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Authors: Esther y Jerry Hicks

Tags: #Autoayuda, Cuento

El libro de Sara (13 page)

BOOK: El libro de Sara
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«Nuestra amistad durará eternamente, Sara. De modo que cuando desees charlar con Salomón, no tienes más que identificar el tema que deseas comentar, concentrarte en él, situarte en un punto en el que te sientas a gusto y yo estaré a tu lado» —repitió Salomón.

Pero Sara no le oyó.

Capítulo veintitrés

Sara no sabía qué hacer ni cómo explicar a sus padres quién era Salomón, ni lo importante que su amistad era para ella. Tenía la cabeza como un bombo y se arrepentía de no haber hablado a sus padres sobre Salomón, porque ahora no sabía cómo explicarles la tragedia que su muerte representaba para ella. Había dependido por completo de Salomón para que la aconsejara y consolara, cortando prácticamente esos vínculos con su familia, y ahora tenía que enfrentarse a la pérdida de su amigo. Sara se sentía completamente sola, sin saber a quién acudir.

No sabía qué hacer con Salomón. El suelo seguía cubierto por una dura capa de hielo, de modo que no podía cavar una fosa para enterrarlo. La perspectiva de arrojado a la caldera de carbón, como había visto hacer a su padre con cadáveres de pájaros y ratones, era demasiado atroz para pensar siquiera en ella.

Sara permanecía sentada en los escalones de la entrada de su casa, sosteniendo a Salomón en brazos, llorando a lágrima viva, cuando el coche de su padre se detuvo en el camino empedrado. Su padre se apeó apresuradamente, sosteniendo la cartera empapada de Sara y los desvencijados libros de texto que ésta había dejado olvidados junto al sendero.

—El señor Matson me llamó al despacho, Sara. Encontró tu cartera y tus libros junto al sendero. ¡Temíamos que te hubiera ocurrido algo malo! ¿Estás bien?

Sara se limpió la cara, avergonzada de que su padre la viera en ese estado. Quería ocultar a Salomón, seguir manteniéndolo en secreto, pero al mismo tiempo deseaba contárselo todo a su padre confiando en que eso la consolaría.

—¿Qué ha ocurrido, Sara? ¿Qué pasa, tesoro?

—¡Ay, papá! —contestó Sara— Jason y Billy han matado a Salomón.

—¿Salomón? —preguntó su padre mientras Sara abría su abrigo para mostrarle a su difunto amigo.

—Lo siento mucho, Sara.

El hombre no sabía por qué ese búho muerto era tan importante para la niña, pero estaba claro que padecía un auténtico trauma. Jamás había visto a su hija tan desesperada. Deseaba abrazarla y besarla para consolada, pero sabía que lo que había ocurrido era tan grave para ella, que no podría consolarla de ese modo.

—Entrégame a Salomón, Sara. Cavaré una fosa detrás del gallinero para enterrarlo. Entra en casa, hace mucho frío.

Entonces Sara se percató de que estaba helada. A regañadientes, depositó en brazos de su padre el preciado cuerpo de Salomón. Se sentía débil y profundamente apenada. Se quedó sentada en los escalones de la entrada, mirando a su padre mientras se alejaba portando en brazos a su hermoso Salomón. Sara sonrió con amargura sin dejar de llorar al observar la seriedad y la delicadeza con que su padre transportaba el cuerpo del ave, como si comprendiera lo valioso que era para ella.

Sara se tumbó en la cama, vestida. Se quitó los zapatos y los dejó caer al suelo y lloró con la cara sepultada en la almohada, hasta que al cabo de un rato se quedó dormida.

Capítulo veinticuatro

Sara se encontró en un extraño bosquecillo, rodeada por unas preciosas flores primaverales mientras unos pájaros y unas mariposas de brillante colorido revoloteaban alrededor de ella.

—Bien, Sara, parece que hoy tienes mucho que contarme, dijo Salomón.

—¡Salomón! —gritó Sara eufórica— ¡no estás muerto! ¡Ay, Salomón, cuánto me alegro de verte!

—¿Por qué te sorprendes, Sara? Ya te dije que la muerte no existe. ¿Y bien, Sara, de qué quieres que hablemos? —preguntó Salomón con calma, como si no hubiera ocurrido nada de particular.

—Ya sé que me dijiste que la muerte no existe, Salomón, pero parecías estar muerto. Tu cuerpo estaba inerte y pesado, tenías los ojos cerrados y no respirabas.

—Estabas acostumbrada a ver a Salomón de una cierta forma, pero ahora tienes la oportunidad —porque tu deseo es mayor que antes— de ver a Salomón de una forma más amplia. Más universal.

—¿A qué te refieres?

—Por regla general las personas sólo ven a través de sus ojos físicos, pero ahora tienes la oportunidad de ver las cosas a través de unos ojos más amplios, los ojos de la auténtica Sara que habita dentro de la Sara física.

—¿Quieres decir que hay otra Sara dentro de mí, como el Salomón que vive dentro de mi Salomón?

—Así es, Sara. Y esa Sara interior vivirá eternamente. Esa Sara interior jamás morirá, al igual que este Salomón interior, el que ves aquí, jamás morirá.

—Eso suena estupendamente, Salomón. ¿Volveré a verte mañana en el Sendero de Thacker?

—No, Sara, no estaré allí. La niña frunció el ceño. ¡Piensa en ello, Sara! Cada vez que desees charlar con Salomón, podrás hacerlo. Estés dónde estés. Ya no tendrás que ir al bosquecillo. Sólo tendrás que pensar en Salomón —y recordar lo que sientes cuando conversas con él— y acudiré para charlar contigo.

—Me alegro, Salomón. Pero me encantaban los ratos que pasábamos juntos en el bosquecillo. ¿Seguro que no puedes volver allí, como antes?

—Te aseguro que nuestra forma de comunicarnos te gustará Sara y la amistad eterna… aún más que los buenos ratos que pasábamos en el bosquecillo. Podremos comunicarnos cómo y cuándo queramos. Ya lo verás. Lo pasaremos estupendamente.

—Muy bien, Salomón. Te creo.

—Buenas noches, Sara.

—¡Salomón! —exclamó Sara, que no quería que su amigo la dejara tan pronto.

—¿Qué, Sara?

—Gracias por no haber muerto.

—Buenas noches, Sara. Todo va bien.

SEGUNDA PARTE

La feliz y eterna relación de Sara y Salomón en el más allá

Capítulo veinticinco

—¿Estás enfadado con Jason y Billy por haber disparado contra ti, Salomón?

—¿Por qué me lo preguntas, Sara? ¿Quieres que esté enfadado con ellos?

—¡Pero ellos te tirotearon! —contestó Sara asombrada. ¿Cómo era posible que Salomón no comprendiera su pregunta, y cómo era posible que no estuviera enfadado con ellos por haber hecho algo tan horrible?

—No, Sara. Cuando pienso en Jason y Billy les aprecio por haberme llevado hasta ti.

—¿Pero no crees que el hecho de que dispararan contra ti es más importante que eso?

—Lo único importante es que me siento bien, Sara. No puedo sentir ira contra Jason y al mismo tiempo sentirme bien. Lo más importante es que mantenga mi válvula abierta, Sara, para poder elegir siempre unos pensamientos que hagan que me sienta bien.

—Espera un momento, Salomón. ¿Pretendes decir que por mala que sea una persona, y por horribles que sean las cosas que haga, no piensas en esas cosas? ¿Qué nadie comete nunca un acto tan horrible como para que tú te enfades con esa persona?

—Obran de buena fe, Sara.

—¡Venga ya! ¡Ellos te tirotearon! ¿Es que ni siquiera el hecho de que quisieran matarte te parece lo suficientemente grave?

—Permite que te haga unas preguntas, Sara. ¿Crees que si me enfadara con Jason y Billy por haber disparado contra mí dejarían de disparar contra otros animales?

Sara calló. No creía que el enojo de Salomón influyera en Jason y Billy. Ella se había enojado con ellos multitud de veces por disparar contra animales, pero no había conseguido nada.

—No, Salomón. Supongo que no.

— ¿Crees que mi enojo serviría de algo?

Sara reflexionó también sobre eso.

—Si me enojara con ellos, quizá pensaras que tu ira estaba justificada, pero lo único que yo conseguiría es unirme a tu cadena de dolor, lo cual no me beneficiaría en absoluto.

—Pero Salomón —protestó la niña—, creo que…

—Sara, le interrumpió Salomón, podríamos pasarnos todo el día y toda la noche hablando sobre qué actos son justos y qué actos son injustos. Podrías pasarte el resto de tu vida tratando de descifrar qué conductas son correctas o incorrectas, y en qué circunstancias son correctas o incorrectas. Pero yo he comprobado que todo el tiempo, incluso estos momentos, que dedicamos a tratar de justificar el que nos sintamos mal, es una pérdida de tiempo. Y también he comprobado que cuanto antes consigo alcanzar ese punto en el que me siento bien, más satisfecho me siento de mi vida y más cosas positivas puedo ofrecer a los demás. Así pues, a través de muchos años de vida y experiencias, he llegado a la conclusión de que puedo elegir unos pensamientos que cierren mi válvula o unos pensamientos que la abran, pero en cualquier caso se trata de una elección que sólo depende de mí. Por consiguiente, hace tiempo que dejé de culpar a Jason y a Billy por lo ocurrido, porque no me beneficia ni a mí ni a ellos.

Sara guardó silencio. Tenía que meditar sobre lo que acababa de decirle Salomón. Había decidido que jamás perdonaría a Jason por la atrocidad que había cometido, pero Salomón se negaba a compartir con ella ese sentimiento de condena contra Jason.

—Recuerda, Sara, que si dejas que las circunstancias que te rodean controlen la forma en que te sientes, siempre estarás atrapada. Pero cuando seas capaz de controlar la forma en que te sientes —porque también controlas tus pensamientos— te sentirás auténticamente liberada.

Sara recordó que Salomón le había dicho en cierta ocasión algo parecido, pero entonces no se enfrentaban a un hecho tan espantoso. Esto era demasiado grave.

—En este ancho mundo, en el que millones de personas sostienen diversos criterios sobre lo que está bien y lo que está mal, con frecuencia presenciarás conductas que te parecerán impropias. ¿Vas a exigir que todas esas personas cambien de forma de pensar y de obrar sólo para complacerte? ¿Es eso lo que querrías hacer, suponiendo que pudieras?

La idea de que todo el mundo se comportara de forma que la complaciera atraía a Sara en cierto modo, pero en el fondo sabía que era imposible.

—Supongo que no.

—¿Entonces qué alternativa te queda? ¿Ocultarte en un rincón para evitar presenciar conductas que puedan disgustarte, convertirte en una prisionera en este maravilloso mundo?

Esa opción no le apetecía nada, pero Sara reconoció ciertos vestigios de esa conducta en un pasado no muy lejano, cuando solía apartarse, mentalmente, de los demás, replegándose en sí misma y manteniendo a todos, o casi todos, alejados de ella. No eran unos tiempos felices, recordó Sara.

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