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Authors: Nick Hornby

En picado (14 page)

BOOK: En picado
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—Tiene entendido mal, señora. —Fue la primera frase de cualquiera de los dos sin sentido interrogativo. El descenso de tono al final de esta última mía me supuso una especie de alivio, como un estornudo.

—¿Qué parte tengo entendida mal?

—Todas. Ha tocado un timbre que no es.

—No lo creo.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque no ha negado que fuera JJ. Y porque me ha preguntado dónde he conseguido su dirección.

Muy atinado. Eran profesionales, esta gente.

Hubo una pausa, en el curso de la cual los dos permitimos la completa imbecilidad de dejar que su observación flotara en el aire.

Seguía sin decir nada. Me la imaginé allí fuera, en la calle, sacudiendo la cabeza con tristeza ante mis patéticas negativas. Me juré no decir ni media palabra más hasta que se fuera.

—Escuche —dijo ella—. ¿Hubo alguna razón por la que no se arrojaron de ese edificio?

—¿Qué clase de razón?

—No sé. Alguna que pudiera alegrar a nuestros lectores. Como por ejemplo que se dieron unos a otros el ánimo necesario para seguir viviendo.

—No sé nada de eso.

—Los cuatro miraron hacia abajo y vieron Londres y la belleza del mundo. ¿Algo así? Cualquier cosa que pueda inspirar un poco a nuestros lectores.

¿Había algo capaz de inspirar en el hecho de haber ido en busca de Chas? Si lo había, yo no lograba verlo.

—¿Dijo Martin Sharp algo que a los demás pudiera haberles aportado un motivo para vivir, por ejemplo?

Traté de pensar si Martin nos había brindado algunas palabras de consuelo que a la reportera pudieran servirle. Había llamado a Jess maldita imbécil, pero en un momento que más que salvarle la vida le había levantado el ánimo. Y también nos había contado que una invitada a su programa estaba casada con alguien que llevaba en coma veinticinco años, pero el caso no nos había servido de gran ayuda, tampoco.

—No se me ocurre nada.

—Voy a dejarle una tarjeta con mis números de teléfono, ¿vale? Llámeme cuando le apetezca hablar de esto, ¿de acuerdo?

Por poco salgo corriendo detrás de ella (casi la echaba ya de menos, como suele decirse). Me gustaba ser momentáneamente el centro de su mundo. Mierda, me gustaba ser momentáneamente el centro del mío, porque últimamente no había habido gran cosa en él, y seguía sin haber gran cosa después de que ella se hubiera ido.

MAUREEN

Así que me fui a casa, y puse la televisión, y me preparé una taza de té, y llamé por teléfono a la residencia, y los dos jóvenes trajeron a Matty a casa, y lo puse enfrente del televisor, y todo empezó otra vez. Era duro pensar que tenía que aguantar otras seis semanas. Sé que teníamos un pacto, pero nunca pensé que volvería a ver a ninguno de los tres. Oh, ya, nos dimos los números de teléfono y direcciones y todo eso. (Martin tuvo que explicarme que si no tenía ordenador no podía tener dirección de correo electrónico. Yo no estaba segura de si la tenía o no. Pensé que quizá me había llegado en uno de esos sobres que tiro a la papelera sin molestarme en abrirlos.) Pero no pensé que fuéramos a utilizarlos. Les diré la verdad, aunque pueda sonar a que me compadecía de mí misma: pensé que ellos sí iban a llamarse, pero que a mí me iban a dejar fuera del asunto. Era demasiado mayor para ellos, y demasiado anticuada, con mis zapatos y demás. Había sido interesante ir a fiestas y conocer gente rara y todo eso, pero no había cambiado nada de nada. Iba a volver a hacerme cargo de Matty, y seguiría no teniendo otra vida que la que me tenía hastiada y harta. Ustedes podrían pensar que, bueno, que por qué no estoy furiosa. Pero sí que estoy furiosa. No sé por qué siempre hago como que no lo estoy. La Iglesia tendrá que ver algo con ello, supongo. Y quizá mi edad, también, porque se nos enseñó a no quejarnos, ¿no? Pero algunos días —la mayoría— me entran ganas de gritar y vociferar y romper cosas y matar a gente. Oh, claro que siento furia, mucha furia. En fin. Un par de días después sonó el teléfono, y esa mujer con voz finolis dijo:

—¿Es usted Maureen?

—Sí.

—Le habla la policía metropolitana.

—Oh, hola —dije.

—Hola. Hemos tenido noticia de que su hijo estuvo causando problemas en el centro comercial en Nochevieja. Hurtó cosas e inhaló pegamento y atracó a gente, etcétera.

—Me temo que se equivocan ustedes —dije, como una imbécil—. Mi hijo es discapacitado.

—¿Y está usted segura de que no está fingiendo esa discapacidad?

Hasta pensé en ello durante medio segundo. Bueno, eso es lo que se hace cuando es la policía la que pregunta, ¿no? Quieres estar absolutamente segura de que dices la verdad, por si luego te metes en un lío por no haberlo hecho.

—Sería un buenísimo actor si lo estuviera haciendo.

—¿Y está usted segura de que no lo es?

—Oh, claro que estoy segura. Verá, está demasiado impedido para poder hacerlo.

—Pero ¿y si en
eso
también está actuando? La..., la, bueno, la descripción se ajusta... Se ajusta al sospechoso.

—¿Qué descripción? —No sé por qué dije eso. Para serles de ayuda, supongo.

—Ya llegaremos a eso, señora. ¿Puede darnos usted cuenta de dónde estaba su hijo en Nochevieja? ¿Estaba usted con él?

Me recorrió un escalofrío. Al principio no me había dado cuenta de la fecha. Me tenían cogida. Dudé entre mentirles o no. ¿Y si alguien de la residencia se lo había llevado por ahí para utilizarlo de tapadera o algo así? ¿Uno de aquellos jóvenes, quizá? Parecían buenos chicos, pero nunca se sabe, ¿no es cierto? ¿Y si habían ido a robar cosas en el centro comercial, y escondieron algo debajo de la manta de Matty? ¿Y si fueron por ahí a beber y se llevaron a Matty con ellos, y se metieron en una pelea, y empujaron la silla de ruedas con fuerza contra algún rival? ¿Y la policía vio a Matty embistiendo a alguien a toda velocidad, y no sabía que él no podía haberse impulsado a sí mismo, y pensó que estaba participando en la gresca? ¿Y luego se hizo el tonto para no meterse en líos? La verdad es que si se te viene encima una silla de ruedas puede hacerte verdadero daño. Te puede romper una pierna. Y supongamos que... En realidad, ni siquiera en medio de mi pequeño ataque de pánico conseguía imaginarlo inhalando pegamento. Pero aun así... Estas fueron las cosas que me pasaron por la cabeza. No era más que la culpa, supongo. No había estado con él, y debería haber estado, y la razón por la que no había estado con él era que quería dejarlo para siempre.

—No, no estaba con él. Pero tenía quien le cuidara.

—Ah, entiendo.

—Estaba perfectamente a salvo.

—Seguro que sí, señora. Pero no estamos hablando de
su
seguridad, ¿no le parece? Estamos hablando de la seguridad de la gente del centro comercial Wood Green.

¡Wood Green! ¡Había llegado hasta Wood Green!

—Ya. Sí. Lo siento.

—¿De veras lo siente? Hay que joderse. ¿Está usted segura segura segura de que realmente lo siente?

No podía creer lo que estaba oyendo. Sabía que la policía era mal hablada, por supuesto. Pero pensaba que los tacos les saldrían cuando tenían estrés, con terroristas y gente por el estilo, no por teléfono, con los ciudadanos normales, cuando les hacen preguntas para una indagación de rutina. A menos, claro, que aquella mujer estuviera realmente sometida a mucho estrés. ¿Podía Matty, o cualquiera que le hubiera empujado, haber matado a una persona? ¿A un niño, quizá?

—Maureen.

—Sí. Sigo aquí.

—Maureen, no soy una policía. Soy Jess.

—Oh... —Podía sentir cómo me ponía colorada; qué estúpida había sido.

—Me has creído, ¿verdad? Ay, vieja tonta...

—Sí, te he creído.

Jess podía notar, por mi voz, que me había molestado, así que no trató de seguir por ese camino.

—¿Has visto los periódicos?

—No, nunca los leo.

—Salimos en ellos.

—¿Quiénes salen en ellos?

—Nosotros. Bueno, Martin y yo salimos hasta con nombre. ¡Qué pasada, eh!

—¿Y qué dicen?

—Que Martin y yo y otras dos personas misteriosas hicieron un pacto de suicidio.

—Eso no es cierto.

—Pues claro que no. Y dicen también que soy la hija pequeña del ministro de Educación.

—¿Por qué lo dicen?

—Porque es cierto.

—Oh.

—Te lo estoy diciendo para que sepas lo que está saliendo en los periódicos. ¿Estás sorprendida?

—Pues eres muy mal hablada, para ser hija de un político.

—Y una reportera ha ido al apartamento de JJ y le ha preguntado si bajamos de la azotea a causa de una inspiración.

—¿Qué quiere decir eso?

—No lo sabemos. Ya ves. Vamos a convocar un gabinete de crisis.

—¿Vamos? ¿Quiénes?

—Nosotros cuatro. Una gran reunión. Quizá en el sitio donde desayunamos aquel día.

—No puedo ir a ninguna parte.

—¿Por qué no?

—Por Matty. Es una de las razones por las que estaba allá arriba. Porque nunca puedo ir a ninguna parte.

—Podíamos ir a tu casa.

Empecé a ruborizarme otra vez. No quería que vinieran a casa.

—No, no. Ya pensaré en algo. ¿Cuándo pensáis organizar esa reunión?

—Hoy mismo, más tarde.

—Oh, hoy no me va a ser posible encontrar tiempo.

—Pues vamos a verte a tu casa.

—No, por favor. No he arreglado la casa.

—Pues arréglala.

—Nunca he recibido en mi casa a nadie de la televisión. Ni a la hija de un ministro.

—No voy a darme aires, ni a emplear modales finos. Estaremos allí a las cinco.

Tenía, pues, tres horas para prepararlo todo, para quitarlo todo de en medio. Te vuelve un poco loca, una vida como la mía. Tienes que estar un poco loca para querer tirarte de lo alto de un edificio. Tienes que estar un poco loca para bajar luego a la calle. Tienes que estar más que un poco loca para soportar lo de Matty, y lo de estar siempre metida en casa, y la soledad. Pero creo que sólo estoy un poco loca. Si estuviera realmente loca, no me habría preocupado por arreglar la casa. Y si estuviera loca de verdad, no me habría importado en absoluto lo que pudieran encontrar.

MARTIN

Se me pasó por la cabeza que mi visita a Toppers' House podía resultar de interés para mis amigos de los tabloides. Había estado en primera plana por haberme caído en la calle completamente borracho, por el amor de Dios, y habría quienes argüirían que el que hubiera intentado tirarme de la azotea de un edificio alto era aún más interesante que lo anterior. Cuando Jess le contó a Chas dónde nos habíamos conocido, me pregunté si sería lo bastante avispado para vender tal información, pero como Chas no me pareció un sujeto especialmente despierto, califiqué mi temor de paranoia. Si hubiera sabido que Jess era carne de prensa por derecho propio, me habría preparado convenientemente.

Lo primero que hizo mi agente fue llamarme, y leerme en voz alta el artículo (ahora sólo ojeo el
Telegraph
en casa).

—¿Es cierto algo de esto? —dijo.

—¿Entre tú y yo?

—Si lo prefieres.

—Iba a tirarme de Toppers' House.

—Dios.

Mi agente es joven, pijo y novato. Cuando salí de la cárcel me encontré con que había tenido lugar una abrir comillas reorganización de la agencia cerrar comillas, y Theo, que le solía hacer el café a mi anterior agente, era ahora lo único que aún se alzaba entre mi persona y el olvido profesional. Fue Theo quien me encontró mi actual trabajo en ¡FeetUpTV!, la peor cadena de televisión por cable del mundo. Tiene una licenciatura en religión comparada, y ha publicado poesía. Sospecho que juega al fútbol en el Allboys United
[16]
, no sé si saben a lo que me refiero, aunque esto no venga al caso. Y está en el peldaño más bajo de la escala de la competencia.

—La conocí allí arriba. A ella y a un par de personas más. Bajamos juntos de la azotea. Y heme aquí en el mundo de los vivos.

—¿Por qué querías lanzarte al vacío desde lo alto de un edificio?

—Un mero capricho.

—Estoy seguro de que tiene que haber una razón.

—La hay. Estaba bromeando. Lee mi expediente. Familiarízate con los acontecimientos recientes.

—Creíamos que habíamos doblado una esquina. —Resulta muy conmovedora su insistencia en utilizar la primera persona del plural. Le he oído frases de todas clases: «Desde que salimos de la cárcel...», «Desde que tuvimos aquel enojoso problema con aquella chiquilla de quince años...». Si hay algo que lamentaría de veras si me suicidara con éxito es que jamás me sería posible oírle a Theo decir: «Desde que nos suicidamos...», o «Desde nuestro funeral...».

—Creíamos mal.

Se hizo un silencio meditabundo.

—Pensamos mal.

—Bueno. Caray. ¿Y ahora qué?

—Tú eres el agente. Diría que se te presentan posibilidades creativas inagotables.

—Pensaré un poco en ello y te llamaré. A propósito, el padre de Jess ha estado tratando de localizarte. Llamó aquí, y le dije que no facilitamos números de teléfono personales. ¿He hecho lo correcto?

—Has hecho lo correcto. Pero puedes darle mi número de móvil. Supongo que no habrá forma de quitárselo de encima.

—¿Quieres que le llame? Me ha dejado su teléfono.

—Llámale, pues.

Mientras hablaba con Theo me habían dejado sendos mensajes mi ex mujer y mi ex novia. Cuando Theo me estaba leyendo el artículo no había pensado en ninguna de ellas, y ahora sentía náuseas. Estaba empezando a comprender una importante verdad sobre el suicidio: si resulta fallido duele tanto como si tienes éxito, y es muy probable que el fracaso te cause aún más ira, porque no hay pena con la que aguarlo. Estaba —colegí por el tono de los mensajes— metido hasta el cuello en la mierda.

Primero llamé a Cindy.

—Puto egoísta cabrón —me dijo.

—No sabes nada, aparte de lo que has leído en el periódico.

—Parece que eres la única persona en el mundo con la que la prensa no se equivoca nunca. Si dicen que te has acostado con una cría de quince años, es que te has acostado con una cría de quince años. Si dicen que te has caído en la calle completamente borracho, es que te has caído en la calle completamente borracho. Tratándose de ti, no necesitan inventar nada.

Era, sin duda, una aguda observación. Tenía razón: ni una sola vez había sido víctima de alguna distorsión o tergiversación de los hechos. Si uno piensa en ello, se trataba de uno de los aspectos más humillantes de los últimos años. Los periódicos me habían lanzado montones de mierda, y cada palabra de aquella mierda era cierta.

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