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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Conjuro de dragones (26 page)

BOOK: Conjuro de dragones
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—Malys te quiere vivo —repitió el comandante apretando los dientes. La sangre chorreaba por la herida. Tosió violentamente e hizo retroceder a Dhamon hasta la barandilla—. Pero yo no veré el nuevo día. Y tampoco lo verás tú. No sé por qué Malys tiene tanto interés en ti. Se dice que fuiste un caballero. —Volvió a toser, y un hilillo de saliva rosada afloró a sus labios—. Eso te convertiría en un traidor.

El comandante echó hacia atrás la espada, teniendo buen cuidado de no dar a Dhamon espacio suficiente para escabullirse.

—A los caballeros renegados se los sentencia a muerte.

La espada describió un arco en dirección al antiguo Caballero de Takhisis pero no llegó a finalizar el recorrido, y se soltó de su mano al tiempo que él caía de rodillas. La espada de Dhamon le había atravesado el cuerpo, y las manos de Ampolla sujetaban la empuñadura.

Dhamon se inclinó y cogió el arma del comandante, en tanto que la kender resoplaba y tiraba de la espada de Dhamon para liberarla. Sus manos temblaban.

—Creo que será mejor que uses esta espada —dijo—. Es demasiado pesada para mí. Prefiero mi honda. Aunque tengo que admitir que no hubiera podido detenerlo con mis botones.

—Me has salvado la vida —jadeó Dhamon, mientras le quitaba el arma de la mano y daba un salto al frente justo a tiempo de impedir que un caballero acabara con Ampolla. Echó una ojeada por encima del hombro y vio cómo la kender se dirigía hacia la barandilla, por la que trepaba Usha en aquellos instantes.

»
Me has salvado la vida —repitió mientras detenía la estocada de un nuevo adversario—. Pero Palin me matará sin lugar a dudas si le sucede algo a su esposa.

Feril había conseguido levar el ancla de popa, y un fornido caballero se encaminaba hacia ella, espada en mano y lanzando improperios.

—Así que tú eres la Elfa Salvaje —indicó. Aminoró el paso y se detuvo a pocos pasos de ella—. Tatuaje en la mejilla. Se supone que debemos matarte. Es una lástima. Eres muy guapa.

Avanzó, y la elfa giró a un lado como una peonza. Luego pasó corriendo junto a él, y sus pies desnudos repiquetearon sobre la cubierta. Puso pies en polvorosa, y consiguió dejarlo atrás, pero siguió oyendo el retumbo de sus pisadas, de modo que corrió junto a Dhamon. Éste acababa de eliminar a otro caballero y se había colocado delante de Usha y Ampolla, para defenderlas.

La kalanesti miró a su alrededor. La cubierta estaba abarrotada de cadáveres. Dhamon sangraba por varias heridas en brazos y piernas, y tenía una cuchillada en el estómago. A varios metros de distancia, Jaspe mantenía a raya a dos caballeros, quienes, a pesar de sus largas armas, evitaban entrar en contacto físico con el enano.

Feril llamó la atención de Dhamon, y señaló al enano, y luego a Rig y a Fiona situados en el otro extremo del barco. Cinco caballeros maniobraban para situarse alrededor de la solámnica y el marinero.

Dhamon introdujo su espada en las manos de Feril, y se inclinó para recoger el arma de un caballero caído.

—Los Caballeros de Takhisis usan esclavos para hacer funcionar los remos —gritó por encima del fragor del combate—. Estarán abajo en la bodega. —Luego giró sobre sus talones y se encaminó hacia Rig y Fiona—. ¡Liberadlos si podéis! —chilló por encima del hombro.

—Tendremos que intentarlo —dijo Usha; la kalanesti tuvo dificultades para oírla en medio del tintineo de las espadas.

—Entonces vayamos. —La elfa corrió hacia la escotilla abierta, con Usha pisándole los talones. Ampolla las siguió, pero se detuvo unos instantes para acribillar a un caballero con una andanada de botones.

Feril se acercó a un cadáver tumbado junto a la escotilla, se agachó y arrancó una espada larga de sus helados dedos. Tendió el arma a Usha.

—¡Cógela! —dijo, poniendo la empuñadura entre las manos de la mujer—. Tal vez haya más caballeros abajo.

La kalanesti y Usha desaparecieron bajo cubierta. Ampolla permaneció junto a la escotilla, la honda lista, vigilando para que ningún enemigo se acercara; pero a nadie parecía interesarle ya la kender. Dirigían la mayoría de sus esfuerzos contra Dhamon, Rig, Fiona y Groller.

—No os tengo miedo —los desafió Ampolla en voz baja—. Puedo con vosotros. Puedo... mmm. Es posible que las armas no sean la respuesta.

La kender echó una mirada hacia la popa del barco, al saco que Rig y Dhamon habían subido a la cubierta. Estaba allí intacto.

—O tal vez un arma diferente funcionaría —musitó para sí. Dedicó una mirada al interior de la escotilla y se esforzó por oír a Feril y a Usha—. Nada. Debe de significar que están bien por el momento y no tienen dificultades. —Introdujo la honda en el bolsillo y se dirigió hacia el saco.

En el centro del barco, Dhamon combatía junto a Rig y Fiona. Acuchilló veloz a dos de los cinco hombres que los rodeaban, lo cual dejó a un adversario para cada uno, y se enfrentó al que llevaba armadura.

Unos cuantos metros por detrás de ellos, Groller luchaba contra tres caballeros, mientras otros tres se dirigían hacia él. Dhamon intentó no perder de vista al semiogro en tanto continuaba el ataque a su adversario.

—¡Ya no pueden quedar más de dos docenas! —gritó alegremente Rig. El marinero estaba malherido, sangraba por un cuchillada recibida en el costado y por varias heridas profundas en la pierna. Fiona estaba agotada, pero ilesa. Su armadura solámnica la había protegido bien—. ¡Podemos acabar con ellos! —continuó Rig—. Podemos... —Por el rabillo del ojo vio que Groller se desplomaba sobre la cubierta, con seis caballeros a su alrededor ahora—. ¡Groller!

Dhamon también vio la situación del semiogro, pero no pudo deshacerse del caballero con armadura que tenía delante.

El marinero reunió toda la energía que le quedaba y empezó a repartir estocadas; pero cada mandoble era interceptado, lo que le impedía llegar hasta su amigo caído.

—¡No! —chilló, al ver cómo uno de los caballeros hundía una espada en la espalda de Groller. El hombre se colocó junto al semiogro y tiró del arma para soltarla, tras lo cual señaló a Rig. Los seis hombres se volvieron como uno solo y avanzaron.

Dhamon intentó no pensar en Groller mientras seguía combatiendo. Consiguió acuchillar a su oponente, que lanzó un alarido de dolor, y, cuando volvió a hundir su arma en él, el caballero soltó la espada y cayó de rodillas. Con un veloz mandoble, Dhamon le atravesó el cuello. Al infierno el honor, se dijo mientras avanzaba para enfrentarse a la media docena de enemigos que habían acabado con Groller.

Se encaró directamente con el que iba delante, y hundió la larga espada en el pecho sin coraza de éste. El espadón se hundió profundamente y quedó clavado, mientras el hombre caía.

A su espalda, escuchó un gemido gutural y un fuerte golpe, pero no podía apartar los ojos de los cinco hombres que tenía delante. Dos de ellos llevaban escudos negros como la noche con brillantes lirios en los bordes. Uno empuñaba un mangual de aspecto perverso.

—¡Bastardos! —Rig, con una mano sobre la herida del costado, pasó corriendo junto a Dhamon para luchar cuerpo a cuerpo con los dos caballeros de los escudos.

—¡Rig, no seas loco! —le gritó Dhamon—. ¡Estás malherido! —Escudriñó la cubierta, descubrió una espada sin dueño, y se agachó a cogerla; cerró los dedos sobre la empuñadura justo cuando tres de los caballeros llegaban junto a él. Se levantó de un salto, y por el rabillo del ojo vio que Rig retrocedía tambaleante ante el ataque del que era objeto.

—¡Dhamon! —chilló Fiona—. ¡Rig ha caído! ¡Ayúdalo! —Ella estaba muy ocupada, batallando con dos caballeros, y lanzaba preocupadas miradas al marinero, mientras blandía la espada con movimientos erráticos.

Rig se desplomó de rodillas, en un charco cada vez mayor de sangre, aunque consiguió alzar la espada justo a tiempo de detener uno de los mandobles del caballero. El siguiente lo hirió en el brazo que empuñaba el arma; Rig lanzó un grito, y la espada salió volando por los aires.

—¡Luchad contra mí! —desafió Dhamon a los tres hombres que tenía delante.

—Muy bien, acabemos con esto —replicó el que sostenía el mangual. Se colocó en posición frente a Dhamon, en tanto que los caballeros que sólo llevaban espadas se situaban a su lado.

Uno de los otros dos volvió a herir a Rig, y el marinero cayó de bruces. El caballero colocó un pie triunfal sobre el cuerpo.

—¡Antes erais honorables! —les espetó Dhamon—. ¡Honorables!

El caballero del mangual le dedicó una mueca.

—Sólo quedas tú y la dama —indicó al tiempo que hacía girar el arma en círculos por encima de su cabeza—. Y las mujeres que fueron bajo la cubierta. Ya nos ocuparemos de ellas. Las dejaremos para el final. No me preocupa demasiado la kender.

O el enano, se dijo Dhamon, preguntándose dónde estaba Jaspe. Rugió al sentir cómo el mangual pasaba sobre su cabeza al agacharse; lanzó una estocada a la derecha y acertó a un adversario en el abdomen, de modo que repitió rápidamente el movimiento y acabó con él. Al mismo tiempo sintió el mordisco del acero en el costado izquierdo. El otro caballero había conseguido herirlo. Notó el costado húmedo y caliente. Giró en redondo y se incorporó para atacar al hombre situado a su izquierda, al tiempo que esquivaba otro golpe del mangual.

El caballero se detuvo, el arma inmóvil en la mano, y la boca abierta de par en par con expresión de sorpresa; Dhamon le había atravesado el vientre con su espada.

Dhamon recuperó el arma y la blandió hacia arriba en un intento de interceptar otro golpe del mangual, pero la cadena del arma se enganchó alrededor de la espada, y su adversario se la arrebató de un tirón.

Sin detenerse, Dhamon hundió los hombros y cargó contra el caballero. Pasó la pierna por detrás de los pies de su oponente y lo arrojó sobre la cubierta, mientras el mangual giraba por los aires enredado aún a la espada.

—¡Al diablo con el honor!

Dhamon hundió el tacón de su bota en el estómago del caballero; éste rodó sobre sí mismo, y Dhamon se tambaleó. Mientras se esforzaba por mantener el equilibrio, los dedos del caballero se cerraron alrededor del mangual y el hombre empezó a levantarse, pero Dhamon se movió con rapidez. Volvió a patear el estómago de su enemigo y, recuperando su espada, se la hundió en la garganta, la liberó, y giró veloz en dirección a donde había caído Rig.

—¡Es un deshonor luchar contra un hombre desarmado! —exclamó Dhamon.

Dos caballeros se encontraban todavía junto a Rig, uno de ellos listo para clavar su espada en la espalda del marinero. Dhamon se abalanzó sobre ellos.

El más alto de los dos caballeros le sonrió despectivo y atacó, pero el otro señaló en dirección a popa.

—¡Fuego! ¡Está ardiendo!

Dhamon percibió el olor de la madera quemada mientras entablaba combate con el caballero alto. Se introdujo bajo el arco descrito por el arma de su oponente y lanzó la espada a la izquierda, pero ésta chocó con el escudo que el hombre sostenía. Luego hincó el codo en el abdomen del caballero y lo empujó varios pasos hacia atrás.

Acto seguido, Dhamon giró y se enfrentó al otro adversario. Las espadas entrechocaron por encima de sus cabezas, pero Dhamon no conseguía encontrar una buena brecha para su ataque, de modo que se concentró en seguir vivo.

—¡Rig! —Fiona estaba junto al marinero, tras haber eliminado a su oponente. Tenía la armadura salpicada de sangre; los cabellos que sobresalían por debajo del casco estaban empapados en ella.

Rig gimió y le hizo señas para que se fuera, mientras intentaba inútilmente levantarse de la cubierta.

—Ayuda a Dhamon —musitó—. Ve junto a Groller. Yo estaré bien. Encuentra a Jaspe.

Ella permaneció junto a él un instante más, y luego se unió a Dhamon y presentó batalla al más alto de los dos caballeros. El hombre le lanzó un mandoble tras otro, y ella interceptó varios golpes, pero uno se abrió paso por entre sus defensas, y la espada chocó con fuerza contra su peto. El hombre siguió con su ataque, aplastando el escudo contra el pecho de la dama. El impacto la arrojó contra la cubierta.

Dhamon apretó los dientes y arremetió al frente, poniendo todas sus energías en una estocada definitiva. La hoja rebotó en el arma del otro, pero, al tiempo que esto sucedía, Dhamon apartó de un golpe el escudo del hombre con la mano libre, y volvió a lanzar otra estocada; en esta ocasión consiguió que la hoja se introdujera entre las costillas de su adversario.

Enseguida saltó por encima del moribundo, y detuvo el mandoble del caballero alto que había estado golpeando a la solámnica caída sobre cubierta.

—¡Fiona! ¡Arrastra a Rig hasta la barandilla! Que todos vayan hasta la barandilla —le gritó Dhamon—. ¡El barco arde deprisa! ¡Y las carracas se acercan! ¡Las tendremos encima en cualquier momento!

—¡Está ardiendo! —se oyó gritar a una voz a estribor de la proa, desde la cubierta de una de las carracas. Las tres naves estaban cada vez más cerca; llegarían junto a la galera en cuestión de segundos.

—¡Tirad el ancla! —ordenó alguien—. ¡No os acerquéis demasiado! ¡Enviad botes hasta ella!

Dhamon oyó gemir a Rig y las botas de Fiona pisoteando la sangre.

—Rig, quédate aquí —le indicó la dama—. Tengo que ayudar a Jaspe. Lo veo, a duras penas, detrás del palo mayor.

Dhamon devolvió su atención al caballero alto. Éste había soltado el escudo y recogido una espada más pequeña, que empuñaba con la otra mano. Balanceaba las dos espadas ante sí creando un reluciente tapiz de acero.

—No saldrás de este barco con vida —siseó el caballero. Su voz era profunda. Había sido uno de los últimos en subir a cubierta, y por la insignia ensangrentada de su capote quedaba claro que era un subcomandante.

—Lo siento, pero me tengo que ir —replicó Dhamon.

—Oh, ya lo creo que te vas. Te vas a ir directo al Abismo. —El hombre lanzó una carcajada, una risa profunda y gutural que se elevó por encima del chisporroteo de las llamas—. ¡Qué lástima que no estés vivo para contemplar el retorno de Takhisis!

Una humareda cayó sobre el caballero y Dhamon, y sintieron el ardor del fuego que consumía veloz a la nave. El hombre atacó con la espada larga, al tiempo que echaba hacia atrás la otra. Dhamon dio un salto y giró, inviniendo sus posiciones de modo que era ahora el caballero quien estaba de espaldas al fuego.

Dhamon miró más allá de su oponente. Toda la popa del barco estaba en llamas. La vela que Feril había desplegado estaba encendida e iluminaba el cielo nocturno amén de disipar la escasa neblina que permanecía aún en el puerto.

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