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Authors: Angie Sage

Septimus (8 page)

BOOK: Septimus
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—¿Por qué nos hemos parado? —susurró Marcia.

-Hay un obstáculo -musitó Silas, que había pasado a Maxie y había notado que habían ido a dar contra una inmensa montaña de basura que bloqueaba el conducto.

—¡Qué fastidio! —murmuró Marcia.

—Papá, quiero salir, papá -jadeó Nicko.

—¿Nicko? —susurró Silas—. ¿Estás bien? , 

—No...

—¡Es la puerta de las ratas! —exclamó Marcia triunfante—. Hay una rejilla para que las ratas no entren al conducto. La pusieron la semana pasada, después de que Endor encontrase una rata en su estofado. Ábrela, Silas.

—No puedo llegar hasta ella. Hay un montón de basura en medio.

—Si hubieras hecho el hechizo de limpieza, tal como te había pedido, no estaría aquí, ¿verdad?

—Marcia —susurró Silas—, cuando crees que estás a punto de morir, hacer la limpieza del hogar no es tu prioridad número uno.

—Papá... —instó Nicko con desesperación.

—Entonces yo lo haré —le espetó Marcia.

Chasqueó los dedos y recitó algo entre dientes. Se produjo un sonido metálico amortiguado cuando la puerta de las ratas se abrió, y un siseo cuando la basura amablemente se apartó del conducto y cayó en el vertedero.

Eran libres. La luna llena se alzaba sobre el río proyectando su blanca luz sobre la negrura del conducto de la basura y guiando a los seis cansados y magullados viajeros hacia la salida que tanto habían anhelado alcanzar: el vertedero de basuras de la orilla del río.

9. EL CAFÉ DE SALLY.

Era una noche de invierno tranquila como de costumbre en el café de Sally Mullin. El rumor constante de las conversaciones llenaba el aire, mientras una mezcla de parroquianos habituales y viajeros compartían las grandes mesas de madera que se reunían alrededor de una pequeña estufa de leña. Sally había estado rondando las mesas contando ocurrencias, ofreciendo porciones de pastel de cebada recién hecho y rellenando las lámparas de aceite, que llevaban ardiendo toda la deslucida tarde de invierno. Ahora estaba detrás de la barra, sirviendo con cuidado cinco medidas de Springo Special Ale para unos recién llegados mercaderes del norte.

Mientras Sally observaba a los mercaderes, notó para su sorpresa que en lugar de la expresión triste y resignada por la que son famosos los mercaderes del norte, se estaban riendo. Sally sonrió; se enorgullecía de regentar un café feliz y, si había podido hacer que cinco adustos mercaderes se rieran antes incluso de haber bebido su primera jarra de Springo Special, es que algo estaba haciendo bien.

Sally llevó la cerveza a la mesa de los mercaderes junto a la ventana y la dejó ante ellos sin derramar ni una sola gota. Pero los mercaderes no prestaron atención a la cerveza; estaban demasiado ocupados frotando la empañada ventana con sus mugrientas mangas y observando en la oscuridad. Uno de ellos señaló algo en el exterior y todos prorrumpieron en estruendosas carcajadas.

La risa se contagiaba por todo el café. Otros clientes empezaron a acercarse a las ventanas para curiosear, hasta que toda la clientela empujó por hacerse un sitio junto a la larga hilera de ventanas que se alineaban al fondo. Sally Mullin miró también para ver cuál era el origen de la diversión.

Se quedó boquiabierta.

En la clara luz de la luna llena, la maga extraordinaria, la señora Marcia Overstrand, llena de basura, bailaba como una enloquecida encima del vertedero municipal.

«No —pensó Sally—, no es posible.»

Volvió a mirar por la ventana empañada. No podía creer lo que veía, era realmente la señora Marcia con tres niños... ¿Tres niños? Todo el mundo sabía que la señora Marcia no soportaba a los niños. También había un lobo y alguien que le resultaba vagamente familiar, pero ¿quién era?...

El condenado marido de Sarah, Silas Ya—lo—haré—mañana Heap. Ese era.

¿Qué demonios estaba haciendo Silas Heap con Marcia Overstrand? ¿Con tres niños? ¿Y en el vertedero? ¿Lo sabía Sarah?

Bien, pronto lo sabría.

Como buena amiga de Sarah Heap, Sally sentía que su obligación era ir y comprobarlo. Así que dejó al chico lavaplatos al mando del café y corrió bajo la luz de la luna.

Sally se alejó taconeando sobre la pasarela de madera del pontón del café y corrió por la nieve, colina arriba, hacia el vertedero. Mientras corría, su mente llegó a una conclusión irrefutable: Silas Heap se estaba fugando con Marcia Overstrand.

Todo encajaba. Sarah solía quejarse de que Silas estaba obsesionado con Marcia. Incluso desde que le había cedido su aprendizaje con Alther Mella y Marcia lo había aceptado, Silas había observado su sorprendente progreso con una mezcla de horror y fascinación, imaginando siempre que podía haber sido él. Y desde que se había convertido en maga extraordinaria, hacía diez años, Silas, en todo caso, había empeorado.

Completamente obsesionado con lo que Marcia estaba haciendo, eso era lo que había dicho Sarah.

Pero claro, se dijo Sally, que ahora había llegado al pie del enorme montón de basura y estaba subiendo trabajosamente, Sarah tampoco era del todo inocente, todo el mundo podía ver que su niñita no era hija de Silas. Era tan distinta a todos los demás. Y una vez que Sally había intentado delicadamente sacar a colación el asunto del padre de Jenna, Sarah había cambiado rápidamente de tema. ¡Oh, sí!, algo había ocurrido entre los Heap durante años. Pero eso no era excusa para lo que Silas estaba haciendo ahora. No era ninguna excusa, pensó Sally, enojada, mientras subía tambaleándose hacia la cima del vertedero.

Las desaliñadas figuras de la cumbre del vertedero habían empezado a descender y se dirigían hacia donde estaba Sally. Sally movía los brazos haciéndoles señas, pero ellos parecían no verla; tenían el semblante preocupado y se tambaleaban un poco como si estuvieran mareados. Ahora que estaban más cerca, Sally pudo comprobar que tenía razón acerca de sus identidades.

—¡Silas Heap! —gritó furiosamente Sally.

Las cinco figuras se dieron un susto tremendo y se quedaron mirando fijamente a Sally.

—¡Chist! —sisearon cuatro voces tan fuerte como se atrevieron.

—No voy a callarme —declaró Sally—. ¿Qué crees que estás haciendo, Silas Heap? Dejando a tu mujer por esta... fulana. —Sally movió el índice con desaprobación hacia Marcia.

—¿Fulana? —exclamó Marcia.

—Y llevarte a esos pobres niños contigo —le dijo a Silas—. ¿Cómo has podido?

Silas vadeó la basura en dirección a Sally.

—¿De qué estás hablando? —le exigió—. ¡Y por favor, cállate!

—¡Chissst! —dijeron tres voces detrás de él.

Por fin, Sally se calló.

—No lo hagas, Silas —susurró con voz quebrada—. No abandones a tu adorable esposa y a tu familia, por favor.

Silas parecía divertido.

—No estoy abandonándola. ¿Quién te ha dicho eso?

—¿No la estás dejando?

—¡No!

—¡Chisst...!

Tardó la mayor parte de la larga bajada a trompicones en explicarle a Sally lo que había ocurrido. Se quedó boquiabierta y con los ojos como platos cuando Silas se vio obligado a contarle lo que le contó para que se pusiera de su lado, que era casi todo. Silas se dio cuenta de que no solo necesitaban el silencio de Sally, sino también su ayuda. Pero Marcia no estaba segura; Sally Mullin no era exactamente la primera persona que elegiría para que los ayudara. Marcia decidió dar un paso adelante y hacerse cargo de la situación.

—Muy bien —dijo en tono autoritario mientras llegaban a tierra firme al pie del vertedero—. Creo que es de esperar que envíen al cazador y a su cuadrilla tras nosotros de un minuto a otro.

Un destello de pánico cruzó el rostro de Silas. Había oído hablar del cazador.

Marcia fue práctica y estaba tranquila. —He rellenado el conducto otra vez de basura y he practicado el hechizo de cierrarápído y suéldate en la rejilla de las ratas —anunció—. Así que, con suerte, creerá que aún estamos atrapados allí.

Nicko se estremeció solo de pensarlo.

—Pero no tardará mucho —continuó Marcia—. Y entonces vendrá a buscarnos... y hará preguntas. —Marcia miró a Sally como diciéndole: «Y será a ti a quien pregunte».

Todo el mundo se quedó en silencio.

Sally devolvió la mirada a Marcia sin titubear. Sabía de lo que estaba hablando, sabía que sería un gran problema para ella, pero Sally era una amiga leal.

Sally lo haría.

—Muy bien —dijo Sally—. Para entonces tendremos que haberos llevado muy lejos con los duendecillos, ¿verdad?

Sally los condujo hasta el barracón en la parte trasera de la casa, donde muchos viajeros exhaustos encontraban una cama caliente para pasar la noche y ropas limpias también, si las necesitaban. El barracón estaba vacío en aquel momento del día, y Sally les mostró dónde estaban las ropas y les dijo que cogieran todo lo que necesitaran. Sería una noche larga y fría. Llenó rápidamente un cubo de agua caliente para que pudieran quitarse la primera capa de porquería del conducto de la basura y luego salió corriendo diciendo:

—Os veré abajo en el muelle dentro de diez minutos. Podéis llevaros mi barco.

Jenna y Nicko estuvieron encantados de quitarse sus ropas sucias, pero el Muchacho 412 se negó a hacer nada. Ya había tenido suficientes cambios aquel día y estaba decidido a aferrarse a lo que tenía, aunque fuera un mojado y sucio pijama de mago.

Al final Marcia se vio obligada a utilizar un hechizo limpiador con él, seguido de otro de cambio de indumentaria para ponerle un grueso jersey de pescador, pantalones y una chaqueta de borreguillo, además de un gorro rojo brillante que Silas había encontrado para él.

Marcia estaba contrariada por haber tenido que usar un hechizo para el atuendo del Muchacho 412. Quería ahorrar energía para más tarde, pues tenía la desagradable sensación de que podía necesitarla toda para conducirlos a un lugar seguro. Claro que había usado un poco de energía en su hechizo de limpieza en seco en un segundo, que, debido al asqueroso estado de su capa, se había convertido en un hechizo de limpieza en seco en un minuto y aún no se había librado de las manchas de salsa de carne. Pero, en opinión de Marcia, la capa de un mago extraordinario era más que una capa, era un instrumento de Magia cuidadosamente afinado y debía ser tratado con respeto.

Al cabo de diez minutos estaban todos abajo, en el muelle.

Sally y su barca de vela los estaban esperando. Nicko miró el barquito verde con aprobación. Le encantaban los barcos, en realidad no había nada que le gustara más a Nicko que estar en un barco en mar abierto, y aquel parecía fiable. Era amplio y recio, se asentaba bien en el agua y tenía un par de velas rojas nuevas. También tenía un bonito nombre: Muriel. A Nicko le gustó.

Marcia miró la barca con recelo.

—Entonces, ¿cómo funciona? —le preguntó a Sally.

Nicko se inmiscuyó en la conversación.

—Vela —dijo—. Ella navega a vela.

—¿Quién navega a vela? —preguntó Marcia confusa.

Nicko tuvo paciencia:

—La barca navega a vela.

Sally se estaba poniendo nerviosa.

—Será mejor que os vayáis —recomendó mirando otra vez hacia el vertedero de basura—. He puesto algunos remos, por si los necesitáis. Y algo de comida. Mirad, desataré el cabo y lo sujetaré mientras todos subís a bordo.

Jenna subió primero, agarrando al Muchacho 412 del brazo y llevándolo consigo. El Muchacho 412 estaba muy cansado.

Nicko subió el siguiente; luego Silas ayudó a una reticente Marcia a salir del muelle y subir al bote. Se sentó recelosa junto al timón y olfateó el aire.

—¿Qué es ese horrible olor? —murmuró.

—Pescado —contestó Nicko, preguntándose si Marcia sabría navegar.

Silas saltó adentro con Maxie, y el Muriel se hundió un poco más en el agua.

—Ahora os empujaré —anunció Sally nerviosa.

Lanzó el cabo a Nicko, que hábilmente lo cogió y lo recogió en la proa del barco.

Marcia cogió el timón, las velas se inflaron bruscamente y el Muriel viró de manera desagradable hacia la izquierda.

—¿Puedo tomar el timón? —se ofreció Nicko.

—¿Tomar qué? ¡Ah!, ¿este mango de aquí? Muy bien, Nicko, no quiero cansarme. —Marcia se enfundó en su capa y, con tanta dignidad como pudo, se apartó torpemente a un lado del barco.

Marcia no estaba contenta. Nunca antes había estado en un barco ni tenía intención de volver a estarlo si podía evitarlo. Para empezar no había asientos. Ni alfombra, ni siquiera almohadones, ni techo. No solo había demasiada agua fuera del barco para su gusto, sino que también había un poco dentro. ¿Significaba eso que se estaban hundiendo? Y el olor era increíble.

Maxie estaba muy excitado, se las arregló para pisar los preciosos zapatos de Marcia y mover la cola en su cara al mismo tiempo.

—Muévete, perro torpe —dijo Silas, empujando a Maxie a la proa del barco, donde pudo poner su largo hocico de perro lobo al viento y olisquear todos los olores del agua. Luego Silas se apretujó contra Marcia, para incomodidad de esta, mientras Jenna y el Muchacho 412 se acurrucaban en el otro lado del barco.

Nicko estaba contentísimo en la popa, sosteniendo la caña del timón y navegando con seguridad hacia río abierto.

—¿Adonde vamos? —preguntó.

Marcia estaba aún demasiado preocupada por la repentina proximidad de tal cantidad de agua como para responder.

—A casa de tía Zelda —respondió Silas, que había estado hablando de esto con Sarah desde que Jenna se fuera aquella mañana—. Iremos a quedarnos con tía Zelda.

El viento infló las velas del Muriel, y el barquito tomó velocidad, dirigiéndose hacia la rápida corriente que fluía en mitad del río. Marcia cerró los ojos y se sintió mareada; se preguntaba si el barco tenía intención de inclinarse tanto.

—¿La conservadora en los marjales Marram? —preguntó Marcia muy débilmente.

—Sí —le contestó Silas—. Allí estaremos a salvo. Mantiene su casa permanentemente encantada después de que la asaltaran los Brownies de las arenas movedizas el invierno pasado. Nadie nos encontrará.

—Muy bien —concedió Marcia—. Iremos a casa de tía Zelda.

Silas parecía sorprendido. Marcia se había puesto de acuerdo con él sin discutir, pero, sonrió para sí, ahora estaban todos en el mismo barco.

Y de ese modo el barquito verde desapareció en la noche, mientras Rally se convertía en una figura lejana en la cosa, que los saludaba con energía. Cuando perdió de vista a su Muriel, Sally se quedó en el muelle escuchando el agua golpear contra las frías piedras. De repente se sintió muy sola. Se dio la vuelta y emprendió el camino de regreso por la nevada ribera del río; las luces amarillas que brillaban en las ventanas del café a poca distancia de ella le mostraban el camino. Los rostros de unos pocos clientes escudriñaban la noche, mientras Sally regresaba corriendo al calor y la cháchara del café, pero parecían no notar su pequeña figura mientras caminaba por la nieve y subía por la pasarela del pontón.

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