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Authors: Connie Willis,Luis Getino

Tags: #Ciencia Ficción

Todos sentados en el suelo (9 page)

BOOK: Todos sentados en el suelo
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—Camino de regreso —dije, tratando de no sonar como si estuviera corriendo hasta el estacionamiento y desbloqueando la furgoneta, que, gracias a Dios, por lo menos seguía ahí e intacta.

—Bueno, dése prisa —me espetó el doctor Morthman—. La prensa está aquí. Va a tener que explicarles exactamente cómo dejó que los Altairi escaparan.

Abrí la puerta de la furgoneta. Los Altairi no estaban en el interior. —¡Oh, no!

—La culpo de toda esta debacle —dijo el Dr. Morthman— si hay repercusiones internacionales.

—Estaré allí tan pronto como pueda —dije, colgando y volviéndomeó para correr al asiento de al lado del conductor.

Y choqué con los Altairi, que estuvieron aparentemente de pie detrás de mí todo el tiempo.

—No me asustéis de esa forma —les dije—. Ahora vamos —y los conduje rápidamente hacia el centro de convenciones, más allá de las puertas cerradas del auditorio, donde yo podía oír hablar pero no cantar, gracias a Dios, y a lo largo del largo pasillo a la sala que Calvin había indicado.

Estaba vacío, salvo la tabla que Calvin había mencionado. Introduje a los Altairi y luego incliné la tabla de su lado, empujándola delante de la puerta, presionando contra el pomo de la puerta, y luego apoyé la oreja contra la puerta para ver si yo podía escuchar algún sonido del auditorio, pero Calvin había tenido razón. Yo no podía oír nada, y ya deberían haber comenzado.

¿Y ahora qué? Con el despegue a sólo cuatro horas, tenía que aprovechar cada segundo, pero no había nada en la habitación que pudiera utilizar: ni piano, ni lector de CDs o LPs. Tendríamos que haber usado la habitación vestuario de su séptimo grado, pensé. Habrían tenido por lo menos ipods o algo similar.

Pero incluso si pusiera a los Altairi cientos de villancicos cantados por coros, y reaccionaran con reverencias, cubriendo salas, corriendo por la nieve en un trineo abierto de un solo caballo, siguiendo estrellas errantes, no estaría más cerca de averiguar por qué estaban allí ni por qué habían decidido irse. O por qué habían tomado del estridente coro de claqué de «La calle 42» su «Duerme en paz Celestial» como una orden directa. Si al menos saben lo que las palabras dormir, sentarse o girar, o abrir y cerrar significan.

Calvin había supuesto que sólo podían escuchar las palabras que les eran cantadas por más de una voz, pero podía no ser así. Alguien que oye una palabra por primera vez puede no tener idea de lo que significa, y nunca habían oído «todos sentados en el suelo» hasta ese día en el centro comercial. Tenían que haber oído la palabra antes para haber sabido lo que significaba, y sólo la habían oído hablada. Lo que significaba que podían escuchar las palabras habladas, así como las cantadas.

Podrían haber leído las palabras, pensé, recordando la Piedra Rosetta y los diccionarios que el Dr. Short les había dado. Pero incluso si hubieran aprendido de alguna manera a leer Inglés, no sabrían cómo se pronuncia. Ellos no lo habrían reconocido al oírlo de forma hablada. La única manera de hacerlo es al oír la palabra hablada. Lo que significaba que habían estado escuchando y comprendiendo cada palabra que se les había dicho durante los últimos nueve meses. Por ejemplo las conversaciones entre Calvin y yo acerca de ellos asesinando bebés y la destrucción del planeta. No es de extrañar que se fueran.

Pero si nos entienden, entonces eso significa una de dos cosas, que eran reacios a hablar con nosotros o que eran incapaces de hablar. ¿Habían sido sus sentadas y sus otras respuestas un intento de lenguaje de signos?

No, eso no podía ser. Podrían haber respondido con la misma facilidad a la palabra hablada sentarse y haberlo hecho meses antes. Y si tratan de comunicarse, ¿no podían habernos dado a Calvin y a mí algún indicio de que estábamos en el buen (o en el mal) camino en vez de quedarse ahí parados con su mirada de «no estamos nada contentos»? Y yo no creo por un momento que esas expresiones fueran un accidente de la naturaleza. Sabía de la desaprobación cuando lo vi. Yo había visto demasiados años a tía Judith como para no saberlo.

Tía Judith. Saqué mi teléfono móvil de mi bolsillo y llamé a mi hermana Tracy.

—Dime todo lo que puedas recordar acerca de la tía Judith —le dije cuando me contestó.

—¿Le ha pasado algo? —dijo en tono alarmado—. Cuando hablé con ella la semana pasada… —¿La semana pasada? —le dije—. ¿Quieres decir que la tía Judith sigue viva?

—Bueno, fue la semana pasada, cuando almorzamos.

—¿Un almuerzo? ¿Con la tía Judith? ¿Estamos hablando de la misma persona? ¿Judith, tía por parte de papá? ¿La Gorgona?

—Sí, sólo que ella no es una Gorgona. Es realmente encantadora cuando llegas a conocerla.

—¿La tía Judith —le dije—, la que siempre miraba con desaprobación a todo el mundo?

—Sí, sólo que no me ha mirado así en años. Como digo, cuando llegas a conocerla…

—¿Y exactamente cómo hiciste eso?

—Le di las gracias por mi regalo de cumpleaños.

—¿Y? —le dije—. Eso no puede haber sido todo. Mamá siempre nos hacía a ambas darle las gracias amablemente por los regalos.

—Lo sé, pero no eran adecuados agradecimientos. Una nota manuscrita escrita con rapidez no es forma adecuada de expresar la gratitud —dijo Tracy, obviamente citando—. Yo estaba en secundaria, y tuvimos que escribir una carta de agradecimiento a alguien para la clase. Ella me acababa de enviar mi tarjeta de cumpleaños con el dólar en la misma, así que le escribí, y al día siguiente me llamó y me dio una larga conferencia sobre la importancia de los buenos modales y lo chocante que es que nadie siguió las más básicas normas de etiqueta y cómo estaba encantada de ver que al menos una joven sabía cómo comportarse, y entonces ella me preguntó si me gustaría ir a ver a
Les Miz
con ella, y me compré una copia del Emily Post
(N. del T: Emily Post es un tratado de normas de cortesía)
, y nos hemos llevado bien desde entonces. Nos envió a Evan y a mí una excelente paleta de plata para pescado cuando nos casamos.

—Por la cual se le envió una nota manuscrita de agradecimiento —le dije distraída. La tía Judith nos miraba con reprobación porque habíamos sido groseros y maleducados. ¿Por eso los Altairi nos miraban con desaprobación, porque estaban esperando el equivalente de una nota manuscrita?

Si ese fuera el caso, estábamos condenados. Las reglas de etiqueta son muy ilógicas y específicas de la cultura, y no había Emily Post intergaláctico para consultar. Y yo tenía, oh, Dios, menos de dos horas hasta el despegue.

—Dime exactamente lo que dijo ese día que te llamó —le dije, sin renunciar a la idea de que era de algún modo la clave.

—Fue hace ocho años.

—Lo sé. Trata de recordar.

—Está bien… había un montón de cosas acerca de guantes y de cómo no deben usarse zapatos blancos después del Día del Trabajo y de cómo no se deben cruzar las piernas… «las señoritas bien educadas se sientan con sus tobillos cruzados».

¿Se habrían sentado los Altairi en el centro comercial según la lección de etiqueta, en la forma correcta de sentarse? Parecía poco probable, pero también lo era la negativa de la tía de Judith de hablar a la gente por el color de sus zapatos en fechas determinadas.

—… y ella dijo que si me casaba, tenía que enviar invitaciones —dijo Tracy—. Lo que hice. Yo creo que por eso nos regaló la pieza de pescado.

—No me preocupo por la pieza de pescado. ¿Qué te dijo acerca de su nota de agradecimiento?

—Dijo «Bueno, ya era hora, Tracy». Que casi había perdido la esperanza de que algún miembro de su familia mostrara todos los signos de un comportamiento civilizado.

Comportamiento civilizado. Eso fue todo. Los Altairi, como la tía Judith sentada en nuestra deslumbrante sala de estar, habían estado esperando una señal de que éramos civilizados. Y el cantar con corrección, en armonía, era ese el signo. Pero ¿era una regla arbitraria de etiqueta, como los zapatos blancos y las invitaciones, o era un símbolo de otra cosa?

Pienso en Calvin diciendo a estudiantes de séptimo grado charlando que se pongan en fila, y el risueño y caótico enredo de niñas se unen en una organizada, bellamente educada, y civilizada fila.

Llegando juntos. Ese fue el comportamiento civilizado que los Altairi habían estado esperando. Y se había visto muy poco de él en los nueve meses que habían estado aquí: la comisión desorganizada con miembros abandonando y otros que no escuchaban a nadie, ese ensayo terrible donde los bajos no podían conseguir entrar a la vez, los compradores apresurados en el centro comercial, arrastrando a sus hijos gritando detrás de ellos. El hilo musical con el canto coral de «Mientras los pastores vigilan» podría haber sido el primer indicio que habían visto (corrección, oído) de que éramos capaces de llevarnos bien unos con otros.

No es de extrañar que se hubieran sentado allí en medio del centro comercial. Debían de haber pensado, como la tía Judith, «¡Bueno, ya era hora!» Pero entonces ¿por qué no habían hecho el equivalente de llamar y preguntarnos si queríamos ir a ver a Les Miz?

Tal vez no habían estado seguros de que lo que habían visto (corrección, oído) fue lo que pensaban que era. Nunca habían visto a la gente cantar, a excepción de Calvin y sus patéticos bajos. No habían visto ningún signo de que éramos capaces de cantar en bella armonía.

Pero «Mientras los pastores vigilan» les había convencido de que podría ser posible, razón por la cual nos habían seguido a todas partes y por ello se habían sentado y dormido y se han extraviado cuando oyeron más de una voz, con la esperanza de que cogeríamos la indirecta, a la espera de más pruebas.

En cuyo caso deberíamos estar en el auditorio, escuchando el Cántico, en vez de en esta sala insonorizada. Sobre todo porque el hecho de que su nave se disponía a despegar indicaba que se habían dado por vencidos y decidieron que se equivocaron, después de todo.

—Vamos —les dije a los Altairi y se levantaron—. Tengo que mostraros algo. —Saqué la tabla de la puerta y la abrí.

A Calvin.

—Oh, bueno, estás aquí —dije—. Yo, ¿por qué no estás dirigiendo?

—Anuncié una pausa para que pudiera decirte algo. Creo que ya lo tengo, a lo que los Altairi han estado respondiendo —dijo, agarrándome de los brazos— la razón por la que reaccionaron a las canciones de Navidad. Pensé en ello mientras estaba dirigiendo «Asando castañas en un fuego abierto». ¿Qué tienen casi todas las canciones de Navidad?

—No lo sé —dije—. ¿Castañas? ¿Santa Claus? ¿Las campanas?

—Cerca —dijo—. Coros—.

—¿Coros? Ya sabíamos que respondían a las canciones cantadas por coros —dije, confusa.

—No sólo las canciones cantadas por coros. Canciones sobre coros. Los Villancicos se cantan por coros, coros de ángeles, coros infantiles, «wassailers», cantores de villancicos, tocando el arpa y uniéndose al coro —dijo—. Los ángeles de «Ángeles que hemos oído en lo Alto» están cantando dulcemente sobre el llano. En «Vino sobre un claro de medianoche» todo el mundo gira entorno a la canción que cantan. Lo son todo respecto a la canción —dijo emocionado—. «Esa canción gloriosa de la antigüedad», «que los ángeles saludan con himnos dulces». Mira, —pasó las páginas de su libro de música, destacando frases— «Oh, escucha las voces de los ángeles» «como hombres de antaño han cantado» «a los que los pastores guardan y los ángeles cantan» «dejad que los hombres empleen sus canciones».

—Hay referencias a «cantar» en las canciones de Randy Travis, los coros «Peanuts» infantiles, Paul McCartney, «Cómo el Grinch robó la Navidad». No sólo «Mientras los Pastores Vigilaban» era cantada por un coro. además era una canción sobre coros. Y no sólo la forma de cantar, sino lo que se está cantando. Me acercó la canción, apuntando a la última estrofa. «Paz en la Tierra a los hombres de Buena Voluntad». Eso es lo que han estado tratando de comunicarnos.

Negué con la cabeza.

—Es lo que han estado esperando que nosotros les comuniquemos a ellos. Al igual que la tía Judith.

—¿La tía Judith?

—Te lo explicaré más tarde. Ahora tenemos que demostrar que somos civilizados antes de la partida de los Altairi.

—¿Y cómo lo hacemos?

—Cantándoles, o más bien, el Cántico Global Ecuménico Ciudadano lo haga.

—¿Qué cantamos?

Yo no estaba segura de que importara. Estaba bastante claro que lo que estaban buscando era una prueba de que podíamos cooperar y trabajar en armonía, y en ese caso, «Mele Kalikimaka» podría servir tan bien como «El Villancico de la Paz» Pero no estaría de más hacer las cosas tan claras para ellos como pudiéramos. Y sería bueno que fuera algo que el Reverendo Thresher no pudiera usar como munición para su Cruzada Cristiana Galáctica.

—Hay que cantar algo que convenza a los Altairi de que somos una especie civilizada, le dije —algo que transmita la buena voluntad y la paz. Sobre todo la paz. Y no religioso, si eso es posible.

—¿Cuánto tiempo tenemos para escribirlo? —preguntó Calvin—. Y vamos a tener que hacer copias.

Mi teléfono móvil sonó. La pantalla mostró que era el Dr. Morthman.

—Espera —dije, con voz fuerte— Yo debería ser capaz de decírselo en un segundo… ¿Sí?

—¿Dónde está? —gritó el Dr. Morthman—. La nave está comenzando su ciclo final de encendido.

Me dio la vuelta para asegurarse de que Altairi todavía estaban allí. Lo estaban, gracias a Dios, y mirando con desaprobación todavía. —¿Cuánto tiempo hace del ciclo final? —le pregunté.

—No lo saben —dijo el Dr. Morthman—, diez minutos según el exterior. Si no llega de inmediato…

Colgué.

—Bueno —dijo Calvin—. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—Nada —le dije.

—Entonces vamos a tener que usar algo que ya tengamos —dijo él y comenzó hojeando sus partituras— y algo cuya armonía la gente conozca. Civilizado… civilizado… Creo… —encontró lo que estaba buscando y lo escaneó—. Sí, si cambio un par de palabras, esto debería servir. ¿Crees que los Altairi entienden Latín?

—No se lo he debido de poner anteriormente.

—Vamos a hacer las dos primeras líneas. Espere cinco minutos.

—¿Cinco minutos?

—Así puedo informar a todos de los cambios. Después trae a los Altairi.

—De acuerdo —dije, y salió a la carrera hacia el auditorio.

Hubo un rumor expectante en la audiencia cuando llegamos a través de las puertas dobles, y las filas de los coros dispuestas alrededor del escenario, un mar de color granate y dorado y de túnicas verdes y moradas, empezó a susurrar el uno al otro detrás de sus libros de música.

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