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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Conjuro de dragones (24 page)

BOOK: Conjuro de dragones
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—¿Y cómo puede ella saber todo eso? ¿Y cómo podía saber que nos dirigíamos aquí? —La pregunta la había hecho Usha.

Desde detrás del enano, Rig lanzó una mirada colérica a Dhamon.

—No sé cómo pueden saber estas cosas los dragones —respondió el hombre, encogiéndose de hombros—. A mí simplemente me pagaron con buen metal para esperar vuestra aparición. Iba a advertir al caballero comandante que os había descubierto en la taberna.

—Y ¿cómo exactamente ibas a comunicárselo? —quiso saber Rig, y se arrodilló junto al enano.

—Un bote —respondió él. Señaló en dirección a un enorme matorral de lilas que crecía junto a la orilla—. Un bote escondido bajo ese matorral. Iba a coger el bote para ir hasta la nave del caballero comandante.

—Mira por dónde no tendremos que nadar después de todo —intervino Fiona.

—Estupendo —repuso el enano—. Yo no sé nadar. Me hundiría como una roca.

Rig se inclinó junto al espía y giró la daga para sujetar con cuidado la hoja entre los dedos. Luego golpeó con la empuñadura la cabeza del hombre, que se desplomó, inconsciente, a los pies del sauce.

15

Fuego sobre el agua

—¿Vamos a navegar en esto hasta Dimernesti? —Ampolla contempló el bote de pesca—. No creo que todos podamos caber en él.

—Todos no podemos —replicó Rig, al tiempo que deslizaba el bote al agua y hacía un gesto a Ampolla para que se introdujera en él—. Deprisa.

—Pero yo creía que no haríamos esto hasta justo antes del amanecer —se quejó la kender.

—Cambio de planes. Quiero salir de aquí ahora, antes de que otros espías nos descubran. —Rig miró por encima del hombro, observando a Dhamon—. ¡Ampolla, quieres darte prisa!

La kender y el enano se sentaron el uno junto al otro, con un saco lleno de jarras y trapos bajo los dos: los pertrechos que el enano quería. Ampolla había intentado explicar a Rig cómo los habían conseguido en una tienda cerrada, pero Jaspe la interrumpió.

—No estoy orgulloso de lo que hicimos —susurró.

—Pero dejaste un poco de metal sobre el mostrador —replicó ella.

—De todos modos, no fue correcto. Estaba justificado —dijo, contemplando las naves del puerto—, pero no fue correcto. Sin embargo, puede que el dueño de la tienda se sienta feliz si lo que creo que Rig tiene en mente sale bien.

—¿Qué es lo que Rig...?

—¡Chissst! —advirtió el marinero—. No pueden vernos. Está demasiado oscuro. Pero eso no significa que los Caballeros de Takhisis no puedan oírnos.

Dhamon y Rig ocuparon el asiento del medio, debajo del cual había unos cuantos largos de cuerda, y Groller se colocó entre Usha y Fiona. El pequeño bote no estaba concebido para tantos pasajeros y se hundió profundamente en el agua; el borde se balanceó a pocos centímetros por encima de la picada superficie. Rig entregó a Dhamon un canalete e introdujo el suyo en el soporte del remo.

Mientras interrogaban al espía, la niebla se había espesado. Ahora se ceñía al agua y envolvía todos los barcos, haciendo que sus luces resultaran débiles y borrosas.

—Resulta fantasmal —musitó Ampolla.

—La niebla nos ayudará a ocultarnos —dijo el marinero—. Si nos ven, nos pueden hundir. Ahora, que nadie respire demasiado profundamente. No podemos permitirnos ni un gramo más de peso. —Hundió el remo despacio y con suavidad para evitar chapoteos en el agua. El remo de Dhamon se movió acompasadamente con el de Rig.

Feril y el lobo nadaban por delante de ellos, dirigiéndose a la nave más próxima, una galera de buen tamaño. El agua estaba caliente y resultaba reconfortante para la kalanesti, y le satisfacía el contacto del aire fresco en el rostro, mientras nadaba hacia adelante con fuertes brazadas. El único sonido que oía era el suave chapoteo del lobo junto a ella y el casi imperceptible crujido de los soportes de los remos al girar en el bote de pesca que la seguía a pocos metros de distancia.

La kalanesti se concentró en la niebla que se extendía hacia el horizonte hasta donde alcanzaba su vista. Demasiado fina, en su opinión. Si ella podía ver los barcos de los Caballeros de Takhisis a través de ella, también el bote de Rig podría ser visto por cualquiera de la cubierta que mirara en aquella dirección. Aflojó la velocidad de las brazadas, para concentrarse en el aire allí donde se unía con el agua. Sus sentidos se vieron asaltados por los zarcillos de vapor.

—Ocúltame —musitó a la niebla. Vertía toda su energía en aquella idea, dejando para sí sólo la fuerza necesaria para mantenerse a flote—. Ocúltame —repitió. Se concentró únicamente en la niebla, dejando que la embriagase.

Furia
pasó junto a ella, agitando las patas para mantener la cabeza por encima del agua. Le rozó la mejilla con el hocico y luego siguió adelante, arañándose un brazo con el enérgico movimiento de sus patas.

—Ocúltanos —dijo Feril. La kalanesti sintió cómo aumentaba su poder mágico. Cuando el bote de pesca la alcanzó, la niebla se había espesado como una oscura manta gris que se hubiera arrojado sobre el puerto de Ak-Khurman. Oyó cómo Ampolla parloteaba a su espalda, y cómo Rig hacía callar a la kender, mientras contemplaba las luces de las naves enemigas ahora tan opacas como una reunión de fuegos fatuos—. Perfecto —susurró.

—No veo nada —decía la kender.

—¡Silencio! —la reprendió Jaspe en voz queda.

—¿Cómo puedes saber adonde vamos? —insistió ella—. Si yo no veo nada, tú tampoco puedes ver nada. Ni tampoco Groller, apostaría yo. Ni Fiona. Ni Dhamon. ¿Y si remas en la dirección equivocada?

—No vamos en la dirección equivocada. —Era la voz de Dhamon—. Vamos contra corriente.

—Oh.

Feril detuvo el canalete de Dhamon con las manos, y avanzó por el agua hasta quedar junto a la barca.

—Id más despacio —indicó—. Seguidme. Yo puedo ver a través de la niebla.

—Los barcos —susurró Rig—. ¿Conseguiste verlos bien? Descríbelos.

Ella así lo hizo.

—Dos galeras —musitó el marinero—. No podemos robar ninguna de ellas. Hacen falta demasiados hombres para manejarlas. Cuatro carracas y una chalupa pequeña. Quiero una de las carracas, la mayor. Pero primero debemos eliminar las galeras, o nos perseguirían.

—Nos acercamos a la galera más próxima —indicó Feril.

Rig oyó a la galera antes de verla, oyó el suave gemir de las cuadernas de la nave, el golpeteo del agua contra los costados, el crujido musical de los enormes mástiles. Era una vergüenza lo que planeaba, se dijo, un crimen contra el mar.

—Pasa de largo —indicó en voz baja a Feril—. Condúcenos hasta una de las carracas más pequeñas, la que esté mas cerca.

La kalanesti condujo la barca más allá de la galera; al alzar la cabeza para mirar entre la niebla, distinguió el nombre de
Orgullo de la Reina de la Oscuridad,
pintado en letras blancas en su costado. Al cabo de unos minutos, llegaron junto a una de las carracas más pequeñas. Si tenía nombre, Feril no pudo leerlo. Un único farol ardía en la proa de esta nave.

El bote rascó contra el casco del navio, y Rig pasó los dedos por la madera justo por encima de la línea de flotación. La carraca era un barco más viejo; lo sabía por el estado de las cuadernas y el grosor de la pintura, pero estaba bien cuidada y hacía poco que le habían raspado el casco para eliminar los percebes adheridos. Extendió una mano en dirección a Dhamon, y éste hurgó bajo el asiento para sacar una cuerda que entregó al marinero.

Rig se incorporó con sumo cuidado, manteniendo el equilibrio, y rápidamente hizo un nudo en la soga; tras hacer girar la cuerda sobre su cabeza, la lanzó, y sonrió satisfecho cuando el lazo cayó alrededor de un poste de la barandilla en la primera intentona. Ampolla le entregó dos jarras y un par de trapos, todo lo cual él sujetó bajo un brazo; luego bajó la mirada hacia Dhamon.

—Agarra otros dos y sígueme si puedes. Fiona, aparta la barca un poco. No quiero que os encontréis demasiado cerca cuando empiece el jaleo.

—No tengo ninguna arma —susurró Dhamon al marinero.

—Entonces será mejor que no te metas en líos —replicó éste. Con la agilidad de un felino, Rig trepó por la cuerda con una sola mano, presionando los pies contra el costado y escalando como un montañero que se dirigiera hacia una cumbre.

—Toma. —Fiona alargó su larga espada.

Dhamon rechazó la oferta con un gesto y, tras colocarse dos jarras bajo un brazo, subió en pos de Rig hasta la cubierta de la nave. El marinero estaba agazapado detrás de un cabrestante y se dedicaba a embutir los trapos dentro de las jarras. Dhamon se colocó a su lado y empezó a imitarlo.

—¿Yesca?

—Aún no. —El marinero negó con la cabeza. Sacó una daga de su cinturón y, tras sujetarla entre los dientes, se arrastró unos metros más allá hasta la cadena del áncora, y empezó a subirla.

El ancla golpeó contra el casco. Alguien se acercaba. Dos personas, a juzgar por el ruido de tacones de botas. Dhamon no consiguió ver a los hombres por entre la niebla hasta que éstos estuvieron prácticamente junto a Rig. Depositó sus jarras junto a las del marinero y aguardó.

Rig vio a los hombres al mismo tiempo que él. Cogió la daga que sujetaba entre los dientes, la arrojó contra el hombre de la derecha, y blandió el desgastado alfanje que había adquirido en la ciudad. La daga dio en el blanco y se hundió hasta la empuñadura en el pecho desprovisto de armadura de un Caballero de Takhisis. El hombre cayó al suelo con un ruido sordo. Dhamon saltó sobre el segundo, al que inmovilizó boca abajo sobre la cubierta al tiempo que le ponía una mano sobre la boca; aun así, su adversario siguió debatiéndose.

—No hagas ruido —le advirtió el marinero, y asestó un fuerte golpe con el pomo del alfanje al cogote del caballero—. ¿Lo ves? —dijo a Dhamon—. Ya te dije que no necesitabas un arma. No estando yo aquí.

Rig se escurrió veloz hasta el cabrestante.

—La corriente la conducirá directamente contra esa galera ahora, pero voy a hacer que vaya más deprisa. —Dirigió la mirada al mástil de mesana, que estaba envuelto en niebla—. Soltaré una de las velas para que corra un poco más. Ocúpate de detener a todo el que se acerque por aquí.

—¿Con qué? —le replicó Dhamon en tono quedo.

—Con tus encantos. —Un segundo más tarde el marinero había trepado al mástil y se había perdido entre la bruma.

Dhamon se arrastró hasta los dos cuerpos y le arrebató a uno una espada larga. Del cuerpo del otro recuperó la daga de Rig, y limpió la sangre que la manchaba en el capote del muerto. Distinguió una mancha en medio de la niebla; alguien más se acercaba.

—No veo nada en esta niebla espesa —dijo un hombre.

—Desaparecerá por la mañana —contestó una segunda sombra.

—La niebla no es problema nuestro. —Era una tercera voz—. Limitaos a averiguar por qué vamos a la deriva, y detened la nave. No quiero chocar contra una de las otras.

—¡A la orden, señor! —respondió el primer hombre.

«Encontrarán los cuerpos», pensó Dhamon. Sujetó con fuerza la daga en la mano izquierda, la espada larga en la derecha. «Date prisa, Rig», murmuró para sus adentros, y echó una ojeada al mástil. Seguía sin verse señal alguna del marinero, pero oyó caer la lona y cómo la brisa la hinchaba.

—¡Eh! —gritó uno de los hombres—. ¡No vamos a la deriva! Nos impulsan las velas. Será mejor que venga el subcomandante.

Dhamon se abalanzó sobre las sombras con la espada tendida, deseando que ellos lo vieran. «Se acabaron las emboscadas —se dijo—. Será un combate honorable en esta ocasión.» Al cabo de unos pocos pasos las sombras quedaron definidas: dos Caballeros de Takhisis con tabardos negros y camisas de cuero. Uno empuñaba ya una espada, en tanto que el otro empezó a desenvainar la suya en cuanto descubrió a Dhamon.

—¡Subcomandante! —llamó el que empuñaba la espada—. ¡Tenemos compañía!

Dhamon arrojó la daga al hombre que intentaba desenvainar su arma, y masculló un juramento en voz baja cuando ésta se hundió en el muslo del caballero en lugar de hacerlo en su pecho. De todos modos, la herida fue suficiente para detenerlo. El herido dobló una rodilla, al tiempo que sus manos intentaban extraer el cuchillo.

En ese instante, su compañero atacó. Dhamon se agachó bajo el arco descrito por el arma y, lanzando su larga espada al frente, empaló en ella a su adversario. La espada del hombre cayó sobre la cubierta con un gran estrépito y él se desplomó de bruces, al mismo tiempo que se oía el tronar de pasos bajo la cubierta. Dhamon se volvió para enfrentarse al caballero herido, que se había incorporado ya.

—¡Problemas, subcomandante! —gritó alguien oculto por la niebla.

—Ya lo creo que tenemos problemas —gruñó el caballero herido. Arrancada la daga de su pierna, sacó la espada de la vaina para interceptar veloz el ataque de Dhamon—. No sé quién eres —rugió—; pero no importa. —Rechazó otra estocada sin el menor esfuerzo—. No tardarás en estar muerto.

Dhamon aumentó la fuerza de sus mandobles, maravillado ante la defensa que presentaba el adversario. El caballero conocía bien los golpes y contragolpes clásicos que enseñaba la orden de caballería. Dhamon se adelantó de un salto, utilizando una maniobra aprendida de Rig, lo que cogió a su oponente por sorpresa; a continuación trasladó la larga espada hacia un lado y lanzó una violenta estocada que hendió la camisa de cuero y se hundió en el abdomen del hombre.

—¡Fuego! —se oyó gritar a otra voz—. ¡Está ardiendo!

Dhamon sabía que el responsable era Rig. El marinero había estado ocupado. El antiguo Caballero de Takhisis volvió a herir al hombre y, tras acabar con él rápidamente, regresó a toda prisa junto al cabrestante. El marinero estaba allí, sosteniendo dos jarras llenas de trapos que ardían alegremente. Las otras dos las había arrojado contra la cubierta y eran las responsables del fuego que los caballeros corrían a intentar sofocar.

—Se suponía que debías esperarme —le espetó Rig, mientras lanzaba las dos jarras restantes contra el mástil de mesana—. Marchémonos.

Echó a correr en dirección a la popa del barco, lanzando una mirada por encima del hombro una sola vez para asegurarse de que Dhamon lo seguía. Luego saltó por la borda. Su compañero se detuvo el tiempo necesario para introducir la larga espada en su cinturón, y a continuación también él saltó por encima de la barandilla.

—Feril nos encontrará —dijo Rig mientras chapoteaba en el agua junto a Dhamon—. El bote no puede estar lejos.

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