Una monarquía protegida por la censura (25 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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EL ACTA DE ACUSACION A ALFONSO XIII

Para que se vea el tenor de la correspondencia que he mantenido en la VIII legislatura con Marín, expongo la carta que le dirigí el 28 de septiembre de 2005 tras una reunión de las Mesas conjuntas del Congreso y del Senado. Dice así:

Excmo. Sr. D. Manuel Marín

Presidente del Congreso de los Diputados Madrid, 28 de septiembre de 2005

Estimado Presidente:

El pasado miércoles 21 de septiembre, en la reunión de las Mesas del Congreso y del Senado celebradas de forma conjunta en la sala Mariana Pineda del Congreso de los Diputados, surgió como un chispazo la observación que te había hecho en tu calidad de presidente del Congreso en relación con la, a mi juicio, indebida decoración de la sala-comedor de la planta cuarta del edificio de ampliación contiguo al comedor denominado de gala.

Como te comenté en la carta que te remití el pasado 13 de julio, en dichas paredes cuelgan pinturas que nada tienen que ver con la vida parlamentaria ni sus protagonistas. Desde un cuadro de la batalla de Almansa a retratos de los reyes Alfonso XIII y Alfonso XII, y del príncipe Francisco de Asís, más propios de una antecámara real o del director de la revista
Hola
que de un comedor de visitas en una cámara democrática.

Y como el hecho no es baladí, es por lo que te hice saber que, presididos por D. Julián Besteiro, tuvo lugar en dicha casa una memorable sesión donde se aprobó el Acta de Acusación contra D. Alfonso XIII aprobándose una resolución por mayoría absoluta, cuyo texto acompaña la presente.

Si eso sucedió en 1931 y fue aprobado casi por unanimidad siendo el grupo socialista el impulsor de la medida; si dicha sesión la presidía D. Julián Besteiro, ilustre socialista que murió encarcelado en 1939 en la cárcel de Carmona como consecuencia de la crueldad de una dictadura y si, además, se está en sede parlamentaria, no sé a santo de qué hay que convertir un comedor de gala en un recinto de exaltación a la Monarquía ni mucho menos a un personaje recusado públicamente en sesión especial del Congreso de los Diputados.

Cuando argumentaba de esta manera, la diputada Dña. Celia Villalobos me contestó diciendo que su familia había sido republicana pero que mi deseo era revisar la historia por lo que no procedía mi observación.

Se equivocaba Dña. Celia. Yo no quiero revisar la historia. Sólo deseo recuperarla, y recuperarla significa que el cuadro de una persona recusada unánimemente en esa casa vaya a un Museo o al Palacio Real, pero no presida ninguno de los salones de un Congreso que condenó al ex rey por golpista. ¿Es eso revisar la historia o más bien dejar las cosas en su sitio y que la anestesia histórica, que en dosis peligrosas para la salud democrática nos proporcionan a todas horas ciertos medios, vaya poco a poco disipándose con objeto de que las nuevas generaciones no vivan en la mentira?

Si en el
Bundestag
alemán no hay un solo cuadro del mariscal Goering, que llegó a la presidencia del
Reichstag
democráticamente, no sabemos asimismo qué pintan en los pasillos del Congreso los cuadros de quienes presidieron aquella farsa antidemocrática de Parlamento como fueron los Sres. Esteban Bilbao, Antonio Iturmendi y Alejandro Rodríguez de Valcárcel. Si en las jornadas de Puertas Abiertas al ciudadano se le pretende enseñar lo mejor de la historia y exaltar los valores democráticos de paz, tolerancia, respeto al adversario y a sus ideas, todas estas anomalías históricas de representantes de dictaduras, conculcación de derechos, e irrespeto al ciudadano no pueden ni deben exaltarse en la casa de la palabra y de la democracia como son las Cortes Generales. Encárguense cuadros de motivos parlamentarios y retírense personajes repudiados en sesiones públicas democráticas de esa Casa,

Confío que de las bellas palabras de los discursos retóricos en las sesiones extraordinarias se pase a los hechos y que los acuerdos parlamentarios se cumplan fundamentalmente por higiene democrática.

Aprovecho la oportunidad para saludarte.

Iñaki Anasagasti Olabeaga

LA ACUSACIÓN A ALFONSO XIII

Y para que le quedara claro el acuerdo parlamentario aprobado en aquella misma Cámara y bajo presidencia del socialista Besteiro, le añadí el texto de acusación que era claro y contundente. Decía así:

Texto definitivo que aprobaron las Cortes por mayoría absoluta pasadas las 3,30 de la madrugada entre el día 19 y 20 de noviembre de 1931.

Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue rey de España, quien, ejercitando los poderes de su Magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país; en su consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a Don Alfonso de Borbón Habsburgo y Lorena. Privado de la paz pública, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional.

Don Alfonso de Borbón será degradado de todas las dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar legalmente ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado, le declaran decaído, sin que pueda reivindicarlos jamás para él ni para sus sucesores.

De todos los bienes, acciones y derechos de su propiedad que se encuentren en territorio nacional se incautará en su beneficio el Estado, que dispondrá del uso más conveniente que deba dárseles.

Esta sentencia, que aprueban las Cortes soberanas Constituyentes, después de sancionada por el Gobierno provisional de la República, será impresa y fijada en todos los Ayuntamientos de España y comunicada a los representantes diplomáticos de todos los países, así como a la Sociedad de Naciones.

La designación de Juan Carlos como Príncipe de España, y no Príncipe de Asturias, resaltaba hasta qué punto la Ley de Sucesión rompía con la continuidad y la legitimidad de la dinastía Borbón. La nueva Monarquía iba a ser la de Franco y solamente la de Franco.

El socialista Marín no se dio por enterado de mi petición ni de mi argumentación. Nunca me contestó ni a ésta ni a ninguna carta. Todo fueron insinuaciones en las reuniones, comentarios de pasillo e ironías tras la entrega de la Encomienda. Y si un socialista de Ciudad Real, europeo y pulido, en el mandato en el que se aprobó la ley de la Memoria Histórica actúa así, ¿cómo el españolito de a pie no va a seguir diciendo que la institución mas valorada es la Monarquía española?

Capítulo XII: Un mitin republicano en el Zócalo

Cuando terminó el acto de imposición de la Encomienda de Isabel la Católica, comenté con mis compañeros que sería conveniente que en la IX legislatura planteásemos al próximo gobierno que considerase la posibilidad de crear una orden cívica nueva. La del Mérito Civil, creada bajo el reinado de Alfonso XIII, y la de Isabel la Católica, bajo el de Fernando VII, huelen a naftalina. Creo que se debe contar con una propia de la democracia.

Les conté, asimismo, a mis compañeros la vivencia que había tenido en México cuando a cuatro republicanos, que habían vivido exiliados en aquel país, se les había entregado aquella condecoración creada por Alfonso XIII. Gran ironía del destino. Ignoro si la República tuvo sus condecoraciones, pero no es muy de recibo vivir estas contradicciones en actos simbólicos.

Mucho más cuando seguimos teniendo a un PP que no reniega del franquismo y un rey que ni tan siquiera ha aludido nunca a la aprobación de una ley tan democrática y esperada como la de la Memoria Histórica, que al PP no le gustó nada porque siempre dice que eso es remover el pasado. Entiendo que viendo lo ocurrido en Chile, Argentina y Uruguay no les guste se remueva el pasado, no vaya a ser que alguien quede retratado en negativo o sentado en el banquillo.

FRAGA COMPARA A FRANCO CON NAPOLEÓN

En el Senado, detrás del banco del gobierno, en su parte central, hemos contado en esta legislatura y en la anterior con la presencia de Manuel Fraga Iribarne tras no haber podido éste formar gobierno en Galicia. Con 83 años, lógicamente, no es el que era. Un problema de cadera le hace entrar en el hemiciclo bamboleante; y cuando se pone unas gafas oscuras, que se suman al deterioro que ha hecho en su rostro el tiempo, la visión del personaje es impresionante.

Fraga, que se jacta de que su segundo apellido, Iribarne, es vasco-francés, me tuvo en comisaría tres días en abril de 1976 cuando fue ministro de la Gobernación del gobierno de Arias Navarro. Mi delito fue el imprimir con Joseba Goikoetxea, posteriormente asesinado por ETA, un boletín llamando al
Aberri Eguna
de aquel año. Pero eso no me impidió ir a saludarle a su escaño y hacerle llegar un libro escrito junto a mi compañero Josu Erkoreka donde contamos las peripecias de dos vascos singulares: José María de Areilza y Manuel Aznar, abuelo de José María.

Al cabo de un tiempo fui de nuevo a su escaño a preguntarle qué le había parecido lo que habíamos escrito, ya que él había conocido perfectamente a aquellos dos protagonistas importantes del franquismo. «Dicen ustedes cosas interesantes que yo desconocía a pesar de haber trabajado mucho con ellos —me contestó—, pero la tesis de fondo del libro no la comparto. Ustedes niegan a la gente la capacidad de evolucionar.»

Le dije que creía que ésa no era la tesis de fondo del libro, sino la de que hay muchos vascos que, para hacerse gratos al Madrid político, no encuentran mejor método que atacar con dureza a los nacionalistas vascos, y eso hace crecer sus enteros en la bolsa política del Madrid más rancio. Los ejemplos de Fernando Savater y Jon Juaristi son paradigmáticos.

Pero, al parecer, quien sigue sin evolucionar es el propio Fraga.

El 30 de diciembre de 2007, la clase política gallega y miles de personas despedían los restos mortales del
conselleiro
de Obras Públicas de Fraga, Xosé Cuiña, cuyo féretro estuvo cubierto con la bandera de Galicia, en la capilla ardiente puesta en el salón de plenos del ayuntamiento de Laín, municipio pontevedrés del que Cuiña fue alcalde durante once años.

Y allí, lógicamente, acudió Manuel Fraga, quien se adelantó a la Nochevieja y, en una entrevista en el
Faro de
Vigo, parece que quiso dar la campanada. Una más.

El que fuera presidente durante 16 años de la
Xunta
de Galicia, y ministro de Información y Turismo entre 1962 y 1969, no se cortó un pelo y comparó a Franco con Napoleón; llegando a decir que, con el tiempo, se reconocerá todo lo bueno que hizo por España.

A pesar de que en 2008 se cumplieron treinta años de la aprobación de la Constitución (1978), algunos dirigentes del Partido Popular parece que echan de menos los tiempos en los que reinaba su Caudillo.

Primero fue Jaime Mayor Oreja. A mediados del 2007, el parlamentario europeo popular llegó a afirmar que nunca condenaría el franquismo porque «muchas familias vivieron la dictadura de Franco con extraordinaria naturalidad y normalidad», y porque fue una etapa de «extraordinaria placidez».

Finalizado 2007, le tocó turno a Manuel Fraga Iribarne, quien admitió que compartía «plenamente» las declaraciones que realizó su compañero de partido y ex ministro de Interior con José María Aznar. El ex presidente gallego argumentó que, teniendo en cuenta lo que fue la historia del Estado español en el siglo XIX y las dos repúblicas, el franquismo se reveló como la etapa en que «se sentaron las bases para una España con más orden». El suyo.

Por ello, se mostró partidario de dejar pasar el tiempo para juzgar la dictadura franquista y lo que significó para la historia de España. «Igual pasó con Napoleón. Al día siguiente de matarlo, era un estropajo; pero cincuenta años después lo trajeron a París, es su héroe nacional y preside el Panteón de Hombres Ilustres. No digo que con Franco vaya a ocurrir lo mismo, sino que las figuras de ese calibre no se pueden juzgar hasta pasado un cierto tiempo», sentenció. ¡Pero si Franco está ya en el Valle de los Caídos!

POR LO MENOS, DEBERÍA PEDIR PERDÓN

Seguramente, los chavales no le prestaron el menor interés al comentario. Sin embargo, por menos de esto le montaron a Gunter Grass una buena tamborrada en Alemania.

Franco murió en 1975. Quiere decir que los menores de cuarenta y cinco no tienen ni idea sobre quién fue este general que sojuzgó al país durante cuarenta.

En los aniversarios de su muerte, poco se dice de la represión franquista, de los gulags de aquella dictadura, de la falta absoluta de libertad de expresión, del culto ridículo a una personalidad banal, del aislamiento internacional, de sus padres putativos Hitler y Mussolini, de su mediocridad, de los robos de las grandes familias cuyos apellidos siguen diciéndonos lo que democráticamente hay que hacer, de la persecución preferencial al euskera, gallego y catalán, de la perdida de los conciertos para Gipuzkoa y Bizkaia por haber sido «provincias traidoras» al Movimiento, de una jerarquía eclesiástica que bendijo aquello como una cruzada en la que valía todo, de los partes radiales, de la incautación de los
batzokis
y casas de Pueblo, así como de haberlo dejado «atado y bien atado» con un heredero que estaba junto a él en todos los actos de exaltación a su dictadura. Sin embargo, ahora, como se recordó a todas horas en su setenta aniversario, D. Juan Carlos es «símbolo de la unidad y permanencia de España».

En toda esta sopa espesa, una voz rompió el silencio y le pidió al rey Juan Carlos que pidiera perdón en nombre del Estado por los crímenes del franquismo. Se trató del presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en Catalunya, Manuel Perona. Hizo muy bien. Todavía Gernika espera algún tipo de explicación que la Alemania democrática ya se la ha dado. Pero aquella villa no se bombardeó porque a la Legión Cóndor se le ocurrió. Aquella masacre fue permitida y auspiciada por los militares españoles sublevados.

¿No hemos quedado que aquí no hubo ruptura sino reforma? Pues bien. Si este Estado es la continuación de aquél y, de hecho, la jefatura del Estado la ostenta quien fue designado por el Caudillo de España por la Gracia de Dios, algo debería hacer D. Juan Carlos, además de hablar de los nietos y pedirle a Chávez que se calle.

Franco fue un dictador. Y eso se reconoce a regañadientes. Pero Juan Carlos I es hoy, al parecer, el hombre providencial. Esa es la tónica de todos los programas especiales que se hicieron en el treinta aniversario del fallecimiento del dictador, así como de los treinta de la entronización del rey y de su setenta cumpleaños.

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