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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga,Policíaco

La telaraña (7 page)

BOOK: La telaraña
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Sir Rowland, después de examinarse la chaqueta por si había rastros de sangre, murmuró:

—Los guantes —Jeremy y él escondieron los guantes debajo de un cojín del sofá—. Bridge.

Se sentaron a la mesa y cogieron sus cartas.

—Vamos, Hugo —apremió sir Rowland—, date prisa.

La respuesta fueron unos golpes dentro de la cámara. Al darse cuenta de pronto de que Hugo no estaba en la habitación, sir Rowland y Jeremy se miraron alarmados. Jeremy se apresuró a abrir el panel.

—Vamos, Hugo —repitió sir Rowland.

—Date prisa —murmuró impaciente Jeremy, cerrando de nuevo el panel.

Sir Rowland escondió los guantes de Hugo debajo del cojín y los tres se sentaron rápidamente a la mesa y cogieron sus cartas justo cuando Clarissa entraba en la sala, seguida de dos hombres de uniforme, y anunciaba con voz inocente:

—Es la policía, tío Roly.

Capítulo 10

El mayor de los policías, un hombre corpulento de pelo cano, entró en la habitación con Clarissa, mientras el otro aguardaba junto a la puerta.

—El inspector Lord —informó ella—, y… —Se volvió hacia el otro oficial, un joven moreno de unos veinticinco años y complexión de atleta—. Lo siento, ¿cómo ha dicho usted que se llama?

—Es el agente Jones —contestó el inspector—. Siento interrumpirles, caballeros, pero hemos recibido información de que en esta casa se ha cometido un asesinato.

Al oír esto, todos hablaron a la vez.

—¿Qué? —gritó Hugo.

—¡Un asesinato! —exclamó Jeremy.

—¡Cielo santo! —apostrofó sir Rowland.

—¿No es extraordinario? —dijo Clarissa.

Todos parecían perplejos.

—Hemos recibido una llamada en comisaría —explicó Lord. Luego se volvió hacia Hugo y saludó con la cabeza—. Buenas tardes, señor Birch.

—Buenas tardes, inspector —gruñó Hugo.

—Parece que alguien les ha gastado una broma —comentó sir Rowland.

—Sí. Nosotros hemos estado aquí toda la tarde jugando al bridge. ¿Quién dicen que ha sido asesinado?

—No mencionaron ningún nombre. La persona que llamó dijo que un hombre había sido asesinado en Copplestone Court y que viniéramos de inmediato, y colgó sin más.

—Debe de tratarse de un bromista —aseguró Clarissa—. ¡Qué poca seriedad! —añadió con tono virtuoso.

Hugo chasqueó la lengua.

—Le sorprendería saber las locuras que comete la gente, señora —replicó el inspector. Se interrumpió y miró a los demás, antes de volverse de nuevo hacia ella—. Según usted aquí no ha sucedido nada extraño esta tarde. Tal vez debería hablar también con el señor Hailsham-Brown —añadió.

—No está —informó Clarissa—. No llegará hasta tarde.

—Ya veo. ¿Quién se aloja en la casa en este momento?

—Sir Rowland Delahaye y el señor Warrender. El señor Birch, a quien usted ya conoce, ha venido a pasar la velada con nosotros. Ah, sí —añadió Clarissa, como si acabara de acordarse—, también está la niña, mi hijastra. Ahora mismo está durmiendo.

—¿Y los criados?

—Tenemos dos, un matrimonio. Pero hoy es su tarde libre y han ido al cine, en Maidstone.

—Ya veo.

Justo en ese momento entró Elgin en la sala, tropezando casi con el agente que todavía hacía guardia en la puerta. Después de mirar inquisitivo al inspector, el mayordomo se dirigió a Clarissa.

—¿Desea alguna cosa, señora?

—Creía que estabas en el cine, Elgin —respondió ella sobresaltada. Lord la miró suspicaz.

—Volvimos casi enseguida, señora. Mi esposa no se encontraba bien. Sufre… problemas gástricos —explicó un poco turbado—. La comida le habrá sentado mal —Miró entonces al inspector y al agente—. ¿Ha sucedido algo?

—¿Cómo se llama usted?—quiso saber el inspector.

—Elgin, señor. Espero que no…

—Alguien ha telefoneado a la comisaría para denunciar que en esta casa se había cometido un asesinato.

—¿Un asesinato?

—¿Qué sabe usted del asunto?

—Nada, nada en absoluto, señor.

—¿Entonces no fue usted quien llamó?

—Desde luego que no.

—Cuando volvió a la casa entró por la puerta trasera, supongo.

—Sí, señor —Los nervios le hacían mostrarse más deferente que de costumbre.

—¿Advirtió algo inusual?

El mayordomo reflexionó.

—Ahora que lo pienso, había un coche extraño cerca de los establos.

—¿Un coche extraño? ¿A qué se refiere?

—Bueno, recuerdo que me pregunté de quién sería. Es un lugar algo raro para dejar un coche.

—¿Había alguien en él?

—Yo no vi a nadie.

—Vaya a echar un vistazo, Jones —ordenó el inspector.

—¡Jones! —exclamó Clarissa sobresaltada.

—¿Cómo dice?

Clarissa se recobró de inmediato y murmuró sonriendo:

—No, nada. Es que… no sé, es un nombre tan galés…

Lord despidió con un gesto al agente y al mayordomo. Después de un momento Jeremy se sentó en el sofá y se puso a comer un canapé. El inspector dejó los guantes y el sombrero en la butaca, respiró hondo y se dirigió a los presentes.

—Parece que esta tarde ha venido aquí alguien de quien no hemos hablado —dijo mirando a Clarissa—. ¿Seguro que no esperaban a nadie?

—No, no. No queríamos que viniera nadie más. Éramos justo cuatro para el bridge.

—¿De verdad? Lo cierto es que yo también soy aficionado al bridge.

—¿Ah, sí? ¿Juega usted al Blackwood?

—Sólo me gustan los juegos sensatos. Dígame, señora Hailsham-Brown, no lleva usted mucho tiempo viviendo aquí, ¿no es así?

—Unas seis semanas.

—¿Y no ha sucedido nada raro en ese tiempo?

—¿A qué se refiere exactamente? —terció sir Rowland.

El inspector se volvió hacia él.

—Bueno, es una historia bastante curiosa. Esta casa pertenecía al señor Sellon, el anticuario. Murió hace seis meses.

—Sí —recordó Clarissa—. Sufrió una especie de accidente, ¿no?

—Exacto. Se cayó por las escaleras y se dio un golpe en la cabeza. Determinaron que fue una muerte accidental —añadió mirando a Jeremy y a Hugo—. Y tal vez lo fuera, o tal vez no.

—¿Qué quiere decir, que quizá alguien lo empujó?

—Eso, o que alguien le dio un golpe en la cabeza.

La tensión en la sala era palpable.

—Luego pudieron colocar el cadáver de Sellon al pie de las escaleras para que pareciera un accidente.

—¿Las escaleras de esta casa? —preguntó Clarissa.

—No. Sucedió en su tienda. No hubo pruebas concluyentes, por supuesto, pero el señor Sellon era un hombre misterioso.

—¿En qué sentido, inspector? —quiso saber sir Rowland.

—Bueno, digamos que tuvo que explicarnos algunas cosas en un par de ocasiones. Y una vez la brigada de narcóticos se desplazó desde Londres para tener unas palabras con él. Pero no se llegó más allá de las sospechas.

—Oficialmente, claro —apuntó sir Rowland.

—Así es, señor. Oficialmente.

—Mientras que extraoficialmente…

—Me temo que no puedo darles más información. Sin embargo existía una circunstancia más que curiosa. En el escritorio del señor Sellon había una carta inconclusa en la que se mencionaba que había entrado en posesión de una rareza sin par. Él mismo garantizaba… —Hizo una pausa, como recordando las palabras precisas—. Garantizaba que no era una falsificación. Pedía por ella catorce mil libras.

—Catorce mil libras —murmuró sir Rowland—. Eso es mucho dinero. ¿De qué podría tratarse? Alguna joya, supongo. Pero la palabra falsificación sugiere… No sé, ¿un cuadro, tal vez?

Jeremy seguía comiendo canapés.

—Sí, tal vez —contestó Lord—. En la tienda no había nada de tanto valor. El inventario del seguro lo dejaba claro. El señor Sellon tenía una socia, una mujer con un negocio propio en Londres. Nos escribió diciendo que no podía ofrecernos ninguna ayuda ni información.

—De modo que pudo haber sido asesinado —repitió sir Rowland—. Y el objeto, lo que quiera que fuera, fue robado.

—Es muy posible, en efecto. Pero por otra parte, el supuesto ladrón tal vez no lo encontrara.

—¿Qué le hace pensar así?

—El hecho de que desde entonces han entrado dos veces a robar en la tienda.

—¿Por qué nos cuenta todo esto, inspector? —preguntó Clarissa.

—Porque se me ha ocurrido pensar que el objeto en cuestión pudiera encontrarse en esta casa, y no en la tienda de Maidstone. Por eso le he preguntado si había notado usted algo de particular.

Clarissa alzó las manos, como si de pronto hubiera recordado algo.

—¡Es cierto! —exclamó muy excitada—. Hoy mismo llamó alguien por teléfono pidiendo hablar conmigo, pero en cuanto respondí, colgaron. Es muy raro, en cierto modo, ¿no? —Entonces se volvió hacia Jeremy—. ¡Claro! ¿Recuerdas al hombre que vino el otro día? Un individuo de aspecto caballuno, con un traje de cuadros. Quería comprar ese escritorio.

El inspector cruzó la sala para ver de cerca el mueble.

—¿Éste de aquí?

—Sí. Yo le dije que no era nuestro y por tanto no podíamos venderlo. Pero él no pareció creerme. Me ofreció una cantidad exorbitante, mucho más de lo que vale.

—Muy interesante —comentó Lord—. Estos escritorios tienen a menudo un cajón secreto, ¿sabe usted?

—Sí. Este lo tiene. Pero no había nada de valor dentro. Sólo unas viejas firmas.

—Los autógrafos antiguos pueden ser de inmenso valor, tengo entendido. ¿De quiénes eran?

—Le aseguro, inspector —terció sir Rowland—, que estos no valían más que una o dos libras.

En ese momento entró en la sala el agente de policía con una libreta y un par de guantes.

—¿Sí, Jones?

—He examinado el coche, señor. Sólo había un par de guantes en el asiento del conductor. También he encontrado los papeles del vehículo —Jones le tendió el libro.

Clarissa y Jeremy se miraron sonriendo al oír el acento galés del agente.

—Oliver Costello, 27 Morgan Mansions, Londres. —leyó el inspector. A continuación se volvió hacia Clarissa y preguntó cortante—: ¿Ha estado hoy aquí un hombre llamado Costello?

Capítulo 11

Los cuatro amigos se miraron con expresión culpable. Sir Rowland fue a decir algo, pero Clarissa se le adelantó.

—Sí—admitió—. Estuvo aquí a eso de… a ver… sí, a eso de las seis y media.

—¿Es amigo suyo?

—No, yo no lo llamaría un amigo. Le he visto sólo una o dos veces. —Y añadió vacilante—: La verdad es que resulta un poco embarazoso… —Clarissa miró suplicante a sir Rowland, como pasándole la pelota.

El caballero se apresuró a responder a su silenciosa demanda.

—Tal vez sería mejor que le explicara yo la situación, inspector.

—Hable, por favor —replicó el policía.

—Bueno, esto concierne a la primera señora Hailsham-Brown. El señor Hailsham-Brown y ella se divorciaron hace poco más de un año. Recientemente ella se casó con el señor Oliver Costello.

—Ya veo. Y el señor Costello vino aquí hoy. ¿Por qué? —preguntó a Clarissa—. ¿Tenía una cita?

—No, no. De hecho cuando Miranda, es decir, la anterior señora Hailsham-Brown, dejó esta casa, se llevó un par de cosas que no le pertenecían. Oliver Costello pasaba hoy por aquí y entró para devolverlas.

—¿Qué cosas? —se apresuró a preguntar el inspector.

Clarissa ya tenía preparada la respuesta.

—Nada de importancia. Esto, por ejemplo —dijo con una sonrisa, tendiéndole la pequeña pitillera de plata que había en la mesita—. Pertenecía a la madre de mi marido y para él tiene un gran valor sentimental.

El inspector miró a Clarissa pensativo.

—Así que el señor Costello vino a las seis y media. ¿Cuánto tiempo estuvo aquí?

—Fue una visita muy breve, de unos diez minutos, no más. Dijo que tenía mucha prisa.

—¿Y su conversación fue amistosa?

—Desde luego. Pensé que había sido muy amable al venir a devolver las cosas.

—¿Mencionó adonde iba después?

—No. Salió por esa cristalera. Mi jardinera, la señorita Peake, se ofreció a acompañarle.

—¿Su jardinera vive aquí en la casa?

—Sí, pero no en la casa. Vive en la casita de fuera.

—Habrá que hablar con ella —decidió Lord—. Jones, vaya a buscarla.

—¿Quiere que la llame, inspector? —terció Clarissa—. Tenemos conexión telefónica con ella.

—Si es usted tan amable, señora…

—Claro que sí. Supongo que todavía no se habrá acostado —Clarissa pulsó una tecla del teléfono y dedicó una sonrisa al inspector, que reaccionó con expresión tímida. Jeremy sonrió para sus adentros y cogió otro canapé.

—Señorita Peake —dijo Clarissa al auricular—. ¿Le importaría venir a la casa? Ha sucedido algo de importancia… Sí, sí, por supuesto. Gracias —Nada más colgar se volvió hacia el inspector—. La señorita Peake acaba de lavarse el pelo, pero se va a vestir y vendrá enseguida.

—Muchas gracias. Tal vez Costello le comentara adonde iba.

—Sí, es muy posible.

—Lo que me preocupa —prosiguió el inspector, dirigiéndose a todos en general— es por qué sigue aquí el coche del señor Costello. ¿Y dónde está él?

Clarissa miró sin querer las estanterías y el panel. Luego se dirigió hacia los ventanales para ver llegar a la señorita Peake. Jeremy se arrellanó en el sillón con expresión inocente.

—Al parecer la señorita Peake fue la última persona que lo vio. Dice usted que salió por esa cristalera. ¿La cerró a continuación?

—No —contestó Clarissa, de espaldas al inspector.

—Ah.

Algo en su tono hizo que Clarissa se volviera hacia él.

—Bueno, creo que no —dijo vacilante.

—Así que el señor Costello pudo haber vuelto a entrar por ahí. —El inspector respiró hondo y anunció—: Creo que, con su permiso, señora Hailsham-Brown, me gustaría registrar la casa.

—Claro, claro —replicó ella con una sonrisa amistosa—. Bueno, ya ha visto usted esta habitación. Aquí no puede haber nadie escondido —Apartó un momento las cortinas, como para ver si venía la señorita Peake—. Mire, ahí está la biblioteca —Se acercó a abrir la puerta—. ¿Quiere entrar?

—Gracias. ¡Jones! Mire a ver dónde da eso —ordenó, señalando otra puerta dentro de la biblioteca.

—Muy bien, señor.

En cuanto los policías desaparecieron, sir Rowland se acercó a Clarissa.

—¿Qué hay al otro lado? —preguntó indicando el panel.

—Estanterías.

Sir Rowland asintió con la cabeza. En ese momento los dos policías volvían a la sala.

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