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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho y el marciano (5 page)

BOOK: Papelucho y el marciano
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Por imitar al famoso Santiago levanté la tapita de la olla a presión…

Fue un volcán que llegó al techo con tallarines y todo, y fue tanta la fuerza retromagnética que salí yo disparado hacia atrás y por eso me libré de quemarme. Esto de yo disparado atrás debe ser un invento, pero se lo dejo a otro que lo aproveche. Yo me alcancé a quemar la punta de la nariz y me duele rabiosa.

¡Cómo será el dolor que hasta Det lo sintió dentro y se le pasó el hipo!

Al poco rato comenzó de nuevo a molestar.

—Ya te achaplinaste por la pura chamuscada de nariz —me dijo—. ¿Qué hay del invento?

—Tú no sabes lo que duele quemarse —contesté—, ¿Qué es el fuego para ti?

—¿El fuego? Una de las cuantas leseras de la Tierra…

—No seas desgraciado —clamé—. El fuego es macanudo y harta falta que les hace en Marte. No hay laboratorio sin mechero con fuego y si en Marte lo usaran no tendrían qué venir a intrusear a este mundo…

—Los intrusos son ustedes con sus cápsulas; satélites y naves espaciales que ni dan en bor la. ¡Y harto que nos reímos al verlas! Cada vez que se acercan les estropeamos ía tonterita esa…

Det sabe sacar pica. Harta rabia da que se burlen de uno los demás, pero cuando se burlan de uno dentro del ídem, es cataclíptico.

Me enfurecí.

—Vas a ver lo que es un laboratorio —dije— y lo que voy a hacer contigo…

Partí furiondo y Det se quedó mudo. Yo iba a mi laboratorio y los pies me volaban como si tuviera esquís aéreos…

Lo malo es que hace tiempo que no tengo laboratorio así que corría por la calle sin saber a dónde iba.

Hasta que por fin tropecé con el Menta, que tiene su casita de diarios y revistas en la esquina del colegio.

—¿Dónde vas tan apurado y serióte, Papelucho? —me atajó.

El Menta es reamigo mío y siempre me ha ayudado.

—Tengo un problema —le dije.

—Aquí estoy yo para ayudarte —sus ojos se fruncieron mirándome—. ¿Te duele mucho la nariz?

—Muy poco. Pero dime, ¿cómo curaban antes a los endemoniados?

El Menta tiene recetas para todo y puso cara de eclipse. Remojó el pan en su té y lo derritió en su boca.

—¿Endemoniado o endemoniada? —preguntó— ¿No será la Domitilita?

—No es ella, pero otro de la familia… En tus revistas debe haber alguna receta.

—¡Claro! —sorbió el té con tanta fuerza que por poco se traga hasta la taza—. Hay varios métodos: el naturista, el brujo, el eléctrico y el mágico. La cosa es saber qué clase de demonio tiene adentro.

—Pongámosle que sea un demonio de esos del mediodía —era el único que me acordé más conocido.

—¿Ese? —dijo el Menta echando un flato—. Ese se cura con pura brujería.

—¿Cuál brujería?

—Hay que tejer una calceta de puras canas al aire…

—Oye, Menta, no es chacota. El endemoniado ya no se aguanta…

El Menta se langüeteó su diente de oro y me miró con paciencia.

—Mejor me dices lo que sientes y yo te preparo un agüita especial.

También él quería arrancarme mi secreto.

Por mucha rabia que tenga con Det yo cumplo mi promesa. Lo que pasa es que todo el mundo es curioso, igual que Adán.

—Guárdate tus brujerías, tus canas al aire y tus agüitas —le dije—, yo pensé que con todas tus revistas y diarios sabrías algo de planetas.

—¡Haberlo dicho antes! —clamó sintético—. Los demonios planetarios hay que correrlos haciéndoles cruces con escoba que haya barrido tres ratones muertos… Después se echan a volar tres platillos desde un tercer piso y se baja a recibirlos antes de que lleguen al suelo.

—Tendrían que ser platillos de plumavit… —alegué.

—¡Claro! Se entiende, platillos voladores…

Ahí me llegó la onda. Estaba hecho el descubrimiento por pura casualidad, tal como debía ser… Fabricando un platillo volador de plumavit podría irse Det y tal vez yo con él, hasta el mismo Marte.

Me hinché dé felicidad y tanto, que por poco se me sale el marciano por falta de hueco. Pero ya ni me interesaba echarlo, por eso solté el aire y la alegría. Me di una vuelta de carneros y partí a chorro a mi casa. ¡Mi invento estaba hecho!

Resulta terrible tener que poner atención en clase cuando uno tiene dentro una idea genial.

Como si lo supiera, el Chuleta Pardo me enchufó toda la tarde sus antenas, y dale y dale con preguntarme a mí como si fuera el único que había en la clase.

De tanto contestar me daba miedo que se me fuera la idea y por eso empecé a apuntar en todos los cuadernos y en el escritorio la palabra clave: plumavit.

—¿Qué escribes, Papelucho? —preguntó el profe.

Y el tontón de Urquieta se apuró en contestar:

—El puro nombre de su polola, padre…

—¡Caramba! Con que polola… ¿eh? ¿Piensas casarte luego?

Las manos se me empuñaron, pero el puñete para Urquieta tuve que echarlo a mi bolsillo mientras estaba en clase.

—¡No, señor! Y tampoco es polola. Escribí plumavit —dije serio.

—¿Plumavit? ¿Y qué significa para ti plumavit?

—Por ahora es simplemente plumavit.

—Tendrás de tarea una composición escrita sobre plumavit. Necesito tres páginas sobre eso que tanto te interesa.

—¿Tres páginas? ¿Qué quiere usted que diga?

—Eso es asunto tuyo. En realidad yo no sé las razones de que te interese tanto… Explícalo por escrito.

Al terminarse la clase, el Chuleta elevó tres dedos gordos y me dijo al salir:

—Tres páginas, Papelucho. Ni una menos.

Y el muy jetón de Urquieta soltó la risa mirándome.

Ahí fue donde se me arrancó el puñete del bolsillo y al Urquieta le sonó el cachete como un balazo.

Rodó por el suelo, pero se levantó de un brinco. Y resulta que es bueno para las cachetadas y me aplastó la quemadura de la nariz y creo que me dejó la cara plana. Menos mal que me quedaron los hoyos de narices por donde salió un chorro inmenso de sangre…

Se armó el boche.

Un cabro chico se desmayó y el propio Chuleta se fue poniendo verde. A mí me dio más susto la verdura del Chuleta que mi sangre,porque de todos modos mi nariz me dolía antes, y ahora, si no la tenía tendría que dejar de dolerme.

Por suerte en ese momento Det empezó a tocar música. Era algo como trompetas celestiales, bonito, suave, dulce. Y no supe más…

Cuando desperté estaba en la enfermería.

En una camilla yacía el Chuleta Pardo inmenso y desvanecido; en otra Urquieta con dolor de muelas. Pero Yo era el más importante de todos porque había un enfermero vestido de blanco respirando fétido encima de mí.

—Tiene la nariz quebrada y además herida —decía—. Será necesario un otorrino…

Me enderecé indignado.

—No es necesario —dije defendiéndome de ésa grave operación—. Estoy bien… —pero sonó otra vez la trompetita de Det, bailó todo y sé esfumó la escena.

Cuando volví á despertar estaba preso por una cadena de ojos: el enfermero, un doctor, el Chuleta y el propio Urquieta me traspasaban mirándome. El pobre Urquieta estaba turnio de horror.

—Hay que operar —dijo una voz de ultratumba. Los ojos de Urquieta se cerraron perpetuos.

Pensé en mi cara sin nariz, pero me consolé con la idea de no tener que sonarme nunca más.

—La herida de mi nariz es propia —dije con voz débil—. No me la hizo Urquieta. La traje de mi casa. Me desmayé porque se me olvidó tomar desayuno…

Entonces me dejaron en "observación" que quiere decir en paz. El puro Urquieta se quedó conmigo con cara fiel, como la del Choclo.

—Eres un buen tipo —dijo con carraspera.

—Y tú eres bueno para los puñetes —le contesté. Quise sonreír pero mi cara se había puesto dura toda entera.

—Yo creo que podrían injertarte una nariz —dijo Urquieta— y tal vez yo te puedo operar gratis cuando sea doctor.

—¿Tú quieres ser doctor? —le pregunté.

—Eso depende de tu nariz —explicó.

Con disimulo me toqué la cara y sentí que era suave y resbalosa, gorda y sin forma, dura como pelota de fútbol. Creo que eso me dio sueño y me dormí. Mañana decidiría si le importa a un inventor tener una pelota de fútbol en vez de cara. En todo caso a los marcianos no les importaría…

Me despertó el Chuleta muy sonriente.

—No te preocupes del castigo —me decía con su boca espumosa—. Algún día me explicarás por qué te interesa tanto el plumavit. Ahora quiero que veas si puedes levantarte para llevarte a casa. Te llevo en la camioneta del colegio.

Al enderezarme me miré en sus anteojos y vi que era yo mismo aunque un poco distinto. La herida de mi nariz se había chorreado y parecía un hot dog bien jugoso.

Al verme, a la mamá se le despertó su amor maternal y a mí ni me importó que me compadeciera. Ella tiene derecho.

—Lindo, con tal de que te metas en la cama te compro lo que quieras para entretenerte —suplicaba.

—Creo que me conviene si me compra plumavit —tartamudié en voz débil.

—¿Cuántos kilos? —preguntó toda humilde.

—No muchos… Diez kilos por ahora —dije porque no me gusta abusar. Y ella partió a comprarlos.

Me acosté sin zapatos, pero vestido. Tenía, en mi cama al Choclo y me rodeaban su novia, la Ji y la Domi como esclavos. Yo estaba de moda. Todos querían servirme, pero ni se me ocurría qué pedirles.

La Domi me trajo merengues, la Ji sus juguetes, la novia del Choclo un hueso y el papá un cuaderno nuevo para escribir mi diario.

De pronto se abrió la puerta del dormitorio y entró algo blanco inmenso y esponjoso que caminaba solo. Era como una nube gigante que se hubiera colado en el dormitorio.

Detrás de ella oí una voz que decía:

—Te traje sólo medio kilo, por ahora, pero mañana puedo traerte el resto…

Y apareció la mamá detrás de la nube.

Mi cuarto quedó repleto de plumavit.

El Choclo y su novia empezaron a ladrar y la Ji a reír.

Det y a mí nos dio hipo, pero de alegría.

Mi felicidad duró esa noche, pero como dormía ni supe que era feliz.

Amanecí atrasado para el colegio, con romadizo y sin nariz, pero tremendo de ideas géniales.

No es que me crea genio, sino que creo que pueden ser ideas de Det, que tampoco es genio, pero piensa distinto.

Como él es egoísta y sé aburre en la Tierra sólo piensa en volver a Marte y ni me deja a mí pensar en otra cosa que el invento.

Yo siempre supe la tabla del dos, pero hoy por su culpa, contesté todo mal. Ni siquiera podía oír lo que preguntaba el profe, porque todo el tiempo me repicaba el ovni, el platillo volador, el plumavit.

—Papelucho, te he preguntado cuatro veces cuánto es siete por dos…

—Son siete volts de amperes supremos… —dije autoservicio.

—¡Atiende, Papelucho!

—Sí, señor…

—¡Contesta mi pregunta!

—¿Cuál pregunta?

—Siete por dos, ¿cuánto es?

—Olvidé la tabla del siete el año pasado —dije.

¡Olvidaste también la del dos! —bramó el profe.

—No, señor. La del dos estoy seguro de que la sé. Pero al siete le tengo alergia desde chico. Me da urticaria.

—¡Al patio hasta que atiendas! —su voz sonó furionda y salí obediente pero retando a Det que era mi turbador. No sabe sacar cuentas y tampoco entiende en electricidad, pero se mete. El profe salió detrás de mí y me llevó a un pilar.

—Escucha, Papelucho —dijo con voz de abuelito de radio—. Tú tienes una preocupación… ¿por qué no me la dices? Soy tu mejor amigo.

Lo miré rotundo. ¿Qué se había imaginado de creerse mi mejor amigo? ¿Y mi padre? ¿Qué les ha dado a todos por ser mis mejores amigos?

—Cuando yo era chico tenía también grandes preocupaciones —siguió hablando porque no contesté y yo entretanto pensaba en lo raro que debió ser como niño con esas tremendas cejas diabólicas y esa boca escupiente—. Dormía mal y no podía estudiar… Hasta que mi profesor, que era un sabio, me ayudó.

—Sí, pero usted no es sabio… —se me salió decirle.

—Eso lo verás cuando me cuentes tu problema. Quiero ayudarte. Desde hace un tiempo ya no atiendes en clase. Tu madre está preocupada. A veces es más fácil confiar en un amigo de afuera que en su propia mamá… Además yo comprendo que ese golpe de tu nariz debió dolerte mucho… —y sacó del bolsillo un caramelo que tuve que comerme.

BOOK: Papelucho y el marciano
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