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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Historia, Religión

La iglesia católica (3 page)

BOOK: La iglesia católica
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Asamblea, casa, comunidad, iglesia de Jesucristo. Esto quiere decir que su origen y su nombre llevan implícita una obligación: la iglesia debe servir a la causa de Jesucristo. Dondequiera que la iglesia no haga de la causa de Jesucristo una realidad o la distorsione, peca contra su razón de ser y la pierde. Ya hemos reconocido hasta cierto punto qué se proponía Jesús con la proclamación del reino y la voluntad de Dios, la salvación de hombres y mujeres. Pero para centrarnos en la historia de la iglesia católica, nuestro estudio debería examinar con mayor detenimiento una pregunta que casi nunca se formula: ¿era Jesús, a quien apela constantemente la iglesia católica, en realidad católico?

¿Era Jesús católico?

Los católicos que siguen las líneas más tradicionales de pensamiento, por lo general, presuponen tácitamente que lo era. La iglesia católica siempre ha sido fundamentalmente lo que es ahora, asume ese pensamiento, y lo que la iglesia católica siempre ha dicho y se ha propuesto es lo que originalmente dijo y se propuso el propio Jesucristo. Así pues, en principio Jesús ya habría sido católico…

Pero esta iglesia cristiana tan exitosa, la más grande y poderosa de las iglesias cristianas, ¿acierta al apelar a Jesús? ¿O acaso esta iglesia jerárquica está aludiendo con orgullo a alguien que posiblemente se habría rebelado contra ella? A modo de experimento, ¿es posible imaginarse a Jesús de Nazaret asistiendo a una misa papal en la basílica de San Pedro de Roma? ¿O tal vez la gente pronunciaría las mismas palabras del gran inquisidor de Dostoievski?: «¿Por qué vienes a molestarnos?»

En cualquier caso, no debemos olvidar que las fuentes son unánimes en su valoración. Mediante sus palabras y sus acciones, este hombre de Nazaret se vio involucrado en un peligroso conflicto con los poderes gobernantes de su tiempo. No con las gentes, sino con las autoridades religiosas oficiales, con la jerarquía, la cual (en un proceso legal que hoy no nos parece claro) lo entregó al gobernador romano y, por consiguiente, a la muerte. Tal cosa ya no resulta concebible hoy en día. ¿O sí? Incluso en la iglesia católica actual, ¿se habría visto Jesús envuelto en conflictos peligrosos si hubiera puesto tan radicalmente en cuestión a los círculos religiosos dominantes, a sus camarillas y las prácticas religiosas tradicionales de tantos católicos piadosos y fundamentalistas? ¿Qué sucedería si iniciara acciones públicas de protesta contra el modo en que la piedad se practica en el santuario de los sacerdotes y sumos sacerdotes y se identificara con las preocupaciones de un «movimiento de la iglesia popular de base»?

¿O esta es una idea grotesca? ¿Un simple anacronismo? Sea como sea, no es un anacronismo aducir que Jesús era cualquier cosa menos un representante de una jerarquía patriarcal.

Alguien que relativizaba a los «padres» y a sus tradiciones e incluso invitaba a las mujeres a unirse a sus discípulos no puede definirse como defensor de un patriarcado tan hostil hacia el sexo femenino.

Alguien que ensalzaba el matrimonio y nunca hizo del celibato una condición para sus discípulos, un hombre cuyos primeros seguidores eran casados y siguieron siéndolo (Pablo dice ser una excepción), no puede esgrimirse como autoridad en la defensa del celibato para el clero.

Alguien que ha servido a sus discípulos en la mesa y reclamaba que «el más alto debe ser el servidor [en la mesa] de todos» difícilmente puede haber deseado unas estructuras aristocráticas o incluso monárquicas para su comunidad de discípulos.

Antes bien, de Jesús se desprendía un espíritu «democrático» en el mejor sentido de la palabra, que concordaba con la idea de un «pueblo» (en griego demos) de seres libres (no una institución dominante, y mucho menos una Gran Inquisición) e iguales en principio (no una iglesia caracterizada por la clase, la casta, la raza o el oficio) de hermanos y hermanas (no un regimiento de hombres o un culto a las personas). Esta era la «libertad, igualdad y fraternidad» originalmente cristianas. Pero ¿acaso la comunidad original no poseía ya claramente una estructura jerárquica con los apóstoles como pilares y Pedro como su piedra básica?

La primera iglesia

Está fuera de toda duda que había apóstoles en la primera comunidad. Pero más allá de los Doce, a los que el propio Jesús escogió como símbolo, todos aquellos que predicaban el mensaje de Cristo y fundaron comunidades como primeros testigos y primeros mensajeros eran también apóstoles. Sin embargo, junto a ellos se mencionan también otras figuras en las epístolas de Pablo: profetas y profetisas que anunciaban mensajes inspirados, y maestros, evangelistas y colaboradores de muy variada índole, hombres y mujeres.

¿Podemos hablar de «ministerios» en la iglesia primitiva? No, pues el término secular ministerio (
arche
y otros términos griegos similares) no se utiliza en ninguna fuente para los diferentes oficios y llamamientos de la iglesia. Es fácil advertir por qué. «Ministerio» designa una relación de dominación. En su lugar el cristianismo primitivo usaba un término que Jesús acuñó como estándar cuando dijo: «El mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda como el que sirve» (Lucas 22, 26; estas palabras se han interpretado en seis versiones diferentes). Más que hablar de ministerios, el pueblo se refería al
diakonia
, el servicio, originalmente similar a servir la mesa. Así pues, esta era una palabra con connotaciones de inferioridad que no podía evocar ninguna forma de autoridad, norma, dignidad o posición de poder. Ciertamente también había una autoridad y un poder en la iglesia primitiva, pero de acuerdo con el espíritu de esas palabras de Jesús no debía favorecer el establecimiento de un gobierno (para adquirir y defender privilegios), sino solo el servicio y el bienestar comunes.

Así nos hallamos ante un «servicio de la iglesia», no ante una «jerarquía». Poco a poco se ha extendido en la iglesia católica de nuestros días la idea de que ese término quiere decir «santa orden», y desde luego ese sería el último término que las gentes habrían escogido para designar el servicio de la iglesia. ¿Y por qué debería este evitarse, siguiendo el ejemplo de Jesús, más que cualquier tipo de orden y cualquier alusión a la orden, aun cuando se adornaba con el adjetivo «santa» para dotarle de un halo sagrado? El desafortunado término «jerarquía» solo se adoptó quinientos años después de Cristo por parte de un teólogo desconocido que se ocultaba tras la máscara de Dionisio, discípulo de Pablo.

La palabra padre (
Priester, prest, prêtre, prete
) es ambigua. En el Nuevo Testamento ciertamente se usa para designar dignatarios de las otras religiones en el sentido religioso, y propio del culto, del sacerdote que ofrece sacrificios (
hiereus, sacerdos
), pero nunca para aquellos que sirven a las comunidades cristianas. Aquí más bien se utiliza la palabra «presbítero»; solo en las nuevas lenguas se define de modo similar a «sacerdote» Más tarde encontramos «presbyter parochianus», del que deriva la palabra párroco y la alemana
Pfarrer
. Había padres en cabeza de todas las comunidades judías desde tiempos inmemoriales. Así pues, es probable que desde el año 40 la comunidad cristiana de Jerusalén tuviera sus propios padres; asimismo, también es posible que adoptara la imposición de manos de la tradición judía: la ordenación para el cometido autorizado de un ministerio específico para un miembro específico de la comunidad.

Sm embargo, no podemos establecer históricamente si existía una constitución distintiva de padres en Jerusalén que reclamasen tener jurisdicción sobre la iglesia local m sobre la iglesia en su conjunto. En cualquier caso, no podemos descubrir si este era el caso antes de la partida de Pedro y en los tiempos en que Santiago asumió el liderazgo de la primera comunidad de Jerusalén. Pero ¿qué hay de ese tal Pedro, que parece tener tal trascendencia para la iglesia católica?

Pedro

Aquí la cuestión no es qué se hizo de Pedro (ya nos ocuparemos de eso más adelante), sino quién era Pedro: el papel de Pedro en la primera comunidad. De acuerdo con las fuentes del Nuevo Testamento, tres cosas son indiscutiblemente ciertas:

  1. Ya durante la actividad pública de Jesús, el pescador Simón, a quien Jesús tal vez apodó «la piedra» (en arameo «Cepha», en griego «Peter»), era el portavoz de los discípulos. Sin embargo, él era el primero entre sus iguales, y su incapacidad de comprensión, su pusilanimidad, y finalmente su partida se comentan con profusión en los Evangelios. Solo el Evangelio de Lucas y Hechos de los Apóstoles lo idealizan y callan sobre las palabras de Jesús a Pedro cuando este quiere apartarlo de su misión: «Aléjate de mí, Satán» (Marcos 8,33; Mateo 16,23).
  2. Después de María Magdalena y de las mujeres, Pedro fue uno de los primeros testigos de la resurrección de Jesús. A la luz de su papel en la Pascua podría considerársele como «la piedra» de la iglesia. Pero hoy en día incluso los estudiosos católicos del Nuevo Testamento aceptan que la famosa cita según la cual Pedro era la piedra sobre la que Jesús edificará su iglesia (Mateo 16,18f.: la afirmación aparece en tiempo futuro), y de la que los otros Evangelios no dicen nada, no son palabras del Jesús terrenal sino que fueron compuestas después de Pascua por la comunidad palestina, o más tarde en la comunidad de Mateo.
  3. Pedro era indudablemente el líder de la primera comunidad de Jerusalén: no estaba solo —y esto es irrefutable—, estaba unido al grupo de los Doce y más tarde al de los tres «pilares» (Gálatas 2,9): Santiago (a quien Pablo cita en primer lugar en sus epístolas), Pedro y Juan. Más tarde Pedro es responsable de la proclamación de Cristo entre sus correligionarios judíos como seguidor de la ley sagrada de Moisés.

En la iglesia primitiva Pedro gozaba indudablemente de una autoridad especial; sin embargo, no la poseía por sí solo, sino siempre de manera colegiada con otros. Estaba lejos de ser un monarca espiritual, ni siquiera un mero gobernante. No hay indicios de ninguna autoridad exclusiva o casi monárquica que desempeñara el papel de líder. Pero al final de su vida ¿acaso no estaba Pedro en Roma… ciertamente no era él el obispo de Roma?

¿Estaba Pedro en la que entonces era la capital del mundo, cuya iglesia y cuyo obispo reclamaron más tarde la primacía legítima sobre la iglesia apelando al pescador de Galilea? No es esta una pregunta banal a la vista del posterior desarrollo de la iglesia católica. En base a las fuentes existentes, hay un amplio consenso entre los estudiosos sobre los tres puntos siguientes:

  1. Pedro estuvo ciertamente en Antioquía, donde se produjo una disputa con Pablo sobre la aplicación de la ley judía. Posiblemente también estuvo en Corinto, donde era evidente que había un grupo que proclamaba su lealtad a Cephas, es decir, a Pedro. Pero no leemos en ninguna parte en el Nuevo Testamento que Pedro estuviera en Roma.
  2. Y mucho menos existe evidencia alguna de un sucesor de Pedro (también en Roma) en el Nuevo Testamento. En cualquier caso, la lógica de la cita sobre la piedra tiende a volverse contra ella: la fe de Pedro en Cristo (y no la fe de ningún sucesor) debía ser, y seguir siendo, el fundamento constante de la iglesia.
  3. Aun así, la «epístola de Clemente», datada alrededor del 90 d.C., y el obispo Ignacio de Antioquía, alrededor del 110, ya testifican una estancia de Pedro en Roma y su martirio allí. Por lo tanto, esta tradición es muy antigua y, sobre todo, unánime y sin rival: al final de su vida, Pedro estaba en Roma, y probablemente sufrió la muerte propia de un mártir en el curso de las persecuciones de Nerón. Sin embargo, la arqueología no ha sido capaz de identificar su tumba bajo la actual basílica del Vaticano.

Durante mucho tiempo ha existido consenso entre los estudiosos: incluso los teólogos protestantes afirman ahora que Pedro sufrió martirio en Roma. Sin embargo, los teólogos católicos coinciden en que no hay pruebas fiables de que Pedro estuviera nunca a cargo de la iglesia de Roma como obispo o cabeza suprema. En cualquier caso, el episcopado monárquico se introdujo en Roma relativamente tarde. Y aquí no deberíamos olvidar la cuestión de las cualificaciones: a diferencia de Pablo, que presumiblemente sufrió martirio en Roma en la misma época, Pedro no era un educado ciudadano romano (civis Romanus, con perfecto dominio de la lengua griega y de su conceptualidad), sino un judío galileo sin instrucción.

Una hermandad de judíos

Roma es la ciudad que alberga las tumbas de los dos apóstoles principales. Pero ¿la convierte eso en la madre de todas las iglesias? Hasta el presente la gigantesca inscripción de la basílica de Letrán, la iglesia original del obispo de Roma, reza así: «
Omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput
», «Cabeza y madre de todas las iglesias de la ciudad y de la tierra». Sin embargo, e indiscutiblemente, no fue Roma sino Jerusalén la comunidad madre y cabeza de la primera cristiandad. Y la historia de la primera comunidad no fue una historia de romanos y griegos, sino una historia de judíos nativos, tanto si hablaban arameo o, como a menudo era el caso en la cultura helenística de Palestina, griego. Esos judíos que seguían a Jesús introdujeron en la iglesia entonces en proceso de formación el hebreo, sus ideas y su teología, y dejaron una impronta indeleble en el conjunto del cristianismo.

La suya es una historia de clases modestas desprovistas del más mínimo poder político o económico, incluidas muchas mujeres de importancia. Siguiendo el ejemplo de Jesús, había una especial simpatía por los pobres, los oprimidos, los despojados, los desesperados, todos aquellos que eran discriminados y marginados. No todos eran pobres en el sentido económico; los había (como el propio Pedro) que poseían casas; más tarde, algunos las ofrecieron para celebrar asambleas. De acuerdo con el mensaje de Jesús se proclamaba una llamada al desprendimiento interior y a la generosidad; ciertamente había casos en que se renunciaba voluntariamente a las posesiones. Sin embargo, la imagen ideal que describió Lucas el evangelista dos décadas más tarde no coincidía con la de otros testigos: no se produjo una renuncia general a la propiedad en la primera comunidad. Ante la inminente llegada del reino de Dios —que ya había amanecido al llegar Jesús a la vida y en la experiencia del Espíritu de Dios- no había necesidad de disponer de propiedades, sino que se instaba a ayudar a los necesitados y a compartir las posesiones. Así pues, no se trataba de compartir los bienes a la manera comunista, sino más bien de una comunidad que mostraba cierta solidaridad social.

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