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Authors: Connie Willis,Luis Getino

Tags: #Ciencia Ficción

Todos sentados en el suelo (10 page)

BOOK: Todos sentados en el suelo
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Calvin había al parecer acabado de terminar su exposición. Algunos de los coros y el público estaban muy ocupados tomando notas en sus partituras, y pasando lápices, y haciendo otras preguntas. La orquesta, en un lado del escenario, fue calentando en una cacofonía de chirridos confusos y gritos y balidos.

Por otro lado, las sopranos del Mile-High Women’s Chorus estaban al parecer afinando los altos del ensayo interrumpido por mí la otra noche, porque todas se volvieron para mirarme.

—Creo que es ridículo que no podamos cantar la letra que sabemos —dijo una mujer mayor con guantes y un sombrero con un velo a su compañera.

Su compañera asintió con la cabeza.

—Si usted me pregunta, creo que se está llevando esto del «ecuménico» demasiado lejos. Quiero decir, los humanos son una cosa, pero los extraterrestres…

No hay manera de que esto funcione, pensé, mirando a las alumnas de séptimo grado de Calvin, que se inclinaban sobre los respaldos de sus respectivas sillas, riendo y mascando chicle. Belinda estaba enviando mensajes de texto en su teléfono móvil, y Kaneesha estaba escuchando su iPod. Chelsea tenía su mano levantada, llamando «¡Sr. Ledbetter! ¡Sr. Ledbetter, Shelby cogió mi partitura!».

Sobre la orquesta, el percusionista estaba practicando el chocar de sus platillos. Es inútil, pensé, mirando a los desaprobadores Altairi. No hay manera de que podamos convencerlos de somos seres inteligentes, y mucho menos civilizados.

Mi teléfono móvil sonó. Y eso es la gota que colma el vaso, pensé, buscándolo. Ahora todo el mundo, incluso los músicos con los platillos, estaba mirándome. «¡Qué ordinaria!» dijo la anciana de los guantes blancos.

—¡La nave inició su cuenta atrás! —gritó el Dr. Morthman en mi oído.

Pulsé «fin» y apagué el teléfono.

—Rápido —le dije a Calvin, y él asintió y subió a la tarima.

Golpeó el atril con la batuta, y el auditorio entero se quedó en silencio.

—Adeste Fideles —dijo, y todo el mundo abrió su partitura.

—¿Adeste Fideles? —¿Qué está haciendo? pensé—. «Venid, vosotros todos los fieles» no es lo que necesitamos. —Corrí mentalmente a través de la letra «Venid a Belén… vayamos a adorarle…» ¡No, no, no religiosa!

Pero ya era demasiado tarde. Calvin había extendido ya sus manos, palmas hacia arriba, y las levantó, y todo el mundo estaba a sus pies. Él asintió con la cabeza a la orquesta, y comenzó a tocar la introducción de «Adeste Fideles».

Me volví a mirar los Altairi. Sus miradas de desaprobación eran más evidentes aún de lo habitual. Me situé entre ellos y las puertas.

La sinfonía fue llegando al final de la introducción. Calvin me miró. Sonreí, esperaba que de manera alentadora, y levanté los dedos cruzados. Él asintió con la cabeza y luego levantó su batuta de nuevo y la dejó caer.

«¿Alguna vez has estado en un Cántico?» Calvin había dicho. «Es bastante impresionante». Tenía que haber cerca de cuatro mil personas en ese auditorio, todos ellos cantando en perfecta armonía, y aunque hubieran estado cantando «La canción de las Ardillas» aún habría sido impresionante. Pero las palabras que estaban cantando, no podrían haber sido más insopiradas si Calvin y yo las hubiéramos escrito a petición. «Cantad, coros terrenales», trinaban, «cantad en júbilo». «Cantad, a los ciudadanos de los cielos», y los Altairi se deslizaron contoneándose por el pasillo al escenario y se sentaron a los pies de Calvin.

Me agaché fuera de la sala y llamé al Dr. Morthman.

—¿Qué pasa con la nave? —le pregunté.

—¿Dónde está? —exigió—. Pensé que había dicho que estaba de camino hacia aquí.

—Hay una gran cantidad de tráfico —dije—. ¿Qué está haciendo la nave?

—Ha abortado su secuencia de encendido y apagado sus luces —dijo.

Bueno, pensé. Eso significa que lo que estamos haciendo está funcionando.

—Están simplemente sentados en el suelo.

—Qué apropiado —murmuré.

—¿Qué quiere decir con eso? —dijo en tono acusador—. El análisis del espectro muestra que los Altairi no están en su nave. Los tiene, ¿no? ¿De dónde es y qué ha hecho con ellos? Si…

Colgué, apagué mi teléfono, y volví a entrar. Habían terminado «Adeste Fideles» y cantaban «Hark, the Herald Angels Sing». Los Altairi todavía sentados a los pies de Calvin. «… reconciliados…» —la asamblea cantaba— «… alegres, todas las naciones se levantan…» y los Altairi se levantaron.

Y se levantaron, hasta que estuvieron unos dos pies por encima del pasillo. Hubo un grito de asombro colectivo, y todo el mundo dejó de cantar y se quedó mirándoles flotando allí.

No, no se detengan, pensé, y me adelanté, pero Calvin lo tenía bajo control. Volvió una mirada digna de la tía Judith a sus niñas de séptimo grado, y tragaron saliva y comenzaron a cantar de nuevo, y después de un momento todos los demás se recuperaron y se unieron al terminar el verso.

Cuando la canción terminó, Calvin se volvió y me dijo: —¿Qué debo hacer ahora?

—Sigue cantando —le contesté.

—¿Cantando qué?

Me encogí de hombros con un «no sé» y diciendo «¿Qué más da?». Y señalé a la cuarta canción del programa.

Él sonrió, se volvió hacia sus coros, y anunció:

—Ahora vamos a cantar «Hay una canción en el aire».

Hubo un rumor de páginas, y comenzó a cantar. Miré los Altairi con cautela, en busca de una disminución en la elevación, pero continuaban en vuelo estacionario, y cuando llegó el coro a «y el hermoso cantar» me pareció que sus miradas se hieron un poco menos feroces.

—«Y esa lejana canción se ha extendido sobre la tierra…» —la asamblea cantaba, y las puertas del auditorio se abrieron y el Dr. Morthman, el Reverendo Thresher, y decenas de agentes del FBI y la policía y los reporteros y los cámaras se precipitaron dentro.

—Quédense donde están —gritó uno de los agentes del FBI.

—¡Blasfemos! —rugió el Reverendo Thresher—. ¡Miren esto! ¡Brujas, homosexuales, liberales!

—Arreste a esa joven —dijo el Dr. Morthman, señalándome— y al joven director—. Se detuvo y se quedó pasmado ante los Altairi levitando sobre el escenario. Flashes encendidos, periodistas hablando ante los micrófonos, y el Reverendo Thresher situándose ante una de las cámaras y juntando las manos.

—Oh, Señor —gritó—, ¡envía a los demonios de Satanás fuera de los Altairi!

—¡No! —grité a las alumnas de séptimo grado de Calvin—, no dejéis de cantar —cosa que ya habían hecho. Miré desesperadamente a Calvin—. ¡Sigue dirigiendo! —le dije, pero la policía ya estaban avanzando para esposarlo, pisando con cautela en torno a los Altairi, que se movían lentamente a la deriva como globos sueltos.

—Y enseña a estos pecadores el error de sus caminos —entonaba el Reverendo Thresher.

—No puede hacer esto, Dr. Morthman —dije con desesperación. Los Altairi…

Me agarró del brazo y me arrastró a uno de los agentes de policía.

—Quiero acusar a los dos de secuestro —dijo—, y de conspiración. Ella es responsable de todo esto —se detuvo y miró tras de mí.

Me di la vuelta. Los Altairi estaban de pie detrás de mí, mirando desaprobadoramente. El oficial de policía, que había estado a punto de sujetarme con esposas, me soltó la muñeca y se alejó, y lo mismo hicieron los periodistas y el FBI.

—Sus excelencias —dijo el Dr. Morthman, dando varios pasos hacia atrás—, quiero que sepan que la comisión no tiene nada que ver con esto. No sabíamos nada de ello. Es todo culpa de esta joven. Ella…

—Agradecemos su saludo —dijo el Altaurus del centro, con una reverencia ante mí— y os saludamos en respuesta.

Un murmullo de sorpresa retumbó a través del auditorio, y el Dr. Morthman tartamudeo: —¿Hablan inglés?

—Por supuesto —dije, y me incliné ante los Altairi—. Es hermoso que finalmente podamos comunicarnos con ustedes.

—Les damos la bienvenida a la compañía de los ciudadanos de los cielos —el del final dijo—, y correspondemos a sus ofertas de buena voluntad, paz en la tierra, y castañas.

—Le aseguramos que también venimos con regalos —dijo el Altaurus en el otro extremo.

—¡Es un milagro! —gritó el Reverendo Thresher—. ¡El Señor les ha sanado! ¡Él les ha abierto los labios! —se dejó caer de rodillas y comenzó a orar—. Oh, Señor, sabemos que es nuestra oración la que ha traído este milagro en torno a la…

El Dr. Morthman se inclinó hacia adelante.

—Excelencias, permítanme ser el primero en darles la bienvenida a nuestro humilde planeta —dijo, extendiendo su mano—. En nombre del gobierno de la…

Los Altairi le ignoraron.

—Habíamos comenzado a pensar que habíamos cometido un error en nuestra evaluación de su mundo —dijo el que había hablado antes que yo, y el siguiente a ¿ella? ¿él? dijo:

—Nosotros dudábamos de que su especie fuera plenamente inteligente.

—Ya lo sé —dije—. Dudo yo misma a veces.

—También dudábamos de que usted entendiera el concepto de acorde —dijo el del otro extremo, y se volvió mirando con desaprobación deliberadamente a las muñecas de Calvin.

—Creo que será mejor que despose al Sr. Ledbetter —le dije al Dr. Morthman.

—Por supuesto, por supuesto —dijo, señalando al policía—. Explíqueles que todo fue un pequeño malentendido— me susurró al oído, y los Altairi se volvieron para mirarle desaprobadoramente a él y luego al policía.

Cuando Calvin estaba sin las esposas, el del final, dijo:

—Como los hombres de la antigüedad, estamos contentos de estar equivocados.

Así estamos nosotros, pensé.

—Estamos encantados de darle la bienvenida a nuestro planeta —le dije.

—Ahora si nos acompañan de vuelta a la Universidad —interrumpió el Dr. Morthman— vamos a arreglarlo todo para que ustedes puedan ir a Washington para reunirse con el presidente y…

Los Altairi comenzaron a malmirarle de nuevo. ¡Oh, no, pensé, y miré frenéticamente a Calvin!

—Todavía no hemos terminado de saludar a la delegación, Dr. Morthman —dijo Calvin. Se volvió hacia los Altairi—. Nos gustaría cantarles el resto de nuestras canciones de felicitación.

—Queremos escucharlas —dijo el Altaurus del centro, y los seis de ellos de inmediato se giraron, regresaron por el pasillo, y se sentaron.

—Creo que sería una buena idea que ustedes se sienten también —le dije al Dr. Morthman y los agentes del FBI.

—¿Puede algunos de ustedes compartir sus partituras con ellos? —dijo Calvin a la gente de la última fila—. ¿Y les ayude a encontrar el lugar correcto?

—No tengo ninguna intención de cantar con las brujas y los homo —el Reverendo Thresher dijo indignado, y todos los Altairi se volvieron para malmirarle. Se sentó, y un anciano en una kipá le entregó su libro de música.

—¿Qué hacemos con las palabras? ¿Del coro del Aleluya? —Calvin me susurró al oído, y los Altairi se levantaron y regresaron por el pasillo hacia nosotros.

—No hay necesidad de alterar sus alegres canciones. Queremos escucharlos con las palabras nativas —dijo el del centro.

—Tenemos un gran interés en los mitos de su planeta y supersticiones —dijo el del final—, el niño en el pesebre, el encendido de la menorá de Kwanzaa, la traída de juguetes y los dientes a los niños. Estamos ansiosos por aprender más.

—Tenemos muchas preguntas —dijo el siguiente en la línea—. Si el niño nació en tierra de desierto, entonces, ¿cómo puede el rey Herodes llevarse a los niños en un trineo?

—¿En trineo? —dijo el Dr. Morthman, y Calvino me miró inquisitivamente.

—«All children young to slay» —susurré
(N. del T: «matar» en inglés «slay»; «trineo» en ingles «sleigh»)
.

—Además, si el acebo es alegre, entonces ¿por qué ladra?
(N. del T: «corteza, ladrido» en inglés «bark»)
—dijo el del otro extremo—. Y, Sr. Ledbetter, ¿es la Sra. Yates su novia?

—Habrá tiempo para preguntas, negociaciones, y regalos cuando el saludo se haya terminado. —El segundo Altairus de la izquierda, el que no había dicho nada hasta entonces, habló, y me di cuenta de que debía ser el líder. O el director del coro, pensé. Cuando habló, los Altairi inmediatamente se organizaron en parejas, regresaron por el pasillo, y se sentaron.

Cogí batuta de Calvin y se la entregué.

—¿Qué crees que debemos cantar primero? —me preguntó.

—Todo lo que quiero para Navidad es tu… —le dije.

—¿En serio? Yo estaba pensando que tal vez deberíamos empezar con «Hemos oído a los Ángeles en las alturas» o…

—Ese no era un título de canción —dije.

—Oh —dijo y se volvió hacia los Altairi—. La respuesta a su pregunta es sí.

—Estas son buenas nuevas de gran gozo —dijo el del centro.

—Debe haber mucho muérdago —agregó el del fondo. El Altairus segundo de la izquierda les malmiró.

—Creo que será mejor que cantemos —dije, y me introduje en la primera fila, entre el Reverendo McIntyre y una mujer afro-americana con turbante y dashiki.

Calvin caminó hasta el podio.

—El coro Aleluya —dijo Calvin, y hubo un revoloteo de páginas de personas que buscan la música en cuestión. Una mujer a mi lado, me tendió su libro, de forma que podíamos compartirlo y susurró:

—Se considera el protocolo apropiado ponerse de pie para esto. En honor del rey Jorge III. Se supone que se mantuvo de pie la primera vez que lo escuchó.

—En realidad —el Reverendo McIntyre me susurró—, pudo meramente haber sido despertado de un sueño profundo, pero como muestra de respeto y admiración es no obstante una respuesta adecuada.

Asentí con la cabeza. Calvin levantó su batuta, y el auditorio entero, a excepción de los Altairi, se levantó como un solo y comenzó a cantar. Y si yo había pensado que Adeste Fideles sonaba maravilloso, el Coro del Aleluya fue absolutamente impresionante, y de repente todas esas letras sobre gloriosas canciones antiguas e himnos dulces, y repeticiones de melodías alegres de repente tenía sentido. «Y todo el mundo vuelve a la canción» pensé «que ahora cantan los ángeles». Y al parecer los Altairi se vieron desbordados por la música al igual que yo.

Después del quinto «¡Aleluya!» se levantaron en el aire como lo habían hecho antes. Y continuaron subiendo. Y subieron, hasta que flotaban vertiginosamente justo debajo de la alta cúpula.

Yo sabía exactamente cómo se sentían.

Fue definitivamente un gran avance de las comunicaciones. Los Altairi no han dejado de hablar desde el Cántico Global Ciudadano, aunque no estamos en realidad mucho más lejos de lo que estábamos antes. Son mucho mejores para hacer preguntas que para responderlas. Lo hicieron por fin; nos dijeron de dónde vienen: la estrella Alsafi, en la constelación Draco. Pero ya que el significado de Altair es «el volador» (y Alsafi significa «trípode de cocina») todo el mundo todavía les llama los Altairi.

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