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Authors: Carmen Cervera

Tags: #Intriga, #Fantástico

Non serviam. La cueva del diablo (39 page)

BOOK: Non serviam. La cueva del diablo
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Luz quiso decir algo, protestar, pero enseguida comprendió lo que le estaba diciendo y no pudo evitar conmoverse. No quería privarla de conocer la Gracia del ser que él tanto echaba en falta.

—¿Cómo es? —preguntó, y una nota de emoción se filtró en su voz.

—Inenarrable. —Cerró de nuevo los ojos, echando hacia atrás la cabeza y apoyándose en la pared, como si un cansancio antiguo le hubiera sobrevenido de golpe, derrotándolo.

—¿La felicidad?

Él negó lentamente con la cabeza.

—La plenitud. A Su lado no hay ausencia de nada, no hay falta o carencia.

—La hubo para ti —lo interrumpió Luz.

Ángel abrió los ojos, tan llenos de luz que ella pensó que realmente podían contener toda la luz del universo en su interior.

—En realidad, no. —Suspiró—. Ahora lo comprendo.

—Podría haberla para mí.

—No sabes lo que dices.

—Si tanto le has echado de menos…

—No te equivoques, Luz. Admito una realidad que no puedo negar, pero no cambio ni un por un instante mis motivaciones. Ni por toda su Gracia. Eso implicaría arrepentirme, y no lo hago. —Se incorporó, irguiéndose—. No me arrepentiré, no puedo hacerlo.

Ella lo miró, inquisitiva, sin comprenderlo.

—Si me arrepintiera —explicó él— me estaría fallando a mí mismo y a vosotros. Y creo en vosotros, incluso tanto como en mí, a pesar de todo. A pesar del precio. A pesar, incluso, de vosotros mismos y de mi naturaleza maldita.

Se acercó a él, quiso rodearlo con sus brazos, besarlo, arrancarle ese pesar y aliviar su espíritu, pero Ángel, con los ojos fijos en ella, se levantó, apartándose y dándole la espalda.

—Sabes quién soy —dijo con suavidad y firmeza al mismo tiempo—. Conoces parte de mi historia y parte de mi naturaleza, pero no lo sabes todo aún. No dejaré que cometas un error del que podrías arrepentirte eternamente.

—Esa no es tu decisión. —Luz se levantó, dejando por primera vez la espada en el suelo, y se acercó a él, obligándolo a mirarla—. Libre albedrío —susurró mientras lo rodeaba con sus brazos.

—Luz… —Ángel trató de protestar pero su voz fue una rendición al tiempo que ella lo besaba.

Capítulo XI

C
UANDO los labios de Luz acariciaron los suyos con más ternura y amor de lo que nunca antes lo habían hecho, todos los argumentos en los que había estado pensando para convencerla de que debía alejarse de él, sin importar lo que le sucediera, se derrumbaron de inmediato, perdiendo toda su fuerza, y simplemente se le olvidaron cuando al fin se permitió sentir de nuevo su alma fundida con su espíritu, y todo el amor que ella sentía por él lo llenó, desarmándolo. Aquel simple beso, tierno y casi inocente, le devolvió la fe en sí mismo y en todo lo que creía y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que, en realidad, valía la pena su condena. Estaba tan inmerso en sus propias emociones, en las de Luz, y en sus cuerpos uniéndose como si fuera la primera vez, que no fue consciente de la presencia de Haniel hasta que la esencia sagrada del arcángel llenó la cámara, inundándola con una brillante luz dorada.

Con un gesto rápido, y más brusco de lo que pretendía, protegió a Luz detrás de su espalda cuando el arcángel se materializó, sosteniendo en lo alto su espada. Estaba desarmado y no había manera de alcanzar su espada sin dejar desprotegida a Luz, a merced de Haniel. Enseguida sintió su miedo, golpeándolo, y comprendió que el brillo del arcángel no la había cegado porque ella había tenido los ojos cerrados hasta ese mismo instante, en el que veía a aquel ser sagrado frente a ellos, desafiante. La ira lo llenó, aumentado su poder hasta tal punto que apenas pudo contenerlo para no hacerle daño a Luz, antes de apartarla bruscamente de él, cuando Haniel trató de mandarlo al abismo usando su poder contra el sello que aún quedaba en su espíritu. Sintió de inmediato la fuerza sagrada estrangulando su ser, oprimiéndolo, pero sin el poder suficiente para que no pudiera hacerle frente, y utilizó todo el dolor y la rabia que lo asfixiaban para aumentar su propia furia y dejar que lo envolviera, sumiendo a su ser en las tinieblas y enfrentándose al arcángel que lo miraba con los ojos desorbitados.

—¿Qué demonios pretendes, Haniel? —Su voz fue un gruñido y toda la rabia que en algún momento había sentido en su interior se vio reflejada en sus palabras.

El arcángel retrocedió, en silencio, blandiendo aún su espada al aire. Las enormes alas de luz dorada se extendían a su espalda como un recordatorio inoportuno de la Gracia que le había sido arrebatada, y Ángel dejó que la esencia sagrada de Haniel rozara su espíritu, aumentado su furia, alimentándolo junto a las intensas emociones de Luz, que lo llenaban más de lo que creía posible. Avanzó lentamente hacia él, acorralándolo, y con una embestida lo lanzó contra el suelo.

—¡Contesta, arcángel!

—Satán —musitó Haniel, tratando de nuevo de forzar el sello que encadenaba su espíritu, sin éxito.

—Aquí y ahora no soy yo el enemigo de nadie, Haniel —gruñó, mientras se acercaba despacio y amenazante al arcángel, que lo miraba desesperado desde el suelo, y se deleitó saboreando su miedo, mayor incluso que el terror que sentía de la mujer que estaba a su espalda—. ¿No te ha advertido Gabriel que el sello se ha debilitado? No, claro que no. —Negó con la cabeza, arrogante, disfrutando de la recuperada superioridad ante el ser divino que estaba a sus pies—. Nadie te ha dicho nada, porque nadie sabe lo que estás haciendo aquí. ¿No es cierto, arcángel?

El ser sagrado permanecía en el suelo, mirándolo lleno de rabia, derrotado a sus pies, pero aún empeñado en cumplir una misión que nadie le había encomendado. Estaba esperando, atento, un instante, un despiste, que de ninguna manera llegaría, para abalanzarse contra Luz y atravesarla con su espada, y esa certeza lo sacudió, aumentando su fuerza.

—¿A qué juegas arcángel? —dijo y su voz fue profunda y terrible, llena de la rabia que, con todas sus fuerzas, trataba de contener para no verse sometido a las tinieblas que había en su interior.

—¡Ella debe morir! —gritó Haniel, señalando a Luz, que permanecía inmóvil, mientras su miedo crecía hasta el punto de hacerla temblar, golpeándolo e incrementando su poder.

Una ira indescriptible, mayor de la que jamás hubiera sentido, lo llenó de forma inesperada y toda la furia que había contenido lo embargó, tomándolo por completo y sumiéndolo en la oscuridad de su espíritu, acabando con todo lo demás. No fue consciente del golpe que acabó con el arcángel hasta que sintió el tintineo sordo del metal de su espada golpeando contra el suelo. El fogonazo de luz en el que se había convertido Haniel le reveló el resultado de su furia, obligándolo a centrarse en el lugar donde estaba, percatándose de su ser envuelto en sombras y sintiendo en su interior el pánico de la mujer aterrorizada que seguía a su espalda.

Se agachó y cogió la espada de Haniel sin sentir apenas la quemazón que la esencia sagrada provocaba en su cuerpo y en su espíritu. Maldijo entre dientes al arcángel que había osado enfrentarlo, se maldijo a sí mismo por ser incapaz de controlar su ira y por no haber tenido a mano su espada. Había matado a Haniel sin necesidad alguna de usar su arma, sólo con desearlo. Su poder había crecido sin darse cuenta hasta el punto de transformar su cuerpo para evidenciar con su aspecto la naturaleza maldita de su espíritu. Había protegido a Luz del arcángel, pero no tenía ni idea de cómo demonios iba a protegerla de él mismo, de la bestia en la que se había convertido, la que en realidad era, aunque ella se negara a creerlo. Sintió el desconcierto, el miedo y la conmoción que abrumaban a Luz, atormentándolo. Dejó que sus sensaciones atravesaran su espíritu, entremezclándose con él, y permaneció inmóvil, incapaz de mirarla, mientras sostenía entre sus manos el arma sagrada del arcángel. Quiso calmarse, sentir el dolor que debía provocarle el contacto con aquella espada, pero su espíritu absorbía aún con más intensidad las emociones de Luz, dejándolo indefenso ante sí mismo.

La luz sagrada del arcángel la había deslumbrado, pero no lo suficiente para que no pudiera verlo, y esa certeza bastaba para que todo el odio y el dolor en su interior crecieran, impidiéndole serenarse y recuperar su forma, aunque ya no importara. Ella ya conocía la verdad que hasta aquel momento se había negado a creer, y toda su curiosidad no era suficiente para empequeñecer el terror que albergaba su alma. Sonrió, cerrando el puño con rabia sobre la espada sagrada, que seguía sin provocarle dolor alguno, antes de erguirse y girarse hacia ella. Esa era su naturaleza. La misma a la que ella no se quería enfrentar pero que tarde o temprano habría acabado conociendo.

—Esto es lo que soy —dijo, y lanzó la espada del arcángel al suelo, con brusquedad, antes de avanzar hacia Luz, enfrentándola, saboreando su miedo que alimentaba aún más su poder desatado—. Esto es lo que hasta ahora te has negado a creer. Y este es el motivo por el que no vas a renunciar a Él.

Se detuvo ante ella, que mantenía fija en él su mirada a pesar del terror que había en su alma, y observó como las sombras que envolvían su cuerpo la rodeaban, acariciándola.

—Te equivocas al creer que lo que pretendo es evitar que te veas privada de Él —explicó, sin dejar de mirarla—. Sólo hay un motivo por el quiero evitar tu condena, y nada tiene que ver con tu salvación.

Luz lo miraba fijamente, con dureza, aunque toda la confusión que había en su interior se reflejaba en su rostro sin que ella pudiera evitarlo. Estaba inmóvil, contra la pared, junto a su espada que arrojaba con más furia que antes su energía, la misma que le impedía serenarse, dominar su esencia, controlar su forma, y que regresaba a él para evidenciar el vínculo que lo ligaba a ella. Las tinieblas que surgían de su ser se enredaban en torno al cuerpo de Luz, permitiéndole sentirla tan cerca como cuando estaba en su interior, notar cada uno de sus sentimientos y sentir como propios su miedo y confusión, como si ella no fuera más que una parte de su espíritu maldito.

—Se acabaron las preguntas, por supuesto. —Sonrió con malicia, tratando de hacerla reaccionar, de que se enfrentara a la realidad que tenía delante, aún sabiendo que de algún modo, por leve que fuera, el sello que Haniel había ceñido contra su espíritu también la había afectado a ella, confundiéndola—. Pero aún tengo algunas respuestas para ti. Corres más peligro del que hasta ahora has querido creer, aunque en el fondo ya lo sabías. No sé por qué, pero alguien allí arriba quiere matarte. Claro que estaba dispuesto a no permitirlo, y lo sigo estando, aunque tienes otra opción, que de ningún modo voy a consentir. Ellos quieren mi manuscrito y ahora tú eres la única que puede dárselo, porque nadie sabe dónde demonios ha ido a parar el original. Si lo haces, suponiendo que yo lo permitiera, esta pesadilla habrá terminado para ti —dijo, dejando que la amenaza se filtrara en su voz, y absorbió todo el miedo que despertó en ella, saboreándolo—. Volverás a tu aburrida vida en la que no seré más que el recuerdo borroso de una experiencia que tu mente no tendrá ningún problema para racionalizar, justificando lo imposible y dotándolo de lógica y coherencia. Por supuesto, no lo harás. No lo consentiré.

—No te tengo miedo —dijo ella en un alarde de admirable valentía, que lo hizo sonreír.

—Sí lo tienes. —Se acercó más a ella, notando como su temor crecía y quiso llevarla al límite, presionarla para que de una vez por todas se obligara a comprender—. Puedo sentirlo. Puedo sentir absolutamente todo lo que sientes y debo decir que es bastante placentero. Tus emociones aumentan mi poder más que ningunas otras, y todo el pánico que hay en tu interior ahora mismo es lo que me hace más terrible de lo que, evidentemente, eres capaz de soportar. —Acercó su rostro a ella, obligándose a no tocarla, y apoyó una mano contra la pared, junto a su cara, acorralándola—. Pero ahora tienes que prestarme atención, más allá de ese miedo que te embarga. Vas a proteger esas fotografías y no se las darás a nadie. Y vas a romper el maldito sello que aún encadena mi espíritu. A cambio te aseguro que saldré de tu vida. Será como si nada, jamás, hubiera sucedido.

—¿Por qué iba a querer eso? —preguntó, y sus ojos negros se clavaron intensamente en él.

Por un instante toda su resolución se tambaleó y, por primera vez desde que Haniel había aparecido en la cámara, tuvo que esforzarse por alimentar las tinieblas que lo rodeaban.

—Te conozco. Conozco cada milímetro de tu alma como si fueras una parte de mí. —Sintió de nuevo el miedo crecer en el interior de Luz y lo absorbió, aprovechándose de él—. No quieres vivir en un mundo con un Dios al que no comprendes, al que temes. No quieres vivir sabiendo que miles de diablos se alimentan cada día de vuestras emociones, ni que las almas condenadas vagan sin memoria durante más tiempo del que puedes imaginar, ni que eso a lo que llamas maldad es, en realidad, la esencia retorcida de tu propia especie. No quieres saber la verdad, aunque siempre la hayas buscado. Te abruma, te aterra y llena esa cabecita curiosa que tienes de mil preguntas de las que, realmente, tampoco quieres conocer la respuesta.

—Tampoco quiero vivir en un mundo sin ti.

Sintió las palabras como un golpe que tambaleó su espíritu, pero aunque todo en ella lo negara, el miedo en su interior crecía a cada momento. Se obligó a ignorar los pensamientos que había en la mente de Luz y aquellos sentimientos que estaban ahogados aún por el pánico que había crecido en ella, y forzó su sonrisa, terrible, mirándola fijamente.

—Es posible —aceptó y se apartó de ella, dándole la espalda, incapaz de seguir hablando mientras aquellos ojos negros sostenían su mirada con más entereza de la que nadie jamás lo hubiera hecho, a pesar todo el terror que sentía—. Aunque, al contrario de lo que crees, esa no es tu decisión. ¿Qué piensas que ocurriría si decidieras permanecer a mi lado a pesar de todo? Él no lo consentiría, tu alma sería condenada y, en el mejor de los casos, dejarías de ser tú hasta que Su misericordia te liberara. En el peor, tu condena sería eterna.

—¿Y qué si mi alma es condenada? Hasta que entré en esta sala no creía que tuviera una. De hecho, aún me cuesta creerlo. No tenía esperanza de una existencia más allá de esta vida, que, por cierto, era un desastre hasta que te conocí. ¿Por qué debería privarme de ser feliz durante una vida que hasta ahora pensaba que era la única que existía?

La rabia en la voz de Luz lo cogió desprevenido, al igual que el odio que embargaba ahora su alma. Un odio que no sentía hacia él. A él, simplemente, le temía. Un odio que conocía perfectamente y que provocó que su ser se complaciera con el envite de las tinieblas que lo envolvían, aumentando aún más su poder.

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