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Authors: Jorge Ibargüengoitia

Tags: #Narrativa

Las muertas (6 page)

BOOK: Las muertas
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El resultado de estos trabajos se llamó el Casino del Danzón. Al contemplar este edificio en la actualidad (1976) cuesta trabajo creer que fue construido hace apenas quince años. Parece ruina de alguna civilización olvidada —el joven decorador se empeñó en adornar la fachada con un bajorrelieve de estuco que se ha ido desmoronando—. Sobre la marquesina puede verse todavía los restos del letrero que dice:

EL   SINO DE  D   ON

Abre la puerta un viejo. Es el cuidador, policía retirado, quien por veinte pesos —o menos— permite la entrada al curioso —o un grupo de éstos— al lugar donde ocurrieron las iniquidades —que veremos más tarde—. El cuidador acompaña la visita de una explicación.

Éste es el cabaret. Está iluminado por un solo foco eléctrico. En el centro de la pista de baile hay un agujero de tres metros de diámetro, rodeado de un montón de tierra. Las mesas y las sillas están apiladas en un rincón, dos mantarrayas de yeso se cayeron al suelo y se hicieron pedazos, un tiburón suspendido de la cola, se mece —hay chiflones— paseando las fauces a dos metros del piso. Un acuario eléctrico, que ocupa casi toda la pared, está apagado y medio destruido. Las algas y las colas de medusa de cartón, que colgaban como guirnaldas, han desaparecido, lo mismo que las bolas de vidrio azulado —«la luz, entre verde y violeta, salía de unas bolas de vidrio azulado que parecían burbujas enormes…», dice una descripción.

En la parte superior del muro opuesto al acuario eléctrico, en un lugar inesperado, hay un balcón, cuyo barandal ha desaparecido.

En el salón Bagdad, uno de los reservados, pueden verse los estragos de la intemperie. Alguien se llevó la armazón de la ventana y hay un boquete en el techo. Durante la época de lluvias, dice el cuidador, los muros se cubren de musgo, en la primavera, en cambio, anidan en él las golondrinas. En este cuarto ruinoso, de piso amarillo y negro, se llevaba a cabo la “variedad”, que hizo famoso al Casino del Danzón. Hubo quien hizo el viaje desde Mezcala nomás para verla. Más tarde, en la época negra, el salón Bagdad fue uno de los “cuartos tapiados”.

La alberca ha estado vacía casi desde la inauguración del cabaret —el agua era demasiado fría y nadie se atrevía a meterse en ella—. La familia del cuidador la usa para guardar triques.

Todos los cuartos dan al corredor y recuerdan, más que un lupanar, un convento. Están todavía amueblados, puesto que la situación legal del Casino sigue siendo una maraña. Las mujeres vivían en escasos diez metros cuadrados, moviéndose con trabajos alrededor de una cama enorme. Además de la cama, cada cuarto tiene un ropero, un tocador con espejo, y una silla de tule. Junto a cada cuarto hay un bañito minúsculo y elemental.

Cada mujer tenía en su cuarto algo que lo hacía distinguirse de los demás: un Divino Rostro en la puerta, una jarra de vidrio pintado, una cabeza de indio piel roja de barro, un calendario que representa el rapto de la Malinche, la fotografía de una amiga, una plancha eléctrica, etc. Después de mostrar los cuartos, el cuidador conduce al visitante al corral, para que vea las excavaciones, que son la principal atracción. En la mayoría de los casos, parece, aquí termina la visita. Sin embargo, cuando la propina es generosa, el cuidador conduce al visitante a la habitación de Arcángela y le muestra, como bonificación, una fotografía que cuelga de la pared, en la que aparece un cadáver: es el de la madre de las Baladro, que fue retratada cuando estaba tendida en el ataúd, entre cuatro cirios.

Terminada la visita y de regreso a la calle, el visitante debe volver la mirada para notar una circunstancia importante: en la calle Independencia sólo hay dos casas de dos pisos, el Casino del Danzón y la de junto, que fue propiedad de la señora Aurora Benavides, quien, gracias a esa peculiaridad de su casa, pasó seis años en la cárcel.

6
DOS INCIDENTES Y UN TROPIEZO

1

Las Baladro inauguraron el Casino del Danzón en la noche del 15 de septiembre de 1961. Entre los que asistieron a la fiesta estaban el licenciado Canales, secretario particular del Gobernador en el Estado del Plan de Abajo, y el licenciado Sanabria, secretario particular del Gobernador en el Estado de Mezcala, el diputado Medrano, un líder ferrocarrilero y dos líderes campesinos, el gerente del Banco de Mezcala —sucursal en San Pedro de las Corrientes—, varios comerciantes y el dueño de un establo que tenía más de cien vacas. Dos de los tres presidentes municipales que habían sido invitados llegaron a las dos de la mañana, apenas concluyeron las ceremonias del Grito en sus respectivos municipios, etc. Las Baladro habían llegado a la cúspide de su carrera social, pero ellas no lo sabían, creían que todavía les quedaban muchas cimas por escalar.

A las doce de la noche —la fiesta empezó tardecito— se abrió la vidriera del balcón y en él aparecieron Arcángela, con una campana en la mano, y el licenciado Canales, con la bandera nacional. Arcángela tocó la campana para llamar la atención y los que estaban abajo aplaudieron. Cuando hubo silencio, el licenciado Canales agitó la bandera y gritó lo siguiente:

—¡Viva México, viva la Independencia Nacional, vivan los Héroes que nos dieron libertad, vivan las hermanas Baladro, viva el Casino del Danzón!

Los que estaban abajo contestaron con un griterío, apoyando al licenciado Canales. Arcángela, dicen, cogió la campana con ambas manos y volvió a repicar.

(Este fue el primer incidente. El diputado Medrano y uno de los líderes campesinos consideraron que los vivas a los Héroes y a las hermanas Baladro constituían una mezcla blasfema y fueron con el chisme al Gobernador Cabañas, quien inmediatamente retiró su amistad y quitó el empleo al licenciado Canales, cortando así el único apoyo que tenían las Baladro en el Palacio de Gobierno del Plan de Abajo).

En la fiesta de inauguración, las Baladro se vistieron, por única vez en sus vidas, de largo —Serafina describe su vestido como tornasolado—, recibieron a sus invitados en el comedor de la casa y hasta que estuvieron reunidos los hicieron entrar en el cabaret. La impresión que causó el decorado fue imborrable. Cuando las exclamaciones se calmaron, entraron las muchachas, bien vestidas y adornadas. En ese momento Serafina anunció que aquella noche todo era gratis. Este aviso provocó confusión: los invitados entendieron que todo era gratis, hasta las mujeres, ellas, en cambio, entendieron que si nadie iba a pagar consumo no tenían obligación de acostarse con nadie.

Después del Grito, dicen los testimonios, los invitados fueron conducidos por Arcángela al salón Bagdad, en donde por primera vez se hizo la variedad, en la que participaban tres mujeres. Algunos de los señores se excitaron más de la cuenta y hubieran tomado parte en el espectáculo si Arcángela no se los hubiera impedido. Cuando el grupo regresó al cabaret, se generalizó el baile y ocurrió el segundo incidente.

Fue así: el licenciado Sanabria, a quien nadie le había notado tendencias equivocadas, se sintió impulsado por una pasión oscura y sacó a bailar al Escalera —que había entrado en el cabaret a dar un recado—. Los dos hombres bailaron un danzón —«Nereidas»— de principio a fin ante las miradas horrorizadas de todos los presentes —nadie más se atrevió a bailar—. Al terminar la pieza, el Escalera dio las gracias y se retiró. El licenciado Sanabria intentó bailar con varios señores que no aceptaron su invitación, comprendió que había hecho el ridículo, y les guardó para siempre mala voluntad a todos los que habían presenciado su deshonra, y en especial a las Baladro, por haberlo puesto en la tentación. Esta mala voluntad desempeñará un papel importante en esta historia, como veremos más adelante.

Descripción de un tropiezo:

¿Cómo fue que al Gobernador Cabañas se le ocurrió hacer algo que a nadie, en el Plan de Abajo, le había pasado por la cabeza en ciento cuarenta años de vida independiente: prohibir la prostitución?

Para explicar esta incógnita hay varias versiones que apuntan a motivos que son como ramas que brotan de una misma raíz, que es ésta: Cabañas fue, de todos los gobernadores que ha habido en el Plan de Abajo, el más ambicioso y el más resistente. Mientras que los demás han sido políticos de provincia que llegaron al Palacio de Gobierno exhaustos, el Gobernador Cabañas llegó fresquecito, con ganas de seguir adelante y de llegar más lejos. Su condición rozagante, unida a la reflexión de que en ciento veintitantos años el país no había estado gobernado por un oriundo del Plan de Abajo, lo hicieron concebir la idea de que él era «presidenciable».

Ordenó el Estado como una República en chiquito —la Oficina de Rentas se llamó Secretaría de Hacienda, la Junta de Mejoras, Secretaría de Obras Públicas, etc.— y trató de demostrar que podía gobernar el primero y que iba a poder gobernar la segunda si los «poderes de arriba» le daban la oportunidad.

Además de cambiar de nombre a las dependencias, Cabañas emprendió varias obras monumentales —un palacio, una carretera y un túnel— que costaron mucho dinero y que produjeron un déficit. Para contrarrestarlo, Cabañas tuvo que aumentar los impuestos.

Quiso hacerlo de la manera menos dolorosa para los causantes y por esta razón organizó las Jornadas Patronales. Estas consistían en que el Gobernador en persona llegaba a las ciudades, reunía a los comerciantes del municipio en el casino de cada lugar, y les demostraba que lo que estaban pagando de impuestos al Estado era una miseria y que era urgente que pagaran más. Los comerciantes respondieron a este llamado diciendo que el Estado era una pocilga y que no valía lo que les cobraban. Se quejaron de todo, desde el diámetro insuficiente de las atarjeas y la falta de agua hasta los antros de vicio que abundaban, «tolerados por las autoridades».

El resultado de las Jornadas fue que Cabañas aumentó los impuestos y para contentar parcialmente a los quejosos, corrigió, de los defectos expuestos, el que tenía remedio más barato: mandó cerrar los burdeles.

La Ley de Moralización del Plan de Abajo, que proscribe la prostitución y el lenocinio y hace delincuentes hasta a los que entregan refrescos en los burdeles, fue presentada por iniciativa del Gobernador Cabañas ante el Congreso del Estado, discutida durante media hora y aprobada por unanimidad y con aplausos, el día dos de marzo de 1962.

La aplicación de la ley, que nadie esperaba, afectó a cerca de treinta mil personas cuyas fuentes de ingreso estaban relacionadas directa o indirectamente con la prostitución, a los gobiernos municipales, cuyos ingresos estaban formados, en un treinta o en un cuarenta por ciento, de impuestos que pagaban los prostíbulos, y a cientos de empleados públicos que recibían propinas de los lenones. Ninguno de los afectados protestó:

Se sabe que Arcángela, acompañada del licenciado Rendón, se presentó en la oficina del juez Peralta y le ofreció cinco mil pesos por un amparo.

El juez describe su respuesta así:

«Traté de hacerle ver a la señora Baladro que lo que me estaba pidiendo no era propiamente un amparo, sino un instrumento jurídico que le diera inmunidad respecto a una ley que había sido aprobada por el Congreso. Le dije también que aunque lo que me pedía hubiera sido un amparo tampoco hubiera podido concedérselo a ningún precio, ya que el señor Gobernador en persona nos había pedido a los jueces que no entorpeciéramos la aplicación de la ley, en la que él tenía especial interés».

La Ley de Moralización se aplicó con rigor sin precedentes en el Estado del Plan de Abajo. Para fines del mes de marzo no quedaba un prostíbulo abierto.

Serafina y Arcángela Baladro, siguiendo los impulsos de una intuición que podría parecer profética, sacaron los muebles de la casa del Molino, y en cambio, dejaron intacto el Casino del Danzón, en donde cuando los actuarios pusieron los sellos en las puertas, las camas estaban hechas. Dicen ellas que tenían el presentimiento de que Dios iba a hacerles el milagro de permitirles reabrir muy pronto su tan querido burdel modelo.

El día de la clausura en la calle del Molino, en Pedrones, hubo escenas patéticas. Había seis camiones llenos de muebles y de mujeres —en una sola cuadra había tres prostíbulos—. Hubo despedidas muy tristes entre las mujeres, porque las Baladro traspasaron a once de ellas a un individuo que tenía negocios en Guatáparo. Las banquetas se llenaron de curiosos, gente que no había puesto los pies en un burdel y quería ver lo que había adentro. Los policías que guardaban el orden tenían la mirada baja y andaban de mal humor, porque estaban perdiendo el sobresueldo. Cuando el licenciado Ávalos llegó a poner los sellos, le dijo a Serafina:

—No me lo tome a mal, doña Sera, hago esto nomás porque es mi obligación.

Durante cuatro años, ella le había dado quinientos pesos al mes.

Cuando las puertas estaban selladas y los camiones cargados, una mujer del pueblo se acercó a Serafina y le dio las gracias, a nombre de los vecinos, por haber pagado lo que costó la banqueta.

Las mujeres, las sillas, las camas, las palanganas, los colchones, los bultos de ropa, llegaron a San Pedro de las Corrientes en camiones, al atardecer de un día triste. Las patronas llegaron en coche, de humor negro.

Los primeros días fueron difíciles, porque hubo que acomodar a veintiséis mujeres donde antes habían vivido catorce, por lo que hubo necesidad de dividir los cuartos, que quedaron demasiado chicos. Lo que cobró el maestro de obras le pareció a Arcángela precio de hambreador. Ella estuvo varias semanas muy abatida, creyendo que iban a quedarse en la miseria. Hasta inició tratos con una señora Eugenia, que tenía negocio en Mezcala, para traspasar otras ocho mujeres, tratos que no concluyeron, porque empezaron a llegar los señores. Unos eran clientes viejos, que vivían en el Plan de Abajo y cruzaban los límites de su Estado en busca de esparcimiento, otros eran clientes nuevos, del Plan de Abajo también, gente que nunca había pisado burdeles, pero que al verlos cerrados y proscritos había entrado en la tentación. La afluencia de forasteros en busca de placeres que estaban prohibidos en otras partes actuó como estímulo para los hombres que vivían en San Pedro de las Corrientes, y los impulsó a frecuentar más los cabarets. “Los hombres son como las moscas”, dice Serafina, “mientras más ven que se juntan, más se juntan”.

En el México Lindo había aglomeración todas las noches. Los sábados las mujeres no se daban abasto. Serafina decidió comprar una sinfonola nueva y ella misma la pagó. El capitán Bedoya vio a las Baladro tan prósperas en San Pedro de las Corrientes, que empezó a gestionar su traslado al regimiento que tenía su base en ese lugar —lo que más le molestaba de vivir él en Concepción de Ruiz y Serafina en San Pedro, eran los dos viajes diarios que tenía que hacer en los autobuses de la Flecha Escarlata: llegó a estar convencido de que iba a acabar sus días víctima de un accidente en la cuesta del Perro—. Arcángela dio en decir que nunca les había ido tan bien en el negocio, y que lo que Dios les había arrebatado a ella y a su hermana con una mano, se los estaba devolviendo con la otra. En eso llegó diciembre y ocurrió el incidente de Beto.

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