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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (9 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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El ingeniero ixiano seguía con su expresión anodina.

—Antes de que empecemos, hay que solucionar el asunto del pago, madre comandante. El fabricador mayor Sen me ha pedido que le comunique que si hemos de poner nuestros provechosos centros de fabricación fuera del mercado para construir los destructores que quiere para su guerra, Ix debe recibir una compensación.

—¿Mi guerra? Todos los humanos deben compartir la carga.

—Por desgracia, no estamos de acuerdo. El único pago que aceptaremos es la especia. Y la única fuente de especia es su Nueva Hermandad.

—Tenemos otras formas de pagar. —Murbella trató de disimular su alarma. No estaba segura de que sus incipientes operaciones con la especia pudieran proporcionar la cantidad necesaria. Y ¿por qué quería Ix especia precisamente? La Hermandad podía recurrir a las cuentas que tenía en los bancos de la Cofradía, podía convencer a la CHOAM para que proporcionara importantes artículos; y las soopiedras eran más valiosas que nunca, sobre todo después de los recientes sucesos en Buzzell.

Sin embargo, cuando propuso estas alternativas, el fabricador de Ix meneó la cabeza.

—No tengo flexibilidad en estas negociaciones, madre comandante. Debe ser melange. Ninguna otra moneda servirá.

Ella apretó los dientes, pero no tenía paciencia para mayores retrasos.

—Que sea especia, entonces. Empezad.

— o O o —

Khrone, el Danzarín Rostro, abandonó Casa Capitular satisfecho. La Nueva Hermandad había accedido a sus exigencias, como sabía que sucedería. Y en Ix, contaba con el favor del fabricador mayor, y sus sustitutos controlaban todos los centros de fabricación claves del planeta.

A Khrone le parecía irónico exigir el pago en especia, puesto que Ix había dedicado tanto esfuerzo por instalar máquinas de navegación en las naves de la Cofradía. Gracias a los compiladores matemáticos, la melange se había convertido en algo obsoleto en lo relativo a plegar el espacio, y los navegantes estaban degenerando con rapidez.

Pero, al insistir en un pago tan grande solo en especia para luego almacenarla, Khrone retiraría una gran cantidad del mercado, y eso lo convertiría en un producto aún más raro. Esto, a su vez, obligaría a más y más naves a pasarse a los compiladores ixianos de navegación, porque la Cofradía no podría proporcionar la melange que necesitaban sus navegantes. Dentro de poco, la Cofradía Espacial estaría en manos de Khrone. Lo había llevado todo con un detalle exquisito.

Entretanto, él y sus obreros de incógnito harían que pareciera que proporcionaban todo lo que la Hermandad les pedía. Sí, que lucharan en batallas inútiles, la verdadera guerra ya estaba ganada, y delante de sus narices. La madre comandante Murbella estaría satisfecha… hasta que un velo de oscuridad cayera sobre la humanidad. Permanentemente…

13

Todo hombre comete errores. Sin embargo, cuando los comete un jefe de seguridad, hay consecuencias. Muere gente.

T
HUFIR
H
AWAT
, el original

El Bashar y su protegido avanzaban por los corredores en dirección al centro de soporte vital de la no-nave.

—Estoy profundamente avergonzado, Thufir. Casi ha pasado un año y soy incapaz de descubrir a un saboteador y asesino.

El joven Hawat lo miró, con una expresión de visible adoración por aquel genio militar.

—Tenemos un abanico limitado de sospechosos, y una zona formada por partes diferenciadas donde él —o ella— podría ocultarse. Hemos hecho cuanto hemos podido, Bashar.

—Y sin embargo el saboteador está aquí, en algún sitio. —Teg no aminoró el paso—. Por tanto, no hemos hecho cuanto hemos podido, porque seguimos sin encontrar al responsable. El hecho de que no haya habido nuevos asesinatos no significa que debamos bajar la guardia. Estoy convencido de que el saboteador sigue entre nosotros.

El
Ítaca
se registraba y revisaba continuamente. Se habían instalado nuevas cámaras de seguridad, pero el culpable parecía tener el don de ocultarse. Teg sospechaba que la actuación del saboteador iba más allá del asesinato de los gholas y los tanques axlotl. En los meses pasados, muchos sistemas habían fallado en la nave inexplicablemente… demasiados para ser fruto de la casualidad o fallos normales.

—Nuestro adversario sigue activo.

El ghola de Thufir levantó su mentón lampiño en un despliegue de orgullo. Era fuerte y larguirucho, con poderosas cejas. Se había dejado crecer el pelo.

—Entonces usted y yo lo encontraremos.

Teg le sonrió.

—En cuanto recuperes tus recuerdos y tu experiencia como guerrero mentat y maestro de asesinos, serás un aliado formidable.

—Ya soy formidable. —Thufir ya había demostrado su valía durante la huida de los adiestradores, arriesgando su vida por ayudar al rabino a huir de los Danzarines Rostro compinchados con el Enemigo. Teg creía que el joven ghola tenía el potencial de hacer mucho más.

Variando el patrón, insistía en una exhaustiva ronda de inspecciones de seguridad diarias, mientras dejaba a Duncan Idaho en el puente de navegación, atento siempre a la red centelleante del Enemigo.

El
Ítaca
seguía vagando por el vacío del espacio. Al principio, el viaje había consistido únicamente en huir de sus perseguidores. Duncan se había visto obligado a permanecer oculto tras el campo negativo que velaba la nave, porque por lo visto el anciano y la anciana lo buscaban a él. Ahora, después de más de dos décadas, la población había aumentado a bordo, los niños crecían y aprendían las aptitudes necesarias sin haber puesto nunca el pie en la superficie de un planeta.

A pesar de todos los mundos que se establecieron durante la Dispersión, los sistemas habitables parecían escasos. Por primera vez, Teg se preguntó cuántas naves de refugiados que huían de los Tiempos de la Hambruna habían desaparecido sin llegar a encontrar nunca un destino. El
Ítaca
no llevaba ningún navegante de la Cofradía; solo la casualidad les llevaba a veces a las proximidades de algún planeta. Por el momento, solo habían encontrado dos que pudieran dar cabida a una nueva colonia: un planeta de las Honoradas Matres arrasado por las epidemias del Enemigo, y el planeta de los insidiosos adiestradores.

Aun así, con sus recicladores, invernaderos y tanques de algas, el
Ítaca
tendría que haber podido mantener a la población actual de la nave durante siglos si hacía falta. Ellos —y sus sucesores— podían permanecer por siempre a bordo y no dejar nunca de huir.
¿Es ese nuestro destino?
se preguntó Teg. Pero, los escapes, las pérdidas y los «accidentes» les daban motivo para preocuparse. Tarde o temprano tendrían que reponer suministros.

Con la mente en los recursos, el Bashar siguió un corredor lateral para comprobar los bidones de fermentación y los tanques adyacentes de cultivo de algas. Aquella biomasa, cultivada en la cámara abovedada y húmeda, proporcionaba la materia bruta para las unidades de fabricación de alimentos. Algo que les hacía muy vulnerables.

Teg abrió una escotilla y percibió el olor rico y acuoso del compost y las algas. Subieron a una pasarela por unos peldaños metálicos y miraron abajo, a la cuba cilíndrica llena de una sustancia verde y vellosa. Aquella masa hedionda de algas fecundas digería cualquier cosa que fuera orgánica, creando así grandes cantidades de un material comestible que podía transformarse en alimentos con un mejor sabor. Los ventiladores del techo zumbaban, atrayendo el aire hacia arriba y llevándolo al intrincado sistema circulatorio de la no-nave. Después de tomar muestras y comprobar el balance químico de los tanques, Teg concluyó que todo estaba en orden. No había señal de sabotaje desde la última inspección.

Aquel joven serio siguió andando a su lado.

—Aún no soy un mentat, señor, pero he pensado mucho en el problema del sabotaje.

Teg se volvió hacia su protegido con las cejas arqueadas.

—¿Y tienes una aproximación de primer orden?

—Tengo una idea. —Thufir no trató de disimular su ira—. Sugiero que tenga una larga conversación con el ghola de Yueh. Quizá sabe más de lo que dice.

—Yueh solo tiene trece años. Aún no ha recuperado sus recuerdos.

—Quizá lleva la debilidad en la sangre. Bashar, sabemos que alguien tuvo que cometer el sabotaje. —El joven parecía decepcionado consigo mismo por haber permitido que pasara—. Ni siquiera el auténtico Thufir Hawat fue capaz de encontrar al traidor de la Casa Atreides antes de que nos traicionara ante los Harkonnen. El traidor era Yueh.

—Lo tendré presente.

Mientras andaban por los corredores, se cruzaron con el viejo y consumido Scytale y su clon cuando salían de sus alojamientos. Los dos tleilaxu se habían aislado del resto del pasaje y vivían siguiendo viejas tradiciones y normas de comportamiento, y eso los convertía en sospechosos, pero Teg no había encontrado ninguna prueba contra ellos. De hecho, estaba convencido de que el verdadero saboteador trataría de confundirse con los demás y no llamar la atención. De otro modo no habría podido permanecer oculto durante tanto tiempo.

Dos mujeres embarazadas se cruzaron con ellos por el pasillo charlando animadamente. Las dos formaban parte del programa reproductivo convencional de Sheeana para mantener la población de la Hermandad y tener una adecuada base genética, por si algún día aquel grupo escindido encontraba un lugar donde establecerse.

Finalmente, Teg y Thufir llegaron a la sala cavernosa y resonante de los motores. Entraron en el inmenso compartimiento de la parte de atrás por una puerta redonda. El
Ítaca
vagaba, aparentemente a salvo, perdido de nuevo desde su último salto por el tejido espacial, y sin embargo Duncan insistía en tener los motores Holtzman siempre a punto.

Una gruesa capa de plaz separaba al Bashar y a Thufir del trío de plantas generadoras que alimentaban las máquinas. Una serie de pasarelas enlazaban el exterior de una cámara de plaz a prueba de explosiones que contenía los motores. Los dos se quedaron mirando aquellos mecanismos gigantescos capaces de plegar el espacio. Un auténtico milagro de la tecnología. Todas las lecturas estaban dentro de lo normal. De nuevo, no había indicios de sabotaje.

—Se nos sigue escapando algo —musitó—. Lo intuyo.

En otra ocasión, al final de la Batalla de Conexión, Teg no había sabido ver el arma terrible y mortífera que las Honoradas Matres tenían reservada. Ese error casi le había costado perder la guerra. Pensó en la situación.
¿Qué temible artilugio no sabré ver esta vez?

14

La humanidad lleva en sí misma una gran brújula genética que siempre la impulsa hacia delante. Nuestra misión es mantenerla siempre orientada en la dirección correcta.

R
EVERENDA
MADRE
A
NGELOU
, renombrada Amante Procreadora

Wellington Yueh sentía la poderosa necesidad de que le perdonaran. La laguna que había en su mente estaba llena de culpabilidad. No era más que un ghola, solo tenía trece años, pero sabía que había hecho cosas terribles. Su historia se enganchaba a él como alquitrán a un zapato.

En su primera vida, había roto su condicionamiento Suk. Le había fallado a su esposa, Wanna, al permitir que los Harkonnen le utilizaran como un peón y había traicionado al duque Leto, provocando la caída de los Atreides en Arrakis.

Tras estudiar los archivos de su existencia anterior y descubrir con doloroso detalle lo que había hecho, Yueh trató de buscar consuelo en la Biblia Católica Naranja, junto con otras antiguas religiones, sectas, filosofías e interpretaciones que se habían desarrollado a lo largo de milenios. La tan reiterada doctrina del pecado original, —¡tan injusta!— le dolía especialmente, como una espina en el costado. Yueh podía haberse excusado cobardemente alegando que no recordaba y, por tanto, no merecía que le culparan, pero eso no era el camino de la redención. Tendría que buscarla en otro lado.

Jessica era la única persona que podía perdonarle.

Los ocho gholas del proyecto de Sheeana habían sido criados y adoctrinados juntos. Debido a sus personalidades habían formado vínculos y amistades personales. Antes incluso de conocer la historia que los separaría, Yueh había buscado la amistad de Jessica.

Había leído los diarios y los escritos de la dama Jessica original, concubina ligada al duque Leto Atreides. También había sido Reverenda Madre, exiliada, madre de Muad’Dib y abuela del Tirano. Jessica había sido una mujer fuerte, un modelo, a pesar de la forma en que la Bene Gesserit la denostaba por su defecto, su debilidad.
El amor.

Juntos, los gholas se enfrentaban a un enemigo mucho más poderoso que los Harkonnen. Cuando los recuerdos de Jessica despertaran ¿Sería la amenaza común suficiente para evitar que deseara matarle? Yueh había leído sus palabras de intensa agonía y dolor tal y como las registró la princesa Irulan: «¡Yueh! ¡Yueh! ¡Yueh! ¡Un millón de muertes no serían bastante para Yueh!».

Sí, ella era la única que podía ofrecerle alguna esperanza de perdón. Yueh rezaba para que esta vez pudiera llevar una vida honorable, partiendo de cero y con el corazón abierto.

Jessica pasaba mucho tiempo en el invernadero principal, cuidando las plantas que servían de fuente suplementaria de alimento a los cientos de personas de la nave. Le gustaba el trabajo en el invernadero, se sentía feliz cerca de la tierra fértil, de los nebulizadores, de las hojas carnosas y las flores de olores dulces. Con sus cabellos de bronce y el rostro ovalado, joven y noble, se la veía de una belleza exquisita. Cuánto debieron de amarse ella y el duque Leto hace tiempo… hasta que Yueh lo destruyo todo.

Jessica levantó la vista de las flores y las exuberantes hierbas para clavar sus ojos torturados en Yueh.

—¿Te molesto? —dijo él.

—No, tú no, Es un descanso estar con alguien que no me culpa por cosas que no recuerdo haber hecho.

—Espero que me concedáis la misma consideración, mi señora.

—Por favor, no me llames así, Wellington. Al menos no todavía. No puedo ser dama Jessica hasta que… bueno, hasta que me convierta en dama Jessica.

Yueh trató de adivinar el motivo de aquel ánimo tan negro.

—¿Ha estado Garimi sermoneándote otra vez?

—Algunas Bene Gesserit no me perdonan que fuera en contra de las estrictas normas de la Hermandad, que traicionara su programa de reproducción. —Parecía como si estuviera recitando algo que había leído—. Las consecuencias de mis actos provocaron la caída de un imperio y llevaron a la humanidad a miles de años de tiranía y a cientos de privaciones. —Dejó escapar una risa amarga—. De hecho, si tus actos hubieran desembocado en mi muerte o la muerte de Paul, quizá las historias de las Bene Gesserit te describirían como a un héroe.

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