Una monarquía protegida por la censura (22 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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APARECIÓ CEBRIAN

Fue su primer artículo en
El País
tras el que escribió como consecuencia del fallecimiento de Jesús de Polanco. El 3 de agosto, su trabajo «La poca vergüenza» cargaba sobre todo, sin nombrarlo, contra un «petimetre savonarola local que, desde la radio, incendia cada mañana con su intolerancia la convivencia española». Se refería naturalmente a Federico Jiménez Losantos, bestia parda de todo el grupo Prisa y que, muerto Polanco, enfocaba sus fobias hacia el académico de la Lengua.

Cebrián salía al paso de algo que le había ocurrido con el juez de instrucción del Juzgado número 40 de Madrid, a quien llamaba «personaje siniestro» y otras lindezas, mientras le añadía a su apellido de la Hoz el complemento del Martillo, porque este juez acababa de dictar un auto en el que aseveraba que el uso de estos y otros peores vocablos proferidos contra Cebrián, en su día, no constituían nada delictivo. A su entender, se trataba sólo de términos duros que pueden ser utilizados en un contexto de discrepancia o de debate. Y como Cebrián discrepaba del juez, se los endilgaba a él diciendo que había perdido el sentido del decoro.

El consejero de Prisa, aprovechando que yo había pasado por allí, en dicho artículo me lanzaba este mensaje:

Un artículo del señor Anasagasti, que todavía tiene pendiente el demostrar que trabaja él como legislador más horas de las que el monarca dedica a sus deberes, vino a complicar la cuestión: es obvio que el fiscal general y los jueces de la Audiencia Nacional se atreven con un caricaturista de a pie, pero no con un senador del reino. Con lo que podemos preguntarnos si en este país todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero algunos acaban siendo más iguales que otros.

CONTESTÉ AL ACADÉMICO

Cuando leí el anterior comentario, subí a la habitación del hotel en Alcudia y con mi ordenador portátil escribí a
El País
una carta al director. Como
El País
pide que las cartas no excedan las quince líneas, sólo pude referirme a la primera parte de la pedrada que me había lanzado Juan Luis Cebrián. La segunda era, así mismo, fácil de comentar.

¡Claro que en este país no todos los ciudadanos son iguales ante la ley, y no sólo lo es un senador que necesita un suplicatorio para ser enjuiciado, sino también el intocable Cebrián y el superintocable señor Juan Carlos de Borbón y Borbón!

De todas formas escribí la siguiente carta, que, para mi gran sorpresa, publicaron al día siguiente. Decía así:

Juan Luis Cebrián me alude en su artículo del viernes 3 de agosto de 2007, diciendo que todavía tengo pendiente «el demostrar que trabajo como legislador más horas de las que el Monarca dedica a sus deberes». Demuestre yo lo que demuestre, nunca me reconocerá nada el señor Cebrián, que tiene asumida una actitud preconcebida hacia mi persona. Mi artículo no sólo aludía al trabajo que realiza don Juan Carlos, sino sobre todo a la imposibilidad de establecer un control parlamentario sobre los gastos de la Casa Real.

Pero ya que el señor Cebrián alude a la dedicación del monarca, ¿no cree que una visita del rey a los damnificados de Tenerife y otra a Barcelona hubieran formado parre de su trabajo y no el diario regateo y el diario peloteo?

Me imagino que ese día en el palacio Marivent sonaron los teléfonos.

ZAPATERO EN MARIVENT

Ese mismo día 3 de agosto, media página de la sección España de
El País
se dedicaba a la visita relámpago que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero había hecho a Mallorca. «Zapatero se reunió en Marivent con el presidente balear antes de visitar al rey en Marivent» era el subtítulo de la noticia donde lo importante era que el presidente de la Comunidad, Antich, reclamaba más inversiones estatales para Baleares en el año 2008.

En lo referente a la audiencia con el rey toda la información se resumía a lo siguiente:

Poco después de su reunión con el presidente autonómico, Zapatero fue recibido por el Rey en el palacio de Marivent, cumpliendo así con la tradición del primer despacho estival que habitualmente mantienen el monarca y el jefe del Ejecutivo. Durante la audiencia, el Rey transmitió a Zapatero su preocupación por los incendios que, desde hace varios días, asolan las Islas Canarias. El presidente le informó sobre la marcha de las tareas de extinción y sobre el estado de los núcleos de población más afectados.

Ése fue todo el despacho. Seguramente ni hablaron de eso, ya que el rey ni se movió de sus regatas. Probablemente me pondrían a caldo perejil y Zapatero haría su consabida declaración de sensibilidad monárquica cuando, como en varias oportunidades me decía, en tiempos de Aznar, que el rey era quien más nos apoyaba. «Chico —le contestaba—, no me lo creo. La fe en política no existe, y la fe sin obras, según nos enseñaban en el colegio, es fe muerta.»

Eso sí. La foto publicada en
El País
con aquella escuálida información real era para demostrar el
feeling
existente entre Zapatero y el rey. Los dos aparecían dándose la mano, de frente y riéndose a mandíbula batiente. Y los Borbones tienen mucha. Todo muy idílico, pero sin rueda de prensa posterior. No se quiso hablar de los incendios, de la postura de Zapatero haciendo tragar a los socialistas navarros el apoyo a Miguel Sanz de UPN, ni hablar de los coletazos de dos polémicas superpuestas. No parecía muy serio aquel silencio, a no ser que no tuvieran nada que decirse o que lo comentado entre ellos fuera un cúmulo de insustancialidades. Me inclino por esto último.

Pero es así como se construye la imagen de que la Monarquía en España es la institución más valorada.

EL FORO DIGITAL

Seguramente y para que no se dijera que
El País
no trataba este asunto, hicieron la pregunta en su «Foro Digital» que fue difundido en la edición digital de un
País
que ardió. En papel publicaron solamente esto el martes 31 de julio. La pregunta se las traía:

«¿Le parece incoherente que el fiscal actúe contra
El Jueves
y no contra Anasagasti?»

—Me parece superincoherente; el fiscal debería actuar contra todos los que cometemos injurias contra la Corona, yo incluida. Taliaes.

—Lo que me parece incoherente es hacer del radicalismo trasgresor una pose, una vulgar estratagema que en el fondo lo que manifiesta, más que otra cosa, es un cierto conservadurismo en la lucha por la supervivencia particular. La actuación de la fiscalía en uno de estos asuntos no ha venido más que a proporcionarle un balón de oxígeno y una publicidad impagables. La indiferencia siempre perjudicará mucho más a los «transgresores» de salón. J. G. Ibañez.

—Sí. Una revista satírica, no olvidemos este dato, publica una viñeta en la que se representa a dos personajes públicos en una postura sexual explícita. Un senador, es decir, un representante político, se dirige en su página web, no en una conversación privada, en términos groseros y despectivos hacia esas personas, a las que acusa directamente de ser vagas y ociosas. Las dos expresiones son de mal gusto, pero ninguna de ellas constituye delito. La diferencia es que sólo en la segunda existe verdadero ánimo de ofender. Romario.

—En una democracia de verdad, ni a
El Jueves
ni al señor Anasagasti hay que enjuiciarlos. Araras.

—Sobre la incoherencia del fiscal por si debe de actuar o no contra la revista
El Jueves
y no contra el señor Anasagasti, mi opinión es que afortunadamente en este país existe la libertad de opinión, ¿o no? Y que si los señores de
El Jueves
han transgredido las leyes, cúmplanse éstas o modifíquense, pero asimismo, si el señor Anasagasti también las transgredió, aplíquense de la misma manera, pero no con distintas varas de medir. Gavilani.

Esto fue lo que publicaron en papel el día 31. Pero la polémica en Internet fue larga y muy sabrosa.

LA DERECHA MONTARAZ DE SIEMPRE

El principal y secular problema político español de fondo es que no cuenta con una derecha democrática como existe en cualquier país europeo. La derecha española es heredera directa del franquismo ya que sus epígonos más característicos formaron parte de la nomenclatura de un régimen que funcionó como una dictadura sangrienta y asesina y a la que no le detuvo ningún obstáculo para encarcelar, perseguir y eliminar al adversario político y, así, durante cuarenta años.

José Antonio Zarzalejos es hijo destacado de esa derecha antidemocrática que hizo carrera en las aguas cenagosas de aquel régimen militar. Su padre, el fiscal Zarzalejos fue, en su calidad de seguidor de Fraga Iribarne, el delegado del Ministerio de Información y Turismo, conocido popularmente como de Deformación y Cinismo. Desde su oficina se decía lo que era publicable o no; y, desde ella, se perseguía a quien decía la verdad sobre hechos históricos, como el bombardeo de Gernika, o incluso por utilizar los colores de la ikurriña, y se multaba el pronunciar la palabra Euzkadi. Es normal, pues, que un jovencito de la escuela del repelente niño Vicente, como nuestro José Antonio, tenga tics autoritarios e interprete que la única historia de España es la suya. Es normal también que adverse la ikurriña y que, a raíz de la sentencia del Supremo sobre la colocación de las banderas, escribiera recientemente en su púlpito, la tercera de ABC, una reflexión sobre la bandera vasca que es oficial en el Estatuto vasco, y nos arrojara esta perla «democrática»:

La exclusión de la bandera nacional de España del paisaje vasco se corresponde con una profusión abrumadora de la ikurriña, una enseña que responde a las ensoñaciones mitológicas de Sabino Arana y que nunca antes de 1936 fue otra cosa que un elemento distintivo del PNV, jamás de la sociedad vasca y, desde luego, en absoluto de ninguno de sus tres territorios históricos que han dispuesto de antiguo de sus pendones y estandartes. Cuando esa bandera se incorporó al Estatuto de Autonomía, se practicó por los no nacionalistas un ejercicio extremo de generosidad que tuvo que ampliarse —unos recogían las nueces mientras otros movían el árbol— a todas las manifestaciones supuestamente emotivas del PNV.

Esta falta de respeto hacia la ikurriña, que, le guste o no a Zarzalejos, es bandera oficial de los vascos, quizás tenga su explicación. Su padre, que en 1977 era gobernador civil de Bizkaia, con todo lo que esto significa, dimitió de su cargo en protesta política porque el ministro de la Gobernación de la época, Rodolfo Martín Villa, despenalizó su enarbolamiento. Previamente, Manuel Fraga, en 1976, había dicho en Venezuela en un programa de televisión, que antes de que ondeara la ikurriña en el País Vasco, había que pasar por encima de su cadáver. Y ya se sabe lo que ocurrió.

OTRO EDITORIAL

Con estos antecedentes, no me llamó la atención la virulencia del editorial que me dedicó Zarzalejos el viernes 27 de julio, el mismo día en el que anunciaba en portada que acababa de ser descabezado el aparato logístico de ETA en la «ratonera» de Francia. Decía también que la Fiscalía rebajaba la acusación contra
El Jueves
a un delito penado con multa y que había una censura unánime de todos los partidos políticos contra mi persona. No sacaba en portada que ese mismo día, tras ocho años de secano, el PNV recuperaba la Diputación de Álava, con la elección de Xabier Aguirre como Diputado General. Decía así Zarzalejos:

De
El Jueves
a Anasagasti

El juez Juan del Olmo concluyó el pasado miércoles la investigación por el presunto delito de injurias a los Príncipes de Asturias cometido por la revista
El Jueves
y, ayer, el Ministerio Fiscal decidió mantener la acusación contra los imputados, aunque retirando la de injurias al Príncipe de Asturias «en el ejercicio de su función institucional» (artículo 490.3 del Código Penal), que preveía hasta dos años de prisión. Las declaraciones que los acusados prestaron ante el instructor no podían tener más que un valor relativo, pues habría sido toda una sorpresa que hubieran reconocido que su intención era la de injuriar a los Príncipes de Asturias. Afirmaron que sólo querían criticar la decisión del Gobierno de conceder una ayuda de 2.500 euros por cada nacimiento. Cabe, preguntarse si para esta finalidad, y aun concediendo a un caricaturista el más amplio margen de libertad de expresión, era necesario no sólo utilizar las imágenes de Don Felipe y de Doña Letizia, sino hacerlo de manera tan soez y difamatoria.

Tales declaraciones no podían hacer cambiar de criterio al Ministerio Fiscal sobre el carácter delictivo de la viñeta.

En la polémica de
El Jueves
hay una enorme dosis de hipocresía. La corrección política y el oportunismo trapacero han hecho que, desde la derecha hasta la extrema izquierda, se apele a la libertad de expresión para cuestionar una acción penal totalmente justificada, incluido el secuestro de la revista, porque es el instrumento del delito. Es cierto que el efecto inmediato de esta medida cautelar ha sido una publicidad amplificada de la viñeta, pero, además de un coste inevitable si se quería hacer justicia, la responsabilidad de que así haya sido recae más en los medios que la han distribuido —sabiendo ya que estaba bajo secuestro judicial, alentando el morbo social y agravando el daño a la imagen de los Príncipes de Asturias— que en el fiscal y el juez que han actuado al amparo de la ley.

En todo caso, por mucho que se especule en tomo a la conveniencia o no de esta medida cautelar contra un medio de comunicación, la cuestión de fondo sigue siendo la misma. En este episodio ha habido una agresión intolerable a las personas de los Príncipes de Asturias, aprovechada por los pescadores en río revuelto, entre los que destaca, una vez más, un personaje tan mediocre y venido a menos como Iñaki Anasagasti, cualificado ventrílocuo durante años de Arzalluz y uno de los políticos menos legitimados para tachar a nadie de «vago e impresentable», ya que si por algo se ha caracterizado el dirigente nacionalista vasco es por haber vivido, sin grandes contrapartidas, a costa del erario público. Una sociedad libre no es aquella que carece de reglas y límites y consiente las más bajas expresiones de mal gusto y ofensa delictiva, sino la que sabe distinguir el ejercicio legítimo de las libertades y derechos individuales frente a conductas delictivas.

¡Caramba con el director de la derecha «civilizada» y su crítica
ad hominem
! Si tan mediocre y venido a menos soy, no entiendo por qué me dedicaba todo un editorial. Pero, en fin, esto hay que inscribirlo en su visceral y beligerante antinacionalismo vasco, y sobre todo en su obsesivo antipeneuvismo que como muy buen hijo de gato, sigue cazando ratones.

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