Una monarquía protegida por la censura (7 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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Así las cosas, en Euzkadi había inquietud. La amnistía no acababa de llegar. El rey daba sus primeros pasos políticos tras su coronación, y el sermón de Tarancón y su promesa de ser el rey de «todos los españoles». Se le veía débil y fugaz, pero ahí estaba y quizás podría hacer algo. Por eso un grupo de personalidades vascas le escribió una interesante carta. Desgraciadamente la amnistía llegó año y medio después. Demasiado tarde.

Las personalidades vascas eran treinta y representaban la vida económica, cultural y política del País Vasco. Suscribían el documento, entre otros, los escritores Blas de Otero y Gabriel Celaya, los notarios José María Segura y Miguel Castells, el entonces concejal José Ángel Cuerda, el industrial Eloy Lobo, el alcalde y teniente alcalde de Pamplona Francisco Javier Erice y Tomás Caballero respectivamente, el escultor Chillida, el entrenador de fútbol Elizondo, el antropólogo Julio Caro Baroja y el portero del Athletic y titular de la selección José Ángel Iribar.

Estas treinta personas le solicitaban una audiencia, mientras le dirigían un documento en el que le exponían la situación política por la que atravesaba Euzkadi, situación que necesitaba de una amplia amnistía. Eso fue en febrero de 1976. El documento, encabezado por el patriarca de la cultura vasca, D. José Miguel de Barandiarán, decía así:

En este largo camino alguien ha de dar el primer paso, y el primer paso lo debe dar la autoridad. Hondamente preocupados por el futuro de nuestro pueblo, hemos sido testigos del fracaso de la política represiva aplicada tenazmente, durante muchos años, en un fallido intento de resolver los problemas. Asustados por la espiral de violencia creemos que seguir aplicando la misma política supondría un alto grado de ceguera e irresponsabilidad. Por el contrario, creemos en la solución democrática y como primera medida para ella la amnistía. Conocemos la dificultad de lo que pedimos a la autoridad, pero no es menor, en nuestra opinión, la trascendencia de la contrapartida que podría conseguirse: propiciar la renuncia a los deseos de réplica y reivindicación de quienes durante años se han considerado vejados y oprimidos. Nuestra gestión responde a esta voluntad de una paz que aún parece posible, abandonando las actividades de enfrentamiento que nos llevan a una escalada de violencia que tienen raíz secular en las luchas de nuestro país.

Para los firmantes, el que se excluya de la amnistía lo que llaman «delitos de sangre», sería una solución equivocada, y el error arrancaría de desconocer la situación sociopolítica del País Vasco, donde la violencia, con precedentes históricos de más de un siglo, se ha visto exacerbada a partir de la última guerra civil por una opresión cultural, económica y política, y, particularmente, por un desconocimiento de los derechos humanos con reiterados ataques a la dignidad e integridad física de las personas, que ha empujado a muchos a la vía extralegal, donde actualmente se encuentran situados.

Los firmantes desean estar convencidos de que, si la amnistía no es total, la situación vasca puede degradarse y llegar a un máximo de violencia. Creemos que el momento actual es crítico; hoy existe la posibilidad de una amnistía total que durante cuarenta años se ha estado esperando en el País Vasco y que puede ser un primer paso para la convivencia necesaria y para la paz.

Un buen texto al que no se le hizo caso. En Madrid no tuvieron en cuenta este llamamiento dirigido a la «autoridad» que en aquel año sólo era el rey. En 1976 se perdió un tiempo vital y precioso para haber hecho muchas cosas, entre ellas ésta. Es lo que treinta años después no se cuenta.

FRENAZO ARIAS

Tras unas semanas de optimismo originadas por las declaraciones de varios ministros del gabinete de la Monarquía, el jefe del Gobierno español, Carlos Arias Navarro, dio el miércoles 28 de enero de 1976 un frenazo en toda regla. Repitiendo el concepto de «democracia a la española», señaló al Movimiento Nacional como integración «de las particulares corrientes políticas para el logro de un proyecto sugestivo de convivencia patria».

Traje gris oscuro, camisa color crema y corbata azul, el primer ministro de la Monarquía subía al estrado, ante la mirada expectante de los procuradores, el visible nerviosismo de algunos miembros del Gobierno y el interés de millones pendientes de sus televisores.

Sus primeras palabra fueron: «Ocupo esta tribuna de nuevo en un momento político que, sin duda, será calificado como excepcional en la historia de nuestra patria».

Arias Navarro recordaba a Franco y su obra, y señalaba que debía rebajarse la mayoría de edad para los descendientes del rey Juan Carlos y desaparecer el Consejo de Regencia en aras de la plena regulación de la institución monárquica que era la encargada de designar testamentariamente el regente. Los primeros aplausos apasionados se producían cuando Arias señalaba que no podía volverse a un «imposible e indeseable punto cero». Frente a la ruptura democrática defendida por la oposición, Arias señalaba que la actitud del Gobierno, «que desea la plena normalidad democrática», es la de consolidar todo lo bueno que tenemos; de no rechazar nada que pueda perfeccionarlo o mejorarlo; de abrirse a toda clase de iniciativas y sugestiones; de promover una serie de reformas en el sentido de un avance controlado y no de un cambio improvisado e irresistible; de moverse, en definitiva, sin prisa y sin pausa, hacia lo que es el destino indudable de nuestro gran país; una sociedad más homogénea, con menos diferencias en sus grupos sociales, cada vez más próxima a los países más prósperos y educados del mundo occidental, cada vez más rica, libre y tolerante y, en definitiva, más democrática.

En fin, Arias anunciaba una «democracia a la española»: democracia coronada, representativa (sin olvidar el corporativismo) y social de acuerdo con los esquemas joseantonianos.

En esta democracia «no tendrán cabida ni el terrorismo, ni el anarquismo, ni el separatismo, ni el comunismo».

Especialmente duro en estas referencias y especialmente reiterativo en estos temas, más a la defensiva que a la ofensiva política, más en el deseo de preservar que de construir, Arias insistía una y otra vez en la autoridad y en la jefatura del monarca.

LOS AYUNTAMIENTOS RECLAMAN A LA ZARZUELA

Desde sus orígenes, a principios del siglo XX, el diario madrileño ABC se ha caracterizado como uno de los más encarnizados enemigos de la autonomía, en particular de los pueblos que tienen conciencia de su personalidad y voluntad para hacerla valer. Pero hete ahí que el 20 de febrero de 1976 había vuelto a referirse a temas de trascendencia y lo hizo con un espíritu diametralmente contrario al de su actitud de siempre.

Bajo el título «En defensa del vascuence» realizó un recorrido histórico sobre tal materia que difícilmente podría haberse leído en sus páginas en tiempos anteriores. Declaraba, para comenzar, que, entre la riqueza cultural de España, ocupa un destacado lugar la lengua vasca, cuya persistencia a través de los siglos constituye un fenómeno lingüístico de excepcional importancia, ya que, a pesar de la influencia de elementos extraños, el vascuence ha demostrado extraordinario vigor al conservar casi intacta su personalidad original.

Motivo para tan inesperada defensa del idioma euskérico había sido la decisión del ministro de Educación, Robles Piquer, de reconocer oficialmente la Academia de la Lengua Vasca, a la que desde entonces se denominaría nada menos que Real, no como una afirmación y reconocimiento de un hecho evidente, indiscutible, sino en el concepto de «regia», como patrocinada por el rey, una rey que jamás mostró el menor interés por saber más de dos palabras en euskera.

Para revestir de mayor realce su intervención en favor del idioma vasco, recordaba el ABC que ya el monarca Alfonso XIII asistió el año 1918 al Congreso de Estudios Vascos celebrado en la antigua Universidad de Oñate. Y agregaba que la Academia de la Lengua Vasca llevaba trabajando en la recuperación de este idioma nada menos que impulsada por las alentadoras palabras que en aquella oportunidad hubo de pronunciar Alfonso XIII.

Destacaba también el ABC que en esta ocasión se había registrado la intervención del monarca Juan Carlos a fin de revitalizar el rango de la mencionada Academia conforme al mismo espíritu que inspiró a su abuelo Alfonso XIII en el recordado acto de Oñate.

Con todo lo cual, el ABC se había dado el gustazo de apuntarse un tanto a favor de la Monarquía, no restaurada, sino instaurada. Pero lo hizo de tal manera, que no había podido menos de poner en evidencia el verdadero sentido y finalidad de su salida en aparente apoyo del euskera. Porque, si bien en apariencia simulaba romper lanzas a favor del idioma vasco, lo cierto es que el verdadero objeto de su interesada intervención había sido el de arrimar el ascua de la popularidad a favor de la sardina monárquica, según lo probaba su recuerdo del acto de Oñate y el elogio al modestísimo rasgo ministerial de conceder el rango de Real a la Academia de la Lengua Vasca.

En ese ambiente empezó a recordar que el 21 de julio se cumpliría el centenario de la ley que abolió los Fueros del País Vasco. En 1875 terminó la Segunda Guerra Carlista, consecuencia del triunfo de Alfonso XII sobre su primo Carlos VII. El pretendiente carlista se exilió en Francia el 28 de febrero, lanzando su histórica palabra: «Volveré». Hasta hoy.

Un siglo después, semanas antes de llegar a estas fechas, algunas entidades municipales vascas celebraron sesiones extraordinarias para discutir y plantear varias peticiones, entre las que destacaba la redacción de un proyecto de autonomía parecido al aprobado el 14 de julio de 1931 en Estella.

Abriendo el fuego, el Ayuntamiento de Bergara, después de un acuerdo adoptado en sesión celebrada el día 28 de marzo, cursaba al rey una serie de peticiones reactualizando el problema de los Fueros, Estatutos y Autonomía. Lo hacían así porque, como hemos visto al principio del capítulo, era entonces la «Autoridad», y desde Euzkadi se seguían muy de cerca sus primeros pasos, que aunque cortos, tenían algún matiz que otro. Pero todo se frustró en diciembre de 1978. La Constitución no reconoció la reintegración foral plena con la que desde Euzkadi quisimos hacer aquel Pacto con la Corona. Quizás hoy la historia hubiera sido otra.

MENSAJE DE ARZALLUZ AL REY

Tras la extenuante campaña legislativa del año 2000 que le dio mayoría absoluta a José María Aznar, y poco después de constituirse las Cortes Generales, la Casa Real fue llamando a los distintos portavoces parlamentarios con el fin de evacuar consultas en relación a quién debía proponer el rey como candidato a presidente de Gobierno con objeto de que se realizara el Debate de Investidura en el Congreso. Con este cometido he estado en el palacio de La Zarzuela en 1986, 1989, 1993, 1996 y 2000. Se trata de un mero trámite, pero le da al rey la oportunidad de hablar con todos los grupos parlamentarios, cuestión que sólo hace una vez cada cuatro años. No es para herniarse.

En la reunión que mantuve en 1986, el rey fue muy crítico con Juan Alberto Belloch y Margarita Robles a cuenta de haber propiciado éstos que se sacase a la luz el caso GAL. Aquello me extrañó tanto que le pregunté por qué en un Estado de Derecho no se podía saber nada sobre aquel delito de Estado. Y es que aquella salida me pareció insólita, porque en realidad no era creíble que en La Zarzuela lo ignoraran todo sobre el asesinato de 28 personas e incluso que el rey no sólo no supiera nada, no intuyera nada, no sospechara nada, ni preguntara nunca nada, sobre el hecho imperdonable que desde las cloacas de un Estado, del que él era el máximo representante, se asesinara a esas 28 personas a pesar de recibir continuamente información reservada. Por otra parte, en ningún mensaje de Navidad, a la hora de condenar el terrorismo o en los de la Pascua Militar, el rey aludió a semejante cuestión ni condenó a los GAL, mientras en privado me criticaba que se hubiera quitado la tapa al puchero.

El caso es que tras la mayoría absoluta de Aznar tuve que volver a La Zarzuela a decir lo evidente, que no era otra cosa que Aznar debería ser el propuesto. Sin embargo, no quería una reunión más con el monarca en momentos en los que se adivinaba, tras el espléndido resultado del Partido Popular, una legislatura guillotina, dura y bronca, y por eso solicité al presidente del EBB, Xabier Arzalluz, que me escribiera unas letras para el rey. Arzalluz me contestó que aquello no serviría para nada, pero teniendo en cuenta mi insistencia lo hizo, y con aquellas letras en el bolsillo fui el 12 de abril de 2000 a visitar al rey.

Desde la puerta de Somontes al palacio hay seis kilómetros de un parque natural en el que saltan los ciervos y hurgan en la tierra con su hocico los jabalíes. Al llegar al palacio me recibió un teniente coronel que me acompañó al primer piso. Al poco de estar en la sala de espera vino Fernando Almansa, un granadino que había estudiado en la Universidad de Deusto. Hacía cuatro años lo había hecho Ricardo Martí Fluxá y en la primera ocasión recuerdo al marqués de Mondéjar, quien me contó de qué manera el rey recibía cajas de puros de Fidel Castro, mientras yo veía en esa antesala sólo revistas de coches y motos.

Tras una breve espera conversando con Almansa me recibió don Juan Carlos. Departí con él durante tres cuartos de hora. Y le entregué la carta. Esta decía:

Bilbao, 11 de abril de 2000

Señor:

Me permito enviarle un respetuoso saludo aprovechando la visita «protocolaria» de nuestro portavoz Anasagasti.

Pienso que desde Madrid se nos ve cada vez más lejos. Lejanía que puede ir aumentando hasta no poder ya vernos, si sigue la política cerrada y la absoluta incomunicación del Gobierno Aznar.

No quisiera aumentar sus preocupaciones. Pienso que Anasagasti podrá comentarle mucho más directa y competentemente nuestros problemas, que lo son también de Su Majestad.

Afectuosamente,

Fdo:

Xabier Arzalluz

Estas correctas letras me dieron pie para que le contara cómo estábamos viendo la situación y cómo la frase de Arzalluz de que cada vez estábamos más lejos era una buena descripción de la situación, que además iría a más. El rey estuvo receptivo y amable y, sobre todo, sonriente cuando le pedí que se mojara más, que hiciera gestos de distensión, que no fuera tan neutral ante una situación de atropello, que si bien el enemigo era ETA, él era el jefe de un Estado que se decía plural, en teoría, pero no era así en la práctica.

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