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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (2 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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Una de las doctoras Suk dijo al rabino que saliera de la sala de partos. Con expresión ceñuda, el anciano levantó una mano, como si estuviera bendiciendo la carne pálida del tanque axlotl.

—Las brujas actuáis como si estos tanques ya no fueran mujeres, como si no fueran seres humanos… pero esta sigue siendo Rebecca. Sigue siendo una oveja de mi rebaño.

—Rebecca satisfizo una necesidad vital —dijo Sheeana—. Todas las voluntarias sabían exactamente lo que estaban haciendo. Ella aceptó su responsabilidad. ¿Por qué no hace usted otro tanto?

El rabino se volvió con exasperación al joven que estaba a su lado.

—Háblales, Yueh. Quizá a ti te escucharán.

A Jessica le pareció que aquel ghola macilento se sentía más intrigado que indignado por los tanques.

—Como doctor Suk —dijo—, traje al mundo a muchos bebés. Pero nunca de este modo. Al menos eso creo. Mis recuerdos todavía me están vedados, y en ocasiones me siento confundido.

—Pero Rebecca es un ser humano, no es solo una máquina biológica para producir melange y camadas de gholas. Debes entenderlo. —La voz del rabino subió de tono.

Yueh se encogió de hombros.

—Puesto que yo he nacido de la misma forma, no puedo mostrarme del todo objetivo. Si recuperara mis recuerdos tal vez estaría de acuerdo con usted.

—¡No necesitas tus recuerdos originales para pensar! Porque, la capacidad de pensar la tienes, ¿no es cierto?

—El bebé está listo —dijo una de las doctoras interrumpiéndole—. Debemos decantarlo ahora. —Se volvió con impaciencia al rabino—. Déjenos hacer nuestro trabajo… si no, el tanque también podría resultar dañado.

Con un sonido de disgusto, el rabino se abrió paso al exterior de la sala. Yueh se quedó atrás, mirando.

Una de las doctoras Suk ató el cordón umbilical del tanque de carne. Su compañera, más baja, lo cortó; luego secó el cuerpo pequeño y resbaladizo y levantó a Alia en el aire. Al momento la niña empezó a llorar con fuerza, como si hubiera estado esperando con impaciencia su nacimiento. Jessica suspiró con alivio al oír aquel llanto sano, que indicaba que esta vez su hija no era una Abominación. En el momento de nacer, la Alia original había mirado al mundo con determinación, con la expresión y la inteligencia de un adulto. El llanto de este bebé parecía normal. Pero se interrumpió bruscamente.

Mientras una de las doctoras se ocupaba del tanque flácido, la otra secó a la niña y la envolvió en una mantita. Jessica no pudo evitar sentir una punzada en el corazón, necesitaba coger al bebé en brazos, pero se contuvo. ¿Se pondría Alia a hablar de pronto con las voces de las Otras Memorias? Pero no, la pequeña se limitaba a mirar a su alrededor, sin acabar de enfocar.

Otros se ocuparían de Alia, de un modo no muy distinto de las hermanas Bene Gesserit, que cogían a las niñas recién nacidas bajo su tutela. La primera Jessica, nacida bajo la estrecha vigilancia de las Amantes Procreadoras, nunca supo lo que era una madre en el sentido tradicional. Tampoco lo sabría esta Jessica, ni Alia, ni ninguno de los otros bebés ghola experimentales. La nueva hija sería criada comunitariamente en una sociedad improvisada, más como objeto de curiosidad científica que de amor.

—Somos una familia extraña —susurró.

2

Los humanos nunca son capaces de una exactitud completa. A pesar de todo el conocimiento y experiencias que hemos absorbido a través de incontables «embajadores» Danzarines Rostro, la imagen que tenemos es confusa. A pesar de ello, los defectuosos registros de la historia humana nos ofrecen una divertida perspectiva de los delirios del humano.

E
RASMO
, registros y análisis, Copia 242

A pesar de décadas de esfuerzos, las máquinas pensantes aún no habían capturado la no-nave y su precioso cargamento. Sin embargo, esto no impidió que la supermente informática lanzara su vasta flota de exterminación contra el resto de la humanidad.

Duncan Idaho seguía eludiendo a Omnius y Erasmo, que arrojaban una y otra vez su reluciente red de taquiones a la nada, buscando a su presa. La capacidad de la no-nave de ocultarse normalmente evitaba que la vieran, pero de vez en cuando sus perseguidores captaban algún destello, como cuando ves algo oculto tras unos arbustos. Al principio, la búsqueda había sido un desafío, pero la supermente empezaba a impacientarse.

—Has vuelto a perder la nave —dijo la supermente con voz atronadora a través de los altavoces de la cámara central de la catedral de la metrópolis tecnológica de Sincronía.

—Eso es inexacto. Para perderla primero tengo que haberla encontrado. —Erasmo cambió su piel de metal líquido tratando de sonar despreocupado, y cambió su disfraz de dulce ancianita por la figura más familiar del robot de platino.

Como troncos arqueados, las agujas de metal se elevaban por encima de Erasmo para formar una cúpula abovedada en el interior de la catedral mecánica. Los fotones brillaban sobre la piel activada de los pilares, bañando su nuevo laboratorio de luz. Hasta había hecho instalar una fuente luminosa de lava burbujeante… una decoración inútil, aunque con frecuencia el robot se entregaba a aquella sensibilidad artística que tanto había cultivado en el pasado.

—No seas impaciente. Recuerda las proyecciones matemáticas. Todo está bellamente predeterminado.

—Tus proyecciones matemáticas podrían ser un mito, como cualquier otra profecía. ¿Cómo sé que son correctas?

—Porque yo digo que son correctas.

Con el lanzamiento de la flota mecánica, el largamente anunciado Kralizec había empezado, por fin. Kralizec… Armagedón. La Batalla del Fin del Universo… Ragnarok… Azrafel… el Tiempo del Fin, la Oscuridad de Nube. Se encontraban en un momento de cambios trascendentales, el universo entero estaba girando sobre su eje cósmico. Las leyendas humanas ya predecían este cataclismo desde los albores de la civilización. Ciertamente, ya habían pasado por numerosas reiteraciones de cataclismos similares: la Yihad Butleriana, la yihad de Paul Muad’Dib, el reinado del tirano Leto II Al manipular las proyecciones informáticas y crear con ello ciertas expectativas en la mente de Omnius, Erasmo había conseguido poner en marcha los acontecimientos que llevarían a otro cambio fundamental. Profecía y realidad… el orden de las cosas no importaba.

Como una flecha, todos los cálculos infinitamente complejos de Erasmo, trillones de datos que pasaban por las más sofisticadas rutinas, señalaban un único resultado: el kwisatz haderach último —quienquiera que fuese— determinaría la marcha de los acontecimientos al final del Kralizec. La proyección también revelaba que el kwisatz haderach viajaba a bordo de la no-nave, así que, naturalmente, Omnius quería aquella baza de su lado. Luego, las máquinas pensantes debían capturar la no-nave. El primero que consiguiera controlar al kwisatz haderach ganaría.

Erasmo no acababa de entender qué haría aquel superhombre cuando lo localizaran y prendieran. A pesar del tiempo que llevaba estudiando al humano, seguía siendo una máquina pensante, en cambio el kwisatz haderach no lo era. Los nuevos Danzarines Rostro, que tanto tiempo llevaban infiltrados en la humanidad y facilitaban una información vital al Imperio Sincronizado, estaban en algún punto intermedio, como máquinas biológicas híbridas. Él y Omnius habían absorbido tantas de las vidas robadas por los Danzarines Rostro que a veces olvidaban quiénes eran. Los maestros tleilaxu originales no habían sabido prever la importancia de lo que habían ayudado a crear.

Sin embargo, el robot independiente sabía que debía seguir controlando a Omnius.

—Hay tiempo. Tienes una galaxia entera por conquistar antes de que necesitemos al kwisatz haderach que viaja en esa nave.

—Me alegro de no haber esperado a que lo tuvieras para empezar.

Durante siglos, Omnius había estado construyendo una flota invencible. Millones y millones de naves avanzaban en aquellos momentos, utilizando los tradicionales pero efectivos motores que viajaban a la velocidad de la luz, conquistando un sistema estelar tras otro. La supermente podía haber utilizado los sistemas matemáticos de navegación que los Danzarines Rostro habían «proporcionado» a la Cofradía Espacial, pero había un elemento en la tecnología Holtzman que, sencillamente, seguía resultando demasiado incomprensible. Para viajar a través del tejido espacial se requería algo indefiniblemente humano, un intangible «salto de fe». La supermente jamás admitiría que aquella abigarrada tecnología en realidad le ponía… nervioso.

Después de algunas escaramuzas de prueba, la muralla de naves robóticas había encontrado y destruido con rapidez una primera avanzadilla de mundos fronterizos establecidos por los humanos.

Las naves de vanguardia cartografiaban los mundos que había por delante y esparcían plagas biológicas mortíferas que Erasmo había desarrollado; para cuando la flota llegaba a cada objetivo, la acción militar normalmente era innecesaria, porque encontraban a una población moribunda. Cada combate, incluso los encuentros con grupos aislados de Honoradas Matres, era igualmente decisivo.

Para mantenerse ocupado, el robot independiente revisó la avalancha de datos que le enviaban. Aquella era la parte que más le gustaba. Un ojo espía zumbaba revoloteando ante él y Erasmo lo apartó.

—Si me permites que me concentre, Omnius, quizá encuentre la forma de acelerar nuestros avances contra los humanos.

—¿Cómo sé que no cometerás otro error?

—Porque confías en mis capacidades.

El ojo espía se alejó revoloteando.

Mientras la flota mecánica aplastaba un planeta humano tras otro, Erasmo iba dando instrucciones adicionales a los robots invasores. Los humanos infectados se retorcían en el suelo, entre vómitos, sangrando por los poros, y entretanto los exploradores mecánicos saqueaban tranquilamente las bases de datos, salas de registros, bibliotecas y otras fuentes. Era una información diferente de la que podía extraer de las vidas aleatorias que los Danzarines Rostro asimilaban.

Con la entrada de todos aquellos nuevos datos, Erasmo había podido permitirse el lujo de volver a convertirse en científico, como lo fuera en tiempos, la búsqueda de una verdad científica había sido siempre la verdadera razón de su existencia. Y ahora el flujo de información era mayor que nunca. Feliz por tener una cantidad tan grande de datos nuevos aún sin digerir, Erasmo concentró su mente elaborada en los hechos y las historias desnudos.

Tras la supuesta destrucción de las máquinas pensantes hacía más de quince milenios, los fecundos humanos se habían extendido, creando civilizaciones, destruyéndolas. Erasmo se sentía intrigado por la forma en que, después de la Batalla de Corrin, la familia Butler había fundado y gobernado un imperio bajo el nombre de Corrino durante diez mil años, con algunos lapsos e interreinados, para ser desbancados por un líder fanático llamado Muad’Dib.

Paul Atreides. El primer kwisatz haderach.

Sin embargo, con su hijo Leto II conocido como Dios Emperador o Tirano, se había producido un cambio aún más importante. Otro kwisatz haderach… un híbrido único entre hombre y gusano de arena que impuso su mandato draconiano durante tres mil quinientos años. Después de su asesinato, la civilización humana se fragmentó. Tras huir a los confines de la galaxia en la Dispersión, las dificultades endurecieron al humano, hasta que las Honoradas Matres —la peor entre las especies de humanos— fueron a parar al próspero imperio de las máquinas…

Otro ojo espía revoloteaba escaneando los mismos archivos que Erasmo estaba leyendo. Omnius habló con voz resonante a través de las placas de las paredes.

—Considero que sus contradicciones, planteadas como hechos, son inquietantes.

—Inquietantes, tal vez, sí, pero también son fascinantes. —Erasmo se desconectó de los montones de archivos históricos—. Sus historias nos enseñan cómo se ven a sí mismos y al universo que les rodea. Evidentemente, estos humanos necesitan a alguien que vuelva a tomar con firmeza el control.

3

¿Por qué es importante la religión? Porque por sí sola la lógica no impulsa a la gente a hacer grandes sacrificios. Sin embargo, con el fervor religioso suficiente, la gente se arrojará contra lo imposible y considerará una bendición poder hacerlo.

M
ISSIONARIA
P
ROTECTIVA
, primera premisa

Dos operarios se presentaron ante la puerta de la ostentosa y fría Cámara de Consejo de Murbella durante una tensa reunión. Llevaban un robot inmóvil con ayuda de unas garras suspensoras.

—¿Madre comandante? Habéis pedido que trajéramos esto.

La máquina de combate estaba hecha de metal azul y negro, reforzada con abrazaderas y un blindaje superpuesto. Su cabeza cónica presentaba una serie de sensores y dispositivos para localizar objetivos, y los cuatro brazos impulsados por motores estaban rodeados de cables y armas incorporadas. El robot de combate había resultado dañado en una escaramuza reciente, y en su torso voluminoso había señales oscuras, allí donde las descargas de energía habían dejado fuera de combate sus procesadores internos. Aquella cosa estaba apagada, muerta, derrotada. Pero incluso desactivada, era una imagen de pesadilla.

Las consejeras de Murbella, sobresaltadas por aquella interrupción en sus discusiones y argumentos, miraron la gran máquina. Todas las mujeres allí reunidas llevaban el sencillo unitardo negro de la Nueva Hermandad, siguiendo un código homogéneo en el vestir que no permitía ninguna alusión a sus orígenes como Bene Gesserit o como Honoradas Matres.

Murbella hizo una señal a aquellos operarios de aspecto apocado.

—Traed esa cosa aquí dentro, para que podamos verla cada vez que hablamos del Enemigo. Nos hará bien tener algo que nos recuerde a qué nos enfrentamos.

Incluso con la ayuda de las garras suspensoras, los operarios entraron la máquina con gran esfuerzo y sudor. Murbella se acercó al voluminoso robot de combate y miró con gesto desafiante a sus sensores ópticos apagados. Lanzó una mirada orgullosa a su hija.

—La bashar Idaho trajo este espécimen de la Batalla de Duvalle.

—Tendríamos que mandarlo con el resto de las basuras. O lanzarlo al espacio —dijo Kiria, una antigua y severa Honorada Matre—. ¿Y si conserva una programación espía pasiva?

—Ha sido sometido a una purga exhaustiva —dijo Janess Idaho. Como comandante recién nombrada de las fuerzas militares de la Hermandad, se había convertido en una joven muy pragmática.

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