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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Historia, Religión

La iglesia católica (18 page)

BOOK: La iglesia católica
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En un proceso de transformación de tal importancia, los métodos, las cuestiones problemáticas y los intentos de hallar una solución volvieron a retomarse, los conceptos básicos («justificación», «gracia», «fe») volvieron a definirse, y las categorías materiales de la filosofía escolástica derivada de Aristóteles (acto y potencia, forma y materia, sustancia y accidentes) quedaron reemplazados por las categorías personales (gracia de Dios, hombre pecador, confianza). Se hacía posible una nueva comprensión de Dios, de los seres humanos, de la iglesia y de los sacramentos mediante una nueva manera de pensar la teología de un modo bíblico y centrándola en Cristo.

La coherencia interna, la transparencia elemental y la efectividad pastoral de las respuestas de Lutero, la novedosa sencillez y creativa elocuencia de la teología luterana, fascinó y convenció a muchos. Debido a la expansión de las artes de la impresión, se extendió una nada de sermones, panfletos, así como el himno alemán, que se popularizaron con mucha rapidez. Más aún, la traducción de Lutero de la Biblia al alemán a partir de los textos originales tuvo un impacto tremendo no solo en el curso de la reforma, sino en la propia lengua alemana y sobre un área más amplia. sin embargo, para muchos católicos romanos tradicionales, las críticas radicales de Lutero hacia las formas medievales del cristianismo, el sacrificio latino de la misa y de las misas privadas, el ministerio de la iglesia, el concepto del sacerdocio y del monacato, la ley del celibato y otras tradiciones (el culto a las reliquias, la veneración de los santos, las peregrinaciones, las misas de ánimas) fueron demasiado lejos, y llegaron a ser calificadas como apostasía del verdadero cristianismo.

Sin embargo, incluso los en aquel entonces instruidos oponentes romanos y alemanes de Lutero podrían haber visto dónde tenía razón Lutero si no hubieran defendido las palabras y los intereses del papa por encima de la comprensión de las Escrituras Podrían haber reconocido que Lutero preservó la sustancia de la fe, que a pesar de todos los cambios radicales seguía habiendo una continuidad fundamental en la fe, el rito y la ética; de hecho, respondían a las mismas constantes del cristianismo que podían hallarse en el paradigma católico romano: el mismo evangelio de Jesucristo, de su Dios el Padre y del Espíritu Santo; el mismo rito iniciático del bautismo; la misma celebración en comunidad de la eucaristía; la misma ética de ser discípulos de Cristo. A este respecto solo se produjo un cambio de paradigma, no un cambio en la fe.

¿Qué podía hacerse después? Roma todavía podía excomulgar al reformista, pero ello no detendría la remodelación radical de la vida de la iglesia según el Evangelio y a través de la Reforma que estaba extendiéndose y agitando toda Europa. Ni podía establecerse una «tercera fuerza» potencialmente importante —junto con la primera, Roma, y la segunda, la Wittenberg de Lutero—, esa que se asociaba con el nombre de Erasmo de Rotterdam Y no se produjo debido a que la resistencia pública y la tenacidad no eran el estilo de Erasmo m de los erasmistas: más tarde el erasmista Reginald Pole, primo de Enrique VIII de Inglaterra y cardenal, no lograría ser elegido papa por falta de acuerdo. En su lugar sería papa el cardenal Caraffa, exponente del grupo reaccionario y conservador y fundador de la Inquisición central romana, quien incluso hizo encarcelar a cardenales reformistas como Morone en Castel San Angelo.

En Alemania, el nuevo paradigma de la teología y la Iglesia pronto se estableció sólidamente. Lutero intentó, hasta donde le permitió su capacidad, la coherencia interna del movimiento reformista: su culto al «Pequeño libro del bautismo», el «Pequeño libro del matrimonio» y la «Misa alemana»; su educación religiosa con el «Catecismo mayor» dirigido a los pastores y el «Catecismo menor» para su uso doméstico junto con su traducción de la Biblia; su constitución de la iglesia mediante una nueva orden eclesiástica promulgada por el regente del
land
. En su conjunto, este fue un logro asombroso para un solo teólogo. Ya no podía pasarse por alto que tras la gran división de la iglesia católica, que a todos comprendía, entre oriente y occidente, había tenido lugar una segunda ruptura en occidente entre el norte y el sur. Los efectos sobre el estado, la sociedad, la economía, la ciencia y el arte eran ineludibles. La Reforma seguía presionando.

Al final de la vida de Lutero, en 1547, el futuro de la iglesia de la Reforma le parecía a él mucho menos halagüeño que en el año de su gran aparición en 1520. El entusiasmo original de la Reforma había perdido vigor. La vida de las comunidades atravesaba a menudo graves penurias, en gran medida por la falta de pastores. ¿Las gentes se hallaban en mejores condiciones como resultado de la Reforma? Esa pregunta se la hacían muchos. Y tampoco puede pasarse por alto el terrible empobrecimiento del arte (con la excepción de la música). Por descontado, las familias de los pastores se convirtieron en el centro social y cultural de la comunidad, pero el «sacerdocio universal» de los creyentes apenas se había hecho realidad; por el contrario, el abismo entre el clero y el laicado se mantenía, aunque de otra forma.

Además, el bando protestante no supo mantenerse unido. Desde el principio hubo numerosos grupos, comunidades, asambleas y movimientos que perseguían sus propias estrategias en la puesta en práctica de la Reforma. Incluso en vida de Lutero se produjo una primera ruptura del protestantismo entre el «ala izquierda» y el «ala derecha» de la Reforma.

El «ala izquierda» reformista de los inconformistas radicales («entusiastas») estaba formada por movimientos religiosos y sociales, la mayor parte laicos anticlericales, que también se rebelaron contra el poder del estado y fueron perseguidos. Las guerras campesinas, condenadas por Lutero, deben contemplarse en este contexto, así como el anabaptismo, que el reformista suizo Zuinglio fundó en Zurich. Al final, esta tradición llevó al desarrollo de las iglesias libres, que celebraban sus asambleas en sus propios lugares de culto, ofrecían la pertenencia voluntaria a su propio orden eclesiástico y se financiaban a sí mismas.

El «ala derecha» de la Reforma comprendía a las iglesias de las autoridades. El ideal de las iglesias cristianas libres no se llevó a la práctica en la esfera de actividad de Lutero. Como las iglesias reformistas no tenían obispos, los gobernantes se convirtieron en «obispos de emergencia» y pronto en
summepiscopi
que ejercían su control sobre todos los temas: el gobernante local era algo parecido a un papa en su propio territorio. Así pues, en Alemania la Reforma no preparó el camino a la modernidad, la libertad religiosa y la Revolución francesa tanto como apoyó las iglesias estatales, la autoridad del estado y el absolutismo de los señores. Este gobierno de príncipes y (en las ciudades) magistrados solo llegó a su bien merecido fin en Alemania con la revolución previa a la Primera Guerra Mundial.

También en vida de Lutero hubo una segunda ruptura, esta vez entre luteranos y «reformados»: Ulrico Zuinglio de Zurich, quien coincidía con Lutero en la doctrina de la eucaristía, defendió esa Reforma coherente que Calvino retomaría y llevaría a la práctica de modo ejemplar en Ginebra: el cristianismo reformado. A Calvino le preocupaba conseguir no solo una renovación más o menos completa sino una reedificación sistemática de la Iglesia, una reforma global de la doctrina y de la vida. En contraste con las «medias tintas» de los luteranos, la Reforma debía llevarse a cabo con toda coherencia, desde la abolición de los crucifijos, las imágenes y las vestiduras litúrgicas hasta la eliminación de la misa, el órgano, el canto en las iglesias y los altares, así como las procesiones y las reliquias, la confirmación y la extremaunción; la eucaristía debía limitarse a cuatro domingos al año. ¡Qué diferencia con la Edad Media!

Juan Calvmo, originalmente jurista y no teólogo, presentó una introducción clara y elemental a la reforma del cristianismo en su obra básica
Institutio Religionis Christianae
en fecha tan temprana como 1535; constantemente corregida hasta su edición final en 1559, versaba sobre los dogmas más importantes comprendidos entre Tomás de Aquino y el alemán Friedrich Schleiermacher. Ciertamente, con su doctrina de la predestinación de toda una parte de la humanidad a la condenación, encontró gran oposición por doquier. Pero en su reevaluación del trabajo cotidiano, de las tareas prácticas de lo mundano y las buenas obras como merecedoras de la elección, sin duda proporcionó las condiciones psicológicas para lo que Max Weber llamaría el «espíritu del capitalismo moderno». Y aunque no se cuestionaba la libertad religiosa en Ginebra —la Inquisición, la tortura y la muerte en la hoguera estaban instituidas incluso allí— fue indirectamente de suma importancia para el desarrollo de la democracia moderna, especialmente en América del Norte.

Así, en el curso de la Reforma surgieron tres tipos de cristianismo protestante muy diferentes: luterano, reformado e iglesia libre. A estos deberíamos añadir un cuarto, aún más importante: la iglesia anglicana. La Reforma de Enrique VIII en Inglaterra no fue ciertamente una cuestión de divorcio, como lo describe a veces el bando católico, ni fue un movimiento popular, como en la Alemania protestante. Ante todo fue una decisión del Parlamento, impulsada por el rey. En lugar del papa, el rey (y supeditado a él el arzobispo de Canterbury) era ahora la cabeza suprema de la iglesia de Inglaterra. Eso suponía la ruptura con Roma, pero no con la fe católica.

Más aún, la iglesia anglicana no se hizo nunca protestante en su vida o su constitución según el modelo alemán. Solo tras la muerte de Enrique consiguió el instruido arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, lo que ningún obispo de Alemania había tenido éxito en llevar a cabo: una Reforma que preservaba la constitución episcopal. Para ser exactos:

  • Había una liturgia simplificada y definida según el espíritu de la Biblia y la iglesia primitiva (
    Common Prayer Book
    , 1549).
  • Había una profesión de fe tradicional con una doctrina evangélica de la justificación y una doctrina calvinista de la eucaristía (que más tarde rebajó su tono) (Cuarenta y dos Artículos, 1552).
  • Había una reforma de la disciplina, pero sin abandonar las estructuras tradicionales del ministerio.

Tras los años de la sangrienta reacción católica de María Tudor (también el arzobispo Cranmer acabó en la hoguera), con la hermanastra de María, Isabel I (1558-1603) se consiguió la forma definitiva de ese catolicismo reformado, que, de un modo característico inglés, combinaba los paradigmas medievales y reformistas del cristianismo. La liturgia y las costumbres eclesiales se reformaron, pero la enseñanza y la práctica seguían siendo católicas (como se plasmó en los Treinta y nueve Artículos) De este modo, y hasta hoy en día, la iglesia anglicana se considera a sí misma el punto intermedio entre los extremos de Roma y Ginebra. El Acta de Tolerancia de Guillermo III de Orange posterior a la «Revolución Gloriosa» —exactamente cien años antes de la Revolución francesa— hizo posible el establecimiento de denominaciones independientes en el seno de la iglesia anglicana: las iglesias libres, que con su repudio hacia la iglesia estatal hicieron realidad la autonomía de las congregaciones o de las comunidades individuales. En Estados Unidos de América el futuro iba a pertenecer a esos «congregacionalistas», así como a los baptistas y sobre todo, y más tarde, a los metodistas.

El fracaso del sistema romano que los reformistas esperaban de un modo apocalíptico, propio del fin de los tiempos, no llegó a materializarse. Sorprendentemente, un movimiento católico de reforma empezó a desarrollarse poco a poco. sin embargo, no se originó en Alemania o en Roma, sino en España En un año doblemente histórico, 1492, con la conquista de la Granada musulmana, España, uniendo Aragón y Castilla, completó su Reconquista cristiana, y con el descubrimiento de América (México fue conquistado en 1521) abrió las puertas a su Siglo de oro. Por supuesto, España era tierra de Inquisición, bajo el gran inquisidor Torquemada hubo cerca de nueve mil autos de fe: quemas de herejes y judíos. Pero España era también tierra de reforma: bajo el humanista cardenal primado Cisneros, incluso antes de la Reforma y como resultado de la influencia de Erasmo, se produjo una renovación de los monasterios y del clero, y se fundó la Universidad de Alcalá.

Y estaba el rey español Carlos I, famoso en el mundo como el emperador Carlos V, el último gran representante de una monarquía universal, en cuyo imperio Habsburgo —de los Balcanes a Madrid pasando por Viena y Bruselas, México y Perú— nunca se ponía el sol. Nacido en Gante, Carlos creció bajo los cuidados del erasmista Adriano de Utrecht, quien más tarde llegaría a ser el último papa de lengua alemana, Adriano VI. En su pontificado, que por desgracia solo duró dieciocho meses, Adriano VI entregó a manos de la Dieta de Nuremberg en 1522 una confesión mucho más clara de pecados que la de Juan Pablo II a principios del siglo XXI: «Somos conscientes de que durante algunos años muchas cosas abominables han tenido lugar en esta Santa Sede: abusos en asuntos espirituales, transgresiones de los mandamientos; ciertamente eso no ha hecho sino empeorar. Así que no es de extrañar que la enfermedad se haya propagado de la cabeza a los miembros, del papa a los prelados. Todos nosotros, prelados y clero, nos hemos desviado del camino recto.»

Así, Carlos V, quien cuando el dominico Bartolomé de las Casas puso objeciones abandonó las ulteriores conquistas en América y permitió el debate público sobre su base legal y moral, no era un fanático medieval y azote de herejes, sino que, armado con sus convicciones y su poder, se dispuso a defender la unidad de la iglesia y de la fe tradicional, la tarea que se le había encomendado. Se convirtió en el gran adversario de los reformistas, pero también de los papas, con quienes tuvo que luchar para lograr un concilio y la reforma.

Mientras tanto, también en Italia se permitió que círculos inicialmente discretos que pensaban según el Evangelio ganaran mayor influencia. Ciertamente, el castigo de muchos días por parte de las numerosas y desbocadas tropas imperiales en el saqueo de Roma de 1527 provocó el fin de la cultura renacentista romana, pero no trajo reforma alguna a la iglesia romana. Fue solo el papa Paulo III de la familia Farnesio (1533-1549), quien todavía era un hombre del Renacimiento, con hijos y nietos ordenados cardenales, el que llevó el cambio a Roma. Citó a los líderes del bando reformista, hombres capaces y profundamente religiosos, ante el colegio de cardenales: a los juristas Contarini y Pole, Morone y Caraffa, que estaban trabajando en una propuesta de reforma. Confirmó a la nueva Compañía de Jesús, fundada por el vasco Ignacio de Loyola. Con una activa espiritualidad volcada en el mundo (cuyo fundamento está plasmado en su
Libro de los ejercicios espirituales
), los jesuitas, que no poseían vestimenta distintiva para su orden, ninguna sede fija ni plegaria coral, pero que se hallaban sujetos a una estricta disciplina y a su incondicional obediencia a Dios, al papa y sus superiores de la orden, se convirtieron en la élite cuidadosamente seleccionada, entrenada a conciencia, y por tanto efectiva, de la Contrarreforma; los capuchinos, la Congregación del Oratorio y otras órdenes eran muy activas en la predicación y la dedicación pastoral.

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