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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga,Policíaco

La telaraña (2 page)

BOOK: La telaraña
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—Sí, es verdad. Pero aquí he logrado crear mi propio teatro —replicó ella con una sonrisa.

—Deberías estar en Londres, donde tu vida estaría llena de emociones.

—¿Te refieres a fiestas y clubes nocturnos?

—Fiestas, sí. Serías una anfitriona perfecta —aseguró Jeremy.

—Suena a novela eduardiana. De todas formas, las fiestas diplomáticas son una pesadez de espanto.

—Sí, pero es una pena que estés aquí enclaustrada —insistió él, intentando cogerle la mano.

—¿Una pena? —repitió ella, apartándose.

—Sí. Y además está Henry.

—¿Qué pasa con Henry? —preguntó Clarissa, ocupada en ahuecar el cojín de una butaca.

—No entiendo cómo pudiste casarte con él —contestó Jeremy, haciendo acopio de valor—. Es mucho mayor que tú y tiene una hija que ya va al colegio —Se apoyó sobre un sillón sin dejar de mirarla—. Es un hombre excelente, sin duda, ¡pero vamos! ¡Menudo estirado! Va por la vida que parece un búho hervido —Jeremy se interrumpió un momento, aguardando su reacción—. Es más aburrido que una ostra.

Clarissa seguía sin decir nada.

—Y no tiene sentido del humor —murmuró él con cierta petulancia.

Clarissa sonrió en silencio.

—Pensarás que no debería decir estas cosas.

—No, si no me importa —aseguró ella, sentándose en un escabel—. Puedes decir lo que quieras.

Jeremy se sentó a su lado.

—¿Así que admites que cometiste un error? —preguntó ansioso.

—No he cometido ningún error. ¿Me estás haciendo proposiciones deshonestas, Jeremy? —añadió con tono burlón.

—Desde luego.

—Encantador —exclamó Clarissa, dándole un golpecito con el codo—. Sigue, sigue.

—Deberías saber lo que siento por ti. Pero estás jugando conmigo, ¿verdad? Estás coqueteando. Es otro de tus jueguecitos. Querida, ¿no podrías ponerte seria sólo por una vez?

—¿Seria? ¿De qué sirve ponerse seria? Ya hay bastante seriedad en el mundo, Jeremy. Me gusta divertirme y me gusta que todo el mundo se divierta a mi alrededor.

Jeremy sonrió a su pesar.

—Pues yo ahora me divertiría mucho más si me tomaras en serio —aseguró.

—Vamos, hombre. Por supuesto que te estás divirtiendo. Has venido invitado un fin de semana junto con mi adorable padrino, Roly. Y esta tarde ha venido el bueno de Hugo para tomar unas copas. Hugo y Roly son muy graciosos cuando están juntos. No puedes decir que no te diviertes.

—Pues claro que me divierto. Pero no me dejas decirte lo que en realidad quiero decir.

—No seas tonto, querido. Tú sabes que puedes decirme lo que quieras.

—¿De verdad? ¿Lo dices en serio?

—Por supuesto.

—Muy bien —Jeremy se levantó y se volvió hacia ella—. Te quiero.

—Me alegro mucho.

—Es la respuesta menos adecuada —se quejó él—. Deberías decir «lo siento» con tono profundo y comprensivo.

—Pero es que no lo siento. Me encanta. Me gusta que la gente me quiera.

Jeremy volvió a sentarse. Parecía molesto.

—¿Querrías hacerme un favor? —preguntó Clarissa.

—Sabes que sí. Lo que sea. Lo que quieras —declaró él ansioso.

—¿De verdad? Supongamos, por ejemplo, que asesino a alguien. ¿Tú me ayudarías…? No, no debo seguir. —De pronto se levantó y se alejó unos pasos.

—Sigue, por favor.

Clarissa aguardó un momento antes de proseguir.

—Antes me has preguntado si no me aburría aquí en el campo.

—Sí.

—Bueno, supongo que en cierto modo sí—admitió—. O más bien me aburriría si no fuera por mi pasatiempo particular.

—¿Qué pasatiempo? —preguntó él, sorprendido.

Clarissa respiró hondo.

—Verás, siempre he llevado una vida tranquila y feliz. Nunca me pasa nada emocionante, así que he ideado un juego particular. Yo lo llamo «suponer».

—¿Cómo?

—Suponer —repitió Clarissa, que ahora se paseaba por la sala—. Me digo, por ejemplo: supongamos que bajo una mañana y me encuentro un cadáver en la biblioteca. ¿Qué haría? O supongamos que un día aparece una mujer que me dice que Henry y ella se casaron en secreto en Constantinopla y que mi matrimonio es bígamo. ¿Qué le diría? O supongamos que hago caso a mis instintos y me convierto en una actriz famosa. O supongamos que tuviera que elegir entre traicionar a mi país y que fusilaran a Henry ante mis ojos. ¿Ves a qué me refiero? —preguntó con una súbita sonrisa—. O incluso supongamos que huyo con Jeremy, ¿qué pasaría?

Jeremy se arrodilló ante ella.

—Me siento halagado. Pero ¿de verdad te has imaginado alguna vez esa situación?

—Desde luego que sí.

—¿Y qué pasaría? —Jeremy le cogió la mano, pero ella la apartó.

—Bueno, la última vez que jugué estábamos en la Riviera en Jean les Pins y Henry apareció con un revólver.

—¡Dios mío! —exclamó él, sobresaltado—. ¿Me disparó?

Clarissa sonrió nostálgica.

—Creo recordar que dijo… —Se interrumpió un momento y luego añadió con tono dramático—: «Clarissa, o vuelves conmigo o me mato.»

—Vaya, una actitud muy decente por su parte —replicó Jeremy, poco convencido—. No me imagino nada menos propio de Henry. Pero en fin, ¿qué dijiste tú entonces?

—En realidad lo he jugado con dos finales —confesó—. En uno le decía a Henry que lo sentía muchísimo, que no quería que se matara, pero que estaba muy enamorada de Jeremy y que no podía evitarlo. Henry se arrojaba sollozando a mis pies, pero yo me mantenía firme. «Yo te aprecio mucho, Henry —le decía—, pero no puedo vivir sin Jeremy. La separación es definitiva.» Y entonces salía corriendo de la casa al jardín, donde tú me esperabas. Y mientras corríamos hacia la verja oíamos un disparo, pero no nos deteníamos.

—¡Cielos! Desde luego no te mordiste la lengua. Pobre Henry —Jeremy reflexionó un momento—. Pero decías que habías jugado con dos finales. ¿Qué pasaba en el otro?

—Bueno, Henry sufría tanto y suplicaba con tanta pasión que no tuve corazón para dejarle. Decidí renunciar a ti y dedicar mi vida a hacerle feliz a él.

Jeremy parecía desolado.

—Vaya, querida, está claro que sabes divertirte. Pero por favor, ponte seria un momento. Yo hablo muy en serio cuando digo que te quiero. Te quiero desde hace mucho tiempo. Tú lo sabes. ¿Estás segura de que no tengo esperanzas? ¿De verdad quieres pasar el resto de tu vida con el aburrido de Henry?

Clarissa no tuvo que contestar, porque en ese momento entró una niña alta y delgada de unos doce años. Llevaba un uniforme de colegio y una cartera.

—Hola, Clarissa —saludó a su madrastra.

—Hola, Pippa. Llegas tarde.

—Tenía clase de música —explicó lacónica.

—Ah, sí. Hoy tocaba piano, ¿no? ¿Ha sido interesante?

—No. Horroroso. Horribles ejercicios que tenía que repetir y repetir. La señorita Farrow dice que es para mejorar mi técnica. Ni siquiera me ha dejado tocar el solo tan bonito que había practicado. ¿Hay algo de comer? Me muero de hambre.

Clarissa se levantó.

—¿No tenías los bollos que sueles comer en el autobús?

—Sí, pero eso fue hace media hora —replicó Pippa, mirándola con expresión tan suplicante que resultaba casi cómica—. ¿No puedo tomar un bizcocho o algo hasta la hora de la cena?

Clarissa se la llevó riendo de la mano.

—A ver qué encontramos.

—¿Queda algo de aquel bizcocho, el de cerezas?

—No. Te lo terminaste ayer.

Jeremy movió la cabeza sonriendo. En cuanto dejó de oír sus voces se precipitó al escritorio y abrió un par de cajones.

—¡Hola! —Se oyó de pronto una voz femenina en el jardín.

Jeremy dio un respingo y cerró los cajones. Una mujer abría en ese momento las cristaleras desde el jardín. Era corpulenta y de aspecto jovial. Debía de tener unos cuarenta años, y vestía pantalones de tweed y botas de agua. Al ver a Jeremy se detuvo.

—¿Está la señora Hailsham-Brown? —preguntó con brusquedad.

Jeremy se dirigió hacia el sofá.

—Sí, señorita Peake. Acaba de irse a la cocina a darle de comer a Pippa. Ya conoce el insaciable apetito de Pippa.

—Los niños no deberían comer a deshora —replicó ella con tono casi masculino.

—¿Entra usted, señorita Peake?

—No, no quiero entrar con las botas. Metería en la casa medio jardín —explicó ella con una carcajada—. Sólo venía a preguntarle qué verduras quiere para el almuerzo de mañana.

—Pues me temo que…

—No se preocupe —le interrumpió ella con su vozarrón—. Ya volveré más tarde. Ah, y tenga usted cuidado con ese escritorio, señor Warrender —añadió.

—Por supuesto.

—Es una antigüedad muy valiosa. No debería usted tirar de los cajones de esa manera.

—Lo siento mucho —contestó Jeremy, algo desconcertado—. Estaba buscando papel para tomar notas.

—En el casillero del centro —señaló la señorita Peake.

Jeremy sacó de él una hoja de papel.

—Muy bien —prosiguió la mujer—. Es curioso que no sepamos ver lo que tenemos delante de las narices —afirmó con una carcajada.

Jeremy también se echó a reír, pero se detuvo bruscamente en cuanto ella salió al jardín. Estaba a punto de acercarse de nuevo al escritorio cuando Pippa volvió mordisqueando un bollo.

Capítulo 3

—Hummm, está buenísimo —declaró Pippa con la boca llena, limpiándose los dedos en la falda.

—Hola —saludó Jeremy—. ¿Qué tal el colegio hoy?

—Horrible —replicó ella alegremente, dejando en la mesa lo que quedaba del bollo—. Hoy tocaba clase de política —añadió, abriendo la cartera—. A la señorita Wilkinson le encanta la política. Pero es sosísima. No puede mantener el orden en la clase.

—¿Cuál es tu asignatura favorita?

—Biología —respondió Pippa con entusiasmo—. ¡Es estupenda! Ayer diseccionamos un anca de rana —Sacó un libro y se lo puso ante la cara—. Mira lo que he comprado hoy en el mercadillo. Estoy segura de que es rarísimo. Tiene más de cien años.

—¿Y qué es exactamente?

—Una especie de libro de cocina. Es impresionante, emocionantísimo.

—Pero ¿de qué trata?

Pippa estaba absorta en el libro.

—¿Qué? —murmuró mientras pasaba las páginas.

—Desde luego parece fascinante.

—¿Qué? —repitió Pipa—. ¡Caramba! —murmuró, volviendo otra página.

—Evidentemente ha sido una buena compra —comentó Jeremy, cogiendo un periódico.

—¿Cuál es la diferencia entre una vela de cera y una de sebo? —preguntó Pippa, al parecer perpleja por lo que estaba leyendo.

Jeremy pensó un momento antes de responder.

—Supongo que una vela de sebo es de calidad bastante inferior. ¿Pero eso se come? Un libro de cocina de lo más extraño.

—¿Se come? —declamó Pippa levantándose—. Parece el juego de las veinte preguntas —Lanzó el libro sobre una butaca y cogió de la estantería una baraja de cartas—. ¿Sabes jugar al «demonio de la paciencia»?

Pero ahora Jeremy estaba absorto en su periódico.

—Humm —masculló por toda respuesta.

Pippa intentó de nuevo llamar su atención.

—Supongo que no te gusta jugar a «suplica a tu vecino».

—No —Jeremy dejó el periódico, se sentó a la mesa y escribió una dirección en un sobre.

—No, ya me lo imaginaba —Pippa se arrodilló en el suelo en mitad de la sala y comenzó a jugar un solitario—. Ojalá tengamos un buen día, para variar —se quejó—. Es una pena estar en el campo cuando llueve.

—¿Te gusta vivir en el campo, Pippa?

—Me encanta. Es mucho mejor que vivir en Londres. Y esta casa es fantástica, con pista de tenis y todo. Hasta tenemos un pasadizo secreto.

—¿Un pasadizo secreto? —preguntó Jeremy sonriendo—. ¿En esta casa?

—Sí.

—No te creo. No es de la época.

—Pues yo digo que es un pasadizo secreto —insistió ella—. Ven que te lo enseño.

Pippa sacó un par de libros de un estante y tiró de una pequeña palanca que había detrás. Una sección de la pared se abrió, revelando ser una puerta oculta. Detrás había un amplio hueco, con otra puerta en la pared del fondo.

—Ya lo ves, un pasadizo secreto que va a parar a la biblioteca.

—Vaya —Jeremy se acercó a investigar. Abrió la puerta del fondo, echó un vistazo a la biblioteca y volvió a la sala—. Es verdad.

—Y está muy bien escondido. Nadie se imaginaría que ahí hay una puerta —Pippa alzó la palanca para cerrar el panel—. Yo la uso todo el rato —prosiguió—. Es un sitio ideal para esconder un cadáver, ¿no te parece?

Jeremy sonrió.

—Desde luego.

Pippa volvió a sus cartas justo cuando entraba Clarissa.

—La amazona te estaba buscando —anunció Jeremy.

—¿La señorita Peake? Ay, qué pesada —exclamó Clarissa, dando un bocado al bollo que Pippa había dejado en la mesa.

—¡Eh, que es mío! —exclamó la niña.

—Toma, glotona.

Pippa dejó el bollo en la mesa y volvió a arrodillarse en el suelo.

—Primero me saluda como si fuera un sargento y luego me regaña por maltratar el escritorio.

—Es una mujer pesadísima —admitió Clarissa, inclinándose sobre el sofá para ver las cartas de Pippa—. Pero esta casa es de alquiler, y ella venía con la casa, así que… —se interrumpió—. El diez negro con la jota roja —indicó a Pippa—. Así que tenemos que aceptarla —prosiguió—. En cualquier caso, es una jardinera estupenda.

—Ya lo sé —Jeremy la rodeó con el brazo—. Esta mañana la he visto desde mi ventana. Oí ruidos y jadeos y me asomé a ver qué era. Y allí estaba la amazona en el jardín, cavando lo que parecía una tumba enorme.

—Era una zanja —explicó Clarissa—. Creo que se hace para plantar coles o algo así.

Jeremy se inclinó también para mirar las cartas.

—El tres rojo con el cuatro negro —aconsejó. Pippa alzó la vista furiosa.

Hugo y sir Rowland, que salían en ese momento de la biblioteca, le miraron con expresión elocuente. Jeremy dejó caer el brazo y se apartó de Clarissa.

—Parece que por fin ha despejado —anunció sir Rowland—. De todas formas es tarde para jugar a golf. Sólo quedan veinte minutos de luz —Miró las cartas y señaló con el pie—. Mira, ésa va ahí —Se acercó a las cristaleras sin advertir la expresión fiera de Pippa—. Bueno, supongo que deberíamos irnos ya al club de golf, si queremos cenar allí.

—Voy por mi abrigo —anunció Hugo. Al pasar junto a Pippa señaló una carta. La niña, furiosa, se inclinó para tapar las cartas con su cuerpo—. ¿Y tú, muchacho? —preguntó Hugo a Jeremy—. ¿Vienes?

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