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Authors: Beatriz Gimeno

Tags: #Relatos, #Erótico

Sex (17 page)

BOOK: Sex
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Rocío era la más callada de las dos y no hablaba mucho porque, al fin y al cabo, todo lo que Teresa le hacía le parecía bien y le daba placer. Teresa era más habladora e iba dando instrucciones para que Rocío aprendiera a moverse por su cuerpo y solía decir «Más rápido» o «Cuidado, más despacio» o «Por ahí vas bien». Teresa está convencida de que cada cuerpo de mujer es completamente distinto a los demás y de que hay que aprenderse cada uno de ellos antes de poder disfrutar plenamente; por eso, no le gustaba que Rocío fuera tan callada y tuviera que ir guiándola; le hubiera gustado que fuese más habladora. A Teresa nunca le han gustado las amantes silenciosas. Siempre dice que cada cuerpo necesita sus instrucciones, pero a Rocío le costaba mucho expresar lo que quería; no estaba acostumbrada, pero poco a poco lo fue haciendo, se fue soltando, como se va inclinando una planta hacia la luz que entra de lado. Poco a poco, en todo ese tiempo que pasaron en la cama, Rocío fue aprendiendo a pedir lo que quería y a dar instrucciones.

Un día que se estaban duchando juntas, Rocío cerró el grifo del agua, pegó su cuerpo al de Teresa y le pidió que se hiciera pis. Entonces se agachó frente a ella, le abrió las piernas y puso sus manos debajo, esperando a que el líquido saliera. Teresa se excitó tanto con esa petición que no podía hacer nada. Apenas le salían unas gotas, que se cortaban inmediatamente. Cuando se está muy excitada a veces es difícil mojarse y, por la misma razón, es difícil soltar la vejiga. Finalmente consiguió que saliera un chorro fuerte y potente, todo lo acumulado durante la noche, y Rocío lo recibió con las manos abiertas, dejando que se empapasen. Cuando Teresa acabó, Rocío subió sus manos hacia el clítoris de Teresa para acariciarlo lenta y profundamente, hasta que Teresa gritó de placer. Y ella misma se llevó las manos manchadas a su propio sexo, y las restregó, y se corrió, y le encantó hacerlo. Desde entonces no han sido pocas las veces en las que Teresa hacía pis sobre el cuerpo de Rocío, que lo recibía como un regalo. Recibían todos los fluidos corporales: el pis, el flujo, la sangre de la menstruación, todo lo que viniera del cuerpo era excitante, todo lo que el cuerpo diera era bien recibido y con todo jugaban y gozaban. Y así estuvieron casi sin trabajar, casi sin salir de casa, casi sin hacer ninguna otra cosa durante varios meses.

Después la vida cotidiana se impuso. Tuvieron que volver a sus trabajos, a sus cosas y, poco a poco, el deseo se fue apaciguando y apagando como ocurre siempre. Ahora han pasado ya veinte años y de aquellos meses queda el recuerdo; ahora apenas encuentran tiempo ya para amarse.

SOY UNA ARTISTA

Domingo de agosto. Nos mata el calor. No podemos movernos y nos limitamos a ir de la cama al sofá y de éste a la cama. Todas las ventanas de la casa están abiertas porque intentamos, en vano, que haya un poco de corriente. El calor impide que tengamos hambre y nos hemos limitado a beber un zumo y a tomar un sándwich. Andamos medio desnudas. Sole lleva una camiseta de tirantes muy floja y un minipantalón. Está tumbada en el sofá y se ha quedado dormida. El sudor le pone la piel brillante y la camiseta se ha estirado, dejándome ver a medias un pezón. A ella el calor la vuelve perezosa en el sexo. A mí el calor me pone cachonda. Nada me gusta más que dos cuerpos sudados sudando aún más por el esfuerzo; me gusta el olor que desprende el cuerpo al sudar y al mezclarse con el olor del sexo, me gusta el sabor salado de la piel… en fin, que me gusta follar en verano. Cuando veo a Sole con el pezón medio fuera y veo cómo su escote se ha llenado de minúsculas gotitas de sudor siento, a pesar de la pereza que me abate en esa hora, una punzada de deseo, que me hace pensar en acercarme mientras ella sigue dormida y lamer ese sudor que se le escurre entre sus dos pequeñas, abarcables, blancas y redondas tetas. Es un deseo aún pequeño, como un pinchazo, como un ligero picor que irá creciendo y que crecerá hasta explotar. Sólo llevamos seis meses juntas y en todo este tiempo no hemos parado de follar.

Ahora hago un poco de ruido para que se despierte. Entreabre un ojo, suelta un gruñido de rabia y dice algo así como «Déjame dormir», pero mis ganas están ya despiertas, calientes, y no van a conformarse tan fácilmente.

—Soy capaz de hacer que te corras sin tocarte el coño —le digo de repente, tratando de llamar un poco su atención y de que se deshaga de la modorra.

—Hace mucho calor. Por dios, ¿es que no piensas en otra cosa? —me dice en broma.

La verdad es que no, no pienso en otra cosa desde que la conozco, así que insisto:

—Te apuesto a que te corres.

Entonces se incorpora un poco y me mira muy seria, pero con una seriedad fingida.

—Si me corro sin que me toques el coño, en todo caso, sería mérito mío, no tuyo.

—Lo que me faltaba por oír. Si consigo que te corras sin tocarte el coño es que soy una artista del sexo. Al fin y al cabo, lo único que tú tienes que hacer es dejarte hacer. Bueno, y concentrarte un poco —admito.

—O no —está pesada—. En todo caso querrá decir que yo soy muy fácil.

—¿Y dónde está el mérito de eso? —y aquí se acaba la conversación. Algo en su actitud me sugiere que puedo intentarlo.

Me acerco al sillón en el que sigue tumbada y me hago un hueco a su lado. Remolonea un poco mientras insiste en eso del calor, que tiene sueño, que está cansada, que no me junte tanto… Pero yo sigo pensando que pocas cosas son tan excitantes como el sudor entre cuerpo y cuerpo. Me resulta de lo más erótico, pero en fin, hay gustos para todo… Algo me dice que se queja por quejarse.

Me inclino sobre ella y empiezo por besarla un poco, muy suavemente, sólo para evitar que me rechace. Esto va a necesitar tiempo. Intento no darle opción a que responda a mi beso, me limito a coger sus labios con los míos y después, muy suavemente, también con mis dientes, a chupárselos, a tirar de ellos a pasar mi lengua por encima; y así estoy un buen rato. Después voy a su oreja y le meto la lengua y hurgo en ella y perfilo su contorno, le muerdo el lóbulo, se lo chupo. A Sole le excita mucho que le metan la lengua en la oreja. Y, aunque se hace la dormida, su respiración ha cambiado de ritmo. Después los ojos, sobre los que paso mi lengua, mientras que meto la mano derecha por debajo de su camiseta y le cojo una teta para comenzar a acariciarle un pezón con un dedo, hasta que crece. Después voy al otro. A estas alturas la respiración de Sole está ya un poco alterada, aunque quiera fingir que sigue durmiendo. Le dejo la camiseta subida a la altura del cuello. Pero mi lengua sigue en su cara, va de la oreja a los ojos, de los ojos al óvalo de la cara y baja por el cuello, que le muerdo un poco, mientras mis manos insisten en los pezones, que están ya enormes, como torres. Mi lengua y mis besos siguen por las clavículas, los hombros descubiertos, el interior de los codos, y por fin sus manos. Sin soltar sus pezones, con mis manos en ellos, mi boca recoge cada uno de los dedos de su mano. Me los meto en la boca, los succiono, los chupo, le beso las palmas y, lamiéndolas, se las acaricio con la lengua. Y vuelvo a las tetas con la boca. Me meto el pezón en la boca para acariciarlo vigorosamente con la lengua, mientras que el otro sigue en mis manos. Sole gime débilmente.

Le desabrocho el
short
y se lo quito, pero le dejo puestas las bragas. Mi boca comienza el camino de su vientre despacio, muy despacio, hasta su ombligo, en donde se detiene para meter la lengua y llenarlo de saliva. Ahora, recorro el borde de las bragas por su cintura y después por sus muslos hasta llegar a su interior. Sole arquea el cuerpo con un sonido sofocado y se agarra al sillón. Mi mano sigue en sus pezones, acariciando sus tetas; a veces sube también hasta su cara y le toco los labios, le acaricio la boca, vuelvo a bajar, luego subo de nuevo. Por fin me bajo entera hasta sus pies, bajo la lengua por el empeine y la meto entre sus dedos. Succiono con fuerza el dedo gordo, al tiempo que mi mano sube por su pierna para acariciarle el interior de los muslos, donde las bragas ocultan el coño. Estoy un rato chupando los dedos de sus pies y vuelvo a subir muy rápidamente. Le lamo los pezones y ahora mis dedos entran en su boca, acarician sus encías, perfilan con su propia saliva los labios, entran y salen y no se dejan agarrar, aunque ella quiere chuparlos. En realidad le estoy follando la boca. De vez en cuando acerco mi boca, le doy mi lengua, pero enseguida vuelvo a los dedos. Ana se revuelve y junta los muslos con fuerza, yo sigo lamiendo, ella quiere bajar sus manos y tocarse, pero se las sujeto: nada de manos, ni suyas ni mías, ese es el trato.

En un momento, comienza a abrir y cerrar los muslos rápidamente, pone su cuerpo de lado para hacer más fuerza, mis dedos siguen en su boca y mi boca succiona ahora con fuerza un pezón, mientras que le acaricio el otro con la mano abierta. Finalmente noto que se está corriendo y entonces subo mi boca hasta la suya para besarla.

—¿Ves? —digo cuando se recupera—. Te he ganado la apuesta.

—Ha sido un orgasmo muy pequeño.

—Vaya, pero te has corrido; de eso se trataba —le digo ahora un poco fastidiada.

Entonces sonríe y me besa.

—Vale… ¿Lo hacemos ahora como dios manda?

UNA BUENA BOFETADA A TIEMPO…

Me llama por la mañana y quedamos en vernos el sábado para ir a comer al campo. No hace ni dos semanas que nos conocemos, apenas nos hemos acostado un par de veces y de ninguna de ellas me acuerdo bien, porque en ambas ocasiones yo estaba borracha. Pero lo que sí sé es que ella me gusta más de lo que nadie me haya gustado nunca. No sé muy bien por qué, no sabría explicarlo porque no es el tipo físico de mujer que me ha gustado hasta ahora y tampoco me gusta demasiado como persona; su cuerpo, por la razón que sea, me atrae como un imán. No quiero hacerme más preguntas.

Quedamos en una plaza que hay cerca de su casa y allí estoy yo a la hora justa; no quería retrasarme por nada del mundo. Ella aparece también a su hora; es puntual y eso me gusta, odio esperar y no me gusta la gente que hace esperar. Cogemos el coche y salimos a la carretera. No hablamos mucho porque lo cierto es que me quedo muda cuando estoy en su presencia. Y eso que yo soy muy habladora, pero lo cierto —y no se lo puedo decir porque no me creería— es que cuando estoy cerca de ella literalmente me ahoga el deseo. Tampoco eso me había pasado nunca. Cuando la veo, me siento como si dentro de mí se inflase un globo que me presionara el sexo y el pecho, me impidiera respirar, me impidiera hablar y también me impidiera comer. Algún día, ella se asustará de todo eso y no querrá ni hablar conmigo. Creerá que es amor y yo también llegaré a creerlo, pero en realidad, nunca será amor, siempre será deseo. Nunca será ternura, no serán ganas de estar con ella en un sofá leyendo o viendo la televisión, ni ganas de ir al cine, ni de irme con ella de vacaciones, ni de comentarle un libro, ni de comentarle nada. Desde que la conozco y hasta mucho tiempo después, sólo tendré ganas de follar con ella y la posibilidad de hacer otras cosas no me seducirá nada; todo lo que no sea follar me parecerá perder el tiempo.

En esa mañana nos dirigimos a un pueblo de la sierra a pasear; luego pensamos comer por ahí y volver. En el coche voy como levitando; tener su cuerpo tan cerca es como si estuviera en carne viva, con toda la piel al aire, como si fuera desnuda. Cada poro de mi piel está inflado incluso ahora, mientras escribo y recuerdo aquello.

Después de una hora y media de coche llegamos a un sitio en el que se puede dar paseo por el campo, así que detiene el coche al lado de la carretera. Bajamos y comenzamos a caminar por el monte; el pueblo se ve a lo lejos.

Nos internamos un poco alejándonos de la carretera, buscando un lugar desde donde no se escuche el ruido de los coches. Caminamos un rato y, llegadas a un punto que ella considera suficiente, me detiene y comienza a besarme. Sus besos son muy extraños, como de papel, como si no profundizaran, aunque lo hagan. Siempre he pensado eso, incluso la primera vez cuando me besó en aquel bar en el que la conocí. Es como si apenas te rozara. Pero eso no es malo porque son besos que nunca te sacian, que te dejan con ganas de más, que te abren el hambre, que te hacen desear que siga y siga…

Me besa metiendo sus manos bajo mi jersey y diciéndome que me tumbe en el suelo. Entonces yo me pongo un poco nerviosa porque pienso que cualquiera nos puede ver; esto no es precisamente el desierto; estamos cerca de un pueblo muy turístico. Pero me tumbo de todas formas: ni se me ocurriría no hacerle caso. Lo que ella quiera de mí lo tendrá: es así de simple. Me gustará dárselo, sea lo que sea. Ella lo sabe. Me tumbo en el suelo, aunque no puedo evitar estar pendiente de los ruidos; pienso que podré oír si viene alguien y que nos dará tiempo a levantarnos o, al menos, a fingir que estamos tumbadas descansando. Eso me tranquiliza: pensar que me dará tiempo a reaccionar si alguien se acerca y que sólo tengo que estar un poco ojo avizor. En realidad, no me gusta nada estar aquí tumbada, estoy deseando que nos levantemos, que vayamos a comer y después, ya en Madrid, podamos follar, sí, pero en su casa. Pienso que es difícil ponerse en situación mientras intentas escuchar supuestos pasos que se acercan, aunque pienso también que besar es fácil.

Pero su intención no es que nos besemos: se tumba directamente encima de mí, me abre el pantalón y mete la mano debajo de mis bragas. Eso me pone un poco más nerviosa, pero a ella le gusta coquetear con el peligro; siempre está en el filo de la navaja. A pesar de los nervios y de la sensación de intranquilidad que me produce estar en esa situación en medio del campo, o precisamente por ello, estoy muy excitada al sentirla encima de mí, al sentir su cuerpo encima del mío, al ver cómo ella se baja un poco el pantalón para apoyarse mejor en mí.

Sigue besándome, me agarra los brazos con los suyos y los sujeta con la mano izquierda detrás de mi cabeza; ni osaría moverme, ni osaría desprenderme de su mano, que es para mí una atadura más fuerte que una cadena. He podido comprobar que a ella le gusta mandar en la cama y ella habrá comprobado también que eso a mí no sólo no me importa, sino que es lo que quiero de ella. En todo caso, no hemos pasado de los juegos inocentes a los que juega cualquier pareja. Hasta ahora.

De repente, con la mano derecha me abofetea con fuerza una vez, y después otra y otra… no son bofetadas de broma, no son cachetes, no son palmadas. Jamás había hecho eso; en realidad, nadie me ha hecho algo así. Al principio, la sorpresa me paraliza, lo paraliza todo, paraliza el mundo alrededor. Dejo de escuchar los sonidos del campo, dejo de escuchar mi respiración, que ahora parece un río que baja por una montaña abrupta, dejo de escuchar su aliento sobre mi cara. Y en medio de ese silencio, que es como si estuviera en el interior de una caverna, una oleada de placer, que nace muy dentro, explota dentro de mí. Es un placer distinto a todos, es más que un orgasmo, es más que placer sexual, es todo el cuerpo, todo, desde la punta de los dedos de las manos hasta la punta de los dedos de los pies lo que se quema. Ella me besa y me abofetea alternativamente. Yo no puedo soportar la simple idea de que se levante, de que deje de pegarme, de que levante su peso de mí. Necesito que me toque el coño ahora, lo necesito como nunca he necesitado nada, es una necesidad animal, es un deseo que exige ser saciado en este mismo momento.

BOOK: Sex
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