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Authors: Carmen Cervera

Tags: #Intriga, #Fantástico

Non serviam. La cueva del diablo (29 page)

BOOK: Non serviam. La cueva del diablo
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Los ojos rojos, encendidos, sin párpado ni pupila, estaban fijos en Ángel, que sostenía su espada contra el cuerpo del demonio, abominable, sin pelo ni piel que cubriera la monstruosa musculatura, sólo recubierto por una película blancuzca y resbaladiza, que dificultaba su agarre. Con rabia, le dio una patada en el abultado pecho, una imitación grotesca de los senos femeninos, lanzándolo contra el suelo. Legión cayó de espaldas, con las patas terminadas en pezuñas hacia arriba, y los retorcidos y delgados brazos, con garras de uñas largas y negras, extendidos. Puso sobre la bestia un pie, apretándolo con fuerza contra el suelo, al tiempo que levantaba su espada para mandar al abismo a todas y cada una de las almas que habitaban en su interior. La boca de Legión se abrió en una mueca que pretendía ser una sonrisa, mostrando las hileras de enormes dientes en forma de colmillo, al mismo tiempo que él sintió, como un golpe que retorció su espíritu, que Luz, no sabía cómo ni por qué, se encontraba en peligro y, simultáneamente, que la esencia de Rafael se alejaba, en la dirección exacta en la que sabía que se encontraba la mujer. Con fiereza, concentrando en su arma todo el poder, la rabia, el odio y el dolor de su interior, bajó su espada contra el cuerpo de Legión, que, de algún modo, se las apañó para desaparecer bajo su pie, sin dejar rastro de su presencia, antes de que el filo de luz golpeara el suelo con fuerza, provocando un movimiento de tierra que zarandeó la ciudad entera y puso en peligro la maltrecha estructura del edificio en el que estaban.

Belial lo cogió de un brazo, llevándolo con él mientras preguntaba a voz en grito cómo había podido aquel demonio largarse sin dejar ningún rastro, a una velocidad que ni el propio diablo sabía si podía alcanzar. Él simplemente gruñó. Hubiera querido explicarle al ángel caído que el demonio se había estado alimentado de los malditos humanos hasta aquel momento, en aquel mismo lugar; que algún humano, incluso más imbécil que los demás, había realizado, en algún lugar, un maldito sacrificio en su honor justo en el preciso instante en el que él había bajado su espada, inundando al demonio de un poder del que en realidad carecía; que había más humanos implicados en aquella absurda conjura en su contra de los que habían imaginado. Hubiera querido decirle todo eso y mucho más, pero no lo hizo. Simplemente se liberó del agarre de Belial y salió como una exhalación detrás de Rafael, hacia donde sentía la presencia de Luz.

Su espíritu maldito se había estremecido ante una certeza que hacía perder importancia a la afrenta de Legión y de los imbéciles que, seguramente sin saberlo, lo apoyaban. Dos ángeles habían ido a buscar a Luz. Dos malditos enviados de Gabriel estaban dispuestos a acabar con una vida humana, la única que a él realmente le importaba, sólo por salirse con la suya e impedir que el tercer sello se rompiera definitivamente. Y Rafael había ido en su ayuda. Aquel maldito arcángel por el que un instante atrás casi había sentido lástima, del que prácticamente se compadecía, iba a matar a Luz si no llegaba a donde fuera que estuviera lo suficientemente rápido para impedirlo.

El tiempo y el espacio desaparecieron y todo ante él no fue más que vacío hasta que sintió a su lado el poder de Rafael expandiéndose y golpeándolo. Tardó un instante en comprender lo que estaba viendo y entender qué estaba haciendo el arcángel. Luz estaba en el suelo, arrodillada, apoyada sobre sus manos, y con la cabeza agachada, detrás de la esencia luminosa de Rafael, que impedía con su propio ser que los dos ángeles que avanzaban hacia ella pudieran alcanzarla.

—¡Sácala de aquí!

Sintió en su interior la silenciosa orden del arcángel haciendo vibrar su espíritu, retorciéndolo. No tuvo tiempo de protestar, ni de ser él mismo quien impidiera que los ángeles la atacaran con una sola oleada del poder que aún bullía en su interior, cuando entendió que Luz estaba consciente. El arcángel sólo la había confundido el tiempo necesario para poder frenar el ataque de los seres sagrados enviados para matarla. Sabía que nada podían hacer aquellos dos ángeles contra una orden de Rafael, y que sería otro arcángel el que finalmente se enfrentaría de algún modo a aquel ser de luz que protegía con su propia esencia la vida de una humana. Corrió hacia Luz y sintió su espíritu revolverse y su condena ceñirse sobre él cuando atravesó la etérea presencia de Rafael, pero ni todo el dolor de la maldita Creación hubieran podido en ese instante mandarlo al abismo e impedir que se ocupara de Luz, antes de que fuera consciente de lo que ocurría a su alrededor. Utilizó la reciente furia acumulada en su ser para hacer frente a la embestida de la esencia sagrada de Rafael, antes de coger a Luz en sus brazos y alejarla de aquel lugar, sin ser capaz todavía de pronunciar ni una sola palabra, mientras luchaba contra el sufrimiento que agitaba su esencia condenada.

Luz seguía arrodillada en el suelo, cegada y confundida. Se había dejado caer, apoyándose sobre las manos, pensando que en cualquier momento podría desmayarse, y no se atrevía a moverse, aunque, en realidad, ya no se sentía mareada. Lentamente comenzaba a recuperar la visión, aunque no conseguía aún distinguir nada con claridad, como si una potente luz directa se hubiera encendido ante sus ojos, deslumbrándola y cegándola. Respiró hondo, inmóvil, tratando de tranquilizarse mientras esperaba a recuperar completamente la visión, pero, antes de que eso sucediera, sintió un fuerte agarre a su alrededor, y comprendió que alguien, prácticamente sin esfuerzo alguno, la había alzado entre sus brazos. En lo que le pareció un rapidísimo instante, aquellos brazos se deslizaron suavemente a su alrededor, dejándola después sobre lo que le pareció un banco. Creyó ver, entre las centelleantes luces que aún la privaban de una correcta visión, que el paisaje a su alrededor había cambiado, no había setos, ni fuentes ante ella, aunque tampoco podía asegurarlo. Quiso frotarse los ojos para tratar de aclara su vista, pero una mano firme y cálida se lo impidió.

—¿Qué tal te encuentras?

—¿Ángel? —preguntó sorprendida, buscándolo inútilmente con la mirada, aunque hubiera reconocido su voz incluso en el mismísimo Infierno—. Creo que me he mareado.

—Eso parece… —sintió la mano de Ángel acariciándole el pelo y creyó distinguir su silueta, sentado, junto a ella.

—Empieza a parecer una mala costumbre que me encuentres tirada por los suelos.

—Depende de cómo lo mires —murmuró él, y Luz creyó distinguir con su aún nublada visión aquella sonrisa arrogante que tanto le gustaba.

Parpadeó varias veces, cerrando los ojos con fuerza, y sintiendo un inmenso alivio cuando fue distinguiendo, cada vez con más claridad, el paisaje a su alrededor. Seguía en el parque, aunque en un lugar totalmente distinto de donde se había mareado, que no reconoció.

—Esto ya está mejor… —dijo, fijando los ojos en el rostro de Ángel, que la miraba con preocupación.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó él, inquieto.

—No lo sé… —empezó a decir, antes de darse cuenta de que no era del todo cierto—. Bueno, la verdad es que puede haber influido que desde ayer no haya comido nada…

—Seguramente —sentenció él, con evidente alivio en su voz, antes de levantarse bruscamente del banco y tener una mano hacia ella—. Vamos a cenar.

Ella no protestó y se dejó guiar, disfrutando de la sensación de tranquilidad que la embargaba cuando estaba con Ángel y consiguiendo, por fin, olvidarse de todos los pensamientos que la habían atormentado desde que había abandonado la universidad. Cuando llegaron al hotel en el que ambos se alojaban ya había oscurecido completamente, una leve brisa enfriaba el ambiente y la hizo tiritar. Ángel la miró, de nuevo con aquella sombra de preocupación en el rostro, a la vez que abría la puerta haciéndola pasar.

—Estoy bien —dijo cuando pasó junto a él.

—Estarás mejor cuando hayas comido —contestó él, con seriedad, siguiéndola y soltando la puerta, que se cerró con un golpe tras ellos.

El restaurante del hotel estaba, como de costumbre, prácticamente vacío, y Luz devoró gustosa su cena mientras le contaba detalladamente a Ángel el absurdo interrogatorio al que la había sometido el inspector Sánchez y la discusión con Alfonso. Él la miraba con una expresión grave, que no supo identificar y que atribuyó, sin más, a que aún estaba preocupado por cómo se encontraba. Siguió contándole cómo había transcurrido la extraña mañana y le indicó, de pasada y sin entrar en detalles, que finalmente había ocultado en un lugar seguro la tarjeta de memoria con las fotografías. No fue hasta que terminó con su cena cuando se dio cuenta de que Ángel apenas había tocado la comida de su plato. Estaba más callado y taciturno de lo habitual y no había desaparecido, ni por un instante, la expresión severa de su rostro. Incluso sus ojos le parecieron más oscuros de lo normal.

—Será mejor que vayas a descansar —dijo él, finalmente, con seriedad, mientras se levantaba de la mesa sin darle oportunidad de preguntarle qué le ocurría.

Por un instante pensó que, simplemente, se giraría y se iría, dejándola allí, sola, sin más explicación ni una cortés despedida, pero, en lugar de eso, le indicó con un gesto al camarero que anotara la cena en su cuenta y tendió una mano hacia ella, que lo miraba desconcertada. La acompañó en silencio hasta su habitación y se detuvo a una distancia más que prudencial de su puerta, mirándola fijamente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Luz, al fin, pero no obtuvo respuesta—. Hay algo que te preocupa…

—Esta tarde… —Ángel empezó a hablar, pero se detuvo y clavó en ella con más intensidad aún su mirada—. Me has asustado —dijo, después de un instante de silencio.

Ella asintió, en silencio, y avanzó hacia él. Una parte de ella comprendía que pudiera estar preocupado, la otra le decía que no era suficiente motivo para su actitud, pero, cuando estuvo frente a él, la cercanía hizo que se sintiera extrañamente aliviada, y la expresión de Ángel pareció relajarse. Tal vez sí que estuviera angustiado por el estado en el que la había encontrado, y aquel pensamiento se llevó de un golpe todos sus miedos y sospechas, despertando a su vez todos los sentimientos que aquel hombre provocaba en ella.

—Gracias —murmuró, mientras se levantaba sobre las puntas de los pies para rodearlo con sus brazos.

Él respondió a su abrazó y las emociones de Luz se desbordaron, llenándola y haciendo que todo lo demás desapareciera a su alrededor. Ángel estrechó su abrazo y ella, instintivamente, buscó sus labios, que le respondieron casi con desesperación. Todo su ser se estremeció con el contacto de su boca y su cuerpo tembló de placer. Nunca antes se había sentido tan unida a nadie como a aquel hombre, con el que, ahora estaba segura, podía llegar a fundirse. Sin apenas separarse de él lo guió hacia el interior de su habitación, cerrando tras ellos la puerta, y rindiéndose definitivamente entre sus brazos.

Al sentir el roce de sus labios, su ser se estremeció y su espíritu se abrió para acoger el alma de Luz, abrazándola, al tiempo que sus bocas se fundían. Toda la ira que se había acumulado en su interior, y que hasta aquel momento había tenido que esforzarse en contener, desapareció de inmediato cuando sintió su cuerpo tan cerca de él, y se dejó llevar por ella, que lo guiaba suavemente hacia algún lugar. Nada le importaba en aquel momento más que la mujer que tenía entre sus brazos, acariciándolo, y le correspondió alabando su cuerpo con sus manos. Cuando ella le quitó con brusquedad la camiseta y acarició su espalda, sintió el suave roce de sus manos sobre las antiguas cicatrices que marcaban su cuerpo condenado como si hubiera tocado directamente su espíritu, y su mente se nubló, perdiendo por completo la noción del tiempo y el espacio. Todo el universo desapareció para él y sólo quedó Luz, abrazándolo, besándolo, acariciándolo, hasta hacerle perder el control de sí mismo y la consciencia de su propio ser, sin darle opción de preocuparse por las desconocidas sensaciones que lo inundaban y la súbita pérdida de control. No pudo más que dejarse llevar por el fuego que ella había despertado en su interior, que lo abrasaba con una intensidad desconocida. No entendía qué le estaba pasando, jamás en su larga existencia había sentido nada parecido al sentimiento que crecía en su espíritu, llenándolo todo, haciendo que sintiera su propio ser de un modo diferente, como nunca antes lo había sentido.

Respiraba agitado, nervioso. Quería retomar el dominio de sí mismo, entender qué le pasaba, comprender aquel torbellino que lo agitaba, pero su cuerpo reaccionaba ajeno a su voluntad. Su boca acariciaba la de Luz violentamente, queriendo devorarla. Sus manos acariciaban aquel cuerpo, que le resultaba tan familiar y a la vez desconocido, deleitándose con el roce de la piel de Luz, tan suave al tacto y que, al contacto con la suya, desataba una corriente eléctrica intensa y agradable. Quiso sentirla más cerca, fundirse con su cuerpo igual que lo había hecho con su alma. Pero Luz se separó repentinamente de su boca, obligándolo a regresar a la realidad. Oyó su propia respiración, jadeante, y se dio cuenta de que sus labios seguían buscando los de ella, sin encontrarlos. Con un inmenso esfuerzo trató de tranquilizar su espíritu, abrió los ojos, y encontró fija en él la negra mirada de Luz, profunda y brillante, llena de un resplandor que no conocía. Ella estaba tan cerca de él que se maldijo por no haber estado lo suficientemente lúcido para haberse dado cuenta. Consiguió, no sin esfuerzo, tomar consciencia de su propio cuerpo desnudo, tumbado sobre ella, sintiendo el contacto de su piel sobre la suya, desatando esa sensación eléctrica que lo enloquecía, mientras ella seguía mirándolo fijamente de aquel modo que no alcanzaba a comprender. Una oleada del deseo de Luz lo golpeó, sorprendiéndolo, antes de mezclarse con el suyo propio como nunca había ocurrido, como no creía que fuera posible que ocurriera. Sintió que el cuerpo desnudo de Luz se estremecía bajo el suyo y se dio cuenta de que sus manos se movían acariciándola, ajenas a su voluntad, y disfrutando del tacto de su piel humedecida. Su cuerpo reaccionaba de una manera desconocida para él, tomando el control de una situación que no comprendía, que lo abrumaba y asustaba, pero que por nada del mundo quería interrumpir. No deseaba apartarse ni un solo milímetro de ella, al contrario, quería sentirla aún más cerca.

Ella cerró los ojos, privándolo de la luz de su mirada, al tiempo que su cuerpo se estremecía de nuevo por sus caricias. Quiso entender qué pasaba, pero de nuevo sus manos, moviéndose sin su permiso, acariciando a Luz y disfrutando con la energía que provocaba el contacto con su piel, hicieron que ella temblara y que de su garganta escapara un leve quejido. Consiguió apartar los ojos del rostro de ella, extasiado, para prestar atención a aquel cuerpo que temblaba bajo el suyo, y fue el quién se estremeció cuando una nueva y placentera sensación lo invadió ante la visión de aquella mujer que, completamente desnuda, se entregaba a él, mientras sus manos la acariciaban como si supieran exactamente como debían hacerlo, como si ya conocieran cada pequeño rincón de su cuerpo. Un nuevo impulso lo urgió a acercarse más a ella y se sorprendió deslizando los labios sobre aquel hermoso cuerpo, sintiendo con cada contacto nuevas emociones que jamás había sentido. Podría haberse pasado el resto de su existencia saboreando aquel cuerpo, acariciándolo, venerándolo como si fuera lo único sagrado que jamás hubiera conocido, si ella no se hubiera incorporado, interrumpiendo la alabanza que su propio cuerpo hacía de su ser. Se irguió para mirarla, buscando una explicación en sus ojos, que estaban encendidos con una nueva luz, y antes de que pudiera descifrar su significado, ella lo tomó entre sus brazos y acercó los labios a los suyos, provocando que el envite de su lujuria le hiciera perder de nuevo la conciencia del tiempo, del espacio y de su propio ser.

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