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Authors: Esther y Jerry Hicks

Tags: #Autoayuda, Cuento

El libro de Sara (15 page)

BOOK: El libro de Sara
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—¡Por el amor de Dios, Sara! ¡No te quedes ahí parada, que entra frío! Vete si no quieres llegar tarde a la escuela.

«¡Esto es increíble!», pensó Sara. En los últimos dos minutos su madre había pronunciado cinco afirmaciones inequívocas sobre lo que no deseaba y Sara no recordaba una sola afirmación que indicara lo que su madre deseaba. Y lo más asombroso era que su madre ni siquiera se había dado cuenta de ello.

Cuando Sara bajó los escalones del porche vio que su padre acababa de retirar la nieve de la acera.

—¡Ten cuidado, Sara, que el camino está resbaladizo! No vayas a caerte.

Sara sonrió satisfecha. «¡Jolín! ¡Esto es increíble!».

—¿Me has oído, Sara? Te he dicho que tengas cuidado no vayas a caerte.

En realidad Sara no había oído a su padre expresar una rotunda negativa, pero sus palabras indicaban claramente lo que no deseaba. En la mente de Sara bullía una multitud de pensamientos. Deseaba expresar lo que quería.

—No me pasará nada, papá —dijo— no me caigo nunca. ¡Ojo!, pensó Sara. Eso no es decir claramente SÍ. Deseando ser el mejor ejemplo positivo para su padre, Sara se detuvo, se volvió hacia él y dijo:

—Gracias, papá, por limpiar la nieve del camino. Así no me caeré.

Sara soltó la carcajada al oírse decir que «no» se caería cuando pretendía pronunciar una frase afirmativa. ¡Esto no es tan fácil!, pensó. Luego volvió a echarse a reír y, casi sin darse cuenta, dijo en voz alta:

—¿Que no va a ser fácil? ¡Jolín, Salomón, tenías razón!

Cuando Sara se hallaba a unos cien metros de la entrada de su casa oyó cerrarse la puerta principal de un portazo y vio a Jason echar a correr a toda velocidad, sosteniendo la cartera con una mano y sujetándose la gorra con la otra, hacia ella. Sara dedujo, por la velocidad que llevaba su hermano y la expresión maliciosa de sus ojos, que se proponía chocar con ella, por detrás, como había hecho multitud de veces, justo lo suficiente para hacerle dar un traspié y enfurecerla.

—¡No se te ocurra, Jason! —gritó Sara anticipándose a los propósitos de su hermano— ¡no lo hagas, Jason, te lo advierto! —chilló con todas sus fuerzas.

«Qué pesadez —pensó Sara—. He vuelto a hacerlo. No dejo de pronunciar la palabra NO aunque no quiera. ¡Y dale con el NO!». A Sara le desesperaba no poder controlar lo que decía. Jason pasó junto a Sara rozándola y siguió corriendo. Cuando la hubo adelantando una manzana, Sara se relajó y siguió andando hacia el colegio a su paso habitual, pensando en los increíbles acontecimientos que había presenciado durante los últimos diez minutos. Sara decidió redactar una lista de todos los «noes» que había oído para comentarla luego con Salomón. Sacó un pequeño cuaderno de la cartera y escribió:

NO TE RETRASES. NO QUEREMOS QUE VEAN LA CASA PATAS ARRIBA. NO DEJES QUE ENTRE EL AIRE FRÍO. NO LLEGUES TARDE A LA ESCUELA. NO VAYAS A CAERTE. NO SERÁ FÁCIL. NO SE TE OCURRA, JASÓN.

Sara oyó al señor Jorgensen gritar a dos chicos en la clase: —¡No corráis por el pasillo!

Sara lo añadió a la lista de «noes». Cuando estaba anotándolo en el cuaderno, con la espalda apoyada en su taquilla, pasó frente a ella el maestro de otra clase y le dijo:

—Apresúrate o llegarás tarde.

Sara también lo anotó en su cuaderno. Cuando estaba sentada en su pupitre, tratando de resignarse a otra larga jornada en la escuela, observó un curioso letrero colocado al lado de la pizarra. El letrero llevaba ahí todo el curso, pero Sara no se había fijado antes en él. En todo caso, no le había llamado la atención. Sacó su cuaderno y escribió las palabras que leía:

NO HABLÉIS EN CLASE. NO MASQUÉIS CHICLE EN CLASE NO COMÁIS NI BEBÁIS EN CLASE NO TRAIGÁIS JUGUETES. NO ENTRÉIS CON LAS BOTAS DE AGUA EN CLASE. NO MIRÉIS POR LA VENTANA. NO OS QUEDÉIS DESPUÉS DE CLASE PARA REPASAR LA LECCIÓN. NO TRAIGÁIS VUESTRAS MASCOTAS A CLASE. NO LLEGUÉIS TARDE A CLASE.

Sara se quedó estupefacta. Salomón tiene razón. La mayoría de nosotros nos resistimos a nuestro flujo de bienestar. Sara se pasó el día observando afanosamente todo cuanto ocurría a su alrededor. A la hora del almuerzo, se sentó aparte de sus compañeros, escuchando la conversación que mantenían dos maestros sentados a su espalda. No alcanzaba a vedas, pero oía claramente lo que decían.

—No sé qué hacer —dijo uno de los maestros— ¿tú que opinas?

—Yo que tú no lo haría —respondió el otro—. Nunca se sabe, podrías acabar en una situación peor que ahora.

«¡Caray! —pensó Sara». No tenía remota idea de qué estaban hablando, pero fuera lo que fuere, estaba claro que ambos decían no. Sara añadió a su lista:

NO SÉ. YO QUE TÚ NO LO HARÍA.

Cuando había transcurrido la mitad de la jornada escolar, Sara había llenado dos páginas de «noes» para comentarlos con Salomón. La tarde resultó tan provechosa como la mañana y Sara añadió a la lista:

¡NO TIRES ESO! ¡NO HAGAS ESO! ¡HE DICHO QUE NO! ¿NO ME OYES? ¿ES QUE NO HABLO CON CLARIDAD? ¡NO ME EMPUJES! ¡NO VOLVERÉ A DECÍRTELO!

Al término de la jornada, Sara estaba agotada. Daba la impresión de que todo el mundo se resistía al flujo de bienestar.

—Tienes más razón que un santo, Salomón. La mayoría de las personas dicen NO en lugar de SÍ. Incluso yo. Sé lo que debo hacer, pero no consigo hacerlo. «NO CONSIGO HACERLO», escribió Sara en su lista. ¡Menudo día!

—Qué lista tan larga, Sara. Se nota que hoy has estado muy ocupada.

—Ni te lo imaginas, Salomón. Estas no son más que algunas de las frases que he oído hoy. La gente dice casi siempre que NO. ¡Y ni siquiera se dan cuenta! Yo también lo hago. Esto es muy difícil, Salomón.

En realidad no es tan difícil, Sara, una vez que has aprendido a fijarte en las cosas positivas y comprendes cuál es tu objetivo. Léeme algunas frases de tu cuaderno y te lo demostraré.

«NO TE RETRASES» Sé puntual. «NO QUEREMOS QUE NUESTROS INVITADOS VEAN LA CASA PATAS ARRIBA» Queremos que nuestros invitados se sientan cómodos en nuestra casa. «NO DEJES QUE ENTRE EL AIRE FRÍO» Procura mantener nuestra casa bien caldeada. «NO LLEGUES TARDE A LA ESCUELA» Es preferible ser puntual. «NO VAYAS A CAERTE» Concéntrate en lo que haces y coordina tus movimientos. «NO SERÁ FÁCIL» Con el tiempo lo conseguiré. «NO CORRÁIS POR EL PASILLO» Pensad en los demás. «NO HABLÉIS EN CLASE» Comentemos las cosas entre todos y así aprenderemos. «NO MIRÉIS POR LA VENTANA» Si os concentráis en lo que hacéis saldréis ganando. «NO OS QUEDÉIS DESPUÉS DE CLASE PARA REPASAR LA LECCIÓN» Prestad atención en clase y trabajemos conjuntamente. «NO TRAIGÁIS VUESTRAS MASCOTAS A CLASE» Vuestras mascotas se sienten más a gusto en casa.

—¡Caray, Salomón, eres un as!

—Tú también aprenderás a hacerlo, Sara. Sólo tienes que practicar. Las palabras que utilices no importan, Sara. Lo perjudicial es resistirte al flujo de bienestar. Cuando tu madre te dijo: «No dejes la puerta abierta,» rechazaba lo que no quería. Pero aunque hubiera dicho: «¡Cierra la puerta!», era más consciente de lo que no deseaba que lo que deseaba, y por tanto su vibración habría sido una vibración negativa. Lo que quiero es que aprendas a inclinarte hacia lo que deseas, en lugar de resistirte a lo que no deseas. Desde luego, tus palabras indican tu orientación, pero tus sentimientos son un indicador aún más claro de si permites que el flujo del bienestar llegue a ti o te resistes a él. Diviértete con esto, Sara. Cuando te resistes diciendo NO, te resistes al flujo del bienestar. Lo importante es hablar largo y tendido sobre lo que SÍ deseas. Cuando lo hagas, comprobarás que las cosas mejoran. Ya lo verás.

Capítulo veintiocho

Sara regresó a su casa, el último día de aquel curso escolar, con una extraña mezcla de sentimientos. Por lo general, ésa era la época más feliz del año para ella, con la perspectiva de un verano de una soledad casi absoluta ante ella, sin tener que verse obligada a tratarse con unos compañeros de clase distintos a ella y a menudo incómodos. Pero en esta ocasión, el último día de clase era diferente para Sara, pues en el breve espacio de un año ella había cambiado mucho.

Sara caminó rápidamente, aspirando el maravilloso aire primaveral, y durante un trecho anduvo de espaldas. Anhelaba contemplado todo y a rodos los que la rodeaban.

El cielo tenía un aspecto más hermoso que nunca. Más azul. De un color más intenso. Y las nubes blancas y vaporosas eran impresionantes. Sara oyó el claro y dulce canto de los pájaros, los cuales estaban tan lejos que no alcanzaba a verlos, pero sus perfectos trinos llegaban a sus oídos. La sensación del maravilloso aire sobre su piel era realmente deliciosa. Sara se sentía eufórica.

—Como ves, Sara, EL BIENESTAR abunda.

—¡Salomón, eres tú!

—Está en todas partes.

Sara siguió escuchando en su mente las palabras claras de Salomón.

—Lo cierto es que está en todas partes donde no es rechazado. Continuamente fluye hacia ti un flujo constante y sistemático, y en todo momento puedes permitir que llegue a ti o rechazarlo. Tú eres la única que puede aceptar o resistirte a este flujo constante y sistemático de bienestar. Durante todos los momentos en que hemos conversado, lo más importante que he deseado que aprendieras es el proceso de reducir, o eliminar, los esquemas de resistencia que has aprendido de otras personas físicas. Porque si no fuera por esa resistencia que has adquirido a lo largo de este sendero físico, el bienestar que te es natural y te pertenece por derecho propio, fluiría de modo natural hacia ti. Hacia todos vosotros.

Sara pensó en las maravillosas conversaciones que había mantenido con Salomón. ¡Habían tenido una comunicación espléndida! Y Sara comprendió que en todos los casos, con cada conversación que habían mantenido ambos, Salomón la había ayudado a reducir su resistencia. Pensó en las técnicas, o juegos, que Salomón le había propuesto cada día, y ahora, desde su propia perspectiva, comprendió que Salomón le había estado enseñando unos sistemas para reducir su resistencia. Poco a poco, Sara había aprendido a eliminar su resistencia.

—Tú también eres una maestra, Sara.

Sara abrió los ojos como platos, sintiendo que se le cortaba la respiración, al oír que su maestro favorito le aseguraba que ella, al igual que Salomón, era una maestra.

—Y lo que has venido a enseñar, Sara, es que todo va bien. A través de tu ejemplo claro, muchos otros comprenderán que no existe nada contra lo que resistirse. Y que el hecho de resistirse es lo que impide que el flujo de bienestar llegue a ellos.

Sara sintió que de las palabras de Salomón emanaba una intensidad especial. Sus palabras la emocionaron tanto, que no sabía qué decir. Sara enfiló el camino empedrado del jardín que conducía a la entrada de su casa sintiéndose tan eufórica, que sintió deseos de ponerse a brincar. Luego subió los escalones del porche salvándolos de dos en dos.

Capítulo veintinueve

Sara se acostó temprano, ansiosa de reanudar su conversación con Salomón. Cerró los ojos y respiró hondo mientras trataba de hallar el punto maravilloso donde Salomón y ella habían interrumpido su charla.

—Todo va estupendamente —dijo Sara en voz alta, con tono sereno y un convencimiento absoluto. Luego abrió los ojos asombrada. Salomón, al que Sara no había visto desde hacía unas semanas, se hallaba posado sobre su cama. Pero sus alas no se movían. Parecía como si estuviera suspendido en el aire, manteniéndose sin esfuerzo alguno sobre la cabeza de Sara.

—¡Salomón! —gritó Sara gozosa— ¡cuánto me alegro de verte! Salomón sonrió y asintió con la cabeza. —¡Qué hermoso eres, Salomón! Las plumas de Salomón eran blancas como la nieve y relucían como si cada una de ellas fuera un diminuto reflector. Parecía mucho más grande y más resplandeciente que antes, pero no cabía duda de que se trataba de Salomón. Sara lo comprendió al mirado a los ojos.

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