apoyo era incondicional como el de Penn. Al salir al mundo esa mañana, Luce se había dejado llevar por los nervios y la inseguridad. Miles fue el primero en verla, y la saludó con un pulgar en alto. Pero él era muy amable; aunque pensara que su aspecto era horrible, nunca se lo daría a entender.

Dawn y Jasmine, como no podía ser de otro modo, se apresuraron a dirigirse a ella después de la clase de humanidades, deseosas de tocarle el pelo y preguntarle en quién se había inspirado.

—Muy a lo Gwen Stefani —dijo Jasmine.

—No, es más tipo Madonna, ¿verdad? —respondió Dawn—. De cuando cantaba «Vogue».

Antes de que Luce pudiera decir algo, Dawn hizo un gesto con la mano señalando a Luce y a ella.

—Me imagino que ahora hemos dejado de ser clavaditas.

—¿Clavaditas? —Luce negó con la cabeza.

Jasmine la miró con extrañeza.

—Vamos, ¿no me dirás que no te habías dado cuenta? Vosotras dos… bueno… os parecíais mucho. De hecho, casi podríais haber pasado por hermanas.

Ahora, a solas frente al espejo del baño del edificio principal de la escuela, Luce contempló su reflejo y pensó en Dawn y en su mirada cándida. Ambas tenían un color de piel similar: eran pálidas, tenían los labios rojos y el pelo oscuro. Pero Dawn era más menuda e iba vestida con colores fuertes seis días a la semana. Era, además, mucho más alegre de lo que Luce nunca podría llegar a ser. Dejando aparte unos pocos aspectos superficiales, Luce y Dawn no podían ser más diferentes.

Entonces la puerta del baño se abrió enérgicamente y entró una chica morena vestida con vaqueros y un suéter amarillo. Luce la conocía de la clase de historia de Europa. Amy no sé qué más. La muchacha se apoyó en el lavamanos junto a Luce y empezó a toquetearse las cejas.

—¿Por qué te has hecho eso en el pelo? —preguntó mirando a Luce.

Luce pestañeó asombrada. Una cosa era hablar de ello con esa especie de amigos que tenía en la Escuela de la Costa, y otra muy distinta hacerlo con esa chica, con la que nunca había hablado.

Inmediatamente le vino a la cabeza la respuesta de Shelby, «empezar de nuevo», pero ¿a quién quería engañar? La noche anterior el frasco de tinte no había hecho más que lograr que exteriormente Luce fuera tan falsa como se sentía por dentro. Ahora mismo, Callie y sus padres apenas la reconocerían, y eso no era en absoluto lo que pretendía.

¿Y Daniel? ¿Qué le iba a parecer? Luce se sintió como una impostora y se dijo que incluso un desconocido podría darse cuenta de ello.

—No lo sé. —Pasó junto a la chica antes de cruzar la puerta—. No sé por qué lo hice.

Por mucho que se tiñera el pelo, no lograría acabar con los recuerdos oscuros de las últimas semanas. Si realmente quería empezar de nuevo, tenía que hacer algo. La cuestión era cómo. Por el momento había muy pocas cosas que pudiera controlar. Todo su mundo se hallaba en manos del señor Cole y de Daniel. Y ambos estaban muy lejos.

Le daba pavor lo rápido y lo mucho que había llegado a depender de Daniel, y resultaba aún más estremecedor no saber cuándo lo volvería a ver. Comparados con los días dichosos que había esperado pasar con él en California, esos eran los días en que más sola se había sentido nunca.

Atravesó apesadumbrada el campus, mientras reflexionaba que, desde su llegada a la Escuela de la Costa, la única ocasión en que había sentido una especie de libertad había sido…

En la soledad de los bosques, con la sombra.

Tras la demostración del día anterior, Luce había pensado que Francesca y Steven les ofrecerían más de lo mismo y que tal vez los alumnos tendrían ocasión de experimentar con las sombras por su cuenta. Incluso se había llegado a figurar por un instante que podría hacer ante los nefilim lo que había hecho en el bosque.

Pero nada de eso ocurrió. De hecho, la clase fue como dar un paso atrás. Una sesión aburrida sobre procedimiento y seguridad con las Anunciadoras, así como por qué los alumnos jamás debían intentar hacer por su cuenta bajo ninguna circunstancia lo que habían visto el día anterior.

Se sentía tan frustrada que, en lugar de dirigirse a su habitación, se apresuró por detrás de la cantina, descendió por el camino que conducía al final del risco y tomó la escalera de madera del pabellón nefilim. El despacho de Francesca se encontraba en el anexo de la segunda planta y les había dicho a sus alumnos que no dudaran en pasarse cuando quisieran.

El edificio era otra cosa sin el calor de los estudiantes. El ambiente era lóbrego, parecía casi abandonado. Cualquier ruido que Luce hacía se proyectaba y reverberaba en las vigas de madera inclinadas. Vio una luz en el rellano del piso superior y olió el agradable aroma de café recién hecho. No sabía si contaría a Francesca lo que había logrado hacer en el bosque por miedo a que la mujer lo encontrara insignificante para alguien con sus habilidades, o porque se lo tomara como un desacato a las instrucciones que acababa de dar ese mismo día a sus alumnos.

En realidad Luce solo quería tantear a su profesora, ver si podía confiar en ella cuando, como en días como aquel, se sentía fuera de lugar.

Llegó a lo alto de la escalera y se encontró frente a un corredor largo y despejado. Abajo a la izquierda, al otro lado del pasamanos de madera, vio el aula oscura y vacía de la segunda planta. A la derecha había una hilera de puertas de madera con paneles de cristales de colores en la parte superior.

Mientras avanzaba en silencio por el piso de madera cayó en la cuenta de que no sabía cuál era el despacho de Francesca. Solo había una puerta entornada, la tercera. Su hermosa vidriera filtraba luz. A Luce le pareció oír una voz masculina. Se disponía a llamar con un golpe cuando el tono cortante de una voz de mujer la dejó paralizada.

—Fue un error incluso intentarlo. —Francesca hablaba prácticamente entre dientes.

—Aprovechamos una ocasión. No tuvimos suerte.

Steven.

—¿Que no tuvimos suerte? —repitió Francesca con sorna—. Sería mejor decir que fuimos unos imprudentes. Desde un punto de vista meramente estadístico, las posibilidades de que una Anunciadora trajera malas noticias eran demasiado grandes. Ya viste lo que provocó en los chicos. No estaban preparados.

Se hizo el silencio. Luce se acercó un poco más deslizándose por la alfombra persa del pasillo.

—Ella, sí.

—No voy a sacrificar los avances de toda una clase solo porque una, una…

—No seas tan corta de miras, Francesca. Los dos sabemos muy bien que tenemos un plan de estudios excelente. Nuestros alumnos destacan por encima de cualquier otro programa para nefilim del mundo. Y es mérito tuyo. Tienes todo el derecho a sentirte orgullosa. Pero ahora las cosas son distintas.

—Steven tiene razón, Francesca. —Era otra voz. Masculina. A Luce le pareció familiar. Pero ¿de quién podía tratarse?—. Es posible que incluso tengas que arrojar todo tu programa académico por la borda. La tregua entre nuestros bandos es el único calendario que cuenta.

Francesca suspiró.

—¿Crees realmente…?

La voz desconocida respondió:

—Tal como es Daniel, llegará a tiempo. Seguramente ya cuenta los minutos que faltan.

—Hay otra cosa —dijo Steven.

Hubo un silencio seguido del ruido de un cajón al abrirse y de un grito ahogado. Luce habría dado cualquier cosa por estar al otro lado de la pared y ver lo que los demás veían.

—¿De dónde has sacado esto? —preguntó la otra voz masculina—. ¿Acaso te dedicas a hacer de intermediario?

—¡Por supuesto que no! —exclamó Francesca con tono ofendido—. Steven la encontró anoche en el bosque mientras hacía una ronda.

—Es auténtica, ¿verdad? —preguntó Steven.

Se oyó un resoplido.

—No puedo afirmarlo con certeza. Ha pasado demasiado tiempo —dijo el desconocido—. Hace mucho tiempo que no veía una flecha estelar. Daniel lo sabrá. Se la llevaré.

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