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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga,Policíaco

La telaraña (8 page)

BOOK: La telaraña
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—Es otra puerta que da al recibidor, señor.

—Bien —El inspector miró a sir Rowland, advirtiendo al parecer que se había movido—. Ahora buscaremos en el resto de la casa —anunció.

—Voy con ustedes, si no le importa —terció Clarissa—, por si mi hijastra despierta y se asusta. Claro que no lo creo. Es extraordinario cómo duerme esa niña. Hay que sacudirla para despertarla. ¿Tiene usted hijos, inspector?

—Un niño y una niña —contestó él mientras comenzaba a subir por las escaleras.

—¡La parejita! —observó Clarissa—. Señor Jones —dijo al agente, haciéndole un gesto para que pasara delante.

En cuanto se marcharon, los tres hombres que quedaban en la sala se miraron. Hugo se secó las manos y Jeremy se enjugó la frente.

—¿Y ahora qué? —preguntó, cogiendo otro canapé.

Sir Rowland movió la cabeza.

—Esto no me gusta. La cosa se está poniendo fea.

—En mi opinión, sólo podemos hacer una cosa, confesarlo todo —aconsejó Hugo—. Hablemos antes de que sea demasiado tarde.

—¡Ni en sueños! —exclamó Jeremy—. Seríamos muy injustos con Clarissa.

—Pero si seguimos así, todavía será peor para ella —insistió Hugo—. ¿Cómo nos vamos a llevar el cadáver? La policía incautará su coche.

—Podríamos usar el mío —ofreció Jeremy.

—Esto no me gusta. No me gusta nada. Maldita sea, yo soy juez de paz. Tengo una reputación con la policía. ¿Tú qué dices, Roly? Tú eres una persona sensata.

—Tengo que admitir que a mí tampoco me gusta esto, pero personalmente estoy comprometido con ello.

—No te entiendo —replicó Hugo, perplejo.

—Confía en mi palabra. —Miró seriamente a sus amigos, y prosiguió—: Estamos metidos en un buen lío, pero si seguimos unidos y tenemos algo de suerte, podremos salir airosos.

Jeremy fue a decir algo, pero sir Rowland alzó la mano para interrumpirle.

—Una vez la policía compruebe que Costello no está en la casa, se irá a buscarlo a otra parte. Al fin y al cabo existen muchas razones por las que podría haber dejado aquí el coche para marcharse a pie. Todos somos personas respetables. Hugo es un juez de paz, como acaba de recordarnos; Henry Hailsham-Brown tiene un cargo importante en el Foreign Office…

—Sí, sí, y tú cuentas con una carrera distinguida e intachable, ya lo sabemos —terció Hugo—. Muy bien, si tú lo dices, seguiremos negando lo evidente.

Jeremy se levantó y señaló con la cabeza la cámara secreta.

—¿No podemos hacer algo ahora mismo?

—No hay tiempo —declaró sir Rowland—. Volverán en cualquier momento. Es más seguro dejarlo donde está.

—Está bien —admitió Jeremy de mala gana—. Hay que reconocer que Clarissa es maravillosa. Ni se ha inmutado. Tiene cautivado al inspector.

En ese momento sonó el timbre de la puerta.

—Debe de ser la señorita Peake —dijo sir Rowland—. Warrender, ¿quieres ir a abrir?

En cuanto Jeremy salió de la habitación, Hugo hizo una seña a sir Rowland.

—¿Qué pasa, Roly? ¿Qué te dijo Clarissa cuando estabais a solas?

—Ahora no —replicó sir Rowland al oír las voces de Jeremy y la señorita Peake en la puerta.

—Pase usted —decía Jeremy.

Un instante más tarde la jardinera entraba en la sala. Tenía aspecto de haberse vestido a toda prisa y llevaba el pelo envuelto en una toalla.

—¿De qué se trata? —preguntó—. La señora Hailsham-Brown estaba muy misteriosa. ¿Ha sucedido algo?

—Siento mucho que haya tenido usted que salir así —se disculpó sir Rowland con la máxima cortesía—. Siéntese, por favor.

Hugo apartó una silla. Él mismo se sentó en una butaca.

—El caso es que tenemos aquí a la policía —comenzó sir Rowland.

—¿La policía? —exclamó sobresaltada la señorita Peake—. ¿Ha habido algún robo?

—No, un robo no. Más bien… —Pero sir Rowland se interrumpió cuando Clarissa y los dos policías entraron en la sala. Jeremy se sentó en el sofá y sir Rowland se quedó de pie.

—Inspector, esta es la señorita Peake —los presentó Clarissa.

—Buenas tardes, señorita Peake —saludó él.

—Buenas tardes, inspector. Justamente le estaba preguntando a sir Rowland si había habido algún robo o…

Lord la miró inquisitivo y respondió al cabo de una pausa:

—Hemos recibido una llamada telefónica muy peculiar que nos ha traído hasta aquí —informó—. Y pensamos que tal vez pueda usted aclararnos el asunto.

Capítulo 12

El anuncio del inspector fue recibido con una carcajada por parte de la jardinera.

—Vaya, pues sí que es misterioso todo esto. ¡Qué divertido! —exclamó.

El inspector arrugó el ceño.

—Se trata del señor Costello —explicó—. Oliver Costello, 27 Morgan Mansions, Londres. Creo que la dirección es de la zona de Chelsea.

—Jamás he oído hablar de él.

—Estuvo aquí esta tarde. Vino a ver a la señora Hailsham-Brown y tengo entendido que usted le acompañó por el jardín cuando se marchaba.

La señorita Peake se dio una palmada en el muslo.

—Ah, eso. Sí, la señora Hailsham-Brown mencionó su nombre. Dígame, ¿qué quiere usted saber?

—Me gustaría saber exactamente qué sucedió y cuándo lo vio usted por última vez.

La señorita Peake se quedó un momento pensativa.

—A ver… Salimos por la cristalera y yo le dije que si quería coger el autobús había un atajo, pero él contestó que había venido en su coche y que lo tenía junto a los establos —concluyó, mirando radiante al inspector, como si esperase una felicitación por su breve resumen de lo sucedido.

—¿No le parece un lugar extraño para dejar el coche?

—Justo lo que pensé —replicó ella, dándole una palmada en el brazo. El inspector pareció sorprenderse—. Lo normal sería que hubiera dejado el coche en la puerta principal, ¿no le parece? Pero la gente es muy rara. Nunca se sabe lo que se le puede ocurrir a alguien —terminó con una carcajada.

—¿Y entonces qué pasó?

La jardinera se encogió de hombros.

—Bueno, se metió en el coche y supongo que se marchó.

—¿Usted no lo vio?

—No, yo estaba guardando mis herramientas.

—¿Y esa fue la última vez que vio al señor Costello?

—Sí, ¿porqué?

—Porque su coche sigue aquí. A las siete cuarenta y nueve recibimos una llamada en la comisaría, según la cual un hombre había sido asesinado en Copplestone Court.

—¡Un asesinato! —exclamó horrorizada la jardinera—. ¿Aquí? ¡Eso es ridículo!

—Es lo que todos parecen pensar —observó cortante el inspector, mirando a sir Rowland.

—Por supuesto —prosiguió ella—. Ya sé que hay por ahí un montón de maníacos que atacan a las mujeres. Pero usted ha dicho que era un hombre…

—¿No oyó usted ningún otro coche esta tarde?

—Sólo el del señor Hailsham-Brown.

—¿El señor Hailsham-Brown? Pensaba que no llegaría a casa hasta más tarde.

—Mi esposo vino a casa —se apresuró a explicar Clarissa—, pero tuvo que salir otra vez casi de inmediato.

El inspector compuso una expresión de paciencia.

—¿Ah, sí? —comentó con estudiada cortesía—. ¿Y exactamente a qué hora llegó a casa?

—Veamos… debían de ser…

—Un cuarto de hora antes de que yo terminara la jornada —terció la señorita Peake—. Trabajo muchas horas extra, ¿sabe, inspector? Nunca me ajusto al horario oficial. Hay que trabajar con aplicación, es lo que digo yo siempre. Sí —prosiguió, golpeteando la mesa mientras hablaba—. Sí, debían de ser las siete y cuarto cuando llegó el señor Hailsham-Brown.

—O sea, poco después de que se marchara el señor Costello —El inspector se colocó en el centro de la sala—. Probablemente los dos se cruzaron.

—¿Quiere decir que tal vez el señor Costello volvió para ver al señor Hailsham-Brown? —preguntó pensativa la señorita Peake.

—Oliver Costello no volvió a esta casa —aseveró Clarissa.

—Pero usted no puede saberlo con seguridad —la corrigió la jardinera—. Tal vez entró por la ventana sin que usted se diera cuenta. ¡Dios mío! —exclamó de pronto—. ¿No creerá usted que mató al señor Hailsham-Brown? ¡ Ay, cuánto lo siento!

—Pues claro que no mató a Henry —replicó Clarissa irritada.

—¿Adonde se dirigió su esposo cuando salió de la casa? —quiso saber el inspector.

—No tengo ni idea.

—¿No suele decirle adonde va?

—Yo nunca hago preguntas. Creo que para un hombre debe de ser aburridísimo que su esposa le esté preguntando cosas constantemente.

De pronto la señorita Peake lanzó un chillido.

—¡Pero qué tonta! ¡Claro! Si el coche de ese hombre sigue ahí, el muerto debe de ser él —exclamó con una carcajada.

Sir Rowland se levantó.

—No tenemos razones para creer que alguien haya sido asesinado, señorita Peake —le recordó con dignidad—. De hecho, el inspector cree que se trata de una broma de mal gusto.

La jardinera, sin embargo, no compartía esa opinión.

—Pero ¿y el coche? —insistió—. A mí me parece muy sospechoso que siga ahí. ¿Ha buscado usted el cadáver, inspector? —preguntó, ansiosa.

—El inspector ya ha mirado en la casa —explicó sir Rowland antes de que el policía contestase.

—Estoy segura de que los Elgin tienen algo que ver —opinó la señorita Peake, dándole al inspector unos golpecitos en el hombro—. El mayordomo y su esposa, que se hace pasar por cocinera. Yo hace tiempo que sospecho de ellos. Ahora mismo, cuando venía, he visto una luz en su ventana, lo cual es muy sospechoso. Es su tarde libre, y por lo general no vuelven hasta pasadas las once. ¿Ha registrado usted sus habitaciones? —preguntó ansiosa, cogiendo del brazo al inspector.

El hombre fue a responder, pero ella le interrumpió con otra palmada en el hombro.

—Escuche —comenzó—, supongamos que ese tal Costello reconoció al señor Elgin, que tal vez tuviera antecedentes criminales. Puede que Costello volviera para advertir a la señora Hailsham-Brown, y Elgin le atacó —Inmensamente satisfecha consigo misma, miró en torno a la sala—. Luego, por supuesto, Elgin escondería el cadáver, para deshacerse de él más tarde. Vamos a ver… ¿Dónde podría esconderlo? —Se volvió hacia la ventana—. Detrás de las cortinas o…

—Señorita Peake —la interrumpió enfadada Clarissa—. No hay nadie escondido detrás de las cortinas, y estoy segura de que Elgin jamás asesinaría a nadie. Es ridículo.

—Es usted demasiado confiada, señora. Cuando llegue a mi edad se dará cuenta de que por lo general la gente no es lo que parece.

El inspector abrió de nuevo la boca para decir algo, pero la jardinera se le adelantó.

—Vamos a ver, ¿dónde escondería el cadáver un hombre como Elgin? Tenemos esa especie de armario que hay entre esta habitación y la biblioteca. ¿Ha mirado allí, inspector?

—Señorita Peake, el inspector ha mirado aquí y en la biblioteca —terció sir Rowland.

El inspector, sin embargo, tras mirar un instante a sir Rowland se volvió hacia la jardinera.

—¿A qué se refiere usted con «esa especie de armario», señorita Peake?

En ese punto todos parecieron quedarse de piedra.

—Es un lugar estupendo para jugar al escondite. Jamás se imaginaría usted dónde está. Mire, se lo voy a enseñar.

Jeremy se levantó en el mismo instante en que Clarissa exclamaba:

—¡No!

El inspector y la señorita Peake se volvieron hacia ella.

—Ahí no hay nada —informó la dueña de la casa—. Lo sé porque ahora mismo he pasado por ahí para ir a la biblioteca.

—Ah, bueno, en ese caso… —murmuró la jardinera con decepción.

—De todas formas, enséñemelo usted, señorita Peake —insistió el inspector—. Me gustaría verlo.

La señorita Peake se acercó a las estanterías.

—Originalmente era una puerta —explicó—. Mires se tira de esta palanca, y se abre, ¿ve? ¡Aaaaah!

En cuanto se abrió el panel, el cadáver de Oliver Costello cayó al suelo.

—Vaya, estaba usted equivocada, señora Hailsham-Brown —observó el inspector, mirando muy serio a Clarissa—. Se ve que esta tarde se ha cometido un crimen.

La señorita Peake no dejaba de gritar.

Capítulo 13

Diez minutos más tarde la situación se había calmado un poco, sobre todo porque la señorita Peake ya no estaba en la sala. Jeremy y Hugo también se habían marchado. El cadáver de Oliver Costello, sin embargo, seguía caído en la cámara abierta. Clarissa estaba tumbada en el sofá. Sir Rowland se había sentado junto a ella e intentaba hacerle beber una copa de brandy. El inspector hablaba por teléfono y el agente seguía montando guardia.

—Sí, sí —decía Lord—. ¿Cómo dice? ¿Que se ha dado a la fuga?… ¿Dónde?… Ah, ya veo. Sí, bueno, envíelos en cuanto pueda. Sí, queremos las fotografías. Sí, el equipo completo.

Colgó el auricular y se volvió hacia el agente.

—Todo pasa de golpe —se quejó—. Durante meses no sucede nada, y ahora el forense ha salido por un grave accidente en la carretera de Londres, lo cual significa que tendremos un retraso considerable. Bueno, mientras llega seguiremos adelante. Más vale que no lo movamos hasta que hayan tomado las fotografías —comentó señalando el cadáver—. Claro que tampoco averiguaremos nada. No fue asesinado aquí. Lo metieron en la cámara cuando ya estaba muerto.

—¿Cómo está tan seguro, señor?

El inspector miró la alfombra.

—Se nota dónde arrastraron los pies —señaló, agachándose detrás del sofá.

Sir Rowland se asomó por el respaldo del sofá y luego se volvió hacia Clarissa.

—¿Cómo te encuentras?

—Mejor, gracias Roly.

—Creo que más vale cerrar ese panel —ordenó el inspector a su subordinado—. No queremos más ataques de histeria.

—Muy bien, señor.

Sir Rowland se levantó para dirigirse al inspector.

—Creo que la señora debería ir a su habitación.

—Desde luego, pero tendrá que aguardar unos momentos —contestó el policía con cierta reserva—. Primero me gustaría hacerle unas preguntas.

—En este instante no se encuentra en condiciones de responder preguntas —insistió sir Rowland.

—Estoy bien, Roly —terció ella con voz débil—. De verdad.

—Eres muy valiente, querida —repuso sir Rowland—, pero sería mucho mejor que fueras a descansar un rato.

—Querido tío Roly —dijo ella sonriendo—. A veces le llamo tío Roly —explicó al inspector—, aunque es mi tutor, no mi tío. Pero es siempre tan dulce conmigo…

—Sí, ya lo he notado.

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