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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (64 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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Ella lo miró. El hombre tenía una expresión de profunda preocupación; mientras esperaba, sus labios oscuros se curvaron hacia abajo.

—Mire a donde mire, veo cosas que me recuerdan al barón. —Miró con el ceño fruncido la figura que tenía en la mano—. Algunos de los artículos de este castillo son auténticos, como el escritorio con el escudo del halcón, pero la mayoría son copias baratas.

En un impulso repentino, Jessica se acercó a la ventana segmentada y la abrió para dejar entrar el viento tempestuoso de la noche. Y arrojó la figurilla al mar con gesto dramático. Las olas la erosionarían y la fragmentarían en trozos irreconocibles. Un destino apropiado para un icono de los Harkonnen.

El viento frío y mojado entró con un susurro en el pasillo, llevando consigo gotas de lluvia. Fuera, las nubes se abrieron para mostrar una luna en cuarto creciente en el horizonte, arrojando una luz fría y amarillenta sobre el mar.

Unos momentos después, Jessica arrancó un tapiz de pared que nunca le había gustado, y estuvo a punto de tirarlo también por la ventana, pero… no quería contaminar aquel hermoso planeta, así que lo arrojó al suelo y decidió que a la mañana siguiente iría directo al vertedero.

—Quizá tendría que echar abajo el castillo entero, Wellington. ¿Podremos eliminar alguna vez esa tara?

Yueh estaba perplejo por la sugerencia.

—Mi señora, este es el hogar ancestral de la Casa Atreides. ¿Qué pensaría el duque…?

—Esto no es más que una reconstrucción, plagada de errores. —Una ráfaga de viento le apartó los cabellos de bronce del rostro.

—Quizá pasamos demasiado tiempo tratando de recrear lo que vemos en nuestros viejos recuerdos, mi señora. ¿Por qué no construir y decorar vuestra casa como os apetezca?

Ella pestañeó mientras la fría lluvia le golpeaba el rostro y mojaba su vestido verde y la alfombra.

—Pensé que este lugar ayudaría a mi Leto, le reconfortaría, pero quizá lo hice más por mí que por él.

Un niño de diez años con pelo negro azabache llegó corriendo, y sus ojos de color humo se abrieron con expresión entusiasmada y alarmada al ver la ventana abierta. Lo que más le sorprendió fue que ni Jessica ni Yueh hicieran nada mientras la lluvia empapaba los tapices y la alfombra.

—¿Qué pasa?

—Estaba pensando que nos traslademos a otro sitio, Leto. ¿Te gustaría que buscara una casa normal en el pueblo? Quizá allí seríamos más felices, lejos de tanta pompa.

—¡Pero me gusta este castillo! Es el castillo de un duque. —Jessica no era capaz de pensar en su Leto como un niño. Llevaba botas de pescador y camiseta a rayas, como los que vestía la primera vez que Jessica fue a Caladan como concubina comprada a la Bene Gesserit.

En aquel entonces, el joven noble le puso un cuchillo al cuello…

Yueh sonrió.

—Un duque… Esos títulos ya no significan nada ahora que el Imperio ha desaparecido. ¿De verdad necesita la gente de Caladan a un duque?

La reacción de Jessica fue automática, y se dio cuenta de que no había pensado en el concepto.

—La gente sigue necesitando líderes, no importa el nombre que les demos. Y nosotros podemos ser buenos líderes, como ha hecho siempre la Casa Atreides en el pasado. Mi Leto será un buen duque.

Los ojos del muchacho centelleaban, mientras escuchaba embobado. Detrás de sus facciones jóvenes, Jessica veía la simiente del hombre al que amaba. Aquel joven Atreides estaba entre los primeros de una nueva generación de gholas creados por Scytale. El bebé había sido trasladado a Caladan y bautizado allí… igual que el Paul original.

Desde que abandonaron Sincronía, Jessica y Yueh habían tratado de recuperarse, inmersos en el proceso de devolver parte de su gloria a aquel planeta oceánico. Los hilos enmarañados de sus vidas originales y sus vidas ghola les habían convertido en aliados inesperados, en dos personas que comparten una tragedia y un pasado. Finalmente, aunque jamás podría recuperar a su amada Wanna, Yueh había encontrado un poco de paz.

En cambio, Jessica sabía que su duque la esperaba. Con el tiempo se haría un hombre. Cuando recuperara sus recuerdos, su edad física no importaría.

La relación de Jessica con Leto sería un tanto inusual, pero no más que las relaciones de todos los gholas mal emparejados que habían crecido en la no-nave. Como Bene Gesserit, Jessica podía retrasar su proceso de envejecimiento y, puesto que había melange en abundancia por las operaciones en Casa Capitular, Buzzell y Qelso, los dos gozarían de una extensa vida. Prepararía a Leto, y cuando llegara el momento, le ayudaría a desatar su verdadero despertar. Y, milagrosamente, volvería a ser el hombre al que amaba, con todos sus pensamientos y recuerdos.

Solo tenía que esperar una o dos décadas. Como Bene Gesserit, Jessica tendría paciencia.

Jessica cogió su pequeña mano. Esta vez no habría razones políticas para impedir su matrimonio, si es lo que Leto quería. A Jessica lo único que le importaba es que pudieran volver a estar juntos.

—Cuando por fin recuerdes, todo volverá a ser igual, Leto. Y todo será diferente.

95

El futuro nos envuelve, y se parece mucho al pasado.

M
ADRE
SUPERIORA
S
HEEANA
, durante el acto fundacional de la Escuela Ortodoxa en Sincronía

El
Ítaca
, retorcido y amarrado permanentemente, se había convertido en el nuevo cuartel general del grupo escindido de Sheeana. Innovadores arquitectos humanos, en colaboración con robots de construcción, habían remodelado la gran nave para convertirla en un edificio único e imponente. El puente de navegación, en la cubierta más alta, se abrió y se convirtió en una torre de observación.

La madre superiora Sheeana contempló la imponente ciudad reconstruida de Sincronía. Ahondando en su profunda reserva de recuerdos, encontró paralelos en las escuelas Bene Gesserit originales, en Wallach IX, que también se fundaron en un entorno urbano. Aquí se conservaban muchas torres con agujas y algunas hasta podían moverse como antes, procesando materiales en industrias automatizadas.

Años atrás, Duncan y las voluntariosas máquinas le habían ayudado a reconstruir aquella inusual metrópoli, aunque buscó un equilibrio entre su trabajo «milagroso» y la necesidad de dejar que los humanos hicieran las cosas por sí mismos. Él y Sheeana conocían los riesgos de dejar que la gente se volviera demasiado cómoda, y no tenía intención de dejar que recurrieran a él para cosas que podían hacer ellos solos. En la medida de lo posible, la humanidad debía resolver sus propios problemas.

Al mismo tiempo, grupos de máquinas pensantes habían empezado a desarrollarse aparte, con objetivos manejables, ocupando nichos que habrían sido imposibles para un humano: planetas arrasados, asteroides helados, lunas vacías. La galaxia era inmensa, y la mayor parte no permitía la existencia de vida biológica. Había más lebensraum de lo que ningún imperio necesitaría.

Algunos robots habían empezado a manifestar rasgos de personalidad, un carácter propio. Duncan sugirió que con el tiempo quizá llegarían a convertirse en algunos de los pensadores y filósofos más grandes de la historia. Sheeana no lo veía así, y rezaba para que sus alumnas especiales en Sincronía le demostraran que se equivocaba.

Cada mes, nuevas candidatas llegaban para unirse al centro ortodoxo de la Bene Gesserit en Sincronía, mientras que otras se unían a la Nueva Hermandad de Murbella, en Casa Capitular. Tras haber superado algunas dificultades iniciales, ahora los dos órdenes colaboraban en armonía. Sheeana y sus maneras estrictas atraían a un tipo determinado de acólita, y sabía que eso habría gustado a Garimi.

Sheeana probaba a todas las aspirantes con dureza y rechazaba a todas las que no fueran las mejores. Muy lejos de allí, la orden de Murbella atraía a sus propias acólitas. En aquel nuevo universo, había sitio de sobra para las dos visiones.

El programa reproductor convencional de la Bene Gesserit estaba de nuevo en su apogeo, y su corazón se llenaba de alegría al ver cada día a tantas mujeres embarazadas. En el exterior, entre la gente que entraba y salía del cuartel general, contó a siete. La imagen le daba esperanzas de que su orden se extendería y tendría continuidad en el futuro de la humanidad.

Ese mismo día, más tarde, el maestro tleilaxu Scytale contactó con ella en el puente de navegación, que se había convertido en su centro de operaciones. Transmitía desde uno de sus laboratorios en la ciudad y parecía alegre en lugar de acosado.

—He terminado de catalogar las células que quedaban y he eliminado las trazas de Danzarines Rostro. Podemos reintroducir algunos de estos caracteres genéticos en la Bene Gesserit.

—Después de Duncan, no crearemos ningún otro kwisatz haderach. Ni siquiera se plantea. —Por lo que a ella se refería, muchas cosas no tenían por qué volver a suceder…

—Mi intención es solo preservar nuestros conocimientos. Es como encontrar las semillas de hermosas plantas que ya han quedado olvidadas. No tendríamos que desecharlas sin más.

—Quizá no, pero debemos crear estrictos mecanismos de seguridad.

Scytale no parecía preocupado por las restricciones que Sheeana le imponía.

—Creo sinceramente que los tleilaxu recuperarán su saber perdido. —Y se apresuró a añadir—: Con algunos cambios para mejor por supuesto.

—Para el progreso de la humanidad.

Sheeana nunca le había visto trabajar tan duro. Scytale había utilizado las células de su cápsula de nulentropía para desarrollar gholas del último consejo de Tleilaxu y ahora los pequeños le seguían a todas partes. A Sheeana le recordaba a una mamá pata seguida por sus patitos.

Scytale educó al grupo de un modo distinto a lo que era la tradición para los varones de su raza. En alojamientos separados, también estaba educando a hembras tleilaxu —a partir de células descubiertas recientemente—, aunque nunca serían relegadas a las condiciones terribles y degradantes de sus predecesoras. Nunca se volvería a obligar a las mujeres tleilaxu a convertirse en tanques axlotl, así que no había peligro de que apareciera una nueva tanda de mujeres feroces y vengativas como las Honoradas Matres. En particular Sheeana y sus hermanas controlarían a los miembros del Consejo muy de cerca, para asegurarse de que no corrompía de nuevo al pueblo tleilaxu como habían hecho antes.

Habría tanques axlotl, por supuesto… siempre había mujeres que se ofrecían voluntarias por motivos personales, mientras que otras dejaban instrucciones para que sus cuerpos se utilizaran en caso de sufrir algún grave accidente. Como siempre, las Bene Gesserit satisfacían sus propias necesidades.

Cuando terminó su conferencia con Scytale, la Madre Superiora miró a través de los amplios ventanales del puente de navegación. A lo lejos, en el horizonte, más allá de los nuevos límites de la reluciente ciudad, el suelo estaba revuelto y levantado, y muchas de las estructuras geométricas construidas por Omnius estaban derrumbadas y aplastadas.

Ajustó una de las ventanas, incrementando el grado de aumento. Desde aquel lugar aventajado, podía ver el nuevo desierto, y a uno de los gusanos de arena, que se elevaba entre los desechos, buscando con su cabeza sin ojos. Luego la criatura descendió con violencia, rompiendo parte de una pared. Como gusanos de tierra grandes y decididos que trabajan el sustrato, habían iniciado el proceso de convertir los edificios abandonados en un desierto, más de su gusto.

Pronto, pensó Sheeana, iría y hablaría con ellos de nuevo.

Miró a la pequeña que tenía a su lado y cogió su pequeña mano. Quizá algún día llevaría a su protegida con ella, el joven ghola de Serena Butler.

Nunca sería demasiado pronto para preparar a Serena para su papel.

96

El desierto tiene una belleza que no podría olvidar ni en mil vidas.

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TREIDES

Bañadas por la luz dorada del amanecer, dos figuras avanzaron por la cresta de una duna con pasos irregulares, para no atraer a los grandes gusanos de arena. Caminaban una al lado de la otra, inseparables.

Dune era cálido, pero no como en los viejos tiempos. Debido a los graves daños causados al medio, el clima se había enfriado y la atmósfera era menos densa. Pero con el regreso de los gusanos, el plancton de arena y las truchas de arena, el viejo planeta había empezado a recuperarse. Como solía decir el padre de Chani, Liet-Kynes, en Dune todo estaba ligado, un ecosistema completo, que incluía la tierra, el agua disponible y el aire.

Y, gracias a Duncan Idaho, una ingente fuerza de trabajo de máquinas curtidas que continuaban con el proceso de excavación en latitudes en las que los gusanos aún no habían vuelto, el ejército mecánico preparaba mecánicamente la arena sección a sección, abriendo el camino para que los gusanos pudieran ampliar su territorio. Las plantaciones masivas y el trabajo de fertilización realizado por poderosos tractores mecánicos y excavadoras pensantes había estabilizado el suelo calcinado, permitiendo establecer una nueva biomatriz, mientras los duros colonos de Paul controlaban el crecimiento y realizaban sus propios trabajos. Mediante su pensamiento, Duncan se aseguró de que las máquinas pensantes entendían lo que había significado Dune antes de que los extranjeros empezaran a jugar con su ecosistema. Una tecnología a la que se había dado un uso equivocado había arrasado el planeta, y ahora la tecnología ayudaría a su recuperación.

Paul se detuvo a cien metros de la formación rocosa más cercana, donde una cuadrilla de trabajo había encontrado las ruinas de un sietch fremen abandonado. Con un grupo de colonos decididos, él y Chani habían estado recuperando el lugar con sus propias manos. A la manera de antes.

En otro tiempo, él había sido el legendario Muad’Dib, al frente de un ejército de fremen. Ahora se contentaba con ser un fremen moderno, líder de setecientas cincuenta y tres personas que habían establecido austeros habitáculos entre las rocas, y que estaban en el proceso de convertirse en un próspero sietch.

Paul y Chani volaban regularmente con equipos de reconocimiento. Lleno de un nuevo optimismo, Paul veía el increíble potencial de Dune. Cerca de las ruinas del Sietch, había descubierto una gruta subterránea que él y sus seguidores pensaban irrigar e iluminar artificialmente, para un proyecto de plantación de hierbas, tubérculos, flores y arbustos. Lo suficiente para sustentar a una pequeña población de nuevos fremen, pero no para alterar el ecosistema desértico que los gusanos estaban recuperando, año tras año.

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