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Authors: Beatriz Gimeno

Tags: #Relatos, #Erótico

Sex (16 page)

BOOK: Sex
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—Vale.

Pues ya está todo dicho. Cuando llega la hora de la salida, Susana recoge sus cosas y pasa a recoger a Berta. Beatriz las mira divertida cuando salen; es de suponer que Berta le ha contado el plan.

Una vez que todo está claro y ya están en casa de Susana, tampoco hay que dar mucha conversación. Le quita las gafas. ¡Ah… qué gusto! Qué ganas tenía de hacer eso. Sólo quitarle las gafas y Susana ya está muy excitada, le encanta quitar las gafas a las chicas. Le besa los ojos y le pasa la lengua por el párpado, le muerde el cuello hasta que Berta se queja y sabe ya que mañana irá a trabajar con una marca; con varias en realidad, porque Susana sigue mordiendo su cuello, alternando los mordiscos y los besos, subiendo y bajando, mientras Berta acompaña los mordiscos y los besos con sonidos guturales. Luego, entre besos, la lleva a la habitación y se quitan la ropa a toda velocidad. Esto no va a ser un polvo pausado y amoroso. Esto va a ser un polvo rápido. En realidad, aunque parezca lo contrario, Susana piensa de sí misma que no es muy sexual. Le gusta llevarse a las mujeres a la cama, le gusta la excitación que siente, el deseo voraz, le gusta desnudarlas y besarlas y le gusta mucho tener un cuerpo desnudo entre los brazos, le gusta verlo, tocarlo y le gusta el después, pero no le gusta demorarse mucho. Se aburre. En realidad, piensa que echar un polvo es como masturbarse con otra. Al menos para ella; no es de las que se pasa una hora acariciando lentamente. Berta parece ir al grano también. Besos profundos, saliva, lenguas que se enroscan y se buscan, manos al clítoris, máxima excitación. Susana se monta encima de ella y pone sus tetas justo encima de las de Berta; acaricia sus pezones con los suyos, que se ponen tan duros que casi le duelen al rozarse.

Comienza a follar a Berta con el cuerpo; luego sus piernas se enroscan de manera que sus clítoris quedan uno frente al otro, y se empapan uno del otro. Durante un rato se frota, pero después Susana se incorpora y coge el muslo de Berta, que lo dobla para que ahora ella pueda frotarse con más comodidad. Cuando comienza a correrse, Susana se vuelca en su boca, se la llena de saliva, muerde con fuerza su clavícula hasta que se queja de dolor y entonces se deja ir.

—¡Qué placer!, ¡qué gusto! —susurra en su oído.

Cuando Susana ha acabado, Berta puede escoger: su mano, su boca, su muslo, su culo, su espalda… lo que quiera, Susana le dará lo que quiera. Berta se tumba y le coge la mano. Susana piensa que es lo más fácil, lo más cómodo también, así que la masturba hasta que se corre ella también. Luego se quedan un rato tumbadas la una al lado de la otra, respirando, descansando. En breve volverán a empezar y, al final, Susana la masturbará una tercera vez, pensando en el vigor que tienen las jóvenes y que ella perdió hace mucho tiempo. No sabe cuándo dejó de poder correrse tres veces seguidas.

Al día siguiente, Susana la lleva al despacho con un pañuelo prestado en el cuello porque lo tiene morado. Se pasa el día recordando el polvo y sintiendo los latidos de su clítoris con el recuerdo de la noche pasada. A veces se lo aprieta contra la silla y eso le da gusto. Y de nuevo piensa que en esta empresa deben estar locos para nombrarla a ella directora de nada.

Las cosas siguen como siempre hasta que una tarde de la semana siguiente es Beatriz la que entra en su despacho y le pregunta:

—¿A mí no quieres llevarme a tu casa?

Últimamente Susana pensaba mucho en Beatriz y en su espesa trenza negra, así que la respuesta es sencilla:

—Claro que quiero.

Y ahora es Berta la que las mira con ironía cuando ambas se van juntas. El proceso es parecido, sólo que ahora Susana goza desenredando la trenza de Beatriz, quitando su goma, enredando su pelo, pasando sus manos entre el trenzado. Y cogiéndola del pelo la lleva hasta su boca para besarla. Pero las cosas no van a ser ahora tan tranquilas como lo fueron con Berta, porque Beatriz agarra la camisa de Susana desde el cuello y tira de ella hasta arrancársela, rompiendo los botones. Después le baja el sujetador bajo los pechos y le muerde los pezones, mientras mete sus manos en las axilas de su jefa. Beatriz sube la lengua por el cuello de Susana hasta su boca, pero no se deja besar, sino que se la lleva hasta la habitación así, semidesnuda, y caliente ya como una perra en celo. Allí la empuja sobre la cama y se sube sobre ella para llevar su lengua por toda la piel que le queda libre, mientras mete la mano bajo su falda, bajo las bragas, y comienza a toda velocidad a acariciar la punta de su clítoris. Este tampoco va a ser un polvo lento. En dos minutos, Susana está gritando de placer y Beatriz todavía está vestida sobre ella.

Cuando Susana ha acabado de correrse, pero aún no se ha repuesto de la sorpresa que la velocidad y casi ferocidad de Beatriz le ha producido, ésta comienza de nuevo a acariciarle el clítoris, dolorido por la acometida anterior, pero mucho más lentamente mientras le dice al oído:

—Te vas a correr otra vez, ¿verdad? Te voy a masturbar hasta que te corras y después me vas a comer el coño hasta que me corra yo. Tú serás la jefa en la oficina, pero aquí la jefa soy yo y ya te diré cómo tienes que comerme el coño, despacito, despacito y durante mucho tiempo, porque yo soy muy lenta.

Mientras le susurra estas palabras al oído, sigue moviendo sus dedos sobre el clítoris de Susana, que está de nuevo crecido y que de nuevo comienza a respirar alteradamente. Al poco, Susana ha tenido su segundo orgasmo y, sin tiempo a recuperarse, Beatriz se ha quitado los pantalones y se ha sentado encima de su cara.

—Come —le dice.

Susana pone las dos manos sobre los muslos de Beatriz para poder controlar su cuerpo y hacer un poco de fuerza sin ahogarse. Su lengua comienza a recorrer lo que tiene encima, todo el espacio que queda sobre su boca, todo el clítoris, el espacio entre los labios y un poco más atrás. Lo hace despacio, metiendo la lengua en los intersticios, pero Beatriz le dice:

—Vete a la punta.

Y Susana busca la punta y ahí comienza a dar pequeños toques, primero despacio y después, según la respiración de Beatriz le indica, cada vez más deprisa. Al mismo tiempo, ésta comienza a mover las caderas atrás y adelante sobre la boca, sobre toda la cara de Susana, a la que le es difícil encontrar, con tanto movimiento, la punta del clítoris, pero lo busca, lo toca y lo lame hasta que Beatriz comienza a gemir sobre ella, se levanta y se sienta cada vez más rápido sobre su boca. Finalmente acaba y se tumba a un lado. Susana está tan excitada que aún podría correrse otra vez más. Se lleva la mano al coño y Beatriz le dice:

—¿Quieres más?

Susana contesta:

—Sólo un poco más.

Beatriz entonces, sin moverse, le hace una paja suave y pequeña que le provoca un orgasmo suave y pequeño, pero que hace que por fin se sienta saciada.

Esta noche también duermen juntas y a la mañana siguiente la deja en la oficina, como hiciera con Berta.

A los dos meses, cuando se celebra el consejo de administración, Susana impone que hagan fijas en la empresa tanto a Beatriz como a Berta. Está convencida de que se lo merecen.

NUEVA VIDA

Una tarde, después de haber estado viendo una película tumbada en la cama, Teresa baja a la farmacia y compra una caja de supositorios de glicerina. Al subir, Rocío sigue desnuda en la cama, esperando. Se acuesta con ella y se abrazan: han estado follando toda la tarde, pues en los últimos días se pasan horas y horas en la cama. Teresa comienza a acariciar el culo de Rocío y presiona con su dedo el agujero, que se abre y se cierra ante ese contacto. Después pone ahí mismo la lengua y presiona también. Siente con placer su sabor acre y amargo y también el placer de Rocío, que tiembla bajo sus manos. Si abarcara el cuerpo de su amante, la rodeara desde atrás con sus brazos y le acariciara el clítoris en este momento, Rocío se correría rápidamente, pero no es esa la intención de Teresa.

Por el contrario, se aparta y busca en la mesilla la caja de supositorios. Saca uno de su envase y lo calienta entre sus manos para ablandarlo. Rocío sigue con el cuerpo dispuesto. Entonces le acerca el supositorio al culo y lo coloca justo en el centro del agujero; comienza a presionar y el supositorio se desliza hacia dentro mientras Rocío gime y tiembla de placer. Enseguida, Teresa repite la operación con otro. Al supositorio le sigue el dedo y mete la mitad de él. Ahora sí que rodea con su brazo el cuerpo de Rocío y la masturba hasta que grita y su cuerpo se desploma. Teresa se coloca sobre su espalda y así se están hasta que anochece. De tanto en tanto la besa en la nuca y la abraza muy fuerte. Al llegar la noche, se levantan para cenar. Llevan dos semanas sin salir de casa ni casi de la cama.

Se conocieron dos semanas antes y hablaron de cosas banales que ninguna de las dos recuerda a estas alturas. Se intercambiaron los teléfonos sin saber muy bien qué pasaría, pensando que aquello quedaría en una mera amistad; una amistad como tantas. Dos días después, Rocío llamaba a casa de Teresa para comentar algo de una amiga común y quedaron en volverse a llamar. La siguiente llamada fue para quedar a tomar un café y esa misma noche, Teresa besó a Rocío en el bar. Apenas habían hablado ni se conocían, apenas sabían la una de la otra, pero Rocío siempre dice que al ver a Teresa fue como si le atravesara un rayo y después de eso ya nada nunca fue igual.

Para Rocío fue rápido, inexplicable, después de tantos años en los que no esperaba, ni deseaba, cambiar de vida. Estaba contenta con su tranquila vida de pareja. Para Teresa fue más lento, aunque, por el contrario, una vez que lo supo, no le costó hacerse a la idea. Ella sí quería un cambio, se ahogaba en su vida gris, en la que ya no encontraba ilusión para enfrentarse a nada. Recuerda que lo primero que hizo Rocío fue despertar su deseo. En esa noche, y después de tantos años, después de conocer a tantas mujeres, el cuerpo de Rocío la llamó y ya no pudo librarse de esa llamada. Rocío notó su mirada, su atención y su interés, pero regresó a su casa preguntándose si no estaría equivocándose; a su edad no quería ilusionarse inútilmente. Lo que ambas sabían a esas alturas es que el sexo en sus vidas ya no era importante, porque después de tantos años con sus parejas habían terminado por convertir el sexo en algo rutinario, que poco tenía que ver con lo que en su día fueron el deseo y la excitación; más bien estaba relacionado con la ternura, con el afecto, con la necesidad de sentirse cerca. En cualquier momento, a cualquier edad, se puede empezar una nueva vida y se pueden hacer realidad sueños y fantasías. Cuando se encontraron en casa de unas amigas comunes, Teresa llevaba diecisiete años casada y Rocío llevaba quince.

Desde el momento en que se besaron, y sin saber muy bien qué iba a ser de sus vidas, comenzaron a verse engañando a sus respectivas parejas, pero sabiendo también que esa situación no podía durar mucho. En la tercera salida se fueron a un hotel y tuvieron una especie de escarceo sexual, pero no disfrutaron mucho a causa de los nervios, la excitación y el deseo acumulados, que se mezclaban con la urgencia; la culpa que ambas sentían era un poderoso antiafrodisiaco. Para Rocío, Teresa era tan solo su tercera experiencia sexual y de las otras dos casi ni se acordaba. Teresa tenía mucha más experiencia, nunca había sido fiel y antes de su vida en común había habido muchas otras. Su primera experiencia juntas no fue desde luego como para recordarla, pero no le dieron importancia. Sabían que necesitaban tiempo y sentirse libres, así que acordaron decírselo a sus parejas dos días después, en el mismo día. Y comenzó un proceso muy doloroso, como lo son todas las separaciones. Una persona que lo ha sido todo durante tantos años, con la que se ha compartido todo, la mejor amiga, la amante, la compañera, se convierte de pronto en nada. ¿Cómo no sufrir? Es como una pequeña muerte. Conservar la amistad, además, fue imposible, porque sus respectivas parejas se sintieron engañadas. Ninguna lo esperaba después de tantos años y con una vida ya hecha… Hecha de lo que se hacen todas las vidas: de hipotecas, propiedades, recuerdos, fotos, amigas en común, familias en común.

Lo primero que hicieron fue alquilar un piso amueblado y meterse en la cama; ahora, cuando lo recuerdan, tienen la sensación de que se pasaron semanas allí, sin moverse, y realmente así fue. Se metían en la cama por la mañana y en ocasiones veían atardecer, cambiar el color de la luz por la ventana. Entonces les parecía mentira llevar diez horas seguidas en la cama sin sentir que el deseo se agotara. Todo era acariciarse, y besarse, y masturbarse, y chuparse, lamerse, morderse, introducir dedos y lenguas por todos los orificios. Rocío dice ahora, recordando aquellos días, que la sensación que tenía entonces era la de asomarse a un balcón muy alto que le producía mucho vértigo y que nunca sabía lo que vendría a continuación, y que cuando Teresa le decía «Date la vuelta», ella nunca sabía lo que iba a hacerle, porque cada una hizo realidad deseos ocultos y hasta ese momento prohibidos. A Teresa le gustan mucho los culos, pero jamás pudo llevar a cabo esa fantasía con su antigua pareja, para quien el culo era siempre algo sucio, propio del sexo gay. A Teresa le gusta mucho ese agujero, esa flor rosa que se abre y se cierra al tacto como un animal vivo. Le gusta soplarlo, le gusta tocarlo con el dedo y le gusta lamerlo e introducir la lengua mientras pasa su mano por debajo del cuerpo de Rocío y la masturba. Rocío jamás pensó que el culo tuviera nada que ver con el sexo entre mujeres, pero le daba mucho placer estar de espaldas mientras Teresa bajaba su lengua desde la nuca, por toda la espina vertebral, hasta el mismo culo, y su piel se iba erizando al paso de la lengua húmeda.

Teresa y Rocío hicieron juntas todo lo que nunca antes habían hecho, porque sus parejas se habían negado. A veces, en lugar de un supositorio, Teresa le metía un dedo con mucho cuidado, un dedo enfundado en un guante de látex, un dedo que ese agujero voraz se comía como si tuviera hambre y que apretaba como si se lo quisiera quedar dentro. Rocío se daba la vuelta, siempre ignorante de lo que le iba a pasar, deseante de cualquier cosa que Teresa le hiciera, mojada, empapada. Porque Teresa, a pesar de su experiencia, no había conocido a nadie que se mojara tanto como Rocío se mojaba cuando estaba excitada. Tanto, que si en el momento de máxima excitación se ponía de pie, le caía un pequeño chorro de flujo bajo sus pies. A veces, en el máximo de la excitación, Teresa le pedía que se pusiera en cuclillas y veía cómo goteaba su coño, que parecía un grifo mal cerrado; nunca había visto nada así hasta ese momento. Entonces le gustaba pasar su lengua por esas humedades, que no eran sino la marca del deseo, o poner su mano debajo y ver cómo se iba empapando mientras se besaban.

BOOK: Sex
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