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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (4 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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El agua era mortal para los gusanos de arena, pero no para las jóvenes truchas, el estado de larva de los gusanos. El vector más joven presentaba una bioquímica fundamentalmente distinta antes de experimentar la metamorfosis y pasar a su forma adulta. Una paradoja. ¿Cómo podía una etapa del ciclo de la vida sentirse tan vorazmente atraído por el agua, y en la fase posterior morir si la tocaba?

Waff flexionó los dedos para recuperarse de aquella sequedad antinatural, fascinado por la forma en que el espécimen engullía el agua. Instintivamente la larva absorbía la humedad para crear un entorno perfectamente seco para el adulto. Por los recuerdos de vidas anteriores que conservaba en su interior, conocía los antiguos experimentos tleilaxu para mover y controlar a los gusanos. Los intentos estándar de trasplantar gusanos adultos a planetas secos siempre fallaban. Incluso los paisajes extraplanetarios más extremos seguían conservando demasiada humedad para sustentar una forma de vida tan frágil —¿frágil?— como los gusanos de arena.

Pero su idea era otra. En lugar de transformar los mundos para que acomodaran a los gusanos de arena, quizá podría alterar a los gusanos en su fase inmadura, ayudarles a que se adaptaran. Los tleilaxu entendían el Lenguaje de Dios, y con su genio para la genética habían conseguido lo imposible en muchas ocasiones. ¿Acaso no era Leto II el Profeta de Dios? Su deber era conseguir que volviera.

La idea y la mecánica cromosómica parecían sencillas. En algún momento del desarrollo de las truchas, un factor desencadenante modificaba la respuesta química de la criatura hacía una sustancia tan simple como el agua. Si encontraba ese factor y lo bloqueaba, la trucha de arena seguiría madurando, pero sin su aversión mortal por el agua líquida. ¡Eso sí sería un milagro!

Pero, si impides que una oruga forme un capullo, ¿se transformará de todos modos en una mariposa? Tendría que ir con mucho cuidado, desde luego.

Si no había entendido mal, las brujas de Casa Capitular habían descubierto la forma de liberar truchas de arena en un entorno planetario… el mundo de las Bene Gesserit. Una vez allí, las truchas se reprodujeron e iniciaron un proceso imparable de destrucción (¿reconstrucción?) del ecosistema. De un planeta exuberante a una tierra yerma y árida. Con el tiempo convertirían el planeta en un desierto, donde los gusanos podrían sobrevivir y renacer.

Las preguntas seguían fluyendo, una tras otra. ¿Por qué llevaban las hermanas Bene Gesserit fugitivas truchas de arena en sus naves de refugiadas? ¿Estaban tratando de repartirlas por otros mundos, de crear nuevos planetas desérticos? ¿Hogar para más gusanos? Un plan semejante requería un esfuerzo enorme, tardaría décadas en dar fruto y acabaría con la vida en el planeta nativo. Ineficaz.

Waff tenía una solución mucho más inmediata. Si lograba desarrollar una raza de gusanos de arena que toleraran el agua e incluso medraran en ella, podrían implantarlos en innumerables planetas, ¡donde podrían crecer y multiplicarse rápidamente! No sería necesario reconstruir un medio planetario entero antes de empezar a producir melange. Por sí solo eso les ahorraría unas décadas que, sencillamente, Waff no tenía. Sus gusanos modificados proporcionarían toda la especia que los navegantes de la Cofradía desearan… y de paso servirían a los propósitos de Waff.

¡Ayúdame, Profeta!

El espécimen había absorbido toda el agua del recipiente y en aquellos momentos se desplazaba lentamente por la base y los lados, explorando los límites. Waff llevó útiles y productos químicos a la mesa de laboratorio… alcoholes, ácidos, llamas, y extractores de muestras.

El primer corte fue el más duro. Y entonces se puso a trabajar en aquella criatura informe que se resistía para arrancarle sus secretos genéticos.

Tenía los mejores analistas de ADN y secuenciadores genéticos que la Cofradía podía conseguir… y ciertamente eran muy buenos. La trucha de arena tardó en morir, pero Waff estaba seguro de que al Profeta no le importaría.

5

Un hedor supura de mis poros. El olor nauseabundo de la muerte.

S
CYTALE
, último maestro tleilaxu conocido

Aquel niño pequeño de piel grisácea miraba con preocupación a su otro yo, más viejo pero idéntico.

—Esta es una zona restringida. El bashar se enfadará mucho con nosotros.

El Scytale mayor frunció el ceño, decepcionado porque un niño con un destino tan extraordinario pudiera ser tan apocado.

—Esta gente no tiene autoridad para imponerme sus normas… ¡ni a mí ni a ninguna de mis versiones! —A pesar de los años de preparación, de instrucción, de insistencia, Scytale sabía que el ghola aún no había entendido quién era. El maestro tleilaxu tosió e hizo una mueca, incapaz de sobreponerse a sus problemas físicos—. ¡Debes despertar tus recuerdos genéticos antes de que sea tarde!

El niño seguía a su yo más viejo por el oscuro corredor de la no-nave, pero sus pasos eran demasiado asustados para ser furtivos. De vez en cuando, Scytale necesitaba que su «hijo» de doce años le ayudara. Cada día, cada lección, debía acercar al más joven al punto de inflexión que haría que sus recuerdos se liberaran en un torrente. Y entonces, por fin, el viejo Scytale podría permitirse morir, Años atrás, se había visto obligado a utilizar la única prenda que le quedaba para sobornar a las brujas: su reserva secreta de valioso material celular. A Scytale no le gustó tener que verse en esta posición, pero a cambio de ceder aquel material en bruto de héroes del pasado para los propósitos de las brujas, Sheeana había accedido a dejarle utilizar los tanques axlotl para crear una nueva versión de sí mismo. Esperaba que no fuera demasiado tarde.

Desde hacía unos años, cada frase, cada día hacía aumentar la presión sobre el Scytale más joven. Su «padre», víctima de una obsolescencia celular planificada, no creía que le quedara ni un año antes de que se produjera el colapso. Si el joven no recuperaba rápido sus recuerdos, muy pronto, todos los conocimientos de los tleilaxu se perderían. El viejo Scytale hizo una mueca ante tan terrible perspectiva, mucho más dolorosa que cualquier mal físico.

Llegaron a uno de los niveles inferiores vacíos, donde una cámara de pruebas había pasado inadvertida en las grandes extensiones vacías de la nave.

—Utilizaré este material de enseñanza powindah para mostrarte cómo quería Dios que vivieran los tleilaxu. —Las paredes eran lisas y curvadas, los paneles de luz estaban graduados a un pálido naranja. La habitación parecía llena de vientres gestantes, redondos, flácidos, sin pensamiento… que es como las mujeres debían servir en una sociedad realmente civilizada.

Scytale sonrió ante la imagen, mientras el muchacho miraba a su alrededor con ojos oscuros.

—Tanques axlotl. ¡Cuántos! ¿De dónde han salido?

—Por desgracia solo son proyecciones holográficas. —Aquella simulación de alta calidad incluía el sonido de los tanques, y el olor de productos químicos, antisépticos y medicamentos.

Mientras estaba allí en pie, rodeado por aquellas gloriosas imágenes, Scytale sintió que su corazón lloraba por aquel hogar que tanto añoraba, un hogar totalmente destruido. Años atrás, antes de poner el pie en la sagrada Bandalong, Scytale y todos los tleilaxu debían pasar siempre por un extenso proceso de purificación. Desde que las Honoradas Matres le habían obligado a huir únicamente con su vida y unas pocas prendas con las que regatear, había tratado de observar los rituales y prácticas en la medida de lo posible —y los había enseñado vigorosamente al joven ghola—, pero había limitaciones. Hacía mucho que Scytale no se sentía suficientemente limpio. Pero sabía que Dios lo entendería.

—Así eran las salas de partos. Estúdiala. Absórbela. Recuérdate a ti mismo cómo eran antes las cosas, cómo deberían ser. He creado estas imágenes a partir de mis propios recuerdos, los mismos recuerdos que llevas en tu interior. Búscalos.

Scytale le había repetido aquellas palabras una vez y otra vez, machacando. Su versión más joven era un buen estudiante, muy inteligente, y conocía toda la información intelectualmente, pero no la conocía en su alma.

Sheeana y las otras brujas no entendían la inmensidad de la crisis a la que se enfrentaba, o quizá no les importaba. Las Bene Gesserit no sabían gran cosa de los entresijos que conllevaba restaurar los recuerdos de un ghola, no eran capaces de reconocer el momento en que un ghola está listo… pero quizá Scytale no podía permitirse el lujo de esperar. Desde luego, el niño ya era lo bastante mayor. ¡Tenía que despertar! Pronto sería el único tleilaxu vivo, y no habría nadie que despertara sus recuerdos.

Mientras examinaba las hileras de cubas reproductoras, el rostro del Scytale júnior se llenó de reverencia y temor. El muchacho estaba absorbiendo lo que veía. Bien.

—El tanque de la segunda fila es el que me dio vida —dijo—. La Hermandad la llamaba Rebecca.

—El tanque no tiene nombre. No es una persona y nunca lo fue. Incluso cuando podía hablar, no era más que una hembra. Los tleilaxu nunca ponemos nombre a nuestros tanques, ni a las hembras que les precedieron.

Scytale expandió la imagen y dejó que las paredes desaparecieran en una proyección de una inmensa casa de nacimientos, con tanques y más tanques, uno detrás de otro. Fuera, las agujas y las calles de Bandalong. Aquellos detalles visuales tendrían que haber bastado, aunque a Scytale le habría gustado añadir otros elementos sensoriales, los olores reproductivos de las hembras, la sensación del sol en su mundo natal, el reconfortante conocimiento de incontables tleilaxu que llenaban las calles, los edificios, los templos.

Se sentía dolorosamente solo.

—Yo ya no tendría que estar vivo, aquí, ante ti. Es una ofensa verme viejo y lleno de achaques y con este cuerpo defectuoso. El kehl de los verdaderos maestros tendría que haberme eutanasiado hace tiempo para dejarme vivir en un cuerpo ghola nuevo. Pero estos no son buenos tiempos.

—No son buenos tiempos —repitió el muchacho, retrocediendo a través de una de las detalladas imágenes holográficas—. Se ha visto obligado a hacer cosas que de otro modo no toleraría. Debe utilizar métodos heroicos para seguir con vida hasta que yo despierte, Le prometo con todo mi corazón que me convertiré en Scytale. Antes de que sea tarde.

El proceso para despertar a un ghola no era ni fácil ni rápido. Año tras año, Scytale había ido aplicando presión, recordatorios, quiebros mentales a aquel joven. Cada lección, cada exigencia se sumaba a la anterior, como piedrecitas en un montón cada vez más alto, y tarde o temprano conseguiría añadir suficientes piedrecitas al montón inestable para desatar la avalancha. Solo Dios y su Profeta podían saber qué piedrecita del recuerdo podía lograr que la barrera se desplomara.

El muchacho observaba cómo el rostro de su mentor cambiaba con sus diferentes ánimos. Sin saber muy bien qué hacer, citó una reconfortante lección de su catecismo.

—«Cuando se enfrenta a una decisión imposible, la persona siempre debe elegir la senda de la Gran Creencia. Dios guía a aquellos que desean ser guiados».

La sola idea pareció consumir las últimas energías de Scytale, que se derrumbó en una silla cercana en la sala de simulaciones tratando de recuperar las fuerzas. Cuando el ghola corrió a su lado, Scytale acarició los cabellos oscuros de su yo alterno.

—Eres joven, tal vez demasiado.

El muchacho apoyó una mano en el hombro del anciano para consolarlo.

—Lo intentaré… lo prometo. Me esforzaré todo lo que pueda. —Cerró los ojos con fuerza y pareció como si empujara, como si tratara de derribar las paredes intangibles del interior de su cerebro. Finalmente, sudando con profusión, se rindió.

El Scytale más anciano se sentía desmoralizado. Ya había utilizado todas las técnicas que conocía para llevar al ghola al límite. Crisis, paradoja, desesperación implacable. Pero él los sentía mucho más que el muchacho. Sencillamente, el saber clínico era insuficiente.

Las brujas habían utilizado alguna suerte de extorsión sexual para despertar al bashar Miles Teg cuando su ghola solo tenía diez años, y el sucesor de Scytale ya superaba ese límite en dos años. Pero no soportaba la idea de que las Bene Gesserit utilizaran sus cuerpos impuros para quebrantar a aquel muchacho. Scytale ya había sacrificado tanto…, había vendido buena parte de su alma a cambio de un resquicio de esperanza para el futuro de su raza. El mismísimo Profeta le daría la espalda con repugnancia. ¡Eso nunca!

Scytale escondió la cabeza entre las manos.

—Eres un ghola defectuoso. Tendría que haber tirado tu feto y haber empezado de nuevo hace doce años.

La voz del muchacho sonó ronca, como fibra rota.

—¡Me concentraré y sacaré mis recuerdos de las células a la fuerza!

Al maestro tleilaxu la tristeza y el cansancio le pesaban.

—Es un proceso instintivo, no intelectual. Debe venir a ti. Si tus recuerdos no regresan, no me sirves de nada. ¿Para qué dejarte vivir?

El muchacho se debatía visiblemente, pero Scytale no vio ningún destello de reverencia y alivio, ninguna señal del flujo de las experiencias de una vida. Los dos tleilaxu olían a fracaso. A cada momento que pasaba, Scytale sentía morir una parte de su ser.

6

El destino de nuestra raza depende de los actos de una colección inverosímil de desarraigados.

De un estudio Bene Gesserit sobre la condición humana

En su segunda vida, el barón Vladimir Harkonnen se desenvolvía bien. Con solo diecisiete años, el ghola despertado ya dirigía un gran castillo lleno de antiguas reliquias con un séquito de sirvientes que satisfacían cada capricho, Mejor aún, se trataba del castillo de Caladan, la sede de la Casa Atreides. En aquellos momentos estaba sentado en un trono de joyas negras fundidas, mirando a su alrededor en una enorme sala, mientras la servidumbre seguía con sus tareas. Pompa y grandeza, todos los arreos dignos de un Harkonnen.

Sin embargo, a pesar de las apariencias, el barón ghola tenía muy poco poder real y él lo sabía. La miríada de los Danzarines Rostro le había creado con un propósito muy concreto y, aunque ya había recuperado sus recuerdos, lo tenían atado muy corto. Aún había demasiadas preguntas importantes sin contestar, demasiadas cosas que quedaban fuera de su control. Y eso no le gustaba.

Los Danzarines Rostro parecían mucho más interesados en el joven ghola de Paul Atreides… al que ellos llamaban «Paolo». Él era el verdadero premio. Su líder, Khrone, decía que aquel planeta y el castillo restaurado existían con el solo propósito de despertar los recuerdos de Paolo. El barón no era más que un medio para lograr un propósito, con una importancia secundaria en el «asunto del kwisatz haderach».

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